sábado, 29 de enero de 2011

CINE - El ayuno, de Dennis Smith: La vida con humor, en clave de mujer

Es posible que el gran aporte a la escena cinematográfi- ca nacional durante la última década haya sido la aparición de los espacios no convenciona- les para su exhibición. Estos canteros, en los cuales el cine más independiente y marginal ha comenzado a florecer, tienen por objeto ofrecer nuevas opciones a un público más amplio y curioso. Bajo ese lema, un grupo disperso y heterogéneo de artistas comenzó a exhibir sus propias películas, más allá de un circuito comercial demasiado pendiente de las especulaciones de costos y beneficios. El director de cine y teatro Dennis Smith es ya un hombre con experiencia dentro de ese grupo. Tras haber estrenado de este modo Roud Muvi, su primera película (codirigida junto a Alejandro Welsh), repite la fórmula con su nuevo trabajo, El ayuno. La película se proyectará desde mañana y todos los domingos a las 20:30, en El Camarín de las Musas.
El ayuno aborda con habilidad un universo femenino retratado con un sentido del humor que esconde su filo entre los pliegues de la farsa y el costumbrismo. La historia reúne a siete mujeres ligadas por un vínculo familiar, pero también por los elementos que pueden tener en común dos personas desconocidas de cualquier parte del mundo. Hay un par de hermanas con sus madres, concuñadas entre sí, y una empleada doméstica paraguaya. Todas se juntan a esperar a la abuela de las cuatro chicas, madre de una de las mujeres y suegra de la otra, que reside hace tiempo en un geriátrico. En esa constelación femenina será posible reconocer casi a cualquier mujer. Una de ellas es una maníaca depresiva, abrumada por la ya lejana muerte de su padre. La otra es una mitómana hipocondríaca, que juega de manera compulsiva con la culpa de los otros. Una adolescente que confunde un embarazo prematuro con la dicha y una conductora de televisión que parece haber olvidado lo que es vivir; otra, atribulada, vive con la misma culpa su noviazgo y el deseo de amar libremente; y una última, que apenas puede cargar su imposibilidad de ser madre, integran los dos pares de hermanas que son primas entre sí. El grupo lo completa la chica paraguaya, a quien una hija que no ve hace ocho años acaba de hacer abuela. Con ellas puede trazarse una línea de tiempo sobre la cual se extienden las diferentes etapas en la vida de una mujer, de la pubertad a la madurez.
La gran virtud de El ayuno es haber construido un ámbito en el que esa espera no sólo es posible sino verosímil, a partir de un conjunto de actuaciones precisas que redondean un gran trabajo de elenco. Y el humor, que se permite jugar con un abanico que va de la ternura a lo más negro, sin ceder a la tentación de simplificar. El ayuno comparte ese código y el costumbrismo lúcido que hicieron de Esperando la carroza (la original) un inesperado clásico del cine nacional. Sólo que aquí Mamá Cora es hábilmente aludida. Tal vez El ayuno no llegue a compartir ese olimpo, pero sin dudas es una grata invitación a ver cine, en este caso en El Camarín de las Musas, en Mario Bravo 960. La entrada general tiene un valor de $ 10.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

miércoles, 26 de enero de 2011

CINE - La mentira (À l'origine), de Xavier Giannoli: Al comienzo del camino

Todo delito es reprobable. Sin embargo a veces se cae en el concepto reduccionista de que los delincuentes son una suerte de raza de imbéciles, sin mayores recursos para sobrevivir que los que el crimen les provee. Lo cierto es que lejos toda deficiencia, por lo general los delincuentes son tipos con un ingenio envidiable. No por nada son la fuente de inspiración del Policial: Sherlock Holmes (o Poirot, el padre Brown, o Isidro Parodi) carecería de sentido si criminales verdaderamente lucidos no desafiaran y pusieran a prueba su juicio. Es posible que muchos delincuentes no sean sino talentos desperdiciados en la lucrativa y riesgosa actividad de vulnerar la ley. Paul, el protagonista de La mentira –última película de Xavier Giannoli-, sin dudas tiene el don. Varios dones, si se atiende a que no sólo se trata de un eficiente estafador de medio pelo. También es un McGyver capaz de convertir una camionetita robada, en el transporte de carga de una compañía constructora con sólo unos retazos de vinilo autoadhesivo; o de inventarse la papelería completa de una empresa inexistente con un cutter, una fotocopiadora y varias revistas viejas. Si eso no alcanza, además posee cierta facilidad para la actuación naturalista, que le permite interpretar tanto a un transportista, un inspector o el gerente a cargo de los insumos de diversas empresas. Tan convincente es su trabajo, que consigue engañar a empleados y supervisores de supermercado de maquinaria industrial, para llevarse en consignación diversas herramientas que luego vende en el mercado negro, junto a su socio Abel.
Aunque es un estafador bien dotado para su oficio, Paul dista mucho de parecerse a Marcos, el colega que Ricardo Darín forjara en la clásica 9 reinas. Lejos de ser expansivo, seductor y de llevarse bien con su forma de vida, es solitario y silencioso. En él es posible intuir desde el principio (tal sería una posible traducción del nombre original de esta película), que se trata de un hombre atravesado por conflictos sordos, de una sensibilidad de la que sus talentos aplicados al delito no son sino el botón de muestra. Por eso no extraña que apenas pasados 10 minutos, Paul traicione a Abel, llevándose dinero, papeles, auto y una pistola. En la huida sobrevivirá con módicas estafas, tachando con rojo todos los rincones del mapa de Francia a los cuales ya no puede volver. Se entrevé que también hay en su interior lugares a los que no quiere regresar y un camino desconocido que ha comenzado a recorrer. Puede notarse en la forma en que contempla a la amable camarerita del hotel de uno de esos pueblos a los que lo arrastra su destino. O en la complicidad que asume con el raterito al que descubre robando su propio auto y a quién le permite escapar. Algo se desata en Paul en aquel pueblo, algo corta amarras dentro de él y lo llena de desconcierto y miedo. Pero también hay deseo. En ese pueblo, donde la obra de una ruta fue suspendida hace años, dejando un tendal de desocupación, todos lo toman por representante de la constructora y la comunidad comienza a rearmarse de esperanza. Paul no tarda en ver la posibilidad de hacer negocio con los desesperados proveedores locales, que de la nada comienzan a “ofrecerle” comisiones para que sus empresas sean tenidas en cuenta durante la obra. El avance de esa autopista que como un fantasma comenzará a crecer a espaldas del mundo, representa un nuevo comienzo.
El primer mérito de La mentira y de Giannoli (quien no por nada fue candidato a la Palma de Oro en Cannes 2009, como lo había sido en 2006 por El cantante), reside en la elección del elenco. François Cluzet realiza un trabajo casi milagroso en la composición de Paul, consiguiendo que cada una de sus dudas y revelaciones puedan leerse en su rostro con tanta claridad que parece transparente. Lo mismo sucede con Emannuelle Devos (premiada en Cannes por este papel), interpretando a la alcaldesa de ese pueblito agonizante, que no sólo quiere ver en Paul un futuro luminoso para su comunidad, sino la posibilidad de una nueva vida. A partir de ellos (incluyendo a Gérard Depardieu, como un intimidante Abel; y a Koko y Vincent Rottiers, como la camarera y el ladrón que se unen ilusionados a la empresa con la que Paul engaña al pueblo, pero que de todas formas comienza con la obra), Giannoli guía de manera firme los procesos de transformación. Y logra que La mentira sea al mismo tiempo varios relatos. El particular “camino del héroe” que Paul transita durante la construcción de esa ruta, que va de la marginalidad al hombre que parece entender por primera vez de qué se trata vivir y que sus habilidades no sólo pueden útiles para el crimen; el feroz retrato de una sociedad gobernada por corporaciones, en donde el individuo también es marginado al rol de variable de cambio; y finalmente, un sólido thriller de autor.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculo de Página 12.

CINE - De amor y otras adicciones (Love and other drugs), Edward Zwick: Una película contra sí misma

