viernes, 27 de febrero de 2015

POESÍA - Ciclo Poesía en la terraza, en el Centro Cultural de la Memoria: Sostener las voces poéticas

El Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti será escenario del ciclo de lectura Poesía en la terraza, del que participarán integrantes de distintas generaciones de la poesía argentina. A partir de hoy y durante tres viernes consecutivos, diferentes poetas compartirán con el público la lectura de sus propios textos, tratando de aprovechar las últimas tardecitas de verano en la terraza del Conti.
Mariano Blatt, Natalia Romero, Osvaldo Bossi y Juan Diego Incardona serán los encargados de abrir el ciclo esta tarde. Las actividades continuarán el próximo 6 de marzo, con la participación de Vanina Colagiovanni, Jonás Gómez, Goyeneche y Mara Pedrazzoli, para concluir el viernes 13 cuando se presenten ante el público Jorge Boccanera, Rita González Hesaynes, Fernanda Laguna y Antolín. Para hablar acerca de la experiencia de leer poesía en público y de hacerlo nada menos que en un espacio con un enorme peso simbólico, como lo es el predio de la ex ESMA, Tiempo convocó a tres de las poetas que integran la nomina de lectores, una por cada uno de los viernes que durará esta nueva edición de Poesía en la Terraza.
"Los espacios siempre influyen", aclara Vanina Colagiovanni. "En este caso tiene que ver con llenar de vida un lugar tan vinculado a la violencia y a la muerte", agrega. Rita González Hesaynes coincide en que "el espacio es un factor importante", pero que no es el único que inside en el ánimo del poeta lector y menciona otros, como "el público que uno cree que puede llegar a asistir; el clima; el presente anímico; los pensamientos recientes". En oposición, Natalia Romero cree que los espacios no representan una influencia previa. "Suelo elegir los poemas a partir de lo que surge en el momento, la energía, mis ganas", agrega respecto del repertorio que leerá esta tarde. No es muy distinto lo que dice Hesaynes: "Elijo los textos lo más cerca posible de la lectura, porque busco algo que me haga vibrar en ese preciso instante." Colagiovanni en cambio tiene una idea más clara de lo que leerá cuando llegue su turno, el próximo viernes: "Son poemas que escribí en distintas etapas y que rodean una misma temática, las fiestas familiares: son mis poemas de navidad. Algunos están armados como si fueran cartas y uno de ellos transcurre en los años setenta."

–¿Qué papel juegan las lecturas públicas en un género tan poderoso pero marginado dentro de la industria editorial como la poesía?  
Rita González Hesaynes –Las lecturas públicas son el otro gran modo de transmisión de la poesía, además de la publicación. En un tiempo donde percibimos una marginación del género poético (aunque me atrevo a decir que esa marginación está en retroceso), las lecturas recuperan la dimensión oral que signó a la poesía desde su nacimiento y permite que cobren relevancia otros factores como la musicalidad y los juegos de sonido. 
Natalia Romero: –Justamente, la poesía sin sonido no es poesía, le falta una parte, que es la que recuperan las lecturas públicas. Conocí grandes poetas y me enamoré de ellos sin siquiera saber su nombre o sin haberlos leído, solo con la escucha. 
Vanina Colagiovanni –Es que la oralidad es fundamental para este género. Muchos poetas arrancamos leyendo en distintos espacios y a nivel personal muchos textos se testean, digamos, ahí. En mi caso, las lecturas han sido tan importantes y formativas como la lectura de un buen libro y, del mismo modo, me pasó de salir de una lectura fascinada por algo que escuché y ponerme a escribir al volver a casa.
–¿Qué les genera participar de una lectura dentro de ese espacio, teniendo en cuenta su historia?  
VC: –Fui por primera vez al Conti para un encuentro sobre Walter Benjamin y estaba atardeciendo. Entrar pensando en todo lo que había pasado en ese lugar fue muy fuerte y no hubo forma de despegarlo de todo lo que ví durante ese encuentro. Me parece que estas lecturas van a tener algo de este clima. 
 RGH: –A mí me genera sentimientos encontrados. Por un lado, la conmemoración de nuestra propia historia del horror y la solemnidad que el espacio refleja chocan un poco con la energía imaginativa que desatan muchas formas artísticas, entre ellas, buena parte de la poesía. 
NR: –Creo que es algo colectivo, una alegría conjunta, es sentir la transformación. En ese sentido habitar este espacio puede ser como un grito de libertad.  
–¿Es posible hacer dialogar a la poesía con ese horror histórico? 
VC: –La poesía está muy vinculada al relato de los horrores de la civilización. Benjamin decía que "todo documento de cultura es un documento de la barbarie". Y Paul Celan escribió afirmándose en la idea de que es imposible escribir poesía después de Auschwitz. 
RGH: –Quizás, la creación artística sea uno de los medios más poderosos de recuperar estas experiencias que pueden ser terribles o traumáticas bajo otra luz. 
NR: –La poesía y el horror dialogan casi todo el tiempo. La poesía es el ejercicio de quedarse en el horror hasta que se ilumina y se vuelve otra cosa.

Poesía en la terraza - Las charlas se realizan hoy y los viernes 6 y 13 de marzo a las 19 en el Conti, Libertador 8151. Entrada libre y gratuita.

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.

jueves, 19 de febrero de 2015

CINE - "Kingsman, el servicio secreto" (Kingsman: Secret Service), de Matthew Vaughn: Un juego entre Bond y Bourne

