domingo, 29 de agosto de 2021

ARTE - Bienalsur.TV, una plataforma de streaming pensada como ventana al arte contemporáneo

Un documental que recorre la exposición de un artista japonés emplazada en el monumental paisaje natural de los valles Calchaquíes, en la provincia de Catamarca. Una serie de diálogos con artistas de todo el mundo, en los que sus protagonistas abarcan un abanico temático de saludable amplitud, yendo desde el lugar que el arte puede ocupar como una poderosa herramienta para la inclusión, hasta la incorporación de dispositivos de inteligencia artificial en obras de arte. E incluso la posibilidad de asistir a las inauguraciones de distintas muestras de arte, tanto sea en la ciudad de Málaga, España; o en un pequeño y moderno pueblo de montaña en los Alpes suizos; o acá nomás, en el Museo de Bellas Artes de nuestra norteña ciudad de Salta. Todas esas posibilidades y tantas más están incluidas en el menú que propone la programación de Bienalsur.Tv, el nuevo canal con contenido propio que acaba de lanzar la Bienal de Arte Contemporáneo de América del Sur (Bienalsur), para acercar lo más destacado del arte contemporáneo hasta todos los hogares no solo del país, sino de todo el mundo. 

Bienalsur.Tv, que cuenta con la realización de Untref Media y la curaduría de contenidos a cargo de Diana Wechsler, directora artística de Bienalsur, acaba de ser lanzado por la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref). Se trata de una plataforma de contenido on demand, que podrá verse de forma gratuita y contará con un banco compuesto por más de 300 horas de contenidos audiovisuales, pensados con la intención de problematizar cuestiones vinculadas al arte contemporáneo y su producción. Dicho material se encuentra catalogado a partir de ejes temáticos o formales pensados tanto para organizar el contenido, haciendo más amigable la navegación de la plataforma, como para simplificar la búsqueda de cada espectador. Esta clasificación incluye categorías tales como Inauguraciones; Encuentros; Diálogos, Pensamientos; Proyectos; y Documentales. El canal ya está disponible en la web, a través de la dirección http://bienalsur.tv/./

De esta forma es posible acceder a entrevistas con personalidades destacadas del mundo del arte contemporáneo, incluyendo artistas, curadores, gestores culturales, periodistas e intelectuales, tanto de la Argentina como de todas partes del mundo. Estas charlas se proponen reflexionan sobre arte, sus desafíos y futuros posibles. De esta forma el espectador se podrá encontrar con el pensamiento y la obra de figuras como el rumano Marim Karmitz, productor de cine y coleccionista de arte; el fotógrafo argentino Gabriel Valansi; la artista visual mexicana Betsabée Romero; el filósofo francés Gilles Lipovetsky; la artista y diseñadora ecuatoriana Diana Gardeneira; el artista y teórico italiano Michelangelo Pistoletto; el curador brasileño Marcello Dantas; la artista visual Claudia Coca o el argentino Eduardo Basualdo. Todos ellos voces destacadísimas en el territorio vasto y complejo del arte contemporáneo. 

Desde la Universidad de Tres de Febrero, una de las más activas y destacadas casas de estudio con base en el territorio del Conurbano bonaerense, definen con acierto, a Bienalsur.TV como "una ventana a la escena artística-cultural contemporánea”. Asomados a la misma, los espectadores podrán acceder no solo a distintas muestras alrededor del mundo, sino también al detrás de escena de diferentes proyectos artísticos. Para Aníbal Jozami, rector de la Untref y director general de Bienalsur, el proyecto permitirá ampliar lazos: "Lejos de imponerse sobre culturas, instituciones o colectivos, cada edición transita una cartografía singular en la que se busca escuchar, aprender y trabajar de forma situada sin perder la perspectiva global. Consultado por Télam, Jozami también resaltó que desde Bienalsur impulsan la idea de "un arte que sea social” y que “asegure el derecho a la cultura y a la diversidad". Un objetivo noble cuyo esfuerzo se basa en la aspiración de propiciar el encuentro de la producción cultural con su público, en lugar de sentarse a esperar que el mismo se produzca por obra de un milagro. Porque, ya se sabe, a la hora de difundir el arte y la cultura los milagros hace rato que no existen.  

Un canal para el arte 

Bienalsur.TV es una plataforma dedicada al arte que cuenta con la realización de un equipo de producción audiovisual perteneciente a la productora de contenidos de la Universidad de Tres de Febrero, Untref Media, y dispone de una programación compuesta por más de 300 horas de contenidos audiovisuales exclusivos. Ahí los usuarios encontrarán entrevistas a artistas, curadores, gestores culturales, periodistas e intelectuales de Argentina y el mundo, quienes reflexionan sobre arte contemporáneo, sus desafíos y futuros posibles. Bienalsur.TV es de acceso gratuito a través de https://bienalsur.tv/ 

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

viernes, 27 de agosto de 2021

CINE - "El tiempo contigo" (Tenki no ko), de Makoto Shinkai: Cuando la mágia es posible

Si hay un lugar en donde el realismo mágico no solo sobrevive, sino que goza de una salud de hierro, es en Japón y el estreno del largometraje animado El tiempo contigo, del cineasta Makoto Shinkai, puede ser vista como una confirmación de ello. Si bien el género tuvo su esplendor durante la segunda mitad del siglo XX en el campo literario de América latina, no es raro que su particular forma de incorporar con naturalidad elementos de fantasía en un entorno realista haya calado tan hondo en ese país. Después de todo el sintoísmo, la religión aborigen más popular en tierra nipona, tiene mucho de realismo mágico, ya sea por su modo de repartir la divinidad entre los elementos de la naturaleza, de los astros a los animales y las plantas, o por la convivencia con el mundo de los espíritus que sus creencias plantean. Entre las expresiones más notorias del realismo mágico japonés se encuentra la obra de Haruki Murakami, eterno candidato al Nobel de literatura. Y, sobre todo, la amplia producción de géneros como el manga (historieta) y el animé, nombre que designa a la animación japonesa, área en la que Shinkai es el máximo exponente en la actualidad.

