Y un día de 1992 la anarquía llegó a la televisión. Lo hizo de la mano de una troupe de “raros” como Alfredo Casero, Fabio Alberti, Diego Capusotto, Mex Urtizberea, Viviana El-Jaber y los fallecidos Pablo Cedrón y Mariana Brinski, entre otros, provenientes del under teatral que se cocinó durante los años ’80, en la Buenos Aires de posdictadura. Los conjurados instalaron su base en lo que fuera el antiguo Canal 2 de La Plata, que merced el plan de privatizaciones impulsado por el gobierno de Carlos Menem había quedado en manos del empresario Eduardo Eurnekián. Entre todos imaginaron un programa de humor en el que el sinsentido fuera el metro patrón y lo llamaron De la cabeza, pero apenas una temporada después sufrieron el primer sisma que se llevó a parte del grupo con la risa a otra parte. Los que quedaron rebautizaron al programa como Cha Cha Cha y cambiaron para siempre la forma de hacer humor en la televisión argentina.
Encajar a Cha Cha Cha dentro de la tradición del humor político en la Argentina es tan difícil como intentar vincular al programa con cualquier otra tradición cómica. Sin embargo algunos de sus personajes tenían un potente costado crítico, como aquel cura que sermoneaba las enseñanzas del mártir Peperino Pómoro, interpretado por Alberti; o el caprichoso ministro de ahorro postal Gilberto Manhattan Ruíz, parodia de Casero al entonces superpoderoso ministro de economía Domingo Cavallo. Pero eso no alcanza para hablar de humor político. “Cha Cha Cha fue producto de una rebeldía motivada en una gran decepción por las instituciones”, dice Néstor Montalbano, director original del programa y uno de los cuatro creadores junto a Capusotto, Alberti y Pedro Saborido de Todo x 2$, otro programa icónico. Pero si bien “no fue parido desde una concepción política”, Montalbano afirma que en el origen de Cha Cha Cha había “un menjunje ideológico”. “Era un programa con ideología, o ideologías, que fueron la base de un lenguaje que se destacaba por ser rebelde y representaba satíricamente a lo institucional, algo que no era frecuente en televisión”, concluye.
Lo mismo opina el periodista especializado en televisión Emanuel Respighi. “No hablaría de humor político para definir a programas como Cha Cha Cha o Todo x 2$”, dice, “no en el sentido de un seguimiento de la actualidad política a través del absurdo, la ironía o el grotesco como se dio en programas como el de Tato Bores”. Sin embargo considera que ambos incluían “una mirada crítica de la sociedad argentina”. “Me parece que con ellos lo que terminó por irrumpir en lo ’90, en medio de una televisión que acompañaba la ostentación farandulera de la política de esa década, fue un humor transgresor que cuestionaba la institucionalidad, independientemente de lo político”, amplía Respighi. “Cha Cha Cha fue más disruptivo al imponer un humor transgresor que por su mirada política de la realidad.”
“Creo que el personaje de Manhattan Ruíz era bastante light. A Eurnekián le encantaba”, revela Montalbano. “Es cierto que el personaje tenía esa forma dictatorial de expresarse, pero nunca le vi profundidad como para decir que ahí había crítica política.” En cambio cree que Peperino “era más transgresor, porque implicaba meterse con esos curas que cerraban las transmisiones de los canales. Aunque en el fondo también era un personaje bastante ingenuo”. No creyeron lo mismo los auspiciantes, que un día (y todos juntos) decidieron levantar la pauta de programa, impidiendo su transmisión. “Habrá sido por pedido de la Iglesia, supongo. No sé bien qué pasó ahí”, confiesa el director.
Si bien tampoco era un programa en el que lo político estuviera definido, Montalbano sostiene que Todo x 2$ “ya desde el título era más claro en lo ideológico” y atribuye esa claridad sobre todo al contexto: la Argentina del 2001. “No pensábamos igual, pero éramos cuatro tipos unidos por una visión crítica. En las primeras reuniones para ver qué programa se nos ocurría todos sentimos que el país se había convertido en uno de esos negocios que vendían baratijas chinas”. Para Respighi el nuevo programa redobló la carga contra la institucionalidad, metiéndose con “el statu quo de las divas televisivas con ‘Boluda Total’”, o parodiando a “los analistas políticos que nos querían explicar qué pasaba con los argentinos en un país que estallaba en pedazos”. Para Montalbano en el sketch “Qué nos pasa a los argentinos” había una visión crítica de “ese periodismo al que no le importa nada”. El protagonista era “un tipo que parecía tener una mirada política, pero al que todo le chupaba un huevo… Bueno: un periodista”, cierra con humor. Respighi considera que ese sketch “adelanta la crisis actual del periodismo, que hasta ese momento era sagrado, porque la gente tomaba como verdadero todo lo que decían en la tele o en los diarios”.
Montalbano y Respighi coinciden en que Peter Capusotto y sus videos, creación de Capusotto y Saborido, representa un salto en términos ideológicos, pero siempre sobre los márgenes del humor político. “Compartir casi el mismo pensamiento les permitió purificar un lenguaje más específico para transmitir una ideología más clara”, dice el director. Para el periodista lo que hace la dupla creativa es “satirizar o criticar algunas pasiones que comparten, como el rock, el peronismo o ciertos discursos adolescentes”. Procedimiento que abarca “determinadas épocas políticas, como ocurre con Bombita Rodríguez y los años ’70, o determinados discursos del rock, como en el caso de Pomelo”, profundiza Respighi. “Eso genera un público que no es de masas, sino militante. Espectadores que eligen el programa porque tienen un enrolamiento político con la transmisión ideológica que genera”, sintetiza Montalbano. Para Respighi el gran aporte político de los tres programas es “haber puesto en la televisión abierta la visión política del pibe del conurbano que se junta con los amigos a charlar en la esquina del barrio”. Y si, como dijo alguien, el objeto de la política es darle voz a quienes no la tienen, tal vez no sea posible imaginar un éxito mayor.
Artículo publicado originalmente en la revista Caras y Caretas.
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