En la historia de las películas de agentes secretos y, mejor todavía, en la de sus héroes, hay personajes que marcaron un antes y un después, convirtiéndose en paradigmas estéticos que signaron el modo en que el cine fue modificando su forma de entender el género. Algunos, muy pocos, alcanzaron un importante status simbólico dentro de la cultura popular. Kingsman, el servicio secreto, de Matthew Vaughn, inspirada en una novela gráfica, no está llamada a convertirse en uno de esas referentes, pero tiene la virtud de permitirse dialogar con ellas sin inhibiciones y de manera inteligente. Mérito no menor que no tiene un fundamento único, sino una serie de razones que le permiten sostenerse como un entretenido juego de espías. 
En primer lugar puede decirse que la película propone un juego cinéfilo interesante: el de oponer y entrelazar a James Bond con Jason Bourne, los dos personajes más influyentes de la historia de las sagas de espionaje, que implican dos formas contrapuestas de abordarlas. Es sabido que el pulcro 007 creado por el novelista inglés Ian Fleming fue la referencia ineludible del género durante casi cuatro décadas, desde su desembarco cinematográfico en el film El satánico Dr. No (1962), con Sean Connery en la piel del agente al servicio de Su Majestad y Ursula Andress inaugurando un largo linaje de chicas Bond. Sus películas nunca apelaron al realismo, sino que más bien se dedicaron a jugar con dos fantasías: la del espionaje como actividad high class y la de la tecnología creativa al servicio de un arsenal tan letal como absurdo. James Bond encarnaba la pretensión de la supremacía occidental durante la guerra fría, frente a una amenaza que era un enigma de la que se conocía muy poco y por eso se la caricaturizaba.
Pero el siglo XXI vino a terminar con la inocencia y los peligros inocuos que en el fondo representaban los villanos ilusorios de Bond. La llegada de Jason Bourne vino a cubrir con su realismo sombrío el mundo del espionaje. No es que la saga que se inaugura con el estreno de Identidad desconocida (2000) sea menos fantasiosa que la serie Bond: su protagonista es el non plus ultra de la invulnerabilidad física y la eficiencia mental. El realismo de la saga no está dado por su héroe, sino que pasa por un críptico escenario geopolítico que de alguna manera vino a predecir el estado del mundo post 11/9/2001. Kingsman se debate entre estas dos tendencias, que reparte entre sus protagonistas: por un lado Harry Hart, un agente muy a la british old school, elegante, seductor, amante del Martini y afecto a los gadgets; por el otro Eggsy Unwin, un adolescente aprisionado entre una vida familiar decadente y las pequeñas delicias de la delincuencia juvenil londinense, que se convierte en aspirante a espía y protegido de Hart. Cuando la película se centra en el primero y su investigación sobre Valentine, un millonario que planea el dominio mundial ofreciendo internet y telefonía gratis para todos, la película juega a Bond; pero cuando gira hacia el entrenamiento de Eggsy, sin perder el tono general, el espíritu Bourne gana algunos puntos.
Pero lejos de mantenerse en la indecisión, Kingsman sabe bien lo que quiere y su director elige recuperar el terreno perdido, inclinando la balanza para el lado 007 de la vida. Valentine, el villano ceceoso que con gracia encarna Samuel L. Jackson, no tiene nada que envidiarle a aquellos a los que suele enfrentar Bond: un representante genuino de esos dementes carismáticos y megalómanos que siempre van acompañados por un adlátere letal y algo absurdo. Sin embargo esa decisión de volver a foja cero la evolución de los héroes del espionaje sea, tal vez, la gran dificultad que enfrente el espectador de Kingsman, que deberá olvidar el oscuro (y falso) realismo Bourne, para permitirse aceptar la propuesta paródica, juguetona y finamente volcada al disparate de la película. Un equipo de dandys ingleses, como Colin Firth, Michael Caine y Mark Strong, todos ellos de probada experiencia en films de espias, sostiene la credibilidad del trabajo de Vaughn. Aunque tal vez pierde más tiempo del necesario en la construcción de sus personajes y en dejar claras las reglas de su propio universo, Kingsman se propone antes como juego de espías que como thriller de espionaje, y su sólida ligereza representa una bienvenida bocanada de aire fresco ante tanta paranoia terrorista convertida en cine.  

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.

CINE - "Invocando al demonio" (The possession of Michael King), de David Jung: Mejor Houdini

Para empezar a hablar de una película de terror convencional de principio a fin como Invocando al demonio, de David Jung, es una buena idea retroceder casi cien años para recordar una historia que la película no menciona, pero que parece haberle servido de inspiración. Se trata de un momento particular en la vida de Harry Houdini, el mago más famoso de la historia: la muerte de su madre, ocurrida cuando su fama ya había crecido a escala mundial. Escéptico pero con la esperanza de estar equivocado, el mago empezó a consultar cartomantes y espiritistas para contactar con el espíritu de su madre y así quedarse tranquilo sabiendo que ahí donde estuviera había encontrado la paz. Pero su profesión se convirtió en un obstáculo y siempre acababa descubriéndole el truco a los ocultistas. Hasta que su amigo Arthur Conan Doyle, promotor ferviente del espiritismo, intentó convencerlo de que su mujer, una médium reconocida, tenía un mensaje de su madre que también resultó ser falso. Desde entonces no sólo se fue debilitando su vínculo con el creador de Sherlock Holmes, si no que comenzó una caza de brujas personal, decidido a desacreditar a todo aquel que se jactara de contactar con los muertos. Poco después, una de las víctimas de su campaña le predijo una muerte inminente y antes de que terminara ese mismo año Houdini falleció a causa de una apendicitis. 
El paralelo entre esa historia y la que narra Jung en su película es grande, sólo que esta última desvía las cosas hacia el terror. Un terror módico y por completo deudor de ese subgénero que es el de grabaciones encontradas que inaugurara El proyecto Blair Witch y cuyo éxito heredó Actividad Paranormal. Acá es Michael King, el protagonista, quien luego de la muerte de su mujer en un accidente decide culpar de eso a la tarotista que le sugirió posponer un viaje para no perder una oportunidad. “Si hubiéramos estado de vacaciones ella no hubiera muerto”, dice Michael y espera que la tarotista admita que todo lo que hace no son más que engaños. Así, Michael instala un sistema de cámaras en su casa para filmar un documental en el que invocará al inframundo de todas las maneras posibles, para probar que nada de eso existe. 
Esa estructura de panóptico digital es la que provee a Invocando al demonio de sus mejores sustos –previsibles, pero sustos al fin-, pero resulta también su principal debilidad. Por empezar porque debe forzar la premisa, permitiendo que el protagonista no olvide llevar la cámara incluso cuando ya ha perdido el control de sí mismo. También la utilización de música y efectos de sonido en un material que se supone es el crudo de un documental sin montar terminan por traicionar de manera definitiva la idea motora. Lo mejor de la película es que la hija de Michael tiene un gatito de peluche llamado Crowley, como el famoso ocultista inglés Aleister Crowley, contemporáneo de los amigos Doyle y Houdini, el mago cuya historia demuestra que a veces la realidad supera en interés a la ficción.

