viernes, 25 de marzo de 2011

CINE - Marte necesita mamás (Mars Needs Moms), de Simon Wells : Un Disney de Clase B

Cada vez es más clara la frontera que se ha trazado de manera natural entre lo que Disney produce a través de John Lasseter, creador de los estudios Pixar, a quien ya puede considerarse como uno de los genios del cine moderno, y el resto de las producciones de los estudios del ratón. La diferencia entre lo que toca Lasseter y el resto es inmensa, incluso en los casos en que el resto cuenta con otro productor de nivel, como se supone que es Robert Zemeckis. Y no es necesario traer del pasado las listas de los grandes éxitos de uno y otro en el terreno de las películas animadas para hacer evidente esa diferencia. Sobra con mencionar sus últimos títulos. Mientras Lasseter es responsable de la impecable Enredados, Zemeckis aparece ahora con Marte necesita mamás, dirigida por Simon Wells, y no hay ni por dónde empezar a comparar.
No está de más decir que Marte necesita mamás cumple con creces en cuanto al trabajo de animación. Con una técnica similar a la que el propio Zemeckis ya usara en sus últimos films como director (El expreso polar; Beowulf; Los fantasmas de Scrooge), Marte necesita mamás reproduce a la perfección las fisonomías y movimientos de Joan Cusack, Seth Green y Dan Fogler, los actores que les prestan el cuerpo (y la voz en la versión original) a los tres personajes principales. Justamente, no es un problema técnico el que desvaloriza a la nueva película de Zemeckis sino el imaginario desplegado y algunas ideas que corren por debajo del texto, siempre tan significativas en una producción de Disney. Ahí es donde la comparación, odiosa como siempre, vuelve a aparecer. Porque mientras en Enredados daba gusto ir destejiendo la compleja trama de lazos que unía a los personajes, Marte necesita mamás rezuma el espíritu conservador de las producciones menos ricas de la casa Disney.
La civilización marciana ha devenido matriarcado. Desplazados los hombres a una casta inferior y condenados a vivir entre los desperdicios que produce una metrópolis sólo habitada por mujeres, son éstas quienes gobiernan en Marte. Pero tienen un problema: tan ocupadas están en hacer todo el trabajo, que no les queda tiempo para ser madres. Así que para criar a los chicos –que literalmente nacen del suelo cada década y media– han creado una serie de robots niñera para cubrir el puesto vacante. Pero como también han perdido todo instinto maternal, cada 15 años seleccionan una madre terrestre a partir de un único valor: la capacidad para hacer que sus hijos cumplan con las reglas y las órdenes que reciben (ordenar sus juguetes, sacar la basura, comerse toda la cena). Tras abducir a la elegida, su registro mental es implantado a los robots niñera y así funciona la cosa. El problema es que ese trasplante implica la muerte de la elegida. Es así como la mala suerte golpea a la casa del pequeño Milo, cuando las marcianas se llevan a su madre, con quien acaba de pelearse por un capricho tonto. Pero Milo conseguirá colarse en la nave espacial e irá a rescatar a su madre al mismísimo planeta rojo.
Con un humor de trazo grueso y una aventura de manual que remeda a la ciencia-ficción de los años ’50, Marte necesita mamás propone ante todo un rescate algo tosco de los valores de la mujer/ama de casa, principios sobre los que Estados Unidos se erigió imperio justamente en la posguerra. El rescate de Milo en Marte no es sólo el de su madre sino el de toda una forma de ver la sociedad: más vale mujer en casa que cien volando.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.

jueves, 24 de marzo de 2011

ENTREVISTA - Alberto Laiseca: Cuentos de medianoche para cagarse de miedo

Foto Daniel Baca
A Dante le gustan los monstruos, el Heavy Metal y los cuentos de miedo. Cuando leo que el ciclo Noches de luna y misterio cerrará su temporada con cuentos de terror en el cementerio de Recoleta, me parece que puede ser un lindo plan de fin de semana para esa aberración de 7 años que es mi hijo. Al principio dice que no, que se va a asustar, pero enseguida se pone su remera de Iron Maiden y acepta el desafío. Se pasa todo el viaje diciendo que se arrepintió, que mejor nos volvemos a casa, pero cuando llegamos y ve al tipo que va a contar los cuentos sentado entre estatuas vivientes, velas epilépticas y una petaca de metal bruñido, la fascinación es inmediata. Ese señor enorme y aspecto seco, cuyo bigote teñido de tabaco delata que nació hace más de cien años y que seguramente sigue vivo a causa de alguno de esos pactos con el diablo, tan comunes en el siglo XIX, es Alberto Laiseca, conjurador de monstruos profesional.
Dante y otras 500 personas serán las almas que Laiseca entregará a las llamas del miedo con tres cuentos de puro horror. Primero serán dos clásicos: La máscara de la muerte roja, de Edgar A. Poe, y El almohadón de plumas, de Horacio Quiroga, para cerrar con un cuento propio, La verdadera historia de la mujer de blanco, escrito especialmente para ser contado esa noche. La entrada del cementerio le recuerda a los que escuchan que todo lo que se cuenta puede ser real. Pero nadie se va: Laiseca triunfa otra vez.