Considerado el heredero de Hayao Miyazaki, uno de los padres y gran maestro del animé, con El tiempo contigo Shinkai vuelve a demostrar su capacidad no solo para abordar la fantasía sin perder de vista el complejo paisaje real (en el que lo social tiene un lugar preponderante), sino también una notable sensibilidad para retratar los vínculos humanos. Esa virtud se manifiesta con claridad en la forma en que registra la relación que surge entre Hodaka y Hina, dos adolescentes con vidas nada sencillas cuyas existencias se cruzan en una Tokio desbordante de gente, pero en la que rige la distancia y el trato despersonalizado. Hodaka, el chico, parece haber llegado hasta ahí como tantos otros migrantes que, decididos a cambiar sus pueblitos por las grandes ciudades, corren detrás de la fantasía de una oportunidad de progreso antes que de una oportunidad concreta, como enseguida lo confirma el choque con la realidad. Porque al ser menor de edad y no contar con el permiso de sus padres, las puertas se le van cerrando y Hodaka termina viviendo en la calle. Que su llegada coincida con un verano inusualmente lluvioso hace que todo sea un poco peor.

Hina, la chica, perdió a sus padres y ha quedado a cargo de su hermano menor. Ella trabaja en un McDonalds donde Hodaka se quedó a pasar la noche y, apiadándose de su condición, a la mañana siguiente lo despierta y le regala una hamburguesa. En ese marco crudamente realista, pero retratado con humor y eludiendo cualquier atisbo de tragedia, es donde el elemento mágico hará su aparición. A diferencia del género fantástico, donde lo extraño es percibido como una alteración de lo que el sentido común entiende por normal, acá ese detalle de fantasía será aceptado con naturalidad por todo el mundo, sin importar lo maravillosas que puedan ser las consecuencias derivadas de su acción.

Es que Hina ha obtenido el poder de manipular las condiciones climáticas el día que atravesó un torii –característicos arcos que funcionan como entrada a los templos sintoístas— para pedir por la salud de su madre. Las duras existencias de ambos chicos volverán a cruzarse y verán en ese don una posibilidad para encontrar una vida mejor ayudando a los otros. Una decisión que implica un sacrificio que irán descubriendo de a poco. Shinkai, a quien el Bafici le dedicó una retrospectiva en 2017, utiliza un diseño obsesivamente realista para retratar la arquitectura y los paisajes de Tokio, y la tradicional estética del dibujo animado japonés para los personajes. Ese contraste reaparece al mostrar de qué forma la pureza del vínculo que va creciendo entre los chicos va rompiendo las frías reglas de la vida en la ciudad. En medio de eso, la fantasía vuelve a ocupar un lugar casi religioso, en el que el poder de un alma noble alcanza para cambiar la realidad más dura. Una ilusión que El tiempo contigo convierte en verosímil. 

 Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Páguna/12.

CINE - "Instintos ocultos" (Voyagers), de Neil Burger: Hay una Grieta en el espacio

A priori, los atractivos de una película como Instintos ocultos, séptimo trabajo del director Neil Burger, no son pocos. Anclada en el terreno de la ciencia ficción, las influencias que parecen alimentarla son numerosas y proceden de ámbitos diversos. Los relatos religiosos, los clásicos de la literatura, la fábula política o el pensamiento filosófico asoman acá o allá a medida que el relato avanza. El mismo retoma la idea de una humanidad al borde de la extinción que, tras descubrir un planeta con condiciones similares a las de la Tierra, prepara una misión de colonización para que la especie sobreviva en un nuevo entorno. El problema es que ese viaje tomará 86 años, por lo cual no serán los tripulantes originales los que llegarán a destino.

El comienzo de Instintos ocultos reúne al mito del Arca de Noé con el de Moises guiando a los judíos a la Tierra prometida. La nave llevará a un grupo de adolescentes que han sido engendrados utilizando el material genético de los hombres y mujeres más destacados del mundo. Todos han sido criados desde su nacimiento en un entorno que replica las condiciones que tendrá la misión a su cargo. La nave también transporta todo lo necesario para recrear a este planeta agonizante en aquel nuevo paraíso.

Junto a ellos viaja Richard, el único adulto con el que los chicos han tenido contacto, quien estará a cargo de liderar el primer tramo del viaje, que transcurre sin conflictos, aunque en un clima tan apacible como frío. Esa estructura comenzará a tambalear cuando un par de chicos descubran que muchos de sus impulsos naturales están siendo contenidos de forma artificial, con el objeto de mantener una estabilidad que facilite el trayecto. La alegoría política en este punto es muy fácil de identificar. 

Sabiendo que hay un mundo de sensaciones por descubrir, ambos jóvenes deciden rebelarse en secreto. Pero el despertar de deseos y emociones desconocidos pronto se volverá difícil contener. Será ahí cuando los chicos tomarán caminos separados, liderando las dos facciones en las que se separará el grupo. Unos devendrán defensores de la libertad individual y el hedonismo; los otros buscarán sostener un orden colectivo que garantice el éxito de la misión. ¿Una metáfora espacial de “La Grieta”? 

Es en este punto, Instintos ocultos se apropia de la trama que el británico William Golding imaginó en su obra magna, la novela El señor de las moscas. Los bandos se disputarán el poder, los espacios de la nave y hasta habrá una presencia oculta imponiendo algunos límites. El paquete incluye la discusión sobre de la maldad o bondad natural de la condición humana. Al inicio, los ingredientes de Instintos ocultos mantienen un moderado equilibrio. Sin embargo, como un coctel demasiado agitado, a medida que las cuestiones van sumándole complejidad al asunto, también se va haciendo más evidente la superficialidad con que algunas de ellas son tratadas. El final, por supuesto, es tan cristalino como una botella de agua mineral Perrier.  

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

domingo, 22 de agosto de 2021

LIBROS - Juan Carlos Quattordio, el historietista que le puso tinta y sentimiento al heavy nacional y superhéroes al peronismo

Para los lectores de historieta, el nombre de Juan Carlos Quattordio es familiar y su trabajo no necesita presentación. Para las huestes del heavy metal, tampoco. Es que los argumentos de muchos de sus trabajos han tenido como escenario o telón de fondo al universo del metal vernáculo. Eso abarca tanto a la saga de Los años metálicos como Chico conoce chica y sobre todo a Judas Riff, clásico que nació a comienzos de los ‘80 en la mítica revista metalera Riff Raff y poco después tuvo un desprendimiento en ese Aleph de las viñetas nacionales que fue la primera etapa de la Revista Fierro. En todas ellas el heavy, su imaginario más ochentoso, sus leyendas, sonidos y estética ocupan un lugar preponderante y siempre es abordado de forma lúdica. A veces contando la historia desde el corazón de la escena metalera, como en Judas Riff. Otras de forma retrospectiva, a modo de memorias que tienen a la nostalgia y la añoranza como elemento distintivo: así ocurre en Los años metálicos. Ambas obras acaban de ser publicadas completas y en un volumen único por la editorial Deux Studio. La noticia amerita ser celebrada.