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos e Página/12.

domingo, 15 de febrero de 2015

DISCOS - "Metal Priestess", de Plasmátics: Una chica para rompernos el mundo

Hay una edad en la que necesitamos que nos peguen. No de manera literal, claro. No se trata de hacer desde acá la apología del “cachetazo a tiempo”, sino de evocar esa facilidad con que la inocencia adolescente nos permitía convertir cada descubrimiento en un impacto. En golpes de asombro que nos cargaran de energía para ir dándole forma a nuestro own private Idaho, a una idea personal de cómo debe ser el mundo. Si hoy quisiera confirmar cuáles eran las cosas que necesitaba incluir dentro de esa construcción a mis 16, 17 años, el disco Metal Priestess de los Plasmatics arrojaría bastante luz al respecto. A mediados de los ’80, cualquier mocoso con ansia y necesidad de rebelión juvenil se hubiera enamorado como yo de Wendy O. Williams. Su cuerpo retorciéndose en la tapa del disco, apenas cubierto por unos harapos de cuero negro que no hacían más que acentuar su desnudez, y una cresta perfecta de pelo rubio la convertían en una diosa que sugería la promesa de cumplir con cualquier deseo que se encontrara en el amplio rango que va de la libertad al libertinaje. Justo lo que yo soñaba a esa edad: una chica enojada pero sensible e inteligente, como Wendy, con la que rompernos el mundo a patadas.  

Columna publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo.

 

sábado, 14 de febrero de 2015

LIBROS - "Furgón", de Ariel Bermani: Viajar en tren como quien viaja en el tiempo

Como en una escena de teatro minimalista o una película de bajo presupuesto, todo ocurre en un único escenario. Tal vez un par de escenas aisladas tengan lugar en exteriores, pero nada más. Es un furgón de tren en hora pico, saliendo de la estación cabecera: el relato irá avanzando a medida que la formación ferroviaria vaya completando su recorrido, yendo de una estación a la otra. Dentro del furgón los personajes se aprietan en una intimidad forzada a la que parecen resignados pero que no los incomoda.
Como ocurría en “La autopista del sur”, el cuento que marca el comienzo del libro Todos los fuegos el fuego de Julio Cortázar, es el atasco lo que le va dando lugar a vínculos y relaciones que nunca hubieran surgido de no mediar esa proximidad compulsiva que se produce dentro del espacio más popular del más popular de los medios de transporte.  Como si se conocieran de toda la vida –y en algunos casos realmente es así, porque hay gente que se pasa una vida entera viajando en tren-, las personas comienzan a entablar pequeñas conversaciones, que pronto se convierten en un tejido dialógico que involucra a todo el mundo. Son una comunidad cuyo destino común está acentuado por el hecho de que todos se encuentran encerrados dentro del mismo vagón, compartiendo el mismo e inalterable sentido. No hay una forma más previsible de viajar que la del ferrocarril, cuyas vías no permiten apartarse ni un palmo de la ruta por ellas prevista. ¿O no? ¿Acaso es posible que un tren que viaja hacia el sur de la ciudad, de golpe y sin aviso haga una parada en una estación distante que se encuentra hacia al oeste? ¿Qué tipo de curvatura en el espacio y en el tiempo permitiría que un viaje que debía llegar a Turdera se detenga imprevistamente en el Cielo y que ahí termine todo?
Escrita durante el año 2009, Furgón (Paisanita Editora) es la última novela publicada por el argentino Ariel Bermani, un escritor con una obra copiosa pero transitada por los márgenes de la industria editorial. “No sé si tardé mucho o poco en publicarla. Creo que fue el tiempo necesario para que la novela madurara”, dice Bermani acerca de la distancia de cinco años que separaron el proceso de escritura de la publicación. Y revela que recién pudo “volver  a ella, de a ratos, a lo largo de los años, para emparejarla, limarle las asperezas”. “De hecho le saqué la mitad: eso no lo hubiera podido hacer si no hubiera dejado pasar el tiempo. El texto se volvió ajeno, casi de otro y pude trabajarlo. Escribo rápido, pero necesito que pasen algunos años para corregir”, revela el autor. Sin embargo niega, a pesar de los inevitables vínculos que es posible hallar entre ambos hechos, que la tragedia de Once ocurrida el 22 de febrero de 2012 haya influido en su percepción de un texto que narra un viaje en tren que termina en un lugar irreal al que llaman "El Cielo". “Nunca escribo con un referente histórico condicionándome. La historia y la política se meten con nosotros, por más que pretendamos, ingenuamente, permanecer al margen. Pero no quiero que eso me condicione”, dice.
Furgón se presenta como un viaje al corazón de la clase obrera, pero bien lejos del exploitation o de la construcción que de esa misma realidad se puede tener cuando sólo se pone el foco en los prejuicios de clase, en los aspectos atemorizantes o negativos, como ocurre con la literatura (o el cine) pornosocial. “No tuve que hacer nada especial para meterme en ese mundo del furgón. Es más, la escribí en un período en que decidí volver  a vivir en el conurbano y me reencontré con el tren. Fue un período corto, pero me sirvió, entre muchas otras cosas, para escribir esta novela”, confiesa Bermani. La narración de Furgón representa una mirada cariñosa y humana sobre seres humanos para quienes el mundo tal vez no sea mucho más grande que la propia red ferroviaria de Buenos Aires. Y Ahí mismo está su origen. ”Una noche, volviendo a casa en el furgón, un tipo, en cuero y descalzo, me dijo: ‘capaz me ato un cohete para llegar al cielo’. Enseguida supe que esa frase sería el comienzo de una novela”, confiesa. 
Los personajes de Furgón se vinculan con una naturalidad que no parece mediada por los tabiques con que se auto seccionan los vínculos sociales en las clases superiores. Y Bermani los retrata con cariño. “Me gustan los personajes, sus voces, el modo en que miran, cómo se relacionan entre sí. Me gusta espiarlos. Siempre los pienso como si fueran personas que conocí y que quiero mucho. Sin demagogia, ni populismo. Pura curiosidad”, asiente. La idea construida alrededor del cómo se viaja en el transporte público (apretados, pegoteados, inevitablemente unidos) y el surgimiento de una inevitable intimidad, resulta además un juego humorístico muy eficaz. “Todos tenemos problemas parecidos y eso es lo que trato de explorar. No le busco a eso un trasfondo social, clasista o político. Por supuesto, ese trasfondo emerge y cada uno lee en eso lo que quiere. Escribo sobre la intimidad de estos personajes un poco descentrados, casi sin futuro –a veces heroicos, a veces  patéticos- porque se parecen a la gente que conozco y conocí y también se parecen a mí.”
La novela mantiene un tono más bien naturalista/ realista casi hasta su último tercio, pero de pronto realiza un giro fantástico que no sólo la resignifica, sino que también funciona como una fuerza multiplicadora del interés. “A mí me interesa el quiebre de la realidad, sobre todo, para ver qué les pasa a los personajes cuando se encuentran en ese trance. Lo que llamamos realidad es una estructura tan ambigua y compleja y tan llena de capas superpuestas que nos permite, a los que nos entretenemos haciendo ficción, meter a nuestros personajes en un tren que no va a ninguna parte”, reflexiona el autor. Bermani reconoce el vínculo afectivo que lo liga a sus criaturas. “Los conozco bien y quiero que sean felices. Y ellos, esta vez, en el furgón, establecieron un contacto natural entre sí -al menos un puñado de ellos-, y me gusta verlos así. Furgón es una novela sobre la felicidad del encuentro entre las  personas”, continua. Respecto del inesperado giro fantástico de la trama, Bermani observa que el furgón es “un vagón liberado donde la ley opera de otro modo y también en mi novela es así, pero en otra dirección”. “Necesité ver bien a mis personajes. A pesar de que, si los miramos desde los prejuicios de las clases medias y las clases altas, no los vemos bien. Pero creo que esos lazos de solidaridad no estandarizada que se establecen entre algunos de los del furgón nos humaniza.”
Una de las características más representativas de la obra de Ariel Bermani es que ha construido una obra publicando sus cuentos y novelas en editoriales nacionales y extranjeras, pero siempre muy independientes. Incluso llegó a fundar su propio sello, Conejos, con un grupo de colegas. Entonces, como ocurre con el viaje suburbano que propone en Furgón, su obra también es un viaje a la periferia, en este caso del mundo editorial. “No sé si se trata de una decisión personal, tal vez sí. Escribir me divierte, me hace feliz y ya está”, afirma para sintetizar la forma en que va construyendo su propia obra, que muy pronto tendrá un nuevo eslabón, cuando durante el mes de marzo se concrete la edición de Agua, otra novela corta como Furgón. “¿Qué pasará con lo que escribo? Imposible saberlo. Lo más probable es que siga pasando lo que pasó hasta ahora. Nada en especial. ¿Por qué publicar en editoriales chiquitas? Porque me gustan. Me gusta cómo piensan esos editores, esos escritores, que son mis amigos y que se mueven al margen del gran mercado editorial. De manera casi artesanal.  Con ellos viajo en el furgón de los trenes.”