Tal vez una de las peores cosas que puedan sucederle al espectador de cine, es sentir que el director de la película que eligió ver está en su contra. Que la película completa está en contra suyo. Sobre todo cuando esta tiene elementos para ser una buena película, pero que por decisiones “artísticas” hay que aceptar que no lo es. Algo de eso sucede con De amor y otras adicciones, la nueva película de Edward Zwick, director cuya variada filmografía (que incluye títulos de éxito aceptable como El último samurai, Diamantes de sangre, Leyendas de pasión) demuestra que es un hombre útil a la industria norteamericana. Hecho que no se opone con lo dicho al principio: sin dudas De amor y otras adicciones volverá a ser otro punto más o menos exitoso de su carrera, aunque muchos espectadores sientan que el director quiso jugar con ellos (en el peor sentido) durante casi dos horas. Porque si bien la película tiene momentos que valen la pena, estos no tardan en ser arruinados por personajes fuera de registro, por escenas cercanas al bochorno o lugares comunes que la convierten en un pastiche indefinido, cuyo objetivo es devorar a todos los públicos posibles.
Que se trate de una comedia dramática no es el problema, porque la fórmula es vieja y muchas veces ha dado grandes películas. Que su pareja protagónica esté formada por dos de los actores jóvenes y bonitos más exitosos de la escena actual, tampoco molesta: Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway cumplen muy bien con sus trabajos y forman una buena pareja; tampoco molestan los secundarios, que incluye una lista de tipos con oficio para cargarse cualquier cosa, como Oliver Platt, Hank Azaria y hasta Judy Greer. La historia… está bien, puede no ser brillante ni mucho menos original, pero ese tampoco es un problema. De hecho, que Gyllenhaal interprete a Jamie, un joven seductor que no consigue encajar en ningún trabajo hasta que se vuelve visitador médico de uno de los laboratorios farmacéuticos más importantes del mundo, y que Hathaway haga lo propio con Maggie, una chica que padece Mal de Parkinson y lo soporte estoicamente, como si no le importara, en principio tampoco se presenta como un gran obstáculo. Aunque es cierto que enciende las luces de alerta: todo el que haya visto Love Story puede comenzar a temer (y no sin una justa causa) un final golpeador. El que se quema con leche…
Pero si todos esos detalles no representan en si mismos ningún problema, ¿cuál es entonces la falla en el sistema en De amor y otras adicciones? Pues son varias y todas tienen que ver con la traición. Por ejemplo jugar a la comedia negra, pero arrepentirse a mitad de camino y elegir la salida luminosa (y zonza); amagar con presentar una mirada cruda de la industria de los medicamentos, una de las más redituables e inescrupulosas del injusto sistema norteamericano, pero remata la sub trama con chistes malos con el viagra; presentarse como audaz, a partir de las escenas románticas y los desnudos de sus protagonistas, y terminar cayendo en la grasada del pornosoft más elemental; permitirle a sus personajes el vuelo del ingenio y la ironía, para enseguida maltratarlos con escenas de una sentimentalismo tan pavo como tedioso; incluir personajes fuera de registro, como el hermano de Jamie, que parece robado a un film de la factoria Apatow - Mottola, o incluir otros (como el del vagabundo que junta el Prozac de los tachos de basura) que no terminan de tener desarrollo y, por eso, decepcionan. Esa es la esencia de De amor y otras adicciones: una montaña rusa emotiva entre pretensiones de audacia y certezas conservadoras.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página 12.

jueves, 20 de enero de 2011

LIBROS - Obras incompletas, de HAT (Homero Alsina Thevenet): Leer para crecer

Finalmente aparecerán reunidos los textos inéditos del periodista uruguayo Homero Alsina Thevenet. Dicho así hay algo de engañoso en la noticia, ya que la magnitud de la obra periodística de HAT (así firmaba sus artículos y así le gustaba ser reconocido) necesita que los volúmenes se multipliquen por tres y que, a su vez, el segundo deba dividirse en dos, para recién ahí permitirse intentar abarcarlo casi todo. Cuatro tomos en total, cada uno con más de mil páginas, que sin embargo no alcanzan. Y no se trata de un engaño: desde el título, cada libro informa que se trata de Obras incompletas.
Aunque su nombre sea venerado por casi todo aquel que se dedique al difícil trabajo de escribir tratando de hacerlo bien, Homero Alsina Thevenet no es una figura masiva. Sin embargo, es uno de los máximos referentes en la historia del periodismo en América Latina, uno de los pocos (y quizá el único) que haciendo sólo eso –simplemente periodismo–, puede ser considerado un artista. Un hombre que dignificó y enriqueció el oficio, sin aceptar que perdiera su carácter artesanal. Estas Obras incompletas permiten recorrer el camino de su obra, abrumadora por cantidad, variedad y calidad, pero también conocer facetas menos públicas, como aquella ligada a su defensa permanente de los valores y herramientas necesarias para que el periodismo pudiera seguir siendo un trabajo digno. Hoy, cuando los medios son empresas más atentas a los movimientos del mercado y el poder que a la mera transmisión de la noticia, la correspondencia incluida en los libros suena revolucionaria. “Siempre creí que la obligación esencial del diario es la periodística y que todos los complementos (máquinas, publicidad, contabilidad, oficina de personal) deben estar al servicio del periodismo.” La carta está dirigida al responsable del medio en el cual trabajaba en la década del ’70 y en la misma se permite calificar como inaceptable que los redactores del diario reciban su pago extra en bonos de canje con un supermercado. “Personalmente me daría vergüenza pedir una nota sobre Pintura o Música y anunciar que lo pagaría con vales de comida o botellas de vino.” Tras el paso del tsunami neoliberal, no queda sino pensar que en el fondo tal vez nadie aprendió nada de don Homero.
Los que lo conocieron bien hablan de él con admiración, como de un padre algo duro y exigente pero también un gran ejemplo. Quien quiera dedicarse a escribir, debería leer estás Obras incompletas como un manual. Tal vez no lo hará mejor después de sus 4000 páginas, pero sin dudas se habrá convertido en una mejor persona.

El sueño y la pesadilla
Por Elvio Gandolfo

Con Fernando Peña y Álvaro Buela nos unían, además de muchos otros asuntos, la colaboración, admiración y amistad con Homero Alsina Thevenet (a quien le gustaba que lo reconocieran como HAT). Después de años de divagar con hacer un grueso volumen con material de él no recopilado en libro, la posibilidad concreta y póstuma de hacerlo, hace cosa de un año y medio, nos pareció un regalo impostergable. Nos pusimos a trabajar con entusiasmo, pero pronto descubrimos que la cantidad de material a procesar se duplicaba primero, se triplicaba después, y al final se cuadruplicaba. El sueño se había convertido casi en una pesadilla.
En la imprescindible velocidad para recopilar y elegir cada uno de los primero tres y ahora cuatro tomos (el segundo se dividió en II A y II B), cada uno tuvo a cargo una zona cronológica y geográfica, porque Homero se repartió entre Buenos Aires, Montevideo y Barcelona. Por eso ahora, en mi caso, emprendí la lectura fascinada e inédita, sorprendente e hipnótica de sus primeros pasos (que abarcan 200 páginas) en la revista Cine Radio Actualidad, donde hizo de todo, y donde abundan un humor y hasta un lirismo desaforados. Los tomos incluyen además cartas, muchas fotos, muchas polémicas, un juicio al semanario Marcha para cobrar un despido, un diario de rodaje de Piel de verano y un abundante etcétera. Después del sueño realizado inicial, de la gozosa y terrible, infinita pesadilla posterior, el sueño vuelve ahora, en forma de lectura a ir repartiendo en meses (o años) sucesivos.


El camino de la reescritura
por Fernando Martín Peña

Cuando conocí a HAT yo no escribía: tenía películas, era coleccionista. Creo que fue en 1987. Yo había empezado a trabajar con Salvador Samaritano en el Cine Club Núcleo, me interesaba la historia del cine y sabía un poco, pero nunca había escrito. Nos conocimos porque lo fui a ver a una Feria del Libro, donde presentaba una de las Enciclopedias de datos inútiles. Me habían prevenido contra su carácter, decían que era un tipo hosco y difícil, pero yo nunca tuve para nada esa experiencia; también es cierto que nunca laburé con él en la misma redacción. A veces nos convocaban de algún ciclo para pasar una película y dar una charla, y después íbamos a tomarnos un café. En aquel momento él era editor en Página/12 de la sección Espectáculos y me empieza a pedir que escriba. Me decía: “Vos sabés sobre esto” (me daba confianza), “vos tenés que escribir” y yo le decía que no. Pero el insistía: me tiraba un tema y libros, para que me documentara sobre el asunto. Entonces yo escribía lo que me pedía, pero él no lo publicaba. Con un gruñido, me lo devolvía reescrito por él. Se suponía que yo tenía que comparar mi versión con la suya, pero nunca me lo dijo. Simplemente me lo devolvía escrito por él. Eso siguió –lo habremos hecho cuatro o cinco veces y nunca me publicó nada– hasta que se volvió a Montevideo. Allá fundó el suplemento Cultural de El País (el diario más importante de Uruguay) y recién un par de años después, en el ’90 o ’91, me empezó a publicar algunos artículos. Siempre muy reescritos por él. Tiempo después empezó a publicarme ya sin correcciones. Ahí pensé que me había recibido de algo.

Lo fijo y lo móvil
por Álvaro Buela

Tal vez por lo itinerante de su vida anterior, donde había pasado períodos de incertidumbre económica (como los años en España), e incluso de peligro físico (como en la época de la Triple A en Argentina), el septuagenario HAT era un hombre de rutinas. Su regreso a Uruguay en 1989, para dirigir El País Cultural, representó para él una suerte de plenitud personal y profesional. Por primera vez en más de dos décadas podía volver a establecerse junto a Evita, su esposa, en la casa materna, disfrutar de un sueldo digno, ser reconocido en su país como un faro intelectual (algo que le incomodaba), encontrarse respaldado por una empresa y por un equipo, dirigir el suplemento que siempre había querido leer. Esa estabilidad tenía su correlato en rituales diarios. Leer El País durante el desayuno, escribir, tomarse el 121, llegar a la redacción alrededor de las 11 de la mañana, leer Página/12 (y los jueves Búsqueda, y los viernes Brecha), atender los asuntos editoriales, ir a almorzar (té con leche fría, un sándwich de jamón y queso y una tarta de manzana), volver a la redacción, preparar el próximo número del suplemento, servir el té a los compañeros a las 5 de la tarde, atender a los colaboradores, salir a las 19 hs, tomarse el último café del día en el bar de la esquina, subirse al 121, llegar a su casa, seguir escribiendo, ver alguna película en cable a la noche. La contracara de esas rutinas, o, si se prefiere, la función que cumplían en la dinámica “homerística”, era la de dejarle espacio y tiempo libres para la inquietud, la curiosidad y la pasión periodística que jamás lo abandonaron.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