-Qué le suma a su carrera de escritor dedicarse a la narración oral

-Muchísimo, porque me lleva a la primera etapa de nuestros primeros tiempos. La literatura empezó antes de que la raza humana hubiese descubierto un lenguaje escrito. Nos reuníamos alrededor de fogatas y uno de nosotros contaba historias inventadas. Entonces contar cuentos para todos, para mí es como volver a esa primera literatura. ¿Me entendés?
-¿Qué debe tener un relato para ser transmitido de manera oral?
-En principio todo cuento puede ser narrado oralmente. Ahora: todo depende del narrador. A mí me sería mucho más difícil narrar ciertas cosas… Yo elijo el terror porque es un género que admiro y amo mucho, y me siento cómodo, estoy mejor ahí. Pero me doy cuenta que podría narrar otras cosas también si quisiera, que no tienen nada que ver con el terror.
-Además el terror es un género que casi pide ser narrado.
-Pero no es lo único que se puede narrar y contar con interés, te aseguro. Se pueden tomar fragmentos de libros muy bien escritos, por ejemplo El Manantial de Ayn Rand, que no tiene nada de terror, y sin embargo la tensión no decae un minuto.
-¿Por qué el terror encanta tanto a los chicos?
-¡Ah! Se lo estás preguntando a un chico. O por lo menos a un tipo que aunque tenga 70 años, se acuerda de todo lo que le pasaba cuando era pibe. Yo me cagaba de miedo, pero igual iba a escuchar a las viejas que había en mi pueblo que contaban historias de terror. Después no podía dormir, claro, con esas cosas de gente enterrada viva, ¡historias espantosas!
-¿Y de dónde viene tanta fascinación?
-Los chicos quieren crecer y les gusta. ¿Y por qué crecen? Porque saben que les están contando historias, que aunque suenen disparatadas, siempre tienen algo de verdadero. Los monstruos existen, flaco: existen las brujas, los dragones y el sapo de cinco metros que viene y te come. Existe todo. De una manera u otra. Los pibes tienen menos prejuicios que los adultos y por eso están en su salsa cuando les contás estas historias, porque saben que son verdaderas.
-¿El gusto por los relatos de terror será una forma de escapar de otra cosa?
-Escapar no. Yo diría identificar, aprender a vivir con el verdadero terror. Por eso yo me opongo a la tendencia de contarles a los chicos historias “flu”, donde “todos somos angelotes”. Después el pibe sale y lo violan en la esquina, ¿entendés? Los cuentos de terror, sirven de vacuna para los pibes. Tienen que saber que el horror y la maldad existen, para poder defenderse.
-¿Usted se da cuenta que hipnotiza a los que lo escuchan?
-¡No, no sé! Soy consciente de que les gusta y trato de lograr eso, sí.
-¿Qué siente cuando lo consigue?
-¡Alegría! Menos mal, para eso me rompo el culo, viejo lindo, para que a ustedes les guste. ¿O te creés que esto es espontáneo? ¡Semanas estoy estudiando los cuentos! Mirá: La máscara de la muerte roja lo leí por primera vez a los 17 años. Ahora tengo 70… ¿Cuántas veces leí ese cuento? ¡Montones! Pero nunca, nunca aprendés todo. Estos mismos cuentos que conté hoy, no soy capaz de contarlos dentro de 10 días, ¡a menos que los estudie de nuevo! Hay que estudiar y trabajar mucho.

La gente que ha venido a escuchar a Laiseca al cementerio no para de querer saludarlo, tocarlo o abrazarlo, como si se tratara de un médico brujo que acaba de contarle una historia a su tribu, reunida en torno a él. Como si con eso se llevaran para siempre un pedazo de esa noche. Cerca de él está su hija, que lo espera con orgullosa paciencia para irse juntos a casa en esa medianoche. Como yo mismo traje a mi hijo para que este brujo le contara historias, es lógico que se me ocurra querer saber qué cuentos le contaría a sus propios hijos a la hora de mandarlos a la cama. La posibilidad me amontona la curiosidad en la punta de la lengua. Cuando me ve ir hacia ella con el grabadorcito como un puñal, esa chica alta y rubia no puede disimular la vergüenza y me ruega que no lo haga. Pero los periodistas tenemos la genética de una vieja de barrio.

-Imagino que tu padre te contaba cuentos antes de dormir. ¿Cuál era tu favorito?
-No sé… había uno, ¿cómo era? Era sobre un pueblo de China, en un momento donde había mucha hambre… Pá, ¿cómo era el cuento del arroz gigante?

Cuando escucha la invocación de su hija, Laiseca aparece como salido de una lámpara persa recién frotada.

Padre-Ah… no me acuerdo de ese…
Hija-¿Ves?: me los inventaba y después se olvidaba. Eso es lo peor… Había mucha hambre…
P-Sí, mucha hambre y un mago pidió un arroz, un único grano de arroz. Lo tomó y lo hizo gigante y entonces le cortaban pedacitos…
H-Y así todos comieron y nunca murieron de hambre. Ese era mi favorito.
-Veo que ha tenido con quién practicar.
H-Sí, siempre me contaba cuentos. Y a mí me encantaba.
P-Cuentos egipcios. ¿Te acordás?
H- Es verdad: cuentos de faraones…
P-Y de momias…
H-¡Sí, eso! ¡Momias y cocodrilos embalsamados que luchaban para siempre, cierto! ¡Era buenísimo ese!
P-Luchan eternamente porque ninguno de los dos puede morir: ni las momias ni los cocodrilos embalsamados.
H-Sí. Pero también había dos magos…
P-Enemigos.
H-Sí, enemigos. Y uno hizo una momia y el otro un cocodrilo embalsamado. Y entonces los hicieron luchar, aunque la momia y el cocodrilo no querían luchar entre sí.
P-Pero no tenían más remedio.
H-Es cierto. No tenían remedio.
P-Y lucharon…
H-…por toda la eternidad.
P-Imaginate: ninguno podía morir.

Los Laiseca se ríen, se quieren en la risa y en el eco de esos cuentos, que ahora vivirán entre los ladrillos que encierran con su abrazo viejo al cementerio de Recoleta. Inmortales.
Esa noche, feliz, Dante se pasará a la cama de sus padres.


Entrevista publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

CINE - El predio, de Jonathan Perel: Mirar la muerte y la resurrección

Cuando se cumplen 35 años del golpe de Estado más aterrador del que se tenga memoria en la Argentina, memoria es justamente la palabra clave. El estreno de la película El predio, de Jonathan Perel, es sin dudas uno de los puntos más altos en la lista de los actos con los que se conmemora hoy aquella fecha. Prescindiendo de todo relato que no sea el que narran directamente las imágenes que la componen, El predio intenta ser un recorrido por lo que hoy es el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, pero que hasta hace pocos años fue la Escuela de Mecánica de la Armada, la ESMA. Pero un recorrido sin juicio, sin subrayados que fuercen las emociones del público, donde una sucesión de planos fijos asépticos, pero no inocentes, obligan al espectador a rellenar con su propia historia los agujeros de la memoria.
Un travelling largo y fraccionado, desanda los caminos interiores de ese predio amplio y manso, generoso en árboles añosos, donde el canto de los pájaros y el sonido del viento colándose entre las ramas es lo único que se escucha. Ni siquiera el ruido de algunos motores lejanos parece suficiente evidencia de vida: al fin y al cabo son sólo eso, máquinas. Perel –que nació en 1976– elige escapar de la figura humana y así el lugar aparece como lo que es: un muerto, el cadáver de una barraca militar. ¿Qué hay en esas paredes psoriásicas en primer plano, a las que ni el revoque les queda? ¿Qué pasó en esas habitaciones hoy vacías y entre sombras? ¿Qué sonidos recorrieron esos pasillos abandonados, donde ahora sí resuena algún eco de un silencio gordo? ¿Hubo risas, hubo sueños, hubo dolor? La cámara de Perel no da respuestas. La cámara de Perel induce a pensar que tal vez no las haya. La cámara de Perel sugiere que cada uno deberá encontrar las suyas.
Como en un relato místico (o mítico), El predio también es la historia de una resurrección. En esas mismas salas donde alguna vez se planificó la muerte, hoy se reúnen muchos a vivir la música, el cine, la palabra; la experiencia comunitaria de dar y recibir solamente por el gusto de compartir una película, una pared ilustrada a mano, una huerta de papas. La duplicidad, los viejos Ying y Yang volviendo a cobrar sentido en un edificio que, siendo el más gráfico de los símbolos de un horror pasado, renace en espacio de no olvido, en un presente siempre continuo. El predio se proyecta todos los jueves, viernes y domingos a las 22 y los sábados a las 20, en la sala Cosmos del C. C. Rojas, Av. Corrientes 2046, hasta el 6 de abril, retomando a partir del 21 de abril y hasta el 1 de mayo, de jueves a domingos a las 22.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