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.

viernes, 13 de febrero de 2015

LIBROS - "Compañeros en la vida y en el arte", de Kishin Shinoyama: El inasible espíritu de lo último

Hay conceptos de los que es difícil hablar, por evasivos y resbaladizos. El concepto de lo último, por ejemplo: ese momento que marca el cierre de una serie cualquiera y que por lo general es tan difícil de identificar en el instante en que se produce, sin la perspectiva única que sólo otorga la certeza de los hechos consumados. Porque salvo el último suspiro, para todo lo demás siempre puede más la esperanza. Por eso se hace imposible reconocer la última mirada, el último abrazo, el último beso cuando se los recibe. Esos hechos simples, imposibles de percibir desde la inmediatez, puede llegar a adquirir un enorme valor emotivo, histórico e incluso comercial cuando se cargan con la plusvalía que les otorga el tiempo transcurrido y la inmutable propiedad de haberse convertido en lo último. 
Un buen ejemplo de este proceso se condensa en el libro Compañeros en la vida y en el arte, que en una edición limitada de 1.700 ejemplares firmados por Yoko Ono y el fotógrafo Kishin Shinoyama acaba de publicar la editorial Taschen en España. Se trata de un conjunto de retratos que el fotógrafo tomó de John Lennon y Ono para la portada de Double Fantasy, último disco del cantante, y que tiene un costo de 500 euros. Lo que hace tan valiosas a esas fotos es que fueron tomadas menos de tres meses antes de que el ex Beatle muriera asesinado a tiros en la puerta del edificio en el que vivía, un segundo después de autografiarle a su asesino un ejemplar de Double fantasy, cuya tapa reproducía uno de los besos que John y Yoko le regalaron a la cámara de Shinoyama en octubre de 1980. 
Las provocadoras imágenes de Shinoyama convirtieron al fotógrafo uno de los más reputados artistas japoneses, aclamado por la crítica y acusado de escándalo público. Su capacidad para crear intimidad y un ambiente de confianza se pone de manifiesto sobre todo en esa serie de fotografías. La tirada del libro se complementa con una edición de arte de 125 ejemplares, a 1.250 euros cada uno, que incluyen una lámina firmada por Shinoyama. Pero nada de esto siquiera se le cruzó por la cabeza a Lennon, quien no tenía forma de saber que aquella producción fotográfica que realizó con su mujer sería la última que haría en su vida. De ahí su valor.




Artículo publicado originalmente por la sección Cultura de Tiempo.

lunes, 9 de febrero de 2015

LIBROS - "Cartas de Rodez" (Lettres de Rodez), de Antonin Artaud: El Flaco, el Indio y el Loco