miércoles, 19 de enero de 2011

CINE - La vieja de atrás, de José Pablo Meza: El valor de los actores

El noventa por ciento de quienes hacen películas en la Argentina sabe que, dadas las actuales condiciones de mercado, deberá resignarse a que el éxito se reduzca a conseguir una segunda o tercera semana de proyección. Lo cual, en muchos casos, es una lástima. Sin ser un gran film en el balance general, La vieja de atrás, segunda película de Pablo José Meza, se destaca como un trabajo digno que ofrece por lo menos un par de motivos muy sólidos para hacerla atractiva: Adriana Aizemberg y Martín Piroyansky. No es que no tenga otros méritos, pero las actuaciones de sus dos protagonistas son el alma de La vieja de atrás. En primer lugar, la Aizemberg (quien hace muy poco también se había destacado en Elegía de abril, último film del banfileño Gustavo Fontán) compone a una vieja que es el retrato de todas las viejas de Buenos Aires y sus amplios alrededores. No habrá quien no tenga en su vida una abuela, una tía o una vecina tan quejosa, desconfiada y entrometida como la Rosa que ella interpreta para la película de Meza.
Confinada en su departamento del noveno piso, Rosa “es” sola. Apenas la acompaña una televisión omnipresente, que permanece encendida aun cuando ella sale. Aizemberg ha sabido capturar y reproducir con gracia los tics que en tantas señoras grandes son menos consecuencia de la soledad que del abandono en que se encuentran. Rosa vive pendiente de lo otro, lo que la rodea: las noticias alarmistas de los informativos, la mugre de los chinos que (según ella) invaden Buenos Aires, de denunciar al perro que se instaló en la puerta del edificio y no se quiere ir, de no levantar las persianas de su casa para que no la vean de afuera. La presencia nebulosa de esos otros es lo único que la justifica y tal vez sólo por ella sigue viva.
El caso de Marcelo no es muy distinto: es un chico de un pueblito pampeano, que está en la ciudad casi obligándose a sí mismo a continuar la universidad. Sus padres se niegan a ayudarlo y le piden que vuelva a colaborar con el trabajo en un campo ajeno. Marcelo, que sobrevive con trabajos miserables que sin embargo no es capaz de conservar, es la apatía hecha persona, un modelo de joven moderno que no sabe lo que quiere y mientras más demore en saberlo, parece ser mejor para él. Cuando consigue entablar una relación, lo único que consigue es vincularse con una chica tan fría y repelente como él.
Marcelo y Rosa viven en el mismo noveno piso, pero apenas se tratan. Hasta el día en que él, resignado a no poder afrontar los gastos de su vida de estudiante, emprende el regreso al hogar. Rosa, metida como es, le ofrece casa y comida a cambio de charla. Al principio esto parece fácil, pero no lo es tanto. Marcelo y Rosa son los dos extremos de una misma línea de discapacitados emotivos que, ella por haber quedado fuera del mundo y él por no poder entrar, permanecen impares, sin nadie con quien compartir o soñar la más mínima experiencia de vida. Sin nadie a quien ver “como uno de nosotros”, como dirían los protagonistas de Freaks (Tod Browning, 1932), también discapacitados, pero en otro sentido. Más allá de las buenas actuaciones y de algunas escenas en las que el humor consigue decir con cruda simplicidad lo que otras largas y silenciosas no terminan de redondear, es obvio que La vieja de atrás no necesita de casi dos horas para ser contada. Y ahí reside su debilidad. Por momentos, la película se contagia los vicios de Rosa y queda presa de una serie de reiteraciones y ciclos que la alargan más allá de lo necesario. Aun así, Meza confirma su calidad como director de actores, un mérito para nada despreciable.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.

CINE - El turista (The tourist), de Florian Henckel von Donnersmarck: Ligero suspenso tolerable

Hollywood se ha nutrido desde siempre con el talento de artistas del mundo entero, que tras ser profetas en su tierra son tentados por la industria del cine más poderosa del planeta. En la mudanza al valle de California, algunos consiguen superar la presión de supeditar el arte al negocio, y otros acaban empeñando el mucho o poco prestigio que hasta allí hayan conseguido por su cuenta. En ese contexto, el caso de Florian Henckel von Donnersmarck es de manual. Luego de arrasar con casi cualquier premio que se le puso delante con su ópera prima La vida de los otros (incluyendo el Oscar a Mejor Película en Lengua Extranjera en 2007), el alemán fue tentado para ir a jugar en las grandes ligas y el resultado de esa incursión es El turista, un thriller muy ligerito en varios sentidos. A pesar de encontrarse a años luz del nivel alcanzado con su debut (que aunque es un gran film y cuenta con una labor protagónica notable del fallecido Ulrich Mühe, tiene algunos costurones evidentes) y sin ser un clásico del género, El turista resulta una experiencia efectiva en tanto consigue mantener entretenido al espectador a lo largo de la proyección.
Un signo de los tiempos que contiene El turista es la elección de escenarios europeos para recibir el desarrollo de una narración que, de algún modo, remeda las viejas historias de espías donde alguien era perseguido por los servicios de seguridad de distintos países. No hace falta escribir una lista de las películas que en los últimos diez años se sostienen en esta misma premisa; alcanza con mencionar la trilogía Bourne, tal vez la responsable de reimplantar con éxito este molde. Todo comienza con una escena en la que Elise (Angelina Jolie) camina por una angosta callecita francesa, seguida a escasos diez metros por una camioneta que en su anónimo color negro no puede ocultar su naturaleza policial. Elise parece no prestar atención ni a la camioneta ni al silencioso despliegue de observadores que la rodea cuando se sienta en la mesa de un bar ubicada en la vereda, tal vez para facilitar la tarea de ese ejército de voyeuristas.
Esta escena de apariencia trivial es clave para entender cuál es el juego que propone Von Donnersmarck. En primer lugar, alertar al espectador: en ese ridículo dispositivo de vigilancia hay más de parodia que de pretensión realista y enseguida llegarán otros indicios que lo confirman. Para empezar, el personaje de Jolie será el deliberado blanco de todas las miradas de la película, desde los policías de Londres, París o Venecia, pasando por cada extra hombre o mujer que se cruce con ella. O el breve homenaje a Contacto en Francia que representa la escena en que ella burla a sus perseguidores en el subte. O la forma en que la policía reconstruye esa carta que Elise recibió y quemó por consejo del remitente, recursos sutilmente revestidos de seriedad, pero que no dejan de recordar a los métodos de Control en la eterna batalla con Kaos.
En la carta alguien le pide a Elise que viaje a Venecia y que en el tren despiste a sus posibles vigilantes, eligiendo la compañía de alguien de contextura similar a la de quien le escribe. El elegido será Frank Tupelo (Johnny Depp), un profesor de matemática norteamericano, fanático de las novelas baratas de espías (otro guiño), quien de inmediato quedará fascinado con la mujer. El truco funcionará a medias: al principio la policía cree que Tupelo es Alexander Pierce, un peligroso delincuente financiero a quien intentan atrapar siguiendo a Elise. Pero aunque luego nota el error, ya es demasiado tarde para detener los rumores. La noticia llega a oídos de Shaw, un banquero mafioso a quien Pierce estafó, dispuesto a cobrarse el chiste a como dé lugar. Esa confusión y el progreso de la relación que comenzará a ligar cada vez más a Frank y Elise motorizarán lo que queda de la película.
Aun con las pistas burdas que el guión va plantando (la mención a Jano, el famoso dios romano de dos caras, es un buen ejemplo) y a sabiendas de que tal vez El turista sea más una excusa para pasar unos días en Venecia (algo así declaró Angelina a una revista) que un film del cual enorgullecerse, el resultado final no deja de ser moderadamente entretenido. Si se consigue reconocer que El turista nunca se toma a sí misma demasiado en serio, y a eso se le suman los encantos de Jolie y Depp (que aunque no transmiten química alguna en su interacción, no dejan de ser dos intérpretes eficientes), se estará en condiciones de disfrutar de esta película. Aquellos que no se crean capaces de ese moderado esfuerzo, mejor que elijan ver otra cosa.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página 12.

miércoles, 12 de enero de 2011

CINE - Buen día, día, de : Amigo de todos, Abuelo de la nada

Desde el tiempo en que los griegos comenzaron a forjar el perfil de occidente, cierto tipo de muerte honrosa era deseable y hasta buscada, puesto que a partir de ella era posible acceder a la eternidad de la gloria. Salteando unos veinticinco siglos de historia, esa épica sigue vigente y donde se la distingue con mayor facilidad es en uno de los fenómenos culturales fundamentales del mundo contemporáneo, uno de los últimos generadores de mitos todavía activos: el rock. Suerte de ficción global donde sin embargo la muerte es real. Casi basta con morirse antes de lo esperado, sobre todo si ello implica cierta tragedia (otro invento griego), para conseguir vacante en los olimpos de la cultura Pop. Hendrix, Morrison, Joplin, Bonham, Moon, Lennon, Cobain y una miríada de diosecillos menores y olvidados, pero no por eso menos talentosos (Nick Drake, Cliff Burton, Layne Stanley, Mark Sandman, Dimebag Darrell y siguen los epitafios), son prueba irrefutable de esto. El rock local también tiene sus altares y el cine no resiste la tentación de aprovechar sus leyendas (Tango feroz, Piñeiro - 1993) u homenajear sus talentos (Luca - 2007). En la misma línea del documental de Rodrigo Espina, Buen día, día, de la dupla de directores formada por Cucho Constantino y Eduardo Pinto, reconstruye una historia posible acerca del precursor y mito del rock nacional Miguel Abuelo y permite sino descubrir, al menos echar luz sobre lo menos conocido de su historia.
Al principio fue la luz; y si Abuelo brilló hasta el final, eso alcanza para imaginar cuan deslumbrante habrá sido de joven o niño. Lo confirma su hermana: era insoportable, impredecible. No paraba. Bastaba darse vuelta para perderlo en la calle y ver como se iba feliz, montado en el carro del botellero. Como corresponde al héroe, Abuelo se hizo a sí mismo. “Salió del barro”, dice un enamorado Andrés Calamaro. Siempre curioso, rondaba con igual voracidad los antros nocturnos y la facultad de Filosofía y Letras, y en ambos espacios generaba admiración. “Siempre estaba colocado y eso hacía que lo veneráramos más”; la frase, cargada de admiración y cariño, pertenece a Luis Alberto Spinetta. No es el único que se reconocerá en deuda con Miguel. El documental se vale sobre todo de archivos de audio, grabaciones en que la voz del músico relata fragmentos de memoria en primera persona, piezas valiosas que enriquecen la narración. En sincronía con este costado tradicional del documental, una segunda línea narrativa se encarga de seguir a Gato Azul, único hijo de Miguel Abuelo, quien montado en su moto recorre algunos lugares de Buenos Aires, que por distintos motivos son significativos dentro de la historia. El heredero va juntando en su recorrido distintas fotos que artificiosamente encuentra. Aunque cargada de melancolía, esta parte es la menos natural de la película y es evidente que Gato no se encuentra cómodo frente a cámara, también aporta destellos fabulosos. Como el fugaz encuentro motorizado con Luciano, el hijo de quien fuera guitarrista de la formación original de Los abuelos de la nada: Pappo, el carpo (¿No tiene nombre de héroe? ¿Para cuándo su película?).
Con altos y bajos, sin lujos cinematográficos, Buen día, día resulta un documental de interés por su contenido y ágil en su forma. Aunque no llegue al nivel del mencionado Luca, punto de referencia inevitable del género en la Argentina. Un homenaje justo, una película correcta. Un héroe inmortal.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página 12.

