viernes, 27 de agosto de 2021

CINE - "Instintos ocultos" (Voyagers), de Neil Burger: Hay una Grieta en el espacio

A priori, los atractivos de una película como Instintos ocultos, séptimo trabajo del director Neil Burger, no son pocos. Anclada en el terreno de la ciencia ficción, las influencias que parecen alimentarla son numerosas y proceden de ámbitos diversos. Los relatos religiosos, los clásicos de la literatura, la fábula política o el pensamiento filosófico asoman acá o allá a medida que el relato avanza. El mismo retoma la idea de una humanidad al borde de la extinción que, tras descubrir un planeta con condiciones similares a las de la Tierra, prepara una misión de colonización para que la especie sobreviva en un nuevo entorno. El problema es que ese viaje tomará 86 años, por lo cual no serán los tripulantes originales los que llegarán a destino.

El comienzo de Instintos ocultos reúne al mito del Arca de Noé con el de Moises guiando a los judíos a la Tierra prometida. La nave llevará a un grupo de adolescentes que han sido engendrados utilizando el material genético de los hombres y mujeres más destacados del mundo. Todos han sido criados desde su nacimiento en un entorno que replica las condiciones que tendrá la misión a su cargo. La nave también transporta todo lo necesario para recrear a este planeta agonizante en aquel nuevo paraíso.

Junto a ellos viaja Richard, el único adulto con el que los chicos han tenido contacto, quien estará a cargo de liderar el primer tramo del viaje, que transcurre sin conflictos, aunque en un clima tan apacible como frío. Esa estructura comenzará a tambalear cuando un par de chicos descubran que muchos de sus impulsos naturales están siendo contenidos de forma artificial, con el objeto de mantener una estabilidad que facilite el trayecto. La alegoría política en este punto es muy fácil de identificar. 

Sabiendo que hay un mundo de sensaciones por descubrir, ambos jóvenes deciden rebelarse en secreto. Pero el despertar de deseos y emociones desconocidos pronto se volverá difícil contener. Será ahí cuando los chicos tomarán caminos separados, liderando las dos facciones en las que se separará el grupo. Unos devendrán defensores de la libertad individual y el hedonismo; los otros buscarán sostener un orden colectivo que garantice el éxito de la misión. ¿Una metáfora espacial de “La Grieta”? 

Es en este punto, Instintos ocultos se apropia de la trama que el británico William Golding imaginó en su obra magna, la novela El señor de las moscas. Los bandos se disputarán el poder, los espacios de la nave y hasta habrá una presencia oculta imponiendo algunos límites. El paquete incluye la discusión sobre de la maldad o bondad natural de la condición humana. Al inicio, los ingredientes de Instintos ocultos mantienen un moderado equilibrio. Sin embargo, como un coctel demasiado agitado, a medida que las cuestiones van sumándole complejidad al asunto, también se va haciendo más evidente la superficialidad con que algunas de ellas son tratadas. El final, por supuesto, es tan cristalino como una botella de agua mineral Perrier.  

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

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