A veces a la realidad le gusta alinear determinados hechos independientes entre sí, creando constelaciones cuya nueva unidad resignifica a cada una de las partes, confiriéndoles un nuevo sentido. Pero la realidad, que es traviesa, lo hace en voz baja y con cara de otra cosa, fingiendo no tener nada que ver con el asunto y esforzándose por dejar claro que todo ocurrió porque sí, justo cuando ella miraba para otro lado. Pero todos saben que miente y que la casualidad, aunque el diccionario de la Real Academia se empeñe en definirla, no existe. No hay otra forma de entender que ayer, justo cuando se cumplieron tres años de la muerte de Luis Alberto Spinetta, el Flaco, primer artista proveniente del rock en ser homenajeado por la Biblioteca Nacional, esa misma casa abriera las puertas de la muestra El tesoro de los inocentes, dedicada a la obra de Carlos Solari, el Indio, otro rockero mítico. Uno de los hechos más interesantes que tienen lugar en ella, es la revelación de las lecturas e influencias literarias que el propio Indio reconoce a través de una carta, que la curaduría recoge en el estupendo catálogo de la muestra. Ahí menciona entre sus escritores favoritos a Kurt Vonnegut, Gerorge Gurdjieff, los integrantes de la generación beatnik, Tom Wolfe y Truman Capote entre otros. Pero el autor que más llama la atención en esa lista es uno al que el Indio menciona sólo por el apellido, haciendo una oportuna elipsis de nombre: Artaud. Sí, el mismo poeta y dramaturgo francés al que Spinetta homenajeó en un disco de 1973, bautizado simplemente así: Artaud. ¿Casualidad? No: constelación.
Hablando de Antonin Artaud, la editorial Descierto, dedicada a la publicación de poesía y textos vinculados de alguna manera con ese género, acaba de editar el libro Cartas de Rodez. Se trata de un volumen inédito en la Argentina, que recoge cinco cartas que el poeta escribió en 1945 desde su encierro en una institución mental en la ciudad de Rodez a Henri Parisot, uno de sus editores. No es mala idea hablar de un libro de Artaud el día después del aniversario de la muerte de Spinetta y de la apertura de la muestra de Solari, sólo para no estropear esta curiosa cadena de sentido, que tal vez el Flaco y el Indio preferirían definir como ciclo cósmico. 
Estas Cartas de Rodez son inmediatamente anteriores a ese notable ensayo que es Van Gogh, el suicidado por la sociedad, con el que guardan un vínculo íntimo. Es que gran parte la obra de Artaud, aún en su amplitud y variedad, tiene uno de sus ejes temáticos más desarrollados en la idea de la locura como enfermedad de encarnación social. Artaud, que pasó la mayor parte de su vida encerrado en manicomios y hospitales, se encargó de explorar los vínculos de la demencia con el arte; el papel que juegan las instituciones –religiosas, políticas y sanitarias- y sus miembros, ya no en la cura de la enfermedad sino en su sostén y demonización; y la utilización del estigma de la locura para mantener enajenados de la comunidad a aquellos miembros que, por ser difíciles de comprender, son sometidos al encierro y al olvido. Ese contacto paradojal con la realidad, que es a la vez lúcido y delirante, convierten a Artaud en una de las voces más potentes de un siglo como el XX, en el que el mundo antiguo reventaba en pedazos frente al empuje incontenible de la civilización occidental. 
En el prólogo de Cartas de Rodez, su traductor, Carlos Riccardo, reflexiona acerca de la necesidad incluso física que Artaud manifestaba respecto de su vínculo con la poesía y el teatro, a los que utilizaba como herramientas de contacto con el otro. “Cuando recito no lo hago para que me aplaudan, sino para sentir cuerpos de hombres y de mujeres”, dice Artaud, sometido a un encierro del que culpa a todos. “Si hace ocho años fui internado y desde hace ocho años me mantienen internado es a causa de una acción evidente de mala voluntad general que a ningún precio quiere que Antonin Artaud, escritor y poeta, pueda realizar en vida las ideas que manifiesta en los libros”. Artaud se sabía condenado y sus cartas destilan esa rabia. En una de ellas escribe: “Son las memorias de los poetas muertos las que se leen, pero, vivos, no se les haría llegar una taza de café o un vaso de opio para reconfortarlos”.
Heredero de los grandes poetas malditos de la Francia decimonónica, como Rimbaud, Baudelaire o Verlaine, Antonin Artaud se convirtió a sí mismo, aunque de manera no del todo voluntaria, en un experimento vivo de las vanguardias. La sociedad se encargó de transformar su vida en una pesadilla surrealista. No es casual que la primera generación de rockeros en la Argentina, que durante la segunda mitad de la década de 1960 se sentían ellos mismos atrapados dentro de una realidad que sólo les ofrecía las opciones del encierro o la expulsión, tomaran a Artaud como una referencia estética tan fuerte. Cartas de Rodez es una excusa oportuna para quienes quieran volver a leerlo y una puerta abierta para los que no conozcan su obra. El Flaco y el Indio estarían contentos de que hoy se hable de él gracias a ellos. 

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.

domingo, 8 de febrero de 2015

MUESTRA - "El tesoro de los inocentes": El Indio Solari lleva el malón ricotero a la Biblioteca Nacional

La muerte de Luis Alberto Spinetta, ocurrida hoy pero hace exactamente tres años, representó a la vez la tormenta y ese nuevo despertar para los amantes del rock, de la poesía, del arte. Para ellos, el mundo sin la presencia física de su músico favorito se convirtió en un lugar distinto, otro lugar. Pero en vez de quedarse viendo como los nubarrones los cubrían, eligieron avanzar en ese mundo nuevo. Algo de ese espíritu vital consiguió ser invocado durante los meses que duró Spinetta, los libros de la buena memoria, la muestra que organizó la Biblioteca Nacional en homenaje al músico a poco de su muerte.

Como si se tratara de un ciclo ritual, a tres años de la partida de Spinetta y no por casualidad, hoy la Biblioteca vuelve a recibir a un artista surgido de las aguas bravas del rock. Pero esta vez, lejos del tono elegíaco que inevitablemente sostenía a aquella primera muestra, lo que ahora se celebra es la obra viva del Indio Carlos Solari, uno de los ex- caciques de Los Redonditos de Ricota y una de las figuras más influyentes y veneradas del rock en la Argentina. Organizada por la Dirección de Cultura de la Biblioteca, a cargo de Ezequiel Grimson, con curaduría de Bárbara Maier y la satisfecha supervisión de Horacio González, director de la institución, El tesoro de los inocentes - Indio en la Biblioteca se propone más como un diálogo entre partes que como un homenaje bañado en bronce. Porque un artista no es sólo lo que produce, sino también aquello de lo que se ha alimentado. Así, quienes se acerquen hasta la Biblioteca se encontrarán con la obra poética, musical y plástica del Indio Solari, pero además podrán ir más allá y conocer sus influencias literarias o sus propios gustos musicales. Un ancho mundo en el que hay espacio para Antonin Artaud y Led Zeppelin, Joseph Conrad y Brian Setzer, Marcel Schwob y Tom Petty, pasando por Kurt Vonnegut, los hermanos Van Gogh, Robbie Robertson, Capote y Boris Vian.
 