sábado, 19 de marzo de 2011

Foto Contada - Parábola del hombre avestruz

Me encantan los avestruces: una vez alguien empezó una página con estas palabras, pero no recuerdo quién y no tengo por qué saberlo ni confesarlo. Yo, como Sócrates, sólo sé una cosa: que me gustan los avestruces. Me gustan por ese cuello largo con el que juegan a asomarse por encima de todo para ver sin ser vistas y sorprender sin ser descubiertas. Casi no hay secretos para los avestruces. Nada más estiran el cuello y ya está: cualquier susurro furtivo que pretenda evadirlas, ahí, servido en bandeja y al alcance de su oído. Como fantasmas, escuchan sin ser escuchadas. Y si el itsmo de su cuello en algún momento es puesto en riesgo, nadie más rápido que un avestruz para poner pies en polvorosa, como decía mi abuela: a correr y listo el pollo (porque así se llaman también los hijos de los avestruces, que ellas no se privan de hacer al trote). Por todo eso me gustan los avestruces, y además porque son “los” aunque son “las” y porque siendo pájaros, corren. A eso le llamo yo andar encubierto.
A pesar de tantas virtudes acumuladas en su haber, los avestruces tienen muy mala prensa y usualmente se las acusa de cobardes, de no ser muy afectas a la franqueza o a dar la cara, de esconderse ante el primer obstáculo y de esquivar el bulto. Yo digo: ¡nada que ver! No se esconden de nadie, más bien eligen a quién y a qué atender. Qué ver y qué no ver; qué escuchar y qué no; qué sentir y qué disentir. Y así está bien, porque lo que no se ve, no se oye y no se siente, no está ni vivo ni muerto: simplemente no está y uno puede vivir libre de todo ese ripio, de la carga de lo innecesario. Y como lo que no existe no puede asustarte, mienten los que nos llaman cobardes.
Los avestruces sacamos la cabeza de la segura reclusión de nuestro hueco cuando tenemos ganas y nos asomamos a espiar. Entonces vemos lo que necesitamos ver, oímos lo que queremos escuchar y nada se nos escapa. Es más: justo ahora, en este mismo momento, desde acá atrás, te estoy viendo. Te estoy viendo y sé lo que hacés y, sobre todo, somos muchos y sabemos dónde encontrarte.
Cobardes… ¡Pfff!


Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

viernes, 18 de marzo de 2011

MUSICA - Master of puppets (Metallica, 1986): No es ruido, infeliz. Es música.

Hoy cualquiera habla de Metallica. Dicen: “¡Yeah, Metallica!”, hacen los cuernitos y ponen caras como de estar aguantando las ganas de ir al baño. Los que crecimos escuchando la banda (y otras igual o más tremendas) no podemos sino mirar todo eso con un poco de desdén, con la displicencia de quién ni siquiera se ha dignado a escuchar lo que llevan haciendo desde los ’90, apenas rock para pequeño burgueses. Y no lo hacemos porque sí: sabemos que antes de reencarnar en enemigos de Napster (¡qué amarga es la traición!), los Metallica eran Dios hecho distorsión. Ahí está Master of puppets, el mejor disco de Metal de todos los tiempos, una sinfonía para batería, bajo, dos guitarras y voz, en los que cada tema es el movimiento preciso de una obra mayor. No es ruido, infeliz: es música, y nadie llegó más lejos en la música haciendo tanto ruido. Pero no se trata de ver quién espanta más viejas, sino de todo lo contrario. Se trata de decirle a quien quiera oír: “¡Ea! Acá hay cuatro compositores notables haciendo buena música.” En cuanto a los fanáticos de Slayer, que seguro van a saltar a hablar pavadas: los espero a todos en la puerta. Ustedes pagan la primera vuelta de lo que sea. Y a ver si alguno me regala Reign in blood, que no lo tengo (y me hace falta).

Artículo publicado en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

CINE - Invernadero, de Gonzalo Castro: La belleza de lo ausente

Si alguien ha experimentado, en más de un sentido, los efectos del siempre atractivo cruce entre cine y literatura, esa persona es Gonzalo Castro. Reconocido casi al mismo tiempo como director y escritor, él conduce con notable buena mano los caminos paralelos de sus dos carreras. En ambas es hombre orquesta: además de dirigirlas, él se encarga del guión, la fotografía y el montaje de casi todas sus películas; y no solo escribe (ha publicado las novelas Hidrografía doméstica y Hélice), también es el responsable de la prestigiosa editorial Entropía, de la cual es fundador. Luego de dos películas, no es extraño que Castro se haya deslumbrado con la figura del escritor mexicano Mario Bellatin, al punto de hacerlo protagonista casi omnipresente de su tercer largometraje, Invernadero.
Histriónico casi hasta la histeria (o el narcisismo, como le dice en la cara su amiga Margo Glantz), Bellatin utiliza todo para hablar siempre de él. Sus libros; el discurso que deberá dar en un congreso; un rosario musulmán que su hija le compró, pero que aun no se decide a regalarle. El gancho que ocupa el lugar de su brazo derecho al cual, lejos de ocultarlo, le crea una mitología propia. La cámara no sigue a Bellatin: simplemente se queda allí como sin estar, en el lugar preciso donde las cosas ocurren. De vocación casi pictórica, Invernadero está compuesta de cuadros fijos en donde la acción parece predeterminada por los espacios retratados. Fantasmas entre los espacios abiertos a través de las tupidas plantas de un jardín; la luz colándose por debajo de una persiana que se va alzando de a poco hasta penetrarlo todo, sensualmente, en una habitación despojada; tres perros echados junto a una curiosa fuente vacía al ras del suelo; o tres mujeres que se vuelven de mármol en el claroscuro de un atardecer sobre el río. Solo ejemplos de una galería de cuadros vivos que amalgaman a personajes y escenarios, hasta volverlos parte de un paisaje literario. Paisaje a la vez ominoso y plácido, tales extremos es capaz de encontrar Castro en Bellatin.
La imagen final de su mano izquierda escribiendo sonoramente sobre un papel áspero que sujeta con su brazo metálico, mientras recibe un cálido abrazo de su hija, es una convincente carta de intención entregada a contratiempo. Invernadero habla de ausencias, de fatalidad; de la belleza que crece potente y forzada, como plantas de invernadero, para esconder el dolor.
Invernadero se proyecta todos los sábados y domingos a las 18:30 en el espacio Cine.Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415. Tras la función de mañana, el propio Mario Bellatin dialogará con el público.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