“Es muy loco el vínculo de la gente con Judas Riff, porque mi nombre quedó asociado a aquel trabajo: Quattordio es Judas Riff”, confiesa el historietista desde Mar del Plata. Lejos de la resignación, en el comentario habita el agradecimiento. “Yo no tengo la mala onda que tenía el Flaco Spinetta con ‘Muchacha’. Le debo mucho a Judas, porque me permitió entrar en Fierro. Y además llegó a mi vida antes que el heavy metal”, recuerda. Quattordio empezó su carrera como artista gráfico en la revista Tren de carga que dirigían Eduardo de la Puente y Sergio Marchi y así conoció a Frank Blumetti, fundador de la Riff Raff. Él le pidió que pensara una historieta que retratará a los especímenes del mundo del cuero y las tachas. Así nació la tira, cuyos personajes se inspiran en los de Lucien, obra del francés Mark Margerin que la revista Metal Hurlant, ícono del cómic europeo, empezó a publicar en 1979.

A poco del debut de la tira su autor se unió a Conan, banda pionera de la escena pesada en La Feliz, con la que trajinó sus enérgicos escenarios. “Yo cantaba en un grupo folk a lo Pastoral y una vez alguien me dijo que había una banda heavy que estaba buscando cantante. Y me mandé”, rememora Quattordio. “Ensayábamos en el sótano del Sacoa de la peatonal: un pasillo de unos 50 metros donde estaban las bauleras del edificio, que se alquilaban como salas de ensayo. Era una especie de ciudad del rock re-loca, donde había desde punkies a funkies, bandas de reggae y un par de bandas metálicas. Y todos se mezclaban con buena onda”, sigue el autor. Parte de esas memorias felices alimentan las viñetas de Los años metálicos, donde la autobiografía se mezcla con la ficción para contar la vida de un cuarentón en plena crisis, que se debate entre resolver las dificultades de sus vínculos amorosos y la nostalgia por los idealizados viejos tiempos.


La veta autobiográfica reaparece en el corto animado YOn My Space, que Quattordio estrenó a fines de marzo en su canal de YouTube, en el que contó con la colaboración de Facundo Arana en voces. “El corto representa el último arco de Chico conoce chica, trabajo que pronto también será editado completo por Deux Studio”, revela el autor. “Lo pensé en 2004 como un cierre, una especie de duelo que quería hacer por la relación con una chica con la que estaba en aquel momento”, confiesa. Ahí narra la historia de YOn, un hombre que para resolver sus problemas existenciales decide comprarse su propia estación espacial y así “experimentar un vació más grande” que el suyo. A la manera de 2001, la travesía también representa un viaje astral a los confines de los sueños, miedos y recuerdos del protagonista. La figura de Arana entra en escena pocos años más tarde, cuando Quattordio le acercó algunos ejemplares de sus libros y descubrió no solo a un fanático de las historietas, sino a un nuevo amigo que no tuvo drama en sumarse al proyecto bien desde abajo. “Es increíble la forma en que Facu entendió al personaje y cómo su voz se acopla a él”, recuerda con gratitud el autor.

En cambio Argentina potencia no tiene nada de autobiográfico. O tal vez sí: este cómic cuenta, a lo Watchmen, una historia de superhéroes vintage pero bien argentos, que estuvieron activos durante el primer gobierno peronista, el del General y Evita. Quattordio -que en colaboración con Juan Sasturain, hoy director de la Biblioteca Nacional, ya había abordado el género con Zenitram, otro superhéroe que lucha por la justicia social- utiliza las capas y los antifaces para apropiarse y ampliar la rica mitología peronista. Es que, así en la realidad como en la ciencia ficción: los mejores días fueron y serán... (complete la línea de puntos).

Pequeño Quattordio Animado 

Además de YOn My Space, el corto que se puede ver en su canal de YouTube y contó con Facundo Arana a cargo de la voz del personaje protagónico, Juan Carlos Quattordio se encuentra en medio de otro proyecto animado. En la actualidad trabaja en una serie de cortos animados a partir de un extenso reportaje que Lautaro Ortiz, director de la edición digital de Revista Fierro, le realizara en 2008 nada menos que a Francisco Solano López, el mítico ilustrador de El Eternauta. Los primeros episodios ya pueden verse en la web de la revista: https://revistafierro.com.ar/. Un verdadero lujo.

Por su parte, los libros de Quattordio pueden conseguirse en distintas comiquerías del país y en la tienda online del propio sello editor, Deux Studio: http://www.deuxstudio.net/.

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

viernes, 20 de agosto de 2021

CINE - "El espía inglés" (The Courier), de Dominic Cooke: Spielberg y el juego de las diferencias

Los puntos de contacto entre El espía inglés, del británico Dominic Cooke, y Puente de espías (2015), de Steven Spielberg, no son pocos. Hasta podrían verse en paralelo, en tanto los hechos reales que recrean ocurrieron al mismo tiempo, entre los años 1960 y 1962 (aunque en la más reciente el desenlace se extiende hasta 1964). Las dos narran historias de espionaje durante el momento más tenso de la Guerra Fría, en las que los protagonistas no pertenecen al mundo de la inteligencia. La de Spielberg rescata el rol del abogado James B. Donnovan tras la captura en suelo estadounidense del espía soviético Rudolph Abel y su posterior intercambio por el piloto Francis Gary Powers, capturado luego de que su avión de vigilancia U-2 fuera derribado en territorio ruso. Por su parte, la de Cooke reconstruye la historia de Greville Wynne, un hombre de negocios elegido por la agencia británica MI6 para establecer contacto con Oleg Penkovsky, alto funcionario del Kremlin que filtró información vital durante la famosa Crisis de los Misiles que puso al mundo al borde del colapso nuclear.

Y si en Puente de espías el trabajo de Tom Hanks era fundamental para darle credibilidad a ese abogado que de golpe se veía envuelto en una trama propia de una novela de Graham Greene, en El espía inglés no es menos importante la labor dramática de Benedict Cumberbach, uno de los actores más camaleónicos del cine contemporáneo. Su composición de Wynne transmite de forma muy verosímil la transformación que atraviesa el personaje, yendo de su inexperiencia y temores iniciales, a la fidelidad con la que sobre el final se abraza no solo a la tarea encomendada, sino a la amistad que inevitablemente surge entre él y Penkovsky.