Ese es el punto de partida desde el que una institución dedicada al mundo de los libros, sus autores y lectores, se propone aproximarse al Indio. “La experiencia del Indio recorre y atraviesa, llena de insinuaciones y enigmas, todas las posibilidades del lenguaje poético”, dice González al reflexionar sobre la obra del cantante. “Y cuando revela sus lecturas, enuncia una pequeña biblioteca que es una muestra de cómo leían los adolescentes argentinos desde los años 60 en adelante. La historia del Indio Solari es la historia de un lector argentino, entre tantos lectores posibles”, concluye el director de la Biblioteca. “Nos interesaba poder pensar desde una biblioteca y desde la lectura un fenómeno tan masivo y popular como es el desarrollo de la obra de Solari”, agrega Grimson. “Y tuvimos de su parte una recepción muy buena”, cuenta Maier, la encargada de iniciar y mantener el contacto permanente con el Indio. “Aceptó nuestra propuesta enseguida y estuvimos hasta ahora discutiendo qué exhibir y por qué. La idea es mostrar cómo detrás del músico popular hay un lector, un escritor, un dibujante”, profundiza la curadora. En la muestra pueden verse dibujos, manuscritos originales de las letras de los primeros discos con Los Redondos, artículos periodísticos, colages, camisas, máscaras, anteojos y una guitarra, memorabilia que los devotos del cantante disfrutarán con un placer cuyo rango amplio tanto le abre los brazos al admirador curioso como al voyeur fetichista.  

-¿La idea de mostrar al artista primero como un consumidor de música y literatura representa un intento por reconocer su contexto y su origen?
 
HG –Es que de ahí viene el nomadismo, el deseo de recorrer territorio. Son extrañas esas fotos que hizo en Epecuhén y que forman parte de la muestra, porque Epecuhén son nuestras ruinas de Pompeya. ¿Por qué buscar las ruinas? Creo que supone una búsqueda de índole romántica. Se busca el territorio, se busca el pasado del territorio. Creo que esas fotos entre las ruinas de una ciudad que lleva un nombre indígena en la Argentina, que fue una ciudad de la línea de fortines de la provincia de Buenos Aires y que hoy está bajo las aguas, representan una inquietud que no es fácil de descifrar. Ni por él ni por nadie. 

-Esa dificultad para descifrar parece una constante de una obra poética hermética…
 
HG –No diría que es hermética sino que tiene momentos herméticos…

-Hermética en el sentido de que es más posible vincularla a Salvatore Quasimodo que a García Lorca…  

HG –Sí, pero no me olvidaría del romanticismo. Ni del surrealismo, que está siempre presente.  

-Digamos entonces que en tanto hermético o surrealista e incluso romántico, su obra delega en el lector o el oyente el lugar de criptógrafo.  

HG –Para mí, que nunca fui a sus conciertos pero que siempre lo tuve presente, siempre me pareció muy insinuante lo que produjo. Ese hermetismo que habitualmente se le atribuye no es sino una apelación al desciframiento a la que han aplicado todas las grandes religiones. El Indio, con los Redonditos de Ricota primero y como solista después, y sobre todo sus seguidores, parecen adherir a la idea de que entender es un gran desafío que no surge de lo pre-masticado ni pre-digerido. Por eso la escritura del Indio y sus dibujos tienen una carga burlona, irónica, de desapego del mundo. Esto para él significa un gran problema, porque lo pone cerca el monje, del eremita que se retira del mundo y siendo un personaje tan público hace de la suya una vida paradojal.  

-Usted menciona los discursos religiosos y es cierto que la figura de Solari tiene la fuerza del profeta en el desierto y hasta los propios seguidores definen a sus conciertos como “misas”.  

HG –Él tiene un misticismo en su propia figura similar al de Charly, Spinetta o Fito. O Luca. Todos hablan de religión, porque el rock no habla sino de religión. La idea de religiosidad está en el rock y sin ella no existiría. Lo que varía es el grado de autopercepción que los músicos tienen respecto de su religiosidad. Creo que el Indio la tiene más que otros y que Charly no la tiene para nada. Sin embargo ambos producen hechos que tienen una envergadura profética.  

-Sin apartarse de la idea de lo religioso, Indio en la Biblioteca forma parte de un conjunto de muestras sobre artistas del rock, como la de Spinetta o la de Luca Prodan, que van generando la idea de un santoral rockero. Y la obra de Solari tiene un montón de vasos comunicantes tanto con Spinetta como con Luca.  

EG –Son artistas que han dejado profundas huellas en distintas generaciones. El Indio y Luca fueron contemporáneos y de hecho hay una canción de Sumo que tiene letra del Indio [“Mejor no hablar de ciertas cosas”] y que aprovechamos para promocionar ambas muestras, esta del Indio y la de Luca, que todavía se puede visitar en el Museo del Libro y de la Lengua. Pero aunque están entrelazados no ha habido de nuestra parte un pensamiento teleológico de ponernos a programar si primero vamos a hacer esto para después hacer lo otro. La de Spinetta surgió como una necesidad colectiva de homenajearlo en el momento de su fallecimiento y fue algo conmovedor. La Biblioteca Nacional siempre tuvo un vínculo grande con la música, pero la muestra de Spinetta marcó la irrupción del rock en este ámbito. Pasó Luca, ahora el Indio y perfectamente podría estar Charly García en un futuro cercano.  

-¿A qué tipo de material le han dado espacio dentro de la muestra?  

BM –Lo que habíamos decidido era exhibir y homenajear su obra y esa fue la propuesta que le hicimos a él. Hay una gran cantidad de textos, pero decidimos darle prioridad a los manuscritos, sobre toda los de su etapa con Los Redondos. Hay dibujos y pinturas de la década de 1970; escritos publicados en las revistas Cerdos&Peces y Fin de siglo; fotomontajes, algunos de los cuales utilizó en el arte de sus últimos discos. También vamos a musicalizar la sala con la idea de que se esté escuchando su obra y canciones de otros artistas elegidas por él. Y un ciclo de cine (Ver a continuación).  

-Tanto la de Spinetta como la de Luca fueron homenajes a artistas fallecidos, con lo cual esta sobre la obra de Solari sería la primera dedicada a un artista que todavía tiene la posibilidad de recibir el cariño y admiración que una muestra de este tipo representa.  

EG –La Biblioteca tiene un premio, la Rosa de Cobre, que entrega a poetas de gran trayectoria cuando están en pleno proceso creativo y en uso de sus facultades. En distintos campos tratamos de trabajar con los creadores en vida para que la Biblioteca no funcione sólo como una reflexión hacia el pasado, sino que también se permita interpelar a la creación del presente.  
BM –Hacer esta muestra ahora y con la colaboración del Indio no fue fruto de una casualidad, sino de una decisión.