jueves, 17 de marzo de 2011

CINE - Sanctum 3D, de Alister Grierson: El 3D es un camino sin salida

Hay una pregunta que, sin existir un relevamiento formal, se repite a la hora de considerar algunas películas. Qué pasa cuando una idea con potencial cinematográfico cuenta con el apoyo de un productor cuyo nombre es garantía de negocio, que consigue un gran presupuesto para poner a disposición del proyecto y así asegurar un rodaje en escenarios majestuosos (naturales o digitales), un arsenal técnico irreprochable y algunos actores eficientes, y a pesar de todo, eso no alcanza. ¿Eh, qué pasa? La respuesta es una sola y sencilla: cuando no alcanza, no alcanza. Eso resume el problema de Sanctum 3D, segunda película del australiano Alister Grierson, producida (auspiciada) por el moderno Midas, James Cameron. No alcanza la historia, no alcanzan ni la notable fotografía ni los asombrosos escenarios, no alcanza el 3D y no hay Cameron que valga cuando lo que se cuenta nunca consigue generar ni empatía ni simpatía, sino apenas un deslumbramiento sin disfrute sensual ni emoción física. Exactamente la misma diferencia que media entre una mujer hermosa y un maniquí perfecto: Sanctum luce bien, pero no respira.
Porque es cierto que a priori la historia podría ser interesante, pues reúne a una cantidad de personajes de calaña moral diversa, en una situación extrema que requiere de la capacidad y buena voluntad de todos para ser resuelta favorablemente. Está la ambición, representada por Carl, un millonario norteamericano que invierte su fortuna en financiar la investigación de una cueva tamaño XXXL en Nueva Guinea, por la que corre un río subterráneo, sólo para llegar donde ningún hombre ha llegado. Está la pasión, encarnada en Frank, un reputado espeleólogo para quien esas aventuras en pos del conocimiento son la razón de su vida. Está el conflicto shakespeareano en la figura de Josh, el hijo de Frank, que constantemente desafía y pone en duda los valores y decisiones de su padre. Y está el factor femenino en la piel de Victoria, la nueva novia del millonario, montañista para más datos, que está allí porque Carl intenta deslumbrarla con sus caprichos de ricachón. El problema es que ese grupo -más algunos secundarios, de quienes es imposible ocultar su destino fatal- se encuentra a kilómetros de túneles de distancia de la superficie, cuando arriba se desata una tempestad que comienza a inundar la gran cueva. Impedidos de volver por donde llegaron, deberán encontrar en un par de horas una salida alternativa, objetivo por el que llevan millones de dólares y meses invertidos sin resultados favorables. A las dificultades naturales se sumarán las de la lucha por el poder y para saber más alcanza con chequear La aventura del Poseidón, en cualquiera de sus dos versiones. Como se ve, nada nuevo.
Sanctum 3D es un producto típico de los tiempos modernos, convencido de que la próxima guerra del cine se ganará con anteojitos tornasolados y 3D. En el camino olvida que el objetivo del cine (del arte) siempre fue sorprender, atraer la atención del público. La luz proyectada es apenas una herramienta, otro truco de magia para hacer lo que el hombre viene haciendo desde que tiene uso de conciencia: contar historias que le hablen al oído del alma. Con menos nunca alcanza, aunque parezca más.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.

lunes, 14 de marzo de 2011

LA COLUMNA TORCIDA: Cómo ser bueno en pocas lecciones

Antes, si me preguntaban les decía que “los buenos cristianos, los buenos judíos y los buenos musulmanes no existen”; que detrás de esas fórmulas lo único que hay es la falsa idea de que el mundo se termina en el cerquito que separa lo tuyo de lo mío. Puro narcisismo de grupo, todas mentiras. Lo que existen son las buenas y las malas personas, esa es la ley primera. Y en tanto no cumplas la regla mayor, mal podés ufanarte de ser el campeón de las siguientes. Un día yo decidí que quería ser buena persona. Por entonces todavía era chico y creía que eso se conseguía por la sumatoria de buenas acciones, reduciendo esto último a simples destrezas de boy scout: cruzar viejas en las esquinas, conseguir un taxi para un tipo en silla de ruedas, juntar polenta para los pobres, llevar a un chico de la calle a comer a McDonald’s, cosas por el estilo. Pero la cosa se me complicó.
No sé qué le pasó al mundo, pero de un tiempo a esta parte es imposible cruzar viejas en las esquinas. Para empezar, las viejas vienen cada vez más jóvenes y cualquier sonrisa o inicio de conversación es tomado por galantería y enseguida te quieren llevar a tomar algo. Y cuando se enteran de las intenciones samaritanas, no ahorran en insultos. Además, desde que la mujer es igual al hombre, cualquier gesto de caballerosidad es tomado por el más ramplón de los chauvinismos y el abnegado caballero acaba tachado de machista.
Con lo demás no me fue mejor: si quería ayudar con el taxi a los señores con sillas de ruedas, los taxistas me tomaban por chorro y los inválidos por comedido. Y de alguno de los dos me ligaba una patada (¿adivinen de cuál?). Por otra parte, hace rato que la polenta se sirve en bolichitos de Palermo en porciones cuyo valor es inversamente proporcional a su mínimo volumen. Y el propio Ronald en persona me pidió amablemente que me retire de su casita, no bien me senté con mi amiguito callejero y todas las mamis a nuestro alrededor se abrazaron a sus carteras o directamente se fueron, tapándose la nariz y llevando sus mocosos a la rastra.
Ahora pienso que no hay caso, que la bondad no es para mí. Que se la sigan repartiendo los demás.