CINE - Noches de encanto (Burlesque), de Steve Antin: de chillidos y otros despropósitos

Así como es difícil para el ateo dar fe de la existencia divina, así de arduo resulta, para quienes no gustan del género, aceptar al musical como experiencia cinematográfica válida o gratificante. Tal vez se trate de prejuicios, o de que el género resulta más riesgoso que otros, habida cuenta de que no son muchas las películas que salen bien paradas del desafío. Lo cierto es que la pasión por el musical termina siendo casi una cuestión de fe. Sin embargo, por el cine ha pasado gente como Ginger y Fred, Gene Kelly o Julie Andrews y pueden recordarse películas tan diversas como El mago de Oz, El extraño mundo de Jack y hasta la desbocada Team America, todas pruebas que parecen confirmar que tal vez dios sí exista. El problema es que las contrapruebas suelen ser no menos contundentes: Noches de encanto, del desconocido Steve Antin, se perfila en muchos de sus detalles como una diatriba a favor del ateísmo.
Para empezar, la historia parece sacada de un guión descartado por Disney por demasiado repetido. Si se atiende a que el relato gira en torno de Ali, una camarera de Iowa que decide ir a probar suerte a Hollywood, sin más experiencia que la de cantar con la fonola del bar donde trabaja cuando este está cerrado, e imaginando el obvio final, es fácil conjeturar que se trata de una versión de Cenicienta para fanáticos de High School Musical. Ali (Christina Aguilera) no tardará mucho en encontrar trabajo de mesera en el cabaret Burlesque, donde fue a ofrecerse como bailarina y cantante. Ahí conoce a Tess (Cher), dueña y coreógrafa, para quien ese lugar es su vida y está a punto de perderlo por no poder afrontar el pago de la hipoteca. Tess está asociada a su ex marido, quien la presiona para vender el club a Marcus, un agente inmobiliario tan seductor como ventajero. Ali trabará amistad con Jack, el chico que trabaja en la barra del lugar, y las cosas amenazarán con pasar a mayores. Finalmente, a partir de una serie de hechos afortunados, ella tendrá oportunidad de integrarse a las bailarinas del Burlesque y, más adelante, se convertirá en su estrella y principal atracción. El cuadro se completa con una colección básica de personajes de color, que van del modisto homosexual y confidente de Tess a la engreída y celosa Nikki, la bailarina que con la aparición de Ali pierde su lugar estelar.
Es necesario decir que si bien el relato es simple, esquemático, orientado a un público adolescente (que es el que en teoría podría interesarse por el debut cinematográfico de Christina Aguilera), los números musicales son visualmente aceptables. Sin embargo, su debilidad es central: la estridente voz de Chris es un llamado bastante convincente a la sordera voluntaria. Tanto como su labor actoral es una deuda incobrable; por este papel es candidata a los premios Razzie (los anti Oscar), cuyas nominaciones muchas veces son exageradas, pero no es éste el caso. Basta verla entrar a Cher a la pantalla y escuchar su voz profunda, para que todas las posibilidades de Aguilera queden reducidas a nada. No hay paridad entre las protagonistas, y eso redunda en un evidente desequilibrio. Para rescatar: la solvencia de Stanley Tucci haciendo eficaz a un personaje que es un cliché ambulante, y unos pocos toques de humor sarcástico. Y sin ser una virtud, Noches de encanto al menos no se dedica a destruir ningún clásico, pecado imperdonable que el año pasado para esta época cometía Rob Marshall con su lacerante adaptación musical de 8 y 1/2 de Fellini. Entonces Dios no existe, pero en algún rincón de un pasado que sin dudas fue mejor goza de buena salud.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.

CINE - El retrato de Dorian Gray, de Olivier Parker: Un clásico en su justa medida

Las adaptaciones de clásicos de la literatura al cine suelen ser un tema en el que pocas veces se ponen de acuerdo quienes defienden el respeto a ultranza del original y quienes conceden al adaptador el derecho a operar sobre la obra, a fin de lograr que el paso de un género a otro resulte una experiencia positiva. El caso de El retrato de Dorian Gray, la novela del irlandés Oscar Wilde con una veintena de adaptaciones declaradas, es paradigmático. Esta versión de 2009 del inglés Oliver Parker, encaja más en la última de esas dos facciones. No porque se aleje mucho de la novela, sino porque introduce pequeñas variantes que para nada complotan contra su eficacia.
Tampoco es que haya muchas vueltas para darle al conocido relato del joven inocente y virtuoso, quien tras ser retratado por un artista plástico se encuentra con la sorpresa de que ese cuadro que tan genuinamente captura su belleza, comienza a corromperse en la misma medida en que él se inclina hacia vicios y pecados, liberándolo del ocaso de la vejez. Como en la novela, todo el asunto gira en la relación triangular que liga al joven Dorian (Ben Barnes) con el pintor Basil (Ben Chaplin) y el aristócrata lord Wotton (el gran Colin Firth). Basil adora la transparencia del carácter de Dorian, que parece permitir que sus dones interiores se trasluzcan, y su cuadro es una metáfora de su intento por preservar inmaculada esa pureza. Por el contrario, Wotton es un disipado hombre de mundo, deseoso de entregarse a los placeres de la vida sin remordimientos, quien inculcará a Dorian sus valores.
Como en la novela, existe una tensión muy fuerte entre el acatamiento a la estrictas moral victoriana y la liberación de los deseos más allá de la culpa que imponían las normas de aquel tiempo. Tensión que de diferentes formas fue un tópico reiterado en la obra del irlandés. Sin embargo, fuera de época, en pleno siglo XXI es difícil ver vicios o lisa y llana maldad en las inclinaciones del joven Dorian Gray, sino la declinación de una época que cultivó la estética de la decadencia frente a una modernidad que lo avasallaba todo. Las supuestas aberraciones de Dorian no pasan de una potente inclinación hedonista, incluyendo cierta afición a las fiestitas y la diversidad sexual. Nada que hoy en día cualquier swinger del montón no practique por deporte en el living de su casa.
Tal vez el peor error al adaptar El retrato de Dorian Gray al cine, es insistir en el capricho de convertirlo en un relato de terror y esta versión no está libre, hablando de vicios, de esa licencia. Aunque la progresiva monstruosidad que va degradando la imagen de Dorian en el cuadro es descrita en el libro con notorio horror, la novela no pasa de ser una fábula moral, signo de esos tiempos decadentes, que no hace más que reflejar la adhesión de Wilde a las rígidas normas del puritanismo victoriano que, años más tarde, acabarían volviéndose en su contra. En cambio ha resultado un acierto extender la narración hasta entrado el siglo XX, recurso con el cuál acentúa el efecto de la juventud de Dorian entre sus avejentados contemporáneos. Y de paso permite un giro final, de algún modo shakespeareano, que le sienta bien y no es ajeno al trabajo de Oliver Parker. Es sabido que el inglés debutó como director con una versión de Otelo, protagonizada por Laurence Fishburne y Kenneth Branagh, y que sus siguientes películas fueron sendas adaptaciones de Un esposo ideal y La importancia de llamarse Ernesto, dos conocidas piezas teatrales de Wilde. Parece que Parker también probó y le gustó.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.

CINE - Lo mejor de 2010 según FIPRESCI

La filial argentina de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (FIPRESCI) anuncia las candidatas a sus premios en las categorías Mejor Película Argentina y Mejor Película Extranjera estrenadas en el país durante el año 2010.

La películas que resultaron nominadas a MEJOR PELICULA ARGENTINA 2010 (por orden alfabético)son:











Carancho
Dirigida por Pablo Trapero y protagonizada por Martina Guzman y Ricardo Darín. Preseleccionada para representar a la Argentina en la precandidatura a los premios Oscar a la Mejor Película Hablada en Idioma Extranjero.















Copacabana
Documental dirigido por Martín Rejtman, que retrata la vida de la comunidad boliviana en Buenos Aires.













El hombre de al lado
Dirigida por Mariano Cohn y Gastón Duprat. Seleccionada para competir por la Argentina por el premio Goya a la Mejor Película Hispanoamericana.