La banda de sonido del Indio

En una constelación de dibujos, máscaras y poesía en la que el Indio Solari ocupa el centro, la música no podía faltar. El rock no podía faltar. Del mismo modo en que la muestra incluye referencias a sus influencias literarias, la sala en donde se exhiben la mayoría de los objetos y obras del Indio está musicalizada por una banda de sonido seleccionada por el propio artista. 
Según cuenta Ezequiel Grimson, en ese playlist Solari incluyó "canciones de otros artistas que él considera sus influencias. Pero no sólo sus viejas influencias, sino también las de la actualidad." Bárbara Maier revela que se trata de "una iniciativa del propio Indio. Cuando le pedimos que hiciera una lista de sus lecturas, él no sólo nos respondió eso, sino que también envió sus influencias musicales. Y fue oportuno, porque ese era nuestro interés, crear una muestra que funcionara más como diálogo que como tributo." A continuación la lista completa, para que quienes quieran, puedan cargar las canciones en su reproductor y salir a caminar por la ciudad con la música que escucha el Indio sonando en la cabeza.

Tom Petty: "Mary Jane's Last Dance" del disco Greatest Hits (1993) y "You don't know how it feels" de Wildflowers (1994). 
John Mellencamp: "Cherry Bomb" del disco The Lonesome Jubilee (1987) y "Small Town" de Scarecrow (1985). 
The Dream Syndicate: "Halloween" del disco The Days of Wine and Roses (1982) y "The Medicine Show" de Medicine Show (1984). 
John Lennon: "I'm losing you" del disco Double Fantasy (1980) y "Cold Turkey" lanzado como single en 1969. 
The Who: "Baba O' Riley" y "Won't get fooled again" ambos del disco Who's Next (1971). 
Led Zeppelin: "The Song Remains the Same" del disco homónimo (1976) y "Thank You" de Led Zeppelin II (1969). 
Brian Setzer Orchestra: "Dirty Boogie" del disco The Dirty Boogie (1998) y "This cat's on a hot tin roof" de Rockabilly Riot! Live from the Planet (2012). 
Robbie Robertson: "Somewhere down the crazy river" del disco Robbie Robertson (1987) y "When the night was young" de How to Become Clairvoyant (2011). 
The Smithereens: "Blood and Roses" y "Behind the wall of sleep" ambos del disco Especially for you (1986). 
The Waterboys: "The whole of the moon" del disco This is the sea (1985) y "A girl called Johnny" de The Waterboys (1983). 
Lenny Kravitz: "Circus" y "Are you gonna go my way", ambas de sus discos homónimos de 1995 y 1993.

Hasta que el cine se convierta en rock

Como ocurre con la exposición dedicada a Luca Prodan en el Museo del Libro y de la Lengua, una de las actividades de Indio en la Biblioteca es un ciclo de películas que busca hacer visibles los lazos profundos que unen los universos del cine y del rock. El mismo tendrá lugar todos los viernes de febrero y marzo a las 21 en la explada Juan José Saer, frente a la entrada de la Biblioteca. Cada velada contará con un cierre musical a cargo distintos DJ. 

6 de febrero: El último vals. Martin Scorsese registra el último recital de The Band, liderada por Robbie Robertson, uno de los artistas favoritos del Indio.
13 de febrero: 24 Hour Party People, de Michael Winterbottom. Una explosiva ficción ambientada en la movida de Manchester de los años '80.
20 de febrero: I'm not there, de Todd Haynes. Poética mirada sobre la vida de Bob Dylan, quien es interpretado por tres actores distintos, entre ellos la estupenda Cate Blanchett.
27 de febrero: Buscando a Reynols, de Néstor Frenkel. Documental de culto sobre una banda nacional de culto.
6 de marzo: Gimme Shelter, de Albert Maysles, Charlotte Zwerin y David Maysles. Mítico documental sobre unos jóvenes Rolling Stones.
13 de marzo: Sólo los amantes sobreviven. Último film de Jim Jarmusch, la gran bestia indie del cine norteamericano.
20 de marzo: RIP: A Remix Manifesto, de Brett Gaylor. Documental sobre los derechos de autor y el Copy Left.
27 de marzo: 20.000 días en la Tierra, de Iain Forsyth y Jane Pollard. Nick Cave revisa sus primeros 20 mil días en la Tierra.

Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

jueves, 5 de febrero de 2015

CINE - "El código Enigma" (The imitation game), de Mortem Tyldum: El cine que aumenta la historia

Quienes sigan asiduamente estás páginas sabrán que El código Enigma, del noruego Mortem Tyldum, es una de las ocho seleccionadas por la Academia estadounidense para competir por el Oscar a la Mejor Película 2014. Y que la misma está basada en la vida del matemático inglés Alan Turing, jefe del equipo que consiguió romper el código secreto Enigma que el ejército nazi usaba para sus comunicaciones, incluyendo las detalladas órdenes para cada uno de sus futuros ataques. La inviolabilidad de Enigma residía en el hecho de que no se trataba de un código de diseño humano, sino que era generado aleatoriamente por una máquina y cambiado todos los días. Turing, que es además uno de los padres de la computación y de la tecnología digital, diseñó una máquina capaz de realizar esos procesos en pocos minutos, dejando a la inteligencia alemana al desnudo.
Sin embargo Turing fue un héroe desconocido para su país, ya que su labor se había realizado bajo un estricto secreto de Estado y así se mantuvo por casi 40 años. Turing era además homosexual, en una época en la que en el Reino Unido aún regían las leyes victorianas que penaban los llamados “delitos contra la moral”. Las mismas con las que se envió a prisión a Oscar Wilde a finales del siglo XIX y a centenares de miles de otras víctimas anónimas. Pocos años después del final de la guerra Turing fue condenado a someterse a un tratamiento de castración química, que él mismo prefirió a la posibilidad de ir a prisión. Para cuando, a mediados de los ’70, se desclasificaron los archivos que revelaban su papel durante la guerra, ya hacía más de veinte años que el matemático se había suicidado.
El problema con las películas basadas en historias reales es que suelen terminar viéndose como clases de historia, o como si se tratara de un documental, y nada suele estar más lejos de eso. El proceso de ficcionalizar una historia real demanda procedimientos dramáticos que permiten convertir esa historia en narración cinematográfica. Lo paradójico es que a medida que las libertades dramáticas van afinando el relato, la historia real comienza a deformarse. El cine es antes que nada el arte de elegir qué mostrar y es tarea del director y de su guionista (pero sobre todo del director) tomar a su cargo esa responsabilidad. El caso de El código Enigma es paradigmático respecto de hasta dónde se puede llegar en brazos de las libertades artísticas a la hora de contar la vida de una persona con un papel tan determinante en la historia moderna. El lema de Tyldum y los suyos podría haber sido: cualquier cosa con tal de crear un héroe más grande que la vida.
Porque El código Enigma está llena de inexactitudes, algunas ligeras y otras no tanto. Incluso Andrew Hodges, autor de la investigación en la que se basa la película, que en 1983 reveló la historia secreta de Turing, se declaró indignado por las numerosas falacias que hacen del relato una novela de espías que no fue, que le endosan a Turing la totalidad de un mérito que es compartido (él no inventó la máquina, sino que lo que hicieron él y su equipo fue mejorr una creada por matemáticos polacos unos años antes, historia que el cine también recogió en el film Sekret Enigmy, del director Roman Wionczek) y le dan un tono y un desenlace melodramático que aparentemente tampoco tuvo. De hecho puede decirse que la película de Tyldum injerta entre los datos reales una serie de fantasías que parecen provenir, ente otros lados, de la novela Enigma, del exitoso escritor inglés Robert Harris, llevada al cine en 2001 con Kate Winslet y Dougray Scott en la piel de un personaje basado libremente en la figura de Turing. 
La pregunta es: ¿cómo funcionan estas digresiones dentro de la estructura narrativa? Debe reconocerse que la trama de intriga es el gran sostén del relato y que la ácida personalidad atribuida al protagonista se convierte en una herramienta útil en manos de un muy buen actor como Benedict Cumberbatch. Pero también es cierto que la magnificada trama sentimental acaba llevando todo hacia ese terreno de esa clase de melodrama tan cara a los entregadores de Oscars, pero tan poco sutil en términos estéticos. Si El código Enigma consigue mantener el balance positivo es sobre todo gracias a un elenco extraordinario que incluye, además de a Cumberbatch, a Keira Knightley, Mark Strong, Mathew Goode y Charles Dance. Una verdadera selección inglesa. 

