jueves, 24 de marzo de 2011

ENTREVISTA - Alberto Laiseca: Cuentos de medianoche para cagarse de miedo

Foto Daniel Baca
A Dante le gustan los monstruos, el Heavy Metal y los cuentos de miedo. Cuando leo que el ciclo Noches de luna y misterio cerrará su temporada con cuentos de terror en el cementerio de Recoleta, me parece que puede ser un lindo plan de fin de semana para esa aberración de 7 años que es mi hijo. Al principio dice que no, que se va a asustar, pero enseguida se pone su remera de Iron Maiden y acepta el desafío. Se pasa todo el viaje diciendo que se arrepintió, que mejor nos volvemos a casa, pero cuando llegamos y ve al tipo que va a contar los cuentos sentado entre estatuas vivientes, velas epilépticas y una petaca de metal bruñido, la fascinación es inmediata. Ese señor enorme y aspecto seco, cuyo bigote teñido de tabaco delata que nació hace más de cien años y que seguramente sigue vivo a causa de alguno de esos pactos con el diablo, tan comunes en el siglo XIX, es Alberto Laiseca, conjurador de monstruos profesional.
Dante y otras 500 personas serán las almas que Laiseca entregará a las llamas del miedo con tres cuentos de puro horror. Primero serán dos clásicos: La máscara de la muerte roja, de Edgar A. Poe, y El almohadón de plumas, de Horacio Quiroga, para cerrar con un cuento propio, La verdadera historia de la mujer de blanco, escrito especialmente para ser contado esa noche. La entrada del cementerio le recuerda a los que escuchan que todo lo que se cuenta puede ser real. Pero nadie se va: Laiseca triunfa otra vez.

-Qué le suma a su carrera de escritor dedicarse a la narración oral

-Muchísimo, porque me lleva a la primera etapa de nuestros primeros tiempos. La literatura empezó antes de que la raza humana hubiese descubierto un lenguaje escrito. Nos reuníamos alrededor de fogatas y uno de nosotros contaba historias inventadas. Entonces contar cuentos para todos, para mí es como volver a esa primera literatura. ¿Me entendés?
-¿Qué debe tener un relato para ser transmitido de manera oral?
-En principio todo cuento puede ser narrado oralmente. Ahora: todo depende del narrador. A mí me sería mucho más difícil narrar ciertas cosas… Yo elijo el terror porque es un género que admiro y amo mucho, y me siento cómodo, estoy mejor ahí. Pero me doy cuenta que podría narrar otras cosas también si quisiera, que no tienen nada que ver con el terror.
-Además el terror es un género que casi pide ser narrado.
-Pero no es lo único que se puede narrar y contar con interés, te aseguro. Se pueden tomar fragmentos de