Excursiones
Dirigida por Ezequiel Acuña, director de las también celebradas Como avión estrellado y Nadar solo.














Francia
Dirigida por Israel Adrián Caetano, con los protagónicos de Milagros Caetano, Natalia Oreiro y Lautaro Delgado. Intensa perspectiva del mundo con mirada de niña.












Por tu culpa
Dirigida por Anahí Berneri, con la gran actuación de Erica Rivas. La vida de la madre/ ama de casa vista como pesadilla.




Las nominadas a MEJOR PELICULA EXTRANJERA 2010 (por orden alfabético) son:














Jackass 3D (EEUU/2010)
Dirigida por Jeff Tremaine, vuelve sobre las aventuras desquiciadas de Johnny Knoxville y sus amigos. Ahora en tres dimensiones.











La pivellina (Austria/2009)
Dirigida por Tizza Covi y Rainner Frimmel. Preciso trabajo de docuficción, reconocida en varios festivales del mundo, incluyendo un premio en Cannes 2009.













Policía, adjetivo (Rumania/2009)
Dirigida por Corneliu Porumboiu. Quirúrgica mirada sobre la institución policial como aparato represivo, mecánico y antihumano. Una de las favoritas.











Red social

(EEUU/2010)
Dirigida por David Fincher. Sorpresiva favorita de muchos, Fincher es capaz de hacer un thriller de la vida del creador de Facebook.
Dos nerds.












Toy Story 3 (EEUU/2010)
Dirigida por Lee Unkrich. Como de costumbre, otro soberbio trabajo de Pixar, aunque también es cierto que se encuentra un escalón debajo de las dos primeras
Toy Story, e incluso de Wall E o Up.











Vincere (Italia/2009)
Dirigida por Marco Bellocchio. Una obra de arte y de cine, tanto desde lo narrativo como desde lo visual. Nominada a la Palma de Oro en Cannes 2009. Candidata.



En breve se darán a conocer los ganadores y menciones especiales de cada sección, junto con la fecha y el lugar donde se realizará la entrega de premios.


FIPRESCI Argentina está integrada por:

Diego Batlle, Horacio Bernades, Diego Brodersen, Gustavo J. Castagna, Juan Pablo Cinelli, Flavia de la Fuente, Leonardo M. D’Esposito, Paula Félix-Didier, Juan Manuel Domínguez, Hernán Ferreirós, Mariano Kairuz, Diego Lerer, Leandro Listorti, Fernando López, Luciano Monteagudo, Gustavo Noriega, Paulo Pécora, Miguel Peirotti, Martín Pérez, Javier Porta Fouz, Quintín, Eduardo A. Russo, Hugo Salas, Josefina Sartora, Pablo O. Scholz, Pablo Suárez, Diego Trerotola y Sergio Wolf.

LIBROS - La ciencia del beso y Breve historia del culo: dos maneras de entender la naturaleza humana

Hay temas que fácilmente pueden ser ligados a la historia de la cultura y otros, más enigmáticos, que dejan un rastro menos evidente. Por eso tal vez no sorprenda a nadie que alguien tuviera la idea de escribir un libro sobre el beso, acto que suele representar el clímax de tantas expresiones del arte. Alcanza con mencionar el de Judas, los de Romeo con Julieta, o el de la mujer araña –por no empezar una interminable lista de ejemplos en el cine–, para saber qué tan importantes son los besos como recurso dramático y narrativo. Y para qué fines tan diversos se lo ha usado a lo largo de la historia. Sheril Kirshenbaum, científica de la Universidad de Texas y habitual colaboradora de publicaciones estadounidenses como Newsweek o The Washington Post, es la autora del libro La ciencia del beso (The science of kissing), de reciente publicación en los Estados Unidos, en el que intenta desmenuzar esta práctica tan ligada a los sentimientos como al placer y la perpetuación de la especie.
Menos convencional en la elección de su tema, el francés Jean-Luc Hennig toma un objeto literario mucho más cercano a la categoría de objeto del deseo, y se atreve a aventurarse en un terreno más profundo y oscuro en su libro Breve historia del culo, título que no requiere demasiada explicación. Editado originalmente en Francia en 1995 como Brève histoire des fesses (o Breve historia de las nalgas), esta particular investigación acaba de ser publicada en España y aunque no hay noticias de que alguna editora local quiera lanzarlo en la Argentina, su contenido no deja de despertar curiosidad.
El libro de la investigadora estadounidense propone que el primer beso es una experiencia tal vez más importante incluso que el debut sexual, y afirma que esta costumbre está presente en el 90% de las culturas humanas y en muchas especies animales. Por su parte, el de Hennig rastrea las distintas manifestaciones que han hecho de la cola humana su objeto, de la escultura y la plástica al cine, y de los griegos a los hooligans ingleses. Todo esto sazonado con reflexiones de autores como Bataille, Joyce, Proust, Sade y Rabelais, cada uno a su modo, expertos en el tema.
Es destacable la diferencia con que uno y otro autor han abordado sus trabajos, contraste que se vuelve evidente en fondo y forma, y que al mismo tiempo opone las esencias de las culturas francesas y norteamericanas. Mientras que Kirshenbaum, científica y estadounidense, propone un relato más bien frío y positivista que se mantiene a prudencial distancia de todo atisbo hedonista en relación al beso (al que en el fondo parece querer reducir a la categoría de mera herramienta sexual, que la mujer-hembra utiliza para “juzgar el sabor de la lengua, los labios y la saliva” y saber si el compañero de turno es al fin “el adecuado”, reducción fácilmente asimilable a la tradición puritana de su país), Hennig no se priva de nada. Francés y sin dudas liberal en el sentido estricto que esa palabra tiene en su patria, Hennig no sólo relata seriamente una historia del culo, sino que parece literalmente meterse en él y disfrutar de cada uno de los momentos que la experiencia le depara con la pasión de su compatriota Pepé Le Pew, aquel “romántico” zorrinito de los dibujos animados. Incluso los pasajes más terribles del libro, como el capítulo dedicado a las torturas y tormentos anales a lo largo de la historia, Hennig parece estar a gusto con el tema de su ensayo.
Aun con todas sus diferencias, no caben dudas de que los libros La ciencia del beso y Breve historia del culo son lecturas complementarias y que serían buenos vecinos en cualquier biblioteca. Tal vez porque su proximidad teórica desciende de una intimidad práctica mucho mayor e inocultable. Basta con recordar cualquier velada de pasiones encendidas, o simplemente aquel viejo chiste en el que un pobre mono terminaba agotado después de haber amado toda la noche a una ardiente jirafa.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

lunes, 10 de enero de 2011

LIBROS - El fabuloso mundo del rock, de Andrés Cascioli: Es sólo circo, but i like it

El rock es sin dudas una de las más potentes expresiones culturales del siglo XX, una de las más influyentes y tal vez la más importante de todas si se la considera además como canal de comunicación a través del cuál se relacionan, se expresan e identifican sucesivas generaciones de jóvenes. En nuestro país el género surgió ya con los primeros ecos de su propagación mundial: Sandro junto a los de fuego comenzó su carrera muy pocos años después que Elvis Presley lanzara la popularidad del rock a rodar por las rutas de los cinco continentes. Ni hablar de Los gatos, Almendra, Vox Dei y Manal, verdaderos fundadores del ahora llamado rock nacional, cuyas aventuras empezaron también a pocos de que Los Beatles y los Rolling Stones fundaran la versión definitiva del rock como género musical y cultura global. Desde entonces, ha tenido miles de ejecutores, pero también muchísimos observadores que con inteligencia y sagacidad lo han sabido interpretar como lo que es: la forma de expresión de una época. Estos intérpretes, sin ser músicos, han colaborado para convertir en leyenda a muchos de los que sí han sido protagonistas directos: escritores, periodistas, críticos, fotógrafos y artistas plásticos también han sido parte del rock y tomado parte en su construcción. Revistas históricas como Expreso imaginario, Pelo, Metal, Toco y canto, Cerdos y peces, Madhouse; las disquerías especializadas, como Abraxas o Excalibur; el ying yang de suplementos juveniles Sí! y No; míticos programas radiales como Submarino amarillo, Feedback, Cuero pesado que fueron eslabones necesarios para la aparición a mediados de los 80 de la Rock and Pop, que por muchos años fue la radio definitiva del rock en Buenos Aires. El genial programa Peter Capusotto y sus videos. Andrés Cascioli también ha sido uno de esos portadores de la olímpica llama rockera, parte de una generación que nació y creció con el género como faro e influencia, que fue su contemporáneo, y cuyo trabajo siempre ha estado imbricado con los caminos que el propio rock ha recorrido por casi 60 años.
Cascioli fue periodista, dibujante, humorista y artista gráfico (ver recuadro) y gran parte de su producción corresponde a sus trabajos como retratista y caricaturista para diferentes medios, muchos de ellos (ahora convertidos en leyenda del periodismo gráfico en la Argentina) fundados por él mismo. Y dentro de esa veta, los retratos y caricaturas de rockeros -como también las más relevantes figuras de la política- formaron parte asidua de su trabajo. Justamente el libro El fabuloso mundo del Rock, de reciente edición, reúne una gran cantidad de esos trabajos, ofreciendo una recorrida posible bastante amplia y relativamente completa, por la historia y sobre todo los principales personajes de un género que ya forma parte del patrimonio cultural de la humanidad.
El álbum, ya que así se lo puede considerar, utilizando un término muy afín al objeto del deseo, se compone de mas de 70 ilustraciones realizadas por Cascioli que retratan a los músicos de rock más importantes de la Argentina y el mundo, ofreciendo a través de ellos una doble recorrida. A los muy fanáticos o muy observadores, seguramente casi todos los dibujos que integran el libro les recordaran fotos famosas, que han servido de obvia inspiración y modelo para el dibujante. A pesar de que bien puede ser visto como relato histórico, El fabuloso mundo del rock no se encuentra ordenado de manera temporal ni mucho menos por un índice alfabético. Así como los dibujos funcionan como espejo curvo, donde sus retratados se ven amplificados por la mano de Cascioli, el libro también es un recorrido que emula el caos creativo del rock. Así, sin orden aparente, el libro abrirá con los Stones, seguirá con los retratos de Coldplay, Janis Joplin, Soda Stereo y Gustavo Cerati. Junto a cada retrato, un texto introduce al lector en una breve pero certera biografía del artista en cuestión. A partir de ahí, cada seis láminas aparecerán unos globos, que a modo de pastillas informativas irán sumando datos, historias y curiosidades que ayudarán a tejer un relato tan ligero como entretenido en torno al gran trabajo gráfico, y que a la vez funciona como línea de montaje sobre la que los dibujos de Cascioli se irán ensamblando en un monstruo de mil cabezas.
Por supuesto que en ese desorden temporal en que los dibujos y los textos son presentados, hay también una sutil pero precisa escala de valores que deja muy clara una línea genealógica. Por un lado están los Rolling Stones, cuya imagen, además de ser la primera que aparece entre las páginas del libro, es también la única que lo hace por duplicado, ya que es la que ilustra la portada de El fabuloso mundo del rock. Para contrapesar ese poder entregado a sus majestades satánicas, Los Beatles son la banda que más veces se menciona en el libro -43 veces en total-, ya sea de manera grupal o por la suma de sus cuatro miembros. Otro dato interesante para terminar de componer un podio rockero: el libro trae de obsequio una reproducción del dibujo correspondiente a la gran leyenda de la guitarra eléctrica, Jimi Hendrix.
Y hasta con su título, que remeda un viejo número de espectáculo circense, El fabuloso mundo del rock parece querer decir algo más. Sí: el rock también es circo, but i like it.


