jueves, 5 de febrero de 2015

CINE - "El código Enigma" (The imitation game), de Mortem Tyldum: El cine que aumenta la historia

Quienes sigan asiduamente estás páginas sabrán que El código Enigma, del noruego Mortem Tyldum, es una de las ocho seleccionadas por la Academia estadounidense para competir por el Oscar a la Mejor Película 2014. Y que la misma está basada en la vida del matemático inglés Alan Turing, jefe del equipo que consiguió romper el código secreto Enigma que el ejército nazi usaba para sus comunicaciones, incluyendo las detalladas órdenes para cada uno de sus futuros ataques. La inviolabilidad de Enigma residía en el hecho de que no se trataba de un código de diseño humano, sino que era generado aleatoriamente por una máquina y cambiado todos los días. Turing, que es además uno de los padres de la computación y de la tecnología digital, diseñó una máquina capaz de realizar esos procesos en pocos minutos, dejando a la inteligencia alemana al desnudo.
Sin embargo Turing fue un héroe desconocido para su país, ya que su labor se había realizado bajo un estricto secreto de Estado y así se mantuvo por casi 40 años. Turing era además homosexual, en una época en la que en el Reino Unido aún regían las leyes victorianas que penaban los llamados “delitos contra la moral”. Las mismas con las que se envió a prisión a Oscar Wilde a finales del siglo XIX y a centenares de miles de otras víctimas anónimas. Pocos años después del final de la guerra Turing fue condenado a someterse a un tratamiento de castración química, que él mismo prefirió a la posibilidad de ir a prisión. Para cuando, a mediados de los ’70, se desclasificaron los archivos que revelaban su papel durante la guerra, ya hacía más de veinte años que el matemático se había suicidado.
El problema con las películas basadas en historias reales es que suelen terminar viéndose como clases de historia, o como si se tratara de un documental, y nada suele estar más lejos de eso. El proceso de ficcionalizar una historia real demanda procedimientos dramáticos que permiten convertir esa historia en narración cinematográfica. Lo paradójico es que a medida que las libertades dramáticas van afinando el relato, la historia real comienza a deformarse. El cine es antes que nada el arte de elegir qué mostrar y es tarea del director y de su guionista (pero sobre todo del director) tomar a su cargo esa responsabilidad. El caso de El código Enigma es paradigmático respecto de hasta dónde se puede llegar en brazos de las libertades artísticas a la hora de contar la vida de una persona con un papel tan determinante en la historia moderna. El lema de Tyldum y los suyos podría haber sido: cualquier cosa con tal de crear un héroe más grande que la vida.
Porque El código Enigma está llena de inexactitudes, algunas ligeras y otras no tanto. Incluso Andrew Hodges, autor de la investigación en la que se basa la película, que en 1983 reveló la historia secreta de Turing, se declaró indignado por las numerosas falacias que hacen del relato una novela de espías que no fue, que le endosan a Turing la totalidad de un mérito que es compartido (él no inventó la máquina, sino que lo que hicieron él y su equipo fue mejorr una creada por matemáticos polacos unos años antes, historia que el cine también recogió en el film Sekret Enigmy, del director Roman Wionczek) y le dan un tono y un desenlace melodramático que aparentemente tampoco tuvo. De hecho puede decirse que la película de Tyldum injerta entre los datos reales una serie de fantasías que parecen provenir, ente otros lados, de la novela Enigma, del exitoso escritor inglés Robert Harris, llevada al cine en 2001 con Kate Winslet y Dougray Scott en la piel de un personaje basado libremente en la figura de Turing. 
La pregunta es: ¿cómo funcionan estas digresiones dentro de la estructura narrativa? Debe reconocerse que la trama de intriga es el gran sostén del relato y que la ácida personalidad atribuida al protagonista se convierte en una herramienta útil en manos de un muy buen actor como Benedict Cumberbatch. Pero también es cierto que la magnificada trama sentimental acaba llevando todo hacia ese terreno de esa clase de melodrama tan cara a los entregadores de Oscars, pero tan poco sutil en términos estéticos. Si El código Enigma consigue mantener el balance positivo es sobre todo gracias a un elenco extraordinario que incluye, además de a Cumberbatch, a Keira Knightley, Mark Strong, Mathew Goode y Charles Dance. Una verdadera selección inglesa. 

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.

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