Aunque Cooke no se aparta del imaginario que rodea a la Guerra Fría, asumiendo una clara (y obvia) mirada occidental, también elude caer en los estereotipos groseros y evita el retrato monstruoso del régimen soviético. Eso no impide que la sensación de peligro alimente las escenas en las que el protagonista cumple su misión en una Moscú convertida en panóptico, acumulando sobre su espalda el peso de todas las miradas. La precisión con la que va construyendo esa sensación de agobio sin permitirse excesos es su mayor mérito narrativo. Acá la tensión acaba desbordando por acumulación y no por el deus ex machina de los golpes de efecto.

Filmada con oficio y eficacia, sin embargo está claro que Cooke no es Spielberg. Aun cuando sus escenas centrales cumplen en funcionar como mecanismos de precisión (véase el montaje paralelo utilizado para narrar el fallido plan de extraer al espía de la Unión Soviética), siempre parece que el director mismo se limita en la posibilidad de ir más allá de lo correcto. Como si temiera que extender un travelling ahí donde el movimiento de cámara pareciera pedir a gritos seguir adelante, fuera un camino que de forma inevitable conduce al fracaso. Ojalá la próxima vez se permita esos riesgos.

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

jueves, 19 de agosto de 2021

CINE - "Leave No Trace", de Debra Granik: Todos los padres y todas las hijas del mundo

En los Estados Unidos existe una larga tradición de opción por la vida silvestre, que tiene su antecedente más notable en la figura del pensador y escritor Henry David Thoreau, nombre clave de la literatura de ese país, en especial en el más conocido de sus trabajos. Walden, o la vida en los bosques es un libro con un aura mítica, en el que el autor narra su propia experiencia viviendo más de dos años aislado de la civilización, en una cabaña construida por él mismo a orillas de un lago. Thoreau además impulsó la desobediencia civil, práctica política cuyos principios desarrolló en el libro homónimo. Su influjo no es ajeno al cine y se percibe en películas como Hacia rutas salvajes (Sean Penn, 2007), Capitán Fantástico (Matt Ross, 2016) o Nomadland (Chloé Zhao, 2020), reciente ganadora del Oscar. Ambos elementos también parecen impulsar a Will, protagonista de Leave No Trace, de Debra Granik, un veterano de la Guerra de Irak que vive oculto con su hija Tom en los bosques públicos en las afueras de la ciudad de Portland.

En la profundidad forestal, padre e hija habitan un campamento que ellos mismos montaron, donde subsisten a base de los modestos frutos que obtienen de la naturaleza y recogiendo el agua del rocío que la noche junta en las hojas de los árboles. Will le ha enseñado todo a su hija adolescente, desde leer hasta esconderse cuando siente cerca la presencia de extraños. Al principio es fácil imaginar que esa vida marginal tiene origen en alguna razón oscura que se desconoce. Granik sin embargo lo narra todo de forma luminosa, tratando de transmitir al espectador el sutil tesoro sensorial que produce el bosque. E incluso retrata a Will como un padre amoroso a pesar de sus excentricidades y a Tom como una hija a la que una niñez que no termina de dejar atrás todavía le permite ver a la figura paterna desde el deslumbramiento. Una mirada que, sin embargo, tiene los días contados.

Pero la vida salvaje a la que aspiraba Thoureau era más sencilla de conseguir a mediados del siglo XIX que en los albores del XXI. No solo porque a veces Will y Tom deben recurrir a la ciudad para proveerse de algunas cosas indispensables, sino porque es muy difícil evitar ser descubiertos por otros. ¿Pero de quién y de qué se esconden Will y Tom? Cuando un grupo de policías los encuentren y los deriven a la asistencia social, quedará claro que Will escapa de los fantasmas que le dejó la guerra y que Tom es una rehén involuntaria de esa dificultad de su padre para reinsertarse en la vida social. Leave No Trace -que Netflix estrenó con su título original, referido a no dejar rastros- se sostiene sobre todo en la eficiente construcción y evolución que Granik hace del vínculo que une a ese padre con su hija. ¿O será más apropiado decir “a esa hija con su padre”? Porque aunque el relato se reparte entre el punto de vista de ambos, cuando sea inevitable hacer primar una mirada sobre la otra no tendrá dudas en escoger con claridad con quién quedarse.

Como ya sucedía en Lazos de sangre (2010), el film más recordado de Granik, que consagró a Jennifer Lawrence, es interesante ver el retrato que Leave No Trace hace de la figura del Estado, oscilando entre lo ausente y lo presente. Esa dualidad aparece representada con claridad en una escena en la que Will le vende a un grupo de hombres sin hogar la medicación que obtiene de un centro de asistencia para veteranos de guerra. Esos dos extremos vuelven a manifestarse cuando padre e hija son descubiertos, provocando que el campamento de los sin techo sea arrasado por topadoras, mientras los asistentes sociales le consiguen a Will y a Tom una casa y un trabajo decentes en una granja. Para la película no parece haber diferencia entre la relación que une a Will con su hija y el vínculo entre Estado e individuo. Ambos se articulan bajo la lógica paternalista tradicional, en la que un padre amoroso también es capaz de causar un daño involuntario. Granik se abraza a la ternura en el retrato de sus personajes, sin juzgarlo a él por sus errores y tomándose el tiempo necesario para que ella pueda madurar un pequeño pero necesario y definitivo acto de desobediencia. Un fresco en el que caben todos los padres y todas las hijas del mundo.

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

domingo, 15 de agosto de 2021

LIBROS y CINE - "Ruta al infierno. La saga de Mad Max", de Marcelo Acevedo: Una marca de identidad en la cultura pop de los '80

Una tesis posible: los años ’80 no serían lo que son en la memoria colectiva si no fuera por Mad Max, la saga cinematográfica creada por el cineasta australiano George Miller. Parece mucho, pero no lo es. En su libro Ruta al infierno. La saga de Mad Max (Editorial Cuarto Menguante), el crítico de cine Marcelo Acevedo realiza un recorrido por ese universo que marcó a todo el cine de acción y ciencia ficción que vendría después. Un pequeño milagro en el que la creatividad, las buenas ideas y el buen ojo cinematográfico son un bien más valioso (y escaso) que el dinero. La prueba está en el origen mismo de la saga. La primera de las películas que tienen como protagonista al motorizado oficial de policía Max Rockatansky, estrenada en 1979, tuvo un costo de 300 mil dólares, pero registró ganancias superiores a los 100 millones. Un margen tan fabuloso que la coloca en la lista de las películas más rentables de la historia. 