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Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

viernes, 11 de marzo de 2011

BAFICI - Miembro del Jurado FIPRESCI de la 13º edición del BA Festival Internacional de Cine Independiente

Juan Pablo Cinelli es periodista, crítico cinematográfico y guionista. Ha escrito de cine y literatura en las revistas culturales Ñ y ADN, de los diarios Clarín y La Nación, y en los suplementos culturales del diario Perfil y El País de Montevideo. Como escritor recibió el Primer Premio en el Certamen de Poesía Joven “Guillermo Alejandro Roemmers”, organizado por el Centro Cultural Borges en el año 2003. Actualmente integra el equipo del suplemento Cultura de Tiempo Argentino y forma parte del plantel de críticos de Página/12.

Programación del Festival

Las mil y una de Vargas Llosa: Recibió el permio Alfonso Reyes y fue actor de teatro

En septiembre de 2010 el Instituto Nacional de Bellas Artes de México informaba que el ganador del prestigioso premio Alfonso Reyes, con el que desde 1973 se reconoce la trayectoria y obra de escritores y humanistas de vocación universal, era nada menos que el peruano Mario Vargas Llosa. Las repercusiones fueron tremendas: se trata de uno de los galardones más importantes otorgados a escritores en Latinoamérica. Borges fue el primero en recibirlo, pero también integran la lista Octavio Paz, Carlos Fuentes, Bioy Casares, el estadounidense Harold Bloom y el francés George Steiner. El revuelo no duró mucho: pocas semanas después, la más famosa de las academias suecas anunciaba que el premio Nobel de Literatura 2010 era para (redobles): Mario Vargas Llosa. Y ya nada fue igual. Todos los micrófonos del mundo amplificaron a Vargas Llosa, todos los diarios repitieron cada palabra que dijo desde entonces y cada gobierno populista de Latinoamérica recibió el desinteresado tirón de orejas del nuevo héroe de las letras globales y del viejo mundo libre.
En México creció el orgullo por haberse adelantado a los iluminados nórdicos y la figura de Vargas Llosa se agigantó casi hasta convertirse en la nueva encarnación de Quetzalcoatl, la Serpiente Emplumada, también llamada Kukulcán. Vargas Llosa devino deidad. Mientras tanto, el premio Alfonso Reyes quedó esperando. Hasta ayer: el escritor peruano recibió finalmente los 50 mil dólares y el diploma que lo acredita como integrante de la selecta logia de los Alfonsinos. Pero la fiebre empezó algunos días antes: como los Idus, Vargas Llosa llegó a México con el comienzo de marzo y una agenda cargada de actividades. El miércoles 2, tras su arribo, el escritor participó de un encuentro a puertas cerradas, con representantes del sector educativo de nivel superior de todo el país, en el marco del 4º Congreso Internacional de Innovación Educativa, que tiene como propósito ampliar el espacio del conocimiento. “Lo llamamos para que hablara del placer, el privilegio y la importancia de la lectura y la ficción”, declaró Justo Isaac Moscatel, director de la asociación sin fines de lucro encargada de organizar el congreso. Sin embargo, resultó llamativo que para hablar de ello lo hiciera a puertas cerradas: escucharlo hubiera sido importante, un placer y un privilegio.
El viernes fue condecorado con la Orden Mexicana del Águila Azteca, el mayor reconocimiento que el gobierno entrega a un extranjero, de manos del propio presidente Felipe Calderón, y agradeció que México lo haya premiado y no vetado, a pesar de haberlo criticado con dureza en el pasado. “Qué bien habla de la cultura, de la civilización y también del espíritu democrático de México, el que pese a esas severas críticas, en lugar de vetarme y censurarme, me abran los brazos y me premien”, añadió Vargas Llosa en México, pero mirando a Buenos Aires, en una de sus habituales puestas en escena que preanuncian lo que vendría.
Es que el sábado y domingo, el ahora Nobel subió a las tablas de un abarrotado Palacio de Bellas Artes, el teatro y museo más importante de México, para representar el papel de Sahrigar en su propia versión de la tradicional Las mil y una noches, rebautizada por él mismo como Las mil noches y una noche, junto a Vanessa Saba en el papel de Sherezade. Ambos animaron durante dos horas y media a todos los personajes de los 13 cuentos que el autor adaptó, acompañados por bailarinas y música en vivo. Es difícil hablar de lo que no se ha visto, pero las fotos muestran una puesta lujosa y atractiva. Sólo se realizaron dos presentaciones y su personaje en ningún momento de la obra pronunció con asco la palabra “populismo”, ni mencionó a Cuba, ni a Chávez ni a Evo. Aun así el público lo ovacionó de pie.
Ayer Vargas Llosa destacó la hospitalidad que ha caracterizado a México al recibir a personas que han tenido diferencias en sus países de origen e iluminó la figura del gran Alfonso Reyes, el escritor que da nombre al premio que acababan de entregarle. Así cerró Vargas Llosa una semana intensa y carnal en tierra mexicana. No es curioso que en todo ese tiempo, como en el cuento de Andersen, nadie se animara a decirle al Emperador (la Serpiente Emplumada) que hace rato anda desnudo.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

miércoles, 9 de marzo de 2011

CINE - Invasión del mundo: Batalla Los Angeles, de Jonathan Liebesman (Battle Los Angeles)