Un perfil de Andrés Cascioli

Se inició en el diseño publicitario y dibujó historietas. Fundó junto Oskar Blotta la revista Satiricón. En 1978 creó el semanario Humor registrado, publicación que lo expuso diariamente con amenazas en plena dictadura militar. La revista se convirtió en un símbolo de la resistencia cultural de la época. A partir de ese éxito creó Ediciones de La Urraca, responsable de revistas ineludibles dentro de la historia de la prensa gráfica en la Argentina, como El Péndulo, Súper Humor, El Periodista de Buenos Aires o la reaparecida Fierro. A fines de 1980 la biblioteca del Congreso de los EE UU adquirió cuatro de sus originales, ilustraciones de políticos del momento y en 1982 Humor recibió el premio a la mejor revista satírica del mundo. Andrés Cascioli falleció en 2009, durante la producción de El fabuloso mundo del rock. Su esposa e hija, junto a un grupo de colaboradores, concluyeron los últimos detalles de este trabajo.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

viernes, 7 de enero de 2011

DISCOS - Five leaves left (1969), de Nick Drake: Canciones para dormir para siempre

Si un día elegís acostarte a dormir y el plan es no volver a despertarte, ese día, esa noche, tenés que planificar cada detalle, como hacen los cocineros de televisión, porque a veces las cosas salen mal y al pollo quemado no hay como resucitarlo. No te voy a decir qué hacer (en el fondo cada uno elige dormirse como quiere), pero sí voy a darte un consejo para que todo lo demás sea lo que debe ser: no más que un blando ir de la luz a donde fuera que te lleve tu sueño.
Sólo tenés que poner en tu tocadiscos Five Leaves Left, el primer disco de Nick Drake, y dejarlo sonar hasta que el cuerpo vaya quedando silencioso de tan lleno, vacío de tanta música. Es raro cómo funciona –pero creéme, funciona-: cada canción se te hunde entre el hueso y la carne como si fueran filosas. Y duelen y te inflan de dolores que seguro ni sabías que existían, pero ahí están, bien adentro tuyo. Haceme caso, sé de lo qué hablo: hace algunos años alguien se durmió con este disco y, te lo digo, no se volvió a despertar. Esa fue la última vez que pude escucharlo. A veces lo extraño.


Artículo puyblicado originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

LA COLUMNA TORCIDA - Noche de gala en Laferrere


Éramos adolescentes con inquietudes de sobra y tal vez por eso surgió entre nosotros el ambicioso proyecto de armar una banda Punk. Pero no punk rock. No: Punk. Punk sucio, feo y malo, en cualquiera de los sentidos que se le quiera encontrar a esas palabras. Con Pablito (¿ya les hablé de Pablito?) nos conocíamos desde hace años y la amistad se hizo más fuerte cuando a los dos nos cambiaron de colegio al mismo tiempo. Ahí fue que apareció Dani, el Burro, y enseguida fuimos una pareja de tres. El Burro tenía 16 y era el más chico, apenas, pero la verdad es que no había diferencia: todos parecíamos mentalmente de 12. Éramos tres entonces y queríamos nuestra propia banda Punk.
Poseídos por esa vocación, tomamos las cosas con la debida seriedad. Igual que ocurre con un barco recién salido del astillero, lo primero fue bautizar a la banda. El nombre elegido fue Pena de muerte y aunque no hubo champán, doy fe de que sí hubo otras cosas. ¿Mencioné algo acerca de nuestras inquietudes? Bueno: éramos adolescentes y las teníamos. Las fantasías tampoco escaseaban durante los ensayos, que transcurrían bajo la mirada protectora de un retrato de Eva, la santita, y enseguida soñamos con un primer disco para Pena de muerte. Haciendo gala de una creatividad y un talento poético poco frecuentes en chicos de esa edad, titulamos por adelantado al hipotético debut con el nombre de Pene de muerto. El juego de palabras nos pareció una genialidad y también celebramos ese iluminado hallazgo.
Tocamos una sola vez en vivo con Pena de muerte. Fue en una peña realizada en una sociedad de fomento de Laferrere. Seríamos el número de apertura y el show principal estaría a cargo de los salseros Makumaguela. ¿Extraño? No. ¿Por qué? Es verdad que para conseguir ese lugar tuvimos que alterar un poco algunos datos objetivos de la realidad. Por eso no fue poca la sorpresa de los organizadores cuando nos vieron subir al escenario y tocar: esperaban una banda de covers de rock de los 50. En sólo tres temas lucimos nuestras mejores virtudes, desde El Burro cayendo del escenario, mientras tocaba la batería sentado sobre un cajón de soda, hasta yo mismo olvidándome la letra de la última canción, mientrs alegaba airadamente que el retorno era pésimo. El sonidista decidió darnos una calurosa despedida cortándonos el sonido sin aviso. 
Huelga aclarar que la gente de Laferrere nunca olvidó ese show. 
Esto último acabo de inventarlo.

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Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

miércoles, 5 de enero de 2011

CINE - "Baarìa, las puertas del viento", de Giuseppe Tornatore: Hipérbole sin control

Si el cine es tierra de sueños, nada hay más cercano a su espíritu lúdico que la potencia fantástica de la infancia. De hecho, el cine sólo es posible desde la niñez, porque allí está su motor: qué es su ritual sino un juego, cuya regla principal exige suspender durante un hora y media toda filiación con la realidad, para aceptar lo ilógico y creer que lo inconcebible puede ocurrir. Cuando desde el fondo de la sala oscura la luz se derrama sobre la sábana blanca, cada espectador (aun el más maduro y cerebral) no es otra cosa que un chico dispuesto a creer, aun sin 3D, que ese tren que viene directo hacia él definitivamente va a pasarle por encima. Ese es el secreto del cine en general y también el de Cinema Paradiso, aquella épica del celuloide por la que el italiano Giuseppe Tornatore ganó su Oscar a la Mejor Película Extranjera de 1989. 

Desde entonces, Tornatore suele volver a la infancia, la suya, en busca de material e inspiración. Es el caso de Baarìa, su nueva película, que conjuga muchos elementos y herramientas que ya había usado en Cinema Paradiso, y en alguna otra como Malena (2000). Cómo en los filmes citados, la acción transcurre en un pueblito de Sicilia. En este caso Baghería, tierra natal del director (Baarìa es el nombre del pueblo en el dialecto autóctono), lugar exacto en donde infancia, cine y memoria se cruzan en el imaginario de Tornatore. Como en esas películas, el relato comienza en un período que va desde algunos años antes de la Segunda Guerra Mundial a los primeros de la posguerra, con la sombra del fascismo siempre presente. 

Como en ellas, los protagonistas son niños y adolescentes que eventualmente crecen, y es a partir de sus miradas que Tornatore desea mostrar el mundo. Baarìa es una épica familiar centrada en la figura de Peppino Torrenuova: su vida será la línea de tiempo sobre la que se desplegará la historia de la Italia al sur. Así, del mismo modo en que el Peppino niño se ira cruzando con el Peppino adolescente y el adulto, pero también con Pietro, su hijo pequeño, la narración avanzará a través de pequeñas escenas que funcionan como viñetas sueltas que la van encauzando. Aunque tal vez sería más correcto decir que la van sacudiendo, haciéndola saltar de momento histórico en momento histórico y de un niño a otro. Se hablará de guerra; de leyendas montañesas; de fascismo; de la censura y el aplastamiento de la oposición; de la lucha del partido comunista y del poder que ya empezaba a tener la Mafia en el sur. Todo contado en clave menor, con un marcado tono de novelón televisivo. 