Si bien ese exitazo fue importante, porque le permitió a Miller que sus siguientes películas accedieran a una producción de mayor calidad, nada de eso hubiera sido posible sin ese universo cautivante. Pero esa notoriedad no surgió de la nada, no se trató de una anomalía cultural ni de una expresión única y aislada. Por el contrario, Mad Max fue el (anti)héroe de su tiempo, una obra que leyó en clave de ciencia ficción lo que la juventud de la época, punk mediante, ya exponía a los gritos. La creación del australiano expresa en términos fantásticos un clima de época, resonando con esa horda de jóvenes que, bajo la bandera de la anarquía, le refregaban al mundo su decadencia, señalando la certeza de un futuro aun más catastrófico.

Si Mad Max, la original, puede ser considerada una película punk no es solo porque surgió en sincronía con los eventos de Londres, 1977. La película misma desarrolla una estética que pone en acción la visión nihilista encarnada en el eslogan del No Future. Y fue producida bajo la prerrogativa de la autogestión que define políticamente al punk. A eso se le suma el terror global a una catástrofe nuclear que, alimentada por uno de los momentos más álgidos de la Guerra Fría, produjo discursos apocalípticos muy verosímiles, en los que la humanidad era reducida a un estado de salvajismo en la lucha por recursos escasos. Miller creó un imaginario que es la suma de todas esas partes (no tan) dispersas. Y más: construyó al héroe perfecto para sobrevivir en él.

Pero si bien Mad Max desarrolla una trama que refleja el mal estado del mundo, también incluye elementos muy locales. Acevedo define la primera película como “una distopía en la que la escasez de combustible, los altos índices de criminalidad, la ausencia del Estado y el amor de los australianos por los automóviles” conforman un “cóctel adrenalínico”. Y menciona la influencia que el contexto social tuvo en el origen de la saga. Para ello cita a James McCausland, coguionista de la película, quien recordó que a mediados de la década de 1970 “un par de huelgas del sector petrolero demostraron la ferocidad con la que los australianos podían defender su derecho a llenar el tanque de nafta”. Quizás acá no sea correcto decir que la realidad supera la ficción, pero sin dudas la ha inspirado.

En las páginas de Ruta al infierno Acevedo recorre en detalle los cuatro pasos del loco Max por la pantalla, analizando sus mitos y resonancias. Con astucia, el autor convierte la dicotomía sarmientina de “Civilización o Barbarie” en una fórmula en la que ambos términos, lejos de oponerse, se suman para asumir esa forma pesadillesca que define a la creación de Miller. Así avanza sobre Mad Max 2: Guerrero de la carretera (1981); Mad Max más allá de la cúpula del trueno (1985) y Mad Max: Furia en el camino, el regreso con gloria de 2015, para dar cuenta del lugar que esta serie ocupa en la cultura popular y la forma en que marcó la estética de su tiempo.

Es imposible pensar la década de 1980 sin mencionar esta saga que, como cuenta el último capítulo de Ruta al infierno, dejó rastros en innumerables obras posteriores. El libro confirma la enorme influencia que ejerció sobre otras producciones cinematográficas, convirtiéndola en un producto de explotación. Acevedo también recorre la proyección que estas películas tuvieron sobre la literatura, la historieta y los dibujos animados (incluyendo sus variantes orientales, el manga y el animé), los videojuegos, la publicidad y los videoclips. ¿O alguien se olvidó de los videos de las canciones “Unión of the Snake” y sobre todo “Wild Boys”, donde los raros peinados nuevos de los británicos Duran Duran se acoplan con precisión a la estética posapocalíptica de Mad Max? Y además convirtió a Mel Gibson en una estrella mundial. En otras palabras: la nostalgia por los ’80, ese paraíso perdido, no sería la misma sin el lúdico y kinético descontrol de las hazañas del loco Max. 

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

viernes, 13 de agosto de 2021

CINE - "Infinite", de Antoine Fuqua: La pandemia de las no-películas

Típico exponente del cine mainstream contemporáneo, Infinite podría ser una más de las películas que alimentan la lista de las más vistas del año (cualquiera de ellas). Un combo medio deforme pensado como un loop automático de escenas de combate cuerpo a cuerpo, persecuciones en autos de alta gama y un frondoso despliegue armamentístico, todo eso metido en la coctelera de una historia de corte fantástico sobre la que sobrevuela el hoy omnipresente elemento superheroico. Infinite es además la nuevo trabajo de Antoine Fuqua (el segundo con Mark Wahlberg como protagonista luego de Tirador, de 2007), director tan prolífico como irregular que construyó su carrera con un ojo puesto en la taquilla y el otro también.

De hecho, su universo remite directa o indirectamente a muchas películas de probada capacidad para convencer al espectador de pagar una entrada para verlas. Así, Infinite podría ser una de mutantes al estilo X-Men (2000) cruzada con Higlander (1986), en la que dos grupos de seres humanos que son capaces de conservar las conciencias de todas sus vidas pasadas, volviéndose virtualmente inmortales, se disputan el destino de la humanidad: unos para destruirla; los otros para salvarla. Infinite podría ser Mátrix (1999): acá también hay un elegido que debe nacer a una nueva conciencia para poder convertirse en el salvador anunciado. En algunos momentos Infinite se parece a Rápidos y furiosos; en otros a las películas de James Bond protagonizadas por Daniel Craig. O a cualquiera de las de superhéroes, incluyendo un arco dramático que va del mito de origen a la aceptación de ese destino manifiesto en el que “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Y de ahí a un sacrificio de orden cristiano, donde la propia vida se ofrece como garantía para la salvación de los otros.

Descripta de este modo, podría parecer que Infinite es todas estas películas en una, un Aleph cinematográfico en el que confluyen las virtudes y defectos de los títulos mencionados. Pero no: lo nuevo de Fuqua es un pastiche en el que todo eso está pegoteado con actuaciones a reglamento, diálogos que se extienden con torpeza en la necesidad de poner en palabras aquello que no ha podido ser puesto en acción y un “mensaje” new age tan de manual, que ni el locuaz Claudio María Domínguez sería capaz de ponerle onda. Pero no solo Infinite no es ninguna de las películas citadas sino que, siguiendo la teoría de los no-lugares de Marc Auge, se podría decir incluso que se trata de una no-película: el equivalente a un shopping o a un supermercado en formato cinematográfico. Porque si el antropólogo francés define a esos espacios como zonas de mero tránsito asociados al consumo, en los cuales prima el anonimato y lo individual nunca llega a cuajar en una identidad colectiva, de la misma forma Infinite reduce al espectador a la categoría de consumidor, dejándolo solo frente al vacío, incluso en una sala llena de gente. 