De un tiempo a esta parte se ha perdido un poco la mirada ingenua que el cine norteamericano empezó a tener del arquetipo del extraterrestre como entidad amigable, para retomarlo como alegoría de distintos procesos políticos y militares. Si a partir de sus alienígenas maltratados, la sudafricana Sector 9 sorprendía con una metáfora simple y contundente del Apartheid, Invasión del mundo: Batalla Los Angeles retrocede casi 60 años, cuando en medio de los horrores velados de la guerra fría, las civilizaciones del exterior sólo podían ser monstruosas, dañinas e invasoras. Pero como Batalla Los Angeles es también una película de guerra, le toca también heredar el tono panfletario de las películas bélicas de la helada posguerra.
Con algo de la estética de la mencionada Sector 9 y mucho de la taquillera Día de la independencia (pero sin el tono a veces paródico que se podía encontrar, con buena voluntad, en el film de Roland Emmerich), Batalla Los Angeles es la historia del sargento Nantz, un atribulado héroe de Irak sobre quien pesa la sospecha de haber dejado morir inútilmente a varios hombres de su batallón, quien está a punto de concretar su retiro del cuerpo de Marines. Pero justo algunos días antes de que la baja se concrete, a los extraterrestres se les ocurre asaltar el mundo otra vez. Si a los invasores les toca repetir un viejo cliché, no son menos repetidos los que se acumulan en el nuevo batallón del sargento Nantz: no faltan el que está a punto de casarse; el que deja en el hogar a su mujer embarazada; el novato sin experiencia; el que arrastra problemas psicológicos; el que perdió un hermano en combate o el inmigrante que con la ilusión de ganarse la limosna del imperio -la carta de ciudadanía- se une al ejército (frase clave para entender el trasfondo de la película). La misión del escuadrón de Nantz consiste en rescatar algunos civiles ocultos en la comisaría de un suburbio costero de Los Angeles, antes de que la fuerza aérea arrase la zona con bombas de alto poder, tratando de diezmar a las incontenibles fuerzas del espacio. Pero acá la anécdota es lo de menos: lo fundamental es el componente propagandístico.
Porque si Batalla Los Angeles es una entretenida película de guerra (y lo es), antes pero menos evidente es su rol de lamentable panfleto. Se ha dicho que la referencia a unirse al ejército es clave en la estructura del film: el famoso slogan “Join The Army” es uno de los elementos de la cultura popular yanqui, asociado históricamente a las campañas de reclutamiento en tiempos de guerra. Y eso es todo lo que parece haber detrás de Batalla Los Angeles. Pero el objetivo de esta campaña no es el público ABC1 WASP, claro, sino los inmigrantes latinos. El gran héroe de la película es el teniente Martínez (el que dejó en casa a su mujer embarazada), quien no duda en inmolarse al modo talibán para salvar a los hombres a su cargo. Igual de sugestiva (y casi bochornosa) es la escena en que Nantz consuela al pequeño Héctor Rincón, cuando debe enfrentar la también heroica muerte de su padre Joe Rincón, uno de los civiles a los que los marines debían rescatar. Nantz dice cosas como “necesito que seas mi pequeño Marine” o “los marines no nos damos por vencidos”. Hace cosa de un mes se dio a conocer una noticia tan interesante como oportuna en este caso: según la tendencia actual, para el año 2050 los Estados Unidos se convertirían en el país con mayor cantidad de población hispanoparlante del mundo. Y si 1+1 siempre arroja el mismo resultado, tal vez así se entienda mejor a quién y por qué se le está diciendo una vez más: ¡Join The Army, güey!


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.

viernes, 4 de marzo de 2011

ENTREVISTA - Daniel Santoro y Juan Sasturain: Viaje al interior de la cultura

Foto: gentileza Mariana Russo

Hay preguntas que nunca dejan de tener respuestas numerosas, por ejemplo: ¿Qué es cultura (además de la palabra que da título a este y a otros suplementos que son parientes de este)? Como toda buena pregunta, no sólo no hay respuesta que alcance, sino que lleva siempre a nuevas cuestiones. ¿Qué es el arte? ¿Cuál es la línea sutil que separa lo que queda de un lado y del otro? ¿Qué papel cumple la ideología en el intento de una definición cabal? ¿El artista nace o se hace? Todos interrogantes válidos que tal vez nunca alcancen a ser resueltos. Sin embargo, en busca de desafíos imposibles que sumen más frustración que satisfacciones, el equipo de Cultura de Tiempo Argentino convocó a dos figuras notorias del ámbito cultural en un mismo espacio-tiempo para intentar otra quijotada en busca de la definición inalcanzable. El artista plástico Daniel Santoro y el escritor y periodista Juan Sasturain, aceptaron la invitación a responder sobre estos y otros asuntos, cuya irresolución mantiene en vilo a gran parte de la humanidad. O casi. 

Claro que como somos periodistas de cultura y no podemos con nuestras pretensiones (escribimos por la gloria, por el prestigio que nos da firmar nuestras notas y nunca nos importó el dinero), disfrazamos la simpleza de todas estas cuestiones con preguntas retorcidas que en realidad parecen preguntar otra cosa pero, quédense tranquilos, son las mismas de siempre. En el fondo lo único que queríamos (lo que queremos en cada nota que firmamos) era impresionar a los entrevistados. Pero vayamos a la entrevista. Le preguntamos al escritor, a Sasturain, siendo un hombre que ha pasado con éxito por la televisión (ver recuadros), en qué ha influido eso en su trabajo como artista. “Justamente me preguntaba: ¿Qué hago yo cuando me invitan a congresos de cultura? ¿A partir de qué prácticas o de qué imágenes me sientan allí? Yo no me siento demasiado habilitado, pero alguien consideró que sí. Yo no voy a esos lugares como escritor. ¿Sabés por qué me invitan a mí? Porque alguien dijo “este hombre está en la tele y habla de los libros en la tele”  

–Desde ahí, ¿cuál es la diferencia entre lo realmente popular y lo que la televisión significa como órgano de difusión masivo, pero no necesariamente popular?  

Sasturain: –En los debates de los ‘70 había dos líneas de crítica. Si el eje era la dependencia, hablando de la cultura de liberación y de la cultura dependiente, los modos de entender la cultura dependiente tomaban dos formas de análisis en aquellos tiempos apocalípticos: la cultura elitista o la cultura de masas, que era la nueva forma de opresión. Por un lado, la elitista, una manera de expresión institucional imperialista, y la nueva forma –cultura de masas– con un centro de irradiación muy importante en el imperio. En ese momento, convivían. Y cuando en algunos análisis se reivindicaba cuál era la cultura popular, como la cultura de masas, aparecía como sospechosa, como elemento puro de alienación del capitalismo, había un gesto que muchos no compartíamos. Y terminaban buscando raíces: la latinoamericana, la de los indios, y todo lo demás, no servía. Todo lo demás era alienación 

–Para leer al Pato Donald, de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, representa uno de esos puntos de vista culturales. 