Se ha dicho que Sicilia representa para Tornatore el centro donde se trenzan infancia, cine y memoria. Tres ficciones posibles que, en el caso de Baarìa, acaban por abrumar, confundir y hasta traicionar a ese espectador que va al cine como un chico, a dejarse sorprender. Las viñetas señaladas van agregando personajes que extienden al infinito las pinceladas de color, pero no profundizan más allá de lo anecdótico. Con idéntica superficialidad, las escenas suelen caer en los extremos del costumbrismo o el melodrama (y los extremos se tocan), que Ennio Morricone se encarga de sobrecargar con música al tono. 

A todo esto, al ir y venir en el tiempo hay que sumarle un toque de realismo mágico, que quiere dar al relato un aire de mandala cerrado sobre si mismo, pero convierte a la película en una suerte de sueño barroco de dos horas y media. Todo con un presupuesto que le permitió al director una puesta lujosa y hasta una agradable fotografía, aunque cabe preguntarse: ¿al servicio de qué? Parafraseando a Groucho, se puede decir que Tornatore ha hecho una gran película. Pero sin dudas no ha sido esta. 

  Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos del diario Página/12.

CINE - Los pequeños Fockers (Little Fockers), de Paul Weitz: Cuando nos salvan los actores

Aunque el final deje todo listo para imaginar un próximo eslabón, la saga de Gaylord “Greg” Focker debería comenzar a cerrarse. Parece no quedar mucho por decir sobre este simpático perdedor con alma de víctima (estereotipo habitual en el Hollywood comercial y moderno, del cual Ben Stiller es uno de sus mejores intérpretes), que vive acosado por su suegro, ex agente de la CIA. Si en El padre de la novia (2000), el pobre Gaylord debía soportar antes de la boda la paranoica oposición de Jack (Robert De Niro); y en Los Fockers: la familia de mi esposo (2004), el choque se daba entre la diestra rigidez republicana del suegro y la liberalidad progresista de los padres del protagonista, Rozalin y Bernie (Barbara Streisand y Dustin Hoffman), esta tercera parte adolece de toda novedad en el conflicto. El cumpleaños de los pequeños hijos de la familia es apenas una excusa para volver a poner frente a frente a Gaylord y Jack, en un duelo de titanes alfa peleando por el liderazgo de la manada.
Toda la saga Focker tiene un problema de base: cultivar un humor que no por ser en ocasiones efectivo deja de rondar el gusto dudoso. Pero en esa marca de nacimiento, ese pecado original que autoriza con motivos sobrados a encolumnarla dentro de la comedia burda, Los pequeños Fockers halla también una de sus fortalezas. Se trata de un caso saludable de corrección política: la saga se ríe de unos y de otros, sin agredir ni burlarse de nadie (y eso incluye a las minorías raciales y sexuales). Porque la incorrección política es un recurso válido cuando se lo usa para llegar a alguna parte, y ante la posibilidad de caer en la mala praxis, la película toma el camino menos riesgoso; elige el “reírse con” al “reírse de” y hace una defensa orgullosa de su linaje. Sobre el final, el personaje de Hoffman dice que debemos reírnos de nuestros pedos y nuestros mocos y de todo aquello que nos haga humanos. A priori no está mal esa premisa y entonces el nivel de la discusión es otro: escatología, ¿para qué? Y ahí Los pequeños Fockers vuelve a estar en problemas. Para la película (la saga completa), la escatología es un fin, nunca un medio. Para verlo con claridad -aunque las películas son evidentemente incomparables- puede tomarse el caso de La gran comilona de Marco Ferreri (recientemente programada en el Festival de Mar del Plata). Ferreri llega al non plus ultra en materia escatológica para, a partir de sus cuatro personajes hastiados de un mundo que no los satisface, tejer una metáfora sumamente lúcida sobre Occidente y su prerrogativa de consumo, y ya en 1973 anunciar consecuencias que recién tras los años 90 terminaron de quedar claras para muchos. Contra ese modelo, el inocente pedo de un nene resulta una escatología tan módica como gratuita y vacía.
Sin dudas lo mejor de Los pequeños Fockers sigue pasando por la química natural entre Stiller y De Niro. A pesar de sus berretines y aun con personajes que no tienen nada demasiado nuevo que ofrecer (los chistes con el nombre y el apellido de Gaylord; las persecuciones entre ellos y hasta los gags durante la cena, ya suenan a figurita repetida), los dos actores conforman una dupla cómica muy carismática. Quizá deberían probar suerte más allá del universo Focker y tratar de forjar uno de esos equipos que acaban en leyenda, al estilo de Lewis- Martín. Otro de los recursos que entrega buenos dividendos a lo largo del film, es el de hacer que el cine se muerda la cola. Las secuencias que remedan a El padrino de Coppola, o reproducen en un enorme pelotero la estampida playera de Tiburón (Spielberg, 1975), son hallazgos que se agradecen. Eso, más el trabajo de un sólido elenco de comediantes, suben el promedio de una película que sin esas pequeñas virtudes, bien podría haber sido olvidable.


Artículo publicado originalmente el la sección Cultura y Espectácilos del diario Página/12.

LIBROS - Nueva versión de Huckleberry Finn: A Mark Twain le borraron los negros

La noticia dice más o menos así. El estadounidense Alan Gribben, profesor de Lengua, es responsable de una nueva edición de Las aventuras de Huckleberry Finn, que Mark Twain escribió hace más de 120 años. El libro cuenta la historia de un chico de clase baja del sur norteamericano, que maltratado por su padre decide huir remontando el Río Mississippi junto a su amigo, el negro Jim, un esclavo que también tiene motivos de sobra para andar escapando. Lo curioso de esta nueva versión es que omitirá el uso de términos despectivos, como “nigger” –utilizado para designar a las personas afroamericanas– o “injun” –que refiere a los indios norteamericanos–. Ambas palabras serán remplazadas respectivamente por “esclavo” e “indio”, sustantivos libres de toda connotación peyorativa. La sustitución fue justificada con la excusa de hacer que el libro se vuelva accesible para aquellos lectores potenciales que pudieran sentirse ofendidos por el original.
Lo más fácil para continuar este artículo sería decir que esta noticia suma un nuevo argumento en contra de los profesores de Lengua. Sin embargo, tal vez sea más productivo verlo de modo práctico y, de paso, también menos ofensivo. Por ejemplo, buscar algún otro caso pasible de ser reeditado de forma políticamente correcta. Sin ir demasiado lejos, podemos citar al gran escritor argentino del siglo XIX, Domingo Sarmiento, hoy criticado con justicia por sus posturas más bien contrarias a la integración de las culturas originales en la Argentina y promotor de la implantación a sangre y fuego de la civilización, allí donde los libros (y las armas) pudieran llevarla. Si le tocara al profesor Gribben ser responsable de una nueva edición de Facundo, civilización y barbarie, ante la ausencia de un término que pudiera suplir el uso que se hace de la palabra “barbarie”, el libro sería rebautizado simplemente como Civilización. La variante resulta a todas luces una mejora invalorable, en virtud de que dilucida la falsa disyuntiva del título original. Además, es un hecho que esto haría que los descendientes de mapuches, tobas, ranqueles y otras etnias diezmadas en nombre del progreso, se convirtieran en fervientes sarmientinos.
Sin dudas Mark Twain, gran cultor de la ironía y la incorrección política, se debe estar riendo de lo lindo con el gran chiste del profesor Gribben. A su salud, entonces.


Artículo publicado en la sección Cultura del diario Tiempo Argentino.

lunes, 3 de enero de 2011

ENTREVISTA - Juan Maresca y el POPulismo mágico: Si Evita viviera, sería brasilera

Imaginemos por un rato que Perón y Evita hubiesen nacido y gobernado en Brasil. También imaginemos que Getúlio Vargas y su esposa Darcy Vargas hubiesen nacido en las Pampas Argentinas y gobernado a los argentinos.” Como en un capítulo de Misión Imposible, quienes asistan a la muestra POPulismo mágico que el Museo Evita ofrece hasta el 31 de marzo,deberán aceptar de entrada que detrás de ese montaje hay una mano oculta que pretende mostrarnos una nueva y extraña versión de la realidad. En esa reversión “Perón sería llamado ‘O primer trabalhador’ y Evita, simplemente Evinha. Ella sería una morena y hermosa bahiana que encontró a João Perón en un espectáculo a beneficio de las víctimas de la sequía. Y Getúlio un militar argentino, que supo también ser abogado, y al que el pueblo cariñosamente llama ‘El Padre de los Pobres’. Hubiese gobernado la Argentina desde 1930 hasta 1954, cuando se pegó un tiro en el corazón. En su carta testamento a los pobres de su pueblo terminaría diciendo: ‘Les di mi vida, ahora les ofrezco mi muerte’.”
El arquitecto detrás de este mundo paralelo es el artista plástico Juan Maresca, ex publicitario argentino radicado en Brasil, quien en un momento en que las relaciones entre ambas naciones se encuentran en su pico histórico de acercamiento, supo ver que también hay un pasado de coincidencias que entrecruzan los relatos históricos de manera notable. Tomando las figuras de los emblemas políticos más destacados del siglo XX a uno y otro lado de la frontera, como lo son el matrimonio de Juan Domingo y Eva, y el de Getúlio y Darcy, y a partir del simple recurso de invertir sus países de origen, el artista plástico prueba que las historias de los pueblos son más próximas de lo que puede suponerse. Y que con facilidad pueden intercambiarse. Sin dudas, que Maresca resida en Brasil hace algunos años ha sido un factor de inspiración importante para su trabajo. “Viviendo allá a uno le preguntan mucho sobre la Argentina. Y como buen peronista, yo me siento muy orgulloso de mi país y de mis ideales”, afirma Maresca.