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

CINE - "Érase una vez" (Come Away), de Brenda Chapman: Fairytalexploitation

Ya desde el título hay algo que queda muy claro: la película británica Érase una vez pertenece a la categoría de las “fairytalexploitation”, si es que tal cosa existe. Una película que abreva en la fuente de los cuentos de hadas, y en particular en dos de los más populares: las historias de Alicia en el país de las maravillas y Peter Pan. Es cierto que ninguna de las dos pertenece al conjunto más tradicional de este tipo de historias, recolectadas por los g(h)ermanos Grimm a comienzos del siglo XIX: la primera es una novela que el inglés Lewis Carroll publicó en 1865 y la segunda, una obra de teatro estrenada por el escocés James Berrie durante los primeros años del siglo siguiente. Aún así, el aire de familia que comparten con aquel tipo de relatos es innegable. Un parentesco que el cine ayudó a fortalecer, a través de la obra de los estudios de animación fundados por Walt Disney.

Érase una vez comienza con una madre contándole a sus hijos un cuento a la hora de ir a dormir. La vestimenta, la arquitectura y la iluminación dejan claro que la acción se desarrolla en algún momento dentro del lapso temporal en el que transcurren las obras de Carroll y Berrie. A continuación lo que se verá es la historia de la familia Darling, en la que los tres hijos del matrimonio que forman Jack y Rose disfrutan de la libertad de una vida construida sobre el límite de lo urbano y lo rural. David es el mayor y ocupa un lugar destacado tanto para sus padres como para sus hermanos Peter y Alice, desempeñando un rol central en la dinámica familiar. Su ingreso a una escuela de elite parece augurarle además un destino brillante.

Pero si se trata de tejer redes cinematográficas, el espectador puede estar seguro de que no hay forma que en una familia donde los padres se llaman igual que los protagonistas de Titanic (1997), la cosa no termine en desgracia. Que Jack sea uno de esos artesanos que meten barquitos adentro de las botellas y que los chicos imaginen una aventura en un bote viejo que encuentran en la orilla de un arroyo cercano, ayudan a confirmar el augurio que llega a través de la película de James Cameron: que la vida de los Darling se dirige hacia un naufragio que todos ellos ignoran.

Con la tragedia llega el trauma y la fantasía será la herramienta que les permitirá a los niños Darling mantenerse a flote a pesar del dolor. En cambio Jack y Rose se hundirán en la pérdida sin encontrar salvavidas. La cineasta estadounidense Brenda Chapman, cuya experiencia previa se dio en el cine animado –Príncipe de Egipto (Dreamworks, 1998) y Valiente (Pixar, 2012)—, consigue balancear la pura fantasía por la que transitan las obras citadas y la intensión de reversionarlas en plan realista. Pero así y todo no puede evitar que Érase una vez se quede a mitad de camino, sin conseguir que la historia que cuenta pueda ir más allá de la mera cita o de la adaptación no siempre ingeniosa de los personajes y las situaciones de las obras originales, a veces resueltas un poco a las apuradas. Pero con la proa siempre apuntando hacia un anunciado final feliz. 

 Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

domingo, 8 de agosto de 2021

ARTE - Cannabis, un monstruo que ya no asusta tanto convertido en obras de arte

Una galería del terror: eso es lo que propone El monstruo que no dejan salir, nombre con el que fue bautizada la 1° Muestra de Arte Cannábico de la Argentina. Pero, esperen, no salgan corriendo espantados, que no hay de que asustarse. Como ocurría con el viejo Tren Fantasma, los personajes reunidos en el recorrido de esta exhibición también tienen un origen lúdico. Y además funcionancomo un símbolo poderoso para hablar del imaginario atroz que las diferentes corrientes punitivas construyeron en torno de la marihuana y su consumo.

La muestra está conformada por esculturas, cuadros y objetos que a partir de diferentes técnicas aluden a la cultura cannábica. Por ejemplo, el artista plástico Jacko Rial trabaja en sus cuadros en base a imágenes microscópicas del cannabis, generando una serie de formas que se parecen a un libro de biología intervenidos desde la psicodelia. Lo monstruoso aparece de manera literal en las esculturas del artista Fernando Brizuela. Trabajando con hojas y flores de la planta de cannabis, Brizuela crea verdaderos monstruos que recuerdan a aquellos que habitaban en las películas de terror de clase B de los años ’40 y ’50. De esta manera se apropia de la demonización que pesa sobre la marihuana, fruto de todo un siglo de propaganda negativa, para convertir a aquella construcción terrorífica en inofensivos monstruos vegetales.

El recorrido, que incluye más de 50 obras, es fruto de la comunión de muchas fuerzas que militan la cultura cannábica. Una de esas fuerzas es la Asociación Cannabicultura del Sur (ACS). Su presidente Matías Yanzón confirma que se trata de “una gesta colectiva” que “se terminó de definir tras la participación del artista en la Expo FUMARTE, la feria de emprendedores y microemprendedores cannábicos que fue el ultimo evento presencial antes del confinamiento, y que tuvo un éxito enorme”. El espíritu colectivo se confirma en el testimonio de Christo Carnelli, productor de El monstruo que no dejan salir. “Esta unión de fuerzas de protagonistas del ámbito e identidad cannábica cultural, artístico comercial y militante, es el nuevo 'faro' hacia la legalización”, sostiene. “Creemos que la inclusión y el proceso de des-demonización se dará de la mano del campo popular y en el seno de lo cultural e identitario”, sigue el productor.

En relación al contenido artístico, el propio Brizuela confirma que “la curaduría no solo estuvo relacionada a la calidad de los trabajos”, sino a “las búsquedas estéticas en el campo del cannabis”, teniendo en cuenta “un enfoque integrador que es la premisa de la muestra”. El artista cuenta que desde hace más de una década desarrolla trabajos que buscan “problematizar la mirada que tenemos sobre la planta de marihuana”. En el mismo sentido, cree que la elección de la serie Tricomas de Rial resulta un complemento perfecto en “el camino hacia conceptualizar la idea de la liberación de estos monstruos”.

Los organizadores creen que la muestra resultó exitosa y así lo confirma Laura Scuteri, tesorera de ACS. “Desde que el recorrido 360° virtual se presentó en nuestra web, en pleno confinamiento del mes de mayo, las repercusiones entre les socies fue abrumadora”, asegura. “Nos obligaron a acelerar los mecanismos para brindar el paseo presencial que hoy ya hacemos con los protocolos vigentes. Una vez que las primeras burbujas visitaron el espacio, advertimos la enorme cantidad sensaciones que dicha muestra generaba entre les visitantes”, asegura Scuteri.