Sasturain: –Sí, una mirada ya perimida… Pero pará, porque sino parece que uno negase la presencia de la ideología del capitalismo más agresivo en las obras de masas. ¿Pero qué otra cosa esperás que haya? Debés encontrar otra cosa en el Pato Donald, por ejemplo a Carl Barks, que es el autor de las mejores historias del Pato Donald. Claro, para Carl Barks la mejor motivación para sus personajes era el dinero, ¡mas vale! Porque es la ideología de la sociedad en la cual la obra fue producida. Pero lo que hace notable y extraordinario al Pato Donald, es la creatividad de Carl Barks, que era un artista, no por su ideología interna social, sino por todo lo demás.  

–Tomar la idea de la cultura como herramienta de penetración no es entonces la mejor forma de pensar el asunto.  

Santoro: –Creo que es una manera parcial, y en cierta medida, desactualizada. El otro día hojeaba ese libro precisamente y me parece que es de una lectura casi imposible, demasiado anclada en aquel contexto histórico, con un montón de cosas que lo han sumergido en una marea que lo sobrepasa, que un montón de cosas necesitan de otras explicaciones. Me parece deficitario, insuficiente para dar parte de cuál es la situación actual. Todo lo que ahí se plantea ya sucedió, hubo un reflujo y hay toda una corriente que piensa en cuáles son las consecuencias de esto que ya pasó. Ahí se está propugnando un hecho que, la verdad, en la manera en que se dio, ninguna de estas prevenciones que plantea el libro, son realmente pertinentes.  

Sasturain: –Es que propone una mirada puramente instrumental ideologizada de todo mensaje, agotando su sentido ideológico en la pretensión de manipulación. Pero, ¿qué pasa cuando tenés que generar historietas y obras con la ideología inversa? Es una basura. Porque es una mirada reduccionista a la que se le escapa lo fundamental: que en algunos casos esos objetos son obras de arte. Imaginate reducir a Miguel Ángel a la ideología. Decir “nooo…¿Miguel Ángel? Laburaba por encargo de la Iglesia ¿Qué puede salir de ahí?” ¡No seas pelotudo! Estamos hablando de arte.  

Santoro: –Lo que decís es oportuno, porque es el tema del realismo socialista. Esa visión puramente instrumental del arte, ahuyenta a los artistas. Los grandes artistas no pudieron convivir con el realismo socialista. No pudieron hacerlo porque no había parámetros. La única historieta, por ejemplo, que puede tener hasta cierto punto, un marco muy ampliado, sería El Eternauta.  

Sasturain: –Totalmente. Compará El Eternauta I y El Eternauta II. El Oesterheld no militante y el Oesterheld militante. Y después conversemos. No digo que una obra militante, por ser militante, sea limitada. Hay obras que son verdaderos panfletos y son obras de arte. Mayakovski, Eisenstein han hecho obras de arte con un mensaje absolutamente panfletario.  

Santoro: –El mejor ejemplo es el Guernica, de Picasso: se pone al servicio de la militancia pero es Picasso, ¿viste?  

–También está la mirada mercantilista, la cuestión de la cultura y el arte como medios de vida o formas de producción.  

Sasturain: Yo la contradicción entre lo comercial y lo artístico no la acepto. Son boludeces. Pero hay un concepto superador de lo comercial como lo opuesto a lo artístico, y es el concepto de trabajo. El escritor, el pintor, el que trabaja con las palabras, con la imagen: trabaja. Y el trabajo es la manera más auténtica de vincularse con la materia y con la gente. Es el vínculo real. Uno es lo que hace: ni lo que opina ni lo que piensa. Los que nos ganamos la vida con las letras o con la pintura, no dejamos de trabajar, no tenemos que perder de vista eso. Y eso tiene que ver con el intercambio de dinero, de bienes, y no me parece mal, al contrario, es muy saludable que alguien haya concebido que no eran operaciones diferentes su actividad artística y la necesidad de ganarse la vida. Entre las dos hay una tensión natural, que cada uno lo resuelve como puede. Hay poetas por ejemplo que en su reputísima vida pudieron vivir de la poesía, y trabajaron de empleados municipales durante 30 o 40 años. Martínez Estrada hizo una vida de burócrata en el Correo durante 40 años, mientras escribía sus libros. Y los medios, los soportes, no determinan jamás la naturaleza artística o no artística de las obras, porque la obra de arte se construye desde la intención del que la hace, más la intención del que la lee. La literatura es una manera de leer, no sólo de escribir.  

Santoro: –Antes, hace 20 o 30 años parecía clara la diferencia entre un ilustrador y un gran artista: estaba el gran dibujante, el pintor, y un ilustrador era un grado menor, una clase B de los artistas plásticos. Hoy en día eso no es fácil de predeterminar. Ha habido una preeminencia de la idea. Había quien tenía una gran idea y podía formularla plásticamente: ese es un gran artista. Los ilustradores tenían pequeñas ideas, elaboradas laboriosamente y llevadas adelante con cierta destreza. Ahora todo eso se ha confundido, se llegó a una confluencia.  

–Hay otro concepto clásico dentro del arte: la idea del artista ligada a la locura, el arte como perdición o insania.  

Santoro: –Creo que el paradigma del artista romántico, que se inmola, tipo Rimbaud, es un concepto que está fuera de foco, incluso, hasta anacrónico. Sería lindo que pudiera existir eso, aun como paradigma, pero hoy todo se ha refugiado en una realidad más módica. Hay un mercado que te sirve de colchón, que te contiene. Ya no hay que cortarse tantas orejas. Quien más quien menos, todo artista vende su obra alguna vez, tiene una vida más o menos burguesa. El mundo del arte ha creado su propio epifenómeno, una especie de air-bag que impide que se hagan daño los muchachos atolondrados que hacen arte.  

El peso de la herencia simbólica  

–¿Es incompatible el intento de recuperación de las culturas propias,con las culturas que hemos recibido por herencia? ¿Es Bradem o Perón? ¿No puede ser un entramado? ¿O es necesario quitar lo que hay para recuperar lo que se perdió? 

Santoro: –Yo no comparto mucho la idea de olvidar una herencia simbólica, como lo es toda herencia cultural. Hay una tendencia siempre a ignorarla en pos de la contemporaneidad. Como ese personaje de Los Simpson, que cuando están en la taberna de Moe renovada, mira el reloj y dice: “Me voy porque estoy pasando de moda.” Acá hay personajes por el estilo: uno de los que organizan ARTEBA suele decir que nunca se es suficientemente contemporáneo, tipos que de manera permanente están olvidando su herencia simbólica, negando su pertenencia a algo. El exceso de contemporaneidad en el mundo del arte, es visto como una virtud. Y no creo que eso sea virtuoso. Creo que siempre hay que estar sujeto a esas herencias simbólicas, que son múltiples.  

