De entre las obras de los grandes artistas y pensadores que se cuentan entre los fascinados, el libro Fuegos de la escritora francesa Marguerite Yourcenar se destaca por su originalidad y solidez poética. Una visión del mundo clásico que es reordenada a partir del filtro de la modernidad, sí, pero mucho antes por el desengaño. Así, Fuegos se ofrece en nueve textos líricos de poesía escrita en prosa, en los cuales otros tantos personajes mitológicos le sirven a la autora de metal conductor a través del cual exorcizar un deseo que no ha podido ser depositado en su verdadero objeto. Una especie de vivisección del amor como emoción excluyentemente humana a partir de la propia decepción.
Partiendo de ideales mitológicos, las nueve historias son utilizadas como si se tratara de espejos, para hablarnos de pasiones laberínticas, enredadas e intransitables, en los que la miseria, el despojo, la soledad, el dolor, y otras heridas imposibles de eludir, se asoman a la superficie para transformarse en la voz de esa víctima única, que es siempre la víctima del amor: no hay desgarro más feroz e intransferible que aquel que provoca el amor.
Así, Fedra vuelve a desear - la desesperación - aquello que la moral le niega una y otra vez; el Aquiles oculto entre mujeres sólo siente pasión por aquello que tratan de esconderle; María Magdalena (el único de los personajes elegidos que es ajeno al mundo helénico) elige relegar sus deseos por amor a dios y luego, como un juego de constante sumisión, también acaba por resignar hasta la mujer que es.
En estas historias de rechazo, de destierro, de fidelidades inútiles, historias de amor detenidas por la moral, hay también una conciencia del propio martirio y una necesidad patética de creer que ese dolor ennoblece a la criatura victimizada: “No tengo miedo de los espectros”, leemos un fragmento, “Sólo son terribles los vivos, porque poseen un cuerpo”. A partir de ahí, el amor y la muerte ya no son las caras que adornan los dos lados de la moneda, sino la cabeza de Jano estampada en una moneda de un único lado. Porque en esta nueva conjugación de antagonismos, amor ya no es lo opuesto al odio, o al dolor, o a la muerte, sino que son los elementos de una misma sustancia indisoluble que representa la esencia misma del ser humano. Víctima y victimario bien pueden ser la misma cosa.
Como dato histórico biográfico, se puede agregar que Fuegos es el fruto literario del amor no correspondido de una joven Marguerite, prendada de un hombre que no puede amarla. Nueve figuras de arcilla poética que ella ha modelado de manera catártica en los relatos que le dan forma a esta obra. Por eso Fuegos puede ser visto como el retrato neurótico de una obsesión en nueve pasos sucesivos, que también se transluce en esas frases elocuentes y lúcidas que Marguerite ha tomado de un diario íntimo de la misma época de su desengaño, y que utiliza como marco emotivo para sus exquisitos relatos.
“No hay nada que temer. He tocado fondo. No puedo caer más bajo que tu corazón”.
(Artículo publicado originalmente en http://www.informereservado.net/cultura.php)
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