“El objetivo de esta apuesta es avanzar hacia la recomposición de todo el daño que esta persecución, estigmatización y represión social han marcado en nuestra comunidad e identidad. Una tarea que la organización que presido lleva a cabo desde hace años”, agrega Yanzón. “¿Y qué mejor que el arte y sus licencias para empezar a legitimar nuestros actos y tradiciones?”, agrega Carnelli. El productor recuerda además que El monstruo que no dejan salir “fue pensada para ser itinerante” y espera que la iniciativa ayude a convocar a “más artistas afines”, para que esta sea “la primera muestra de arte cannábico de muchas”.  

Para visitar al monstruo 

La 1° Muestra de arte canábico de la Argentina El monstruo que no dejan salir puede visitarse de manera virtual accediendo a la presentación de 360° a través de la página web cannabiculturadelsur.org. Par poder acceder a la visita presencial en la sede del Centro Cultural La Base Cultural, ubicado en Av. Bartolomé Mitre 252, Avellaneda, los interesados deberán anotarse por correo electrónico escribiendo a cannabiculturadelsur@gmail.com. Se informa que durante todas las visitas se cumple con todos los protocolos de distanciamiento y cuidados vigentes. 

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

viernes, 6 de agosto de 2021

CINE - "La isla del tesoro" (L'ile au trésor), de Guillaume Brac: Verano, imperio de los sentidos

Desde el origen del tiempo –al menos desde que este comenzó a ser percibido humanamente y clasificado en minutos, horas, días, meses, años (al infinito y más allá)—, el verano está asociado culturalmente a la abundancia, la fertilidad y, por qué no, al goce. La estación del calor es aquella en la que el florecer de la primavera da sus frutos, donde los cuerpos se liberan de la capas protectoras necesarias para combatir al invierno y la luz, más brillante, multiplica los colores como un caleidoscopio. Los sentidos se excitan y con él las pasiones. Además, desde que las costumbres de las vacaciones y el turismo lograron imponerse, merced su ampliación a todas las clases sociales, esa época del año representa el momento del descanso, aquel donde todos olvidan las obligaciones por un rato para abrazar un espíritu lúdico y hedonista. El verano es una ilusión de libertad. Ese es el paisaje que el cineasta francés Guillaume Brac retrata en su documental La isla del tesoro, en el cual recorre las distintas locaciones de un balneario ubicado en las afueras de París, para dar cuenta de la intensidad con que todo lo anterior se manifiesta de manera colectiva en un conjunto amplio de veraneantes y empleados de dicho centro recreativo.

Lo primero que sorprende del registro realizado por Brac son las características y la configuración geográfica del lugar. Se trata de un pequeño paraíso natural, como lo define alguno de sus visitantes, que es muy difícil de imaginar tan cerca de la capital francesa, ubicada al interior del territorio galo, bien lejos de las costas. Y es que en realidad el balneario Isla de Loisirs no tiene nada de marítimo. Se trata de un paraje ubicado en Cergy-Pontoise, una pequeña comarca en las orillas del río Oise, cuyas bifurcaciones rodeadas de bosques acaban creando un escenario tan variado como idílico. Una verdadera isla del tesoro a pocos minutos en auto desde París. El lugar representa el destino ideal que eligen quienes no han podido irse lejos de la ciudad, pero que quieren o necesitan escaparle un poco a la rutina y apaciguar el bochorno. Una verdadera horda compuesta por familias numerosas, por hombres y mujeres solitarios y, sobre todo, por las manadas de chicos, adolescentes y jóvenes ávidos de diversión, que buscan (se buscan) establecer lazos vitales con sus semejantes.

En ese imperio de los sentidos avanzan Brac y su cámara, registrando viñetas sueltas de lo que ahí ocurre. Así va articulando un mosaico cuyo dibujo al principio resulta difícil de distinguir, pero al que la acumulación le va dando una forma y un orden. Un grupo de niños que se cuelan porque no tienen para pagar la entrada, pero que son descubiertos por los cuidadores, que los aleccionan sin ninguna intención punitiva. Tirado en la playita, un señor ya grande recuerda el verano en el que conoció a una chica de 20, a la que invitó a mudarse a su hotel cinco estrellas y con quien pasó las vacaciones platónicas perfectas. Chicos cargoseando chicas para conseguir un teléfono; chicas que a veces lo entregan y a veces no. Chicos y no tan chicos saltando al río desde un puente del que no está permitido hacerlo; guardias que deberían evitarlo pero que charlan amistosamente con los infractores. Un nene le enseña los colores en inglés a su hermanito, mientras deambulan por el predio como si el lugar fuera al mismo tiempo una isla y un tesoro que están descubriendo juntos, ahí y ahora.

En las escenas captadas por Brac sorprende la espontaneidad con que los diversos protagonistas actúan, como si la cámara no estuviera o el director fuera invisible para ellos. Montadas con un orden falsamente aleatorio, estas escenas van siendo hilvanadas con una intención concreta: pintar un fresco que dé cuenta de ese caldo de pulsiones y deseos que se cuece al calor del verano. Una instantánea colectiva en la cual, como en los cuadros de los Brueghel (el viejo y el joven), esas pequeñas escenas individuales conviven y se conectan entre sí, hasta articular un relato que cobra sentido recién cuando se toma distancia, para admirarlo completo. 

Artículo publicado originalmente en la sección Espectácuos de Página/12.

jueves, 5 de agosto de 2021

CINE - "La panelista", de Maximiliano Gutiérrez: Crítica televisiva en primera persona

Como una de esas cajitas de música hechas con pedazos de espejo. Una de esas en las que al levantar la tapa aparece una bailarina que da vueltas mientras suena “Para Elisa”, pero que adentro esconde un mecanismo de relativa complejidad que contrasta con la simplicidad de su apariencia. Así se puede definir a La panelista, ópera prima de Maximiliano Gutiérrez, protagonizada por Florencia Peña. Es cierto que no se trata de una obra de alto cine, pero no hace falta llegar a eso para que una película esté realizada con oficio, resulte aceptablemente efectiva en términos dramáticos y constituya una opción entretenida. Netflix y sus Salieris están llenas de producciones internacionales que con muchos más recursos que La panelista no consiguen lo que esta logra: mantener al espectador atento.