Sasturain: –Respecto a las influencias externas, las contradicciones, el inventario que se hace de todo lo que recibimos de la influencia externa, lo que se debería rescatarse de lo propio, de lo regional, esa es una vieja contradicción que contrapone polos cambiantes, siempre en movimiento. En distintos momentos de nuestra cultura, la formulación de lo propio y de lo ajeno, lo diferente, lo extraño, lo que lo contaminaba, ha tenido distintos discursos. En general, podemos pensar que una sociedad como la nuestra del siglo XX, una sociedad en constitución, una sociedad absolutamente aluvional que hace 100 años tenía tanta población extranjera como argentina, con una cantidad de gente iletrada, tiene la necesidad de formular continuamente un país y una identidad. A partir de ahí, la división del núcleo nacional entra en contradicción por un montón de fenómenos periféricos, marginales, que son mucho más ricos y provienen de una absoluta hibridez. Seguramente no tenemos ninguna construcción más importante, representativa, original, que el tango. Y el tango es una cosa totalmente híbrida, generada en los márgenes totales de lo reconocido como cultura, con intérpretes y personajes inmigrantes, instrumentos absolutamente importados que se resemantizan en un uso nuevo. En el campo de lo literario, también hemos recibido continuamente todo. Nuestras generaciones han estado mucho más cerca de la literatura contemporánea del siglo XX norteamericana y latinoamericana, que de la europea. Estamos más cerca de los grandes narradores y poetas yanquis, que tienen un territorio, una visión del espacio americano,  

Santoro: –La tierra baldía, de Eliot, es eso. ¿No? Lo que Borges decía de la “memoria ancestral”.  

Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

jueves, 3 de marzo de 2011

CINE - Fase 7, de Nicolás Goldbart: El regreso del cine de género

Que una película argentina como Fase 7 llegue a los cines con el apoyo con el que lo hace, es un hecho extraño. Extraño y bienvenido. Porque la película de Nicolás Goldbart es un eficiente juego cinematográfico. La sorpresa es mayor cuando se cae en la cuenta de que se trata de una ópera prima: Fase 7 es la primera película de Goldbart como director y la supuesta inexperiencia no se nota para nada. Resulta que Goldbart antes que director es montajista y como tal ha sido responsable de la edición de varias de las más destacadas películas de los últimos diez años de cine argentino. La lista incluye los primeros trabajos de Pablo Trapero; El custodio, de Rodrigo Moreno y los exitosos bautismos cinematográficos de Damián Szifrón (El fondo del mar, 2003) y Gabriel Medina (Los paranoicos, 2008). En el camino, Goldbart parece haber encontrado la entrada secreta para pasar con éxito de la soledad en la isla al transitado set y su logro es una buena noticia para el cine argentino. Sin ser ni el primero ni el único, el director aparece como emergente de una camada de cineastas interesados en explorar los géneros como herramienta narrativa y no caben dudas de que Fase 7 es un paso muy firme.
Tanto, que si hasta hace dos semanas era difícil imaginar un film nacional que se atreviera a presentar una paranoica historia de fin del mundo, con suspenso, acción, buenas dosis de violencia y que apelara al gore como recurso válido, para narrar todo con un humor de reconocible raíz argentina, con el estreno de Fase 7 habrá que revisar la lista de prejuicios. Es posible que frente a una sinopsis del film se caiga en la cuenta de que lo que se verá ya se ha contado antes (y varias veces. Quizá ese sea su mayor déficit), aunque Goldbart se las ha ingeniado para imprimirle a la historia sus propios giros. Pero es cierto: la historia de la parejita joven encerrada en un edificio en cuarentena a causa de una pandemia global, junto a un grupo de vecinos que comienza a ponerse cada vez más agresivos y sicóticos, puede exhumar de la memoria una larga lista de antecedentes. Desde títulos recientes que cuentan con algunos de esos elementos, como las españolas Rec y La comunidad, las clásicas películas de zombies (incluyendo La noche de los muertos vivos, de George Romero, piedra fundamental del género) y, más tangencialmente, hasta filmes de culto como ¿Quién puede matar a un niño?, de Narciso Ibáñez Serrador, El enigma de otro mundo, de John Carpenter, o La amenaza de Andrómeda, de Robert Wise. Pero el éxito de Fase 7 consiste en contar la historia otra vez con convincente color local.
En ese sentido el gran acierto es el elenco. No hay mucho que decir de Daniel Hendler, ese actor uruguayo que se ha convertido en uno de los más importantes del cine argentino. El papel de Coco, el desganado joven de clase media que se ve envuelto sin aviso en una aventura llena de peligros reales, que inconscientemente parece haber estado esperando para eludir la apatía de su vida cotidiana (la escena de la afeitada frente al espejo es una clara manifestación de ese deseo), sin dudas ha sido escrito para él. Pero no sólo por eso es bueno su trabajo: Hendler consigue que el resto de los personajes gire en torno a él, permitiendo que sus compañeros de reparto también se luzcan. Jazmín Stuart (con quien ya compartió cartel en la mencionada Los Paranóicos) interpreta a Pipi, la mujer de Coco, embarazada, cargosa y siempre al borde de un ataque de nervios. Abian Vainstein y Carlos Bermejo se destacan en sus roles secundarios de vecinos peligrosos. El eterno Federico Luppi pone una vez más a prueba su versatilidad, en la piel de Zanutto, un viejo que vive sólo con su perrito y en quien algunos creen reconocer algunos de los señas de la enfermedad. Pero la enorme sorpresa del reparto resulta Yayo, ex Tinelli boy, que un poco a la manera de Daniel Aráoz en la exitosa El hombre de al lado, consigue que su conspiranoico Horacio sea tan cómico como intimidante.
Todo suma en Fase 7: desde el chiste inspirado en una famosa placa roja de Crónica TV, el fabuloso timing para la puteada que tiene todo el elenco, los ambientes asfixiantes que imprimen a la vida de esa vecindad los síntomas de la sofocante enfermedad que da pie al relato, y hasta la música, que vuelve a remitir deliberadamente a Carpenter y Wise. Goldbart resuelve de manera satisfactoria su acercamiento a la dirección y a los géneros. Sería saludable que su experiencia deje huellas: tal vez en un tiempo se hable del Nuevo Cine Argentino de Género.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos e Página/12.