–Pensando en que la figura de Getúlio Vargas no es muy conocida en la Argentina, cabe preguntarse cuánto se conoce de Perón y Evita en Brasil.-El problema es que al manifestar en Brasil que uno es peronista, la respuesta inmediata es: “¿Cómo puede ser que te guste un dictador?” De ese detonador sale esta muestra. Le quiero enseñar a los brasileños que si el Peronismo hubiese nacido en Brasil hubiera sido tres veces elegido democráticamente y sería derrocado por una revolución que se llamó “la Libertadora” y que trajo 18 años de proscripciones, asesinatos y torturas. Es una risa cómo con el nombre de “Libertadora” se derroca a un gobierno popular y se instaura una dictadura. ¡Cuánto habrán trabajado los medios para crear la sensación de vuelta a la democracia ante semejante vergüenza! Y ya que estaba, me puse a estudiar la vida de Getúlio y lo hice argentino: nosotros también estaríamos orgullosos de tener un presidente así. Getúlio era sin lugar a dudas un peronista. Y Perón un getulista.

La muestra se compone de 17 trabajos (número cabalístico que recuerda cierta fecha de importancia capital en toda esta historia) de marcado perfil pop. En ellas se revela una forma de tratamiento visual muy próxima a la estética publicitaria que tan bien conoce Maresca, pero también con el arte callejero del esténcil. A través de esas imágenes, POPulismo mágico recorre las historias del peronismo y el getulismo, sus fechas y momentos icónicos, acompañando a cada una con un texto que las complementa. Como Getúlio y Juan Domingo, Maresca también cultiva el pensamiento de la acción y su trabajo parece decir: “Melhor que dizer é fazer, melhor que prometer é realizar.” Un espíritu que parece remarcar el cuerpo de su obra. “La única influencia que tengo”, repite Maresca, “es que detrás de todo trabajo tiene que existir una idea. Sin idea, no hay mensaje.”

–Pero debés haberte planteado un objetivo puntual en el momento de pensar una revisión tan particular.
–El único objetivo era hacerlo con respeto. Junto a cada uno de los 17 cuadros hay un texto. Uno puede ver la obra o leerla. Si uno la lee, descubre la historia del peronismo en Brasil y del getulismo en Argentina. Es una historia que se la cuento a mis hijas, a las hijas o hijos de mis hijas y a todos los hijos que quieran leer una historia de amor. La gran enseñanza de esa historia es que la “oligarquía siempre miente”, ya sea con sus conceptos, con los mensajes que crea o con sus métodos. Trabajé toda la vida en la industria de la comunicación y es indudable que la historia se repite todo el tiempo. Para mí fue un hallazgo descubrir que los métodos en Brasil y en la Argentina fueron los mismos.
–La fusión y relectura de las historias de dos vecinos importantes, como son la Argentina y Brasil, resulta un juego interesante que se potencia con el momento histórico, donde no sólo estos países se encuentran en un pico de buenas relaciones, sino que ese estado de armonía abarca a casi toda la región. ¿Pensaste tu obra como parte de este momento?
–Vivo en Brasil, amo Brasil. Allá descubrí muchas cosas hermosas. Pero la más importante es lo orgullosos que ellos están de ser brasileños, algo que nosotros teníamos y ya nos queda poco. La segunda cosa que me encanta es que los medios, más allá de estar en contra de Lula, jamás –pero jamás– se ponen en contra del país. ¡Jamás! Y eso tiene que ver con la primera aclaración: el orgullo está por encima de todos. Hablar mal del propio país es desalentar las inversiones, es pasar un mensaje negativo hacia el exterior. En el fondo, hablar mal del país de uno es antipatriótico.
–Hay otra amalgama en la muestra y es la que se da en el propio nombre: POPulismo mágico. Una idea nueva que reúne al realismo mágico, tal vez la corriente más exitosa de la literatura latinoamericana del siglo XX, con los movimientos de masas que representan las expresiones políticas y sociales más populares del siglo pasado en la región. ¿Qué significa para vos, qué creés que se condensa en ese nombre?
-POPulismo mágico tiene varios sentidos en mi cabeza. Uno, el más obvio, es agarrar las primeras tres letras de la palabra populismo. El populismo es pop. Por lo menos para mí. Una vez recibí una crítica de mi obra: me dijeron que tenía muchos colores. Para mí fue una alabanza. A mí me gusta Caminito: esta obra es para aquellos que gustan de Caminito. El populismo se convirtió en una mala palabra, acá, en Brasil, en todos lados. Y para mí el populismo es una buena palabra. Es hermosa, una de las más bellas que hay. Significa un gobierno que piensa primero en los más necesitados del pueblo, que los cuida, que les sonríe, que les dice cosas lindas. Pero el populismo no es sólo frases lindas, es principalmente hechos. Hechos de gobierno. En la historia de las democracias, el único sistema que le dio hechos a los más necesitados es el populismo. Los demás, siempre favorecen a otros, mientras hablan de la teoría del derrame. A los más necesitados hay que ayudarlos ¡ya!, no funciona la teoría del derrame cuando el hambre es real. El populismo es mágico. ¿Qué sistema democrático tiene más magia que el populismo? Tiene mitos, leyendas, cuentos, historias, y también tragedias. Pero siempre nos acordaremos que alguna vez reinó en el pueblo el amor y la igualdad.

Borrachos de Getúlio, embriagados de Perón, la recorrida termina. Tal vez como última muestra de que no está mal pensar ciertos movimientos como religiones, no exentos de ritos y de liturgias (de mitos y de leyendas, de cuentos y de tragedias), Juan Maresca incluyó entre los objetos que integran el conjunto de POPulismo mágico un altar. Un sagrario dedicado a Evinha y João Perón, tan sobrecargado de imágenes y objetos que no tardan en traer a la memoria todo el imaginario del Umbanda. Una iconografía brasilera “más cercana a la macumba y a los ritmos africanos que a la cristiandad nacida en España”, como afirma el propio artista. Allí es donde se adora y reside el verdadero espíritu de esta exposición.

Quién es Juan Maresca

Nació en La Boca, desde hace algunos años vive en Brasil, en la ciudad de San Pablo, y tiene 39 años. Trabajo como publicitario y con un puesto regional viajo por toda Latinoamérica durante los últimos 8 años. Visito las iglesias de cada país y pintó sus vírgenes, hasta convencerse de que todas las manifestaciones de Dios empiezan y terminan con el pueblo. Empezó a escribir, dibujar y pintar, y luego a hacer collages. Sus influencias son el Pop y la propaganda política del primer gobierno Peronista. Aunque él también menciona a su abuela rumana, quien le cantaba la internacional socialista cuando era bebe.

Para visitar la muestra

POPulismo mágico puede visitarse hasta el 31 de marzo, de martes a domingo de 11 a 19 horas, en el Museo Evita, Lafinur 2988; tel: 4807-0306 www.museoevita.org
La entrada es libre y gratuita. Más información en www.populismomagico.com


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura del diario Tiempo Argentino.

domingo, 2 de enero de 2011

LA COLUMNA TORCIDA: Estigmata

Pablito solía reírse de mí porque estaba convencido de que yo era mucho más torpe que él. Competimos durante toda la adolescencia por ver cuál de los dos era más inepto, y aunque por orgullo sigo pensando que el honor le corresponde, algunos episodios bastante gráficos le dan la razón a él. Como la vez que me lastimé una pierna cuando me caí por correr sobre una pared; o aquella otra en que de manera inexplicable me clavé un cactus entero en la pierna. Ese día, en el mismo momento en que me levanté el pantalón gris del colegio y vimos todas las espinas ahí, ensartadas en mi canilla, me convertí para él en una versión viva del Coyote y ya no hubo vuelta atrás. Pablito se rió tanto que entonces también entendí que hay cosas por las que siempre vale la pena hacer un sacrificio; la risa de los otros es una de ellas. No fue la única vez que aprendí algo de uno de esos hechos desafortunados en compañía de Pablito.
Como íbamos a clases por la mañana, al mediodía volvíamos caminando por Bacacay, hablando de la escuela (que nos importaba poco, aunque a mí me iba algo mejor), de fútbol o de mujeres (temas bastante más importantes en los que el exitoso era él). En el camino solíamos detenernos metódicamente a arrancar los afiches publicitarios pegados en las paredes, a escribir groserías con tiza sobre la vereda del colegio de chicas o a revolear botellas a la autopista desde abajo; eramos peligrosos. Después llegábamos a la fiambrería que Coco, el padre de Pablito, tenía en el viejo mercado de Lope de Vega y Rivadavia, y ahí nos despedíamos. Fue uno de esos mediodías que descubrimos la flor. No recuerdo qué flor sería, pero sí que nos distrajo de la maldad cotidiana: parecía asomar por encima de una pared de ladrillo, como queriendo ver de qué se trataba ese más allá desde donde le llegaba el viento. Siempre fui más arriesgado que Pablito –también más romántico (más boludo)–, así que decidí que quería llevarle esa flor a mamá. Para ello debía saltar, colgarme del borde de la pared y sostenerme con una mano para al fin cortar el tallo con la otra. Aunque los necesitaba, en esa época todavía no usaba anteojos, así que nunca llegué a ver la hilera de botellas rotas que convertían a aquella pared en un puercoespín rabioso. En el aire apenas alcancé a oír el “pero” de Pablito. No estoy seguro.
Con las palmas reventadas, empecé a sospechar que hay otra clase de sacrificios, los que no valen la pena. La risa de Pablito, sin embargo, fue la misma.

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Columna publicada originalmente en el suplemento Cultura del diario Tiempo Argentino.