La película está ambientada en el infernal universo de la televisión, de cuyos círculos el peor es el de los programas de chimentos, hábitat natural de esa especie convertida en plaga que son los panelistas. Una de ellas es Marcela, una mujer obligada a pelear en varios frentes. Por un lado, contra los años que se le vienen encima y amenazan con devaluar su figura, el bien más preciado en un espacio definido por el axioma legrandiano de “como te ven, te tratan”. Por el otro, con las dificultades de sobrevivir en un ecosistema caníbal en el que todos son depredadores y depredados a la vez. Uno de los gestos más interesantes de La panelista proviene del casting. Es que para darle cuerpo a sus criaturas ha recurrido a un grupo de actores muy conocidos en la tele y casi nada en el cine. Eso, que puede generar suspicacias, acaba revelando inesperados potenciales. No solo por la labor de Peña (que exhibe algunos recursos que no son los que habitualmente explota en la tele), sino por el tono homogéneo y verosímil del elenco. Con picos como el de Martín Campilongo, habitual comediante, quien compone a un oscuro e intimidante columnista de policiales.

Con la amenaza de su jefe de no renovarle el contrato para la próxima temporada, Marcela entra en crisis y termina teniendo una disputa por una primicia con el panelista estrella del programa, quien esa tarde se despide para comenzar una carrera como conductor. La cosa termina en tragedia y lo que parecía avanzar hacia la sátira o la farsa pega un volantazo hacia el thriller, aunque La panelista no es una de Hitchcock, claro, y sus giros a veces son muy simples. Aún así se convertirá en un baile de máscaras en el que es imposible confiar en nadie y en el que el absurdo lo cubre todo. Es cierto que, por ritmo y estética, la película por momentos luce “televisiva” (y lo es), pero eso no necesariamente debe verse como un defecto, sino como una decisión. Al fin y al cabo La panelista se propone como un juego de espejos, de reflejos engañosos e imágenes distorsionadas. Y tal vez no haya mejor forma de ofrecer un retrato crítico de la televisión que ponerle un espejo adelante, con una bailarina que da vueltas en el medio sin terminar de entender bien para qué. 

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

domingo, 1 de agosto de 2021

HOMENAJE - William Burroughs: La pesadilla de una vida convertida en literatura

Un viejo camina con dificultad, como si el peso de la escopeta que carga apenas le permitiera avanzar. Sin embargo levanta el arma y hace descansar la culata sobre un hombro. El movimiento es suave y plástico, como si lo hubiera practicado muchas veces hasta volverlo hermosamente mecánico. Como si el acto de preparar un disparo fuera un ritual que conoce de memoria. Entonces aprieta el gatillo. Igual que ocurre con los témpanos, el arma arroja sobre el viejo una porción mínima de su furia, mientras arroja fuego desde lo profundo de su doble caño. Resulta un misterio que el viejo aguante el empujón de pie. Frente a él, los perdigones destrozan una torta de crema con la palabra "Control" escrita en letras rojas. El hombre recarga y vuelve a disparar cinco veces sobre otras cinco tortas blancas, donde ahora se leen las palabras "Historia", "Imagen", "Realidad", "Lenguaje" y "Sociedad". Con cada tiro, el viejo salpica con tripas de repostería las caras estupefactas de los espectadores: nosotros.

La escena anterior pertenece al videoclip de la canción “Just One Fix”, del grupo de heavy metal industrial Ministry, y su protagonista no es otro que el escritor William Burroughs, de cuyo fallecimiento se cumplirán este lunes 24 años. Símbolo del movimiento Beat en los Estados Unidos junto a colegas como Jack Kerouac y Allen Ginsberg, y escritor maldito por antonomasia, Burroughs es autor de novelas esenciales de la literatura norteamericana, como El almuerzo desnudo o Yonqui. A pesar de contar con méritos literarios suficientes, Burroughs es —o más bien "se convirtió en"— uno de los íconos más importantes de la contra cultura popular del siglo XX. Un procedimiento que no fue calculado ni tuvo un carácter premeditado por parte del autor, pero del que tampoco renegó. Fueron sus libros (y los retorcidos hechos de su propia vida que los inspiraron) los que lo transformaron en un personaje influyente para varias generaciones de jóvenes.

Publicado en 1959, El almuerzo desnudo fue su primer libro editado como William Burroughs: Yonqui había salido en 1953 bajo el seudónimo de Bill Lee. Esa novela lo convirtió en uno de los puntos de convergencia de la generación que parió el rocanrol y una influencia fundamental en el surgimiento de la psicodelia. De hecho, la suya es una de las figuras recortadas en el icónico collage que sirve de tapa al disco del Sargento Peppers, de los Beatles. Ya ungido como símbolo, varias generaciones de roqueros solicitaron y contaron con su colaboración en distintos proyectos. En esa lista se encuentran Jimmy Page, David Bowie, Kurt Cobain y Patti Smith. Un breve paseo por la web también lo mostrará junto a Frank Zappa, Mick Jagger, Debbie Harry, Madonna o Joe Strummer.

Pero antes de todo eso, incluso antes de publicar ninguno de los libros mencionados, la vida de Burroughs había sido marcada por el asesinato supuestamente involuntario de su esposa Joan Vollmer. El hecho habría ocurrido mientras emulaban a Guillermo Tell, un juego que, dicen, la pareja solía repetir en reuniones de amigos. La rutina consistía en que Joan se ponía un vaso de agua sobre la cabeza para que William lo hiciera estallar de un tiro. Fanático de las armas, hasta ese día Burroughs nunca había errado. 

Ambos eran adictos a diferentes sustancias como el alcohol y la heroína, entre varias más, y nunca quedó claro si los hechos se dieron de esa manera o si en realidad se trató de pacto ácido o simplemente de lo que hoy es definido como femicidio. Burroughs nunca dejó de reconocer que su nacimiento como escritor ocurrió en el horror de aquella noche. En su libro Artistas criminales (Editorial El Ateneo), Marcos Mayer cuenta esa historia de forma extensa, abordando en profundidad sus múltiples y complejos detalles. 

Aquel hecho también le permitió a Burroughs emprender el camino de salida de sus adicciones. Por el contrario y a pesar de la desgracia, nunca abandonó su pasión por las armas. Justamente, el video de la canción de Ministry, incluida en el disco Psalm 69 (1992), explota todo eso, no sin algo de morbo. Ahí están la historia trágica de William y Joan, el carácter iconoclasta del escritor y su fascinación con las armas. Ahí se lo ve disparándole a unas tortas de crema en las que se leen las palabras "Control", "Historia", "Imagen", "Realidad", "Lenguaje" y "Sociedad", mientras su voz repite como un mantra: "Bring it all down (Haz que todo desaparezca)".




 
Quienes quieran saber un poco más sobre William Burroughs pueden procurarse el documental William S. Burroughs: a man within, de Yony Leyser. O, mejor todavía, conseguir (y leer) alguno de sus libros. 

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.