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.

CINE - "El destino de Júpiter" (Jupiter Ascending), de Lana y Andy Wachowski: Photoshop para la falta de talento

Cuando durante 1999 los hermanos Larry (hoy convertida en Lana) y Andy Wachowski terminaron de rodar su opus dos, seguro imaginaban un éxito; lo que no podían saber es que esa película, Matrix, representaría el desembarco definitivo de la tecnología digital en la industria cinematográfica. Estrenada poco más de un siglo después de que otros hermanos, los Lumière, echaran a andar el tren del cine como ya no se lo conoce (es decir: fílmico y físico), Matrix encarnó el triunfo de lo digital y lo virtual, marcando un hito estético y sobre todo tecnológico que trasciende la obra. Tres lustros después, los Wachowski construyeron una carrera que incluye dos secuelas de Matrix (2003), una psicodélica versión del clásico del manga y el animé Meteoro (2008) y la complicada antes que compleja Cloud Atlas: La red invisible (2012), firmada en trío junto al alemán Tom Tykwer. Con ninguna de ellas consiguieron siquiera rozar lo generado con Matrix. Su nuevo trabajo, El destino de Júpiter, no es la excepción y viene a poner otra vez en duda la solvencia de los Wachowski como cineastas.
Difícil afirmar que se trata de su peor película, porque tanto Recargado como Revoluciones, las secuelas de Matrix, eran tan malas que no es fácil decidirse por una de las tres. Ciencia ficción de nuevo, El destino de Júpiter es la historia de la Cenicienta pero sobreproducida y llevada al formato de una saga espacial en la que todo es desmesurado, barroco e inverosímil. Su preocupación por contar historias donde una fachada virtual enmascara la realidad –recurrencia que hasta puede vincularse al cambio de identidad transgénero de Larry a Lana–, acá termina convirtiendo drama en impostura y afectándolo todo, empezando por las actuaciones. Que Mila Kunis no es una gran actriz no es novedad, pero Channing Tatum venía dando muestras alentadoras tanto en el drama como en la comedia y ahora en cambio parece una marioneta perdida en un aquelarre digital. Pero el asunto está lejos de ser un problema aislado. Eddie Redmayne, ganador de un Globo de Oro y nominado al Oscar como mejor actor por su interpretación de Stephen Hawking en La teoría del todo (que también se estrena hoy), está tan insoportablemente afectado en el papel de un vengativo rey del espacio, que no dan ganas de ir a averiguar si tanto reconocimiento es justo o si, como siempre, la Academia distingue a cualquiera que interprete a un tullido.
El rubro sobreactuación tiene su correlato en la musicalización, que no deja escena sin saturar con orquestaciones épicas carentes de personalidad. Y qué decir del diseño de arte, que abusa de un monumentalismo tan recargado y rococó que las naves parecen el escenario ideal para un Almorzando con Mirtha Legrand intergaláctico. Si a eso se suma que ningún personaje genera empatía, que se abusa de los homenajes a otros clásicos de la ciencia ficción, que el argumento es tan básico como una telenovela pero con pretensiones de fábula social, que las partes graciosas no son graciosas, que las de acción aburren y que todo costó 175 millones de dólares, es fácil concluir que la tecnología podrá haber cambiado al cine, pero que todavía no se inventó un photoshop que disimule la falta de talento. 

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.

domingo, 1 de febrero de 2015

LIBROS - "Obras Completas", de Jorge Luis Borges: El amor encandilado

Los enamoramientos son como el buen cine o los buenos libros, tienen la capacidad de imponerse a la realidad. Quienes caen bajo ese influjo son víctimas de magnificaciones y simplificaciones de lo más burdas, que consiguen hacer que los defectos, incluso los más crasos, se borroneen bajo la luz de la virtud. El enamoramiento es un amor encandilado. Esa es la metáfora, un poco chusca, es cierto, que mejor define mi vínculo con Borges. No sólo con su obra: con él. Durante mi infancia, antes de que se me ocurriera leerlo, su nombre resonaba en la biblioteca familiar y ahora sé que ese eco era el anuncio de que mi curiosidad tarde o temprano me entregaría a él como una novia deslumbrada. Pero el tiempo es enemigo de los enamorados y de a poco empecé a conocer también al hombre detrás de los cuentos y supe que hay cegueras que van más allá de la inutilidad de los ojos. Entendí que la distancia entre ficción y realidad es la misma que media entre la obra y su autor, o la que va del enamoramiento al desengaño. O simplemente al amor, porque todavía amo a Borges. Pero cuando quiero volver a enamorarme agarro cualquiera de sus cuentos y leo.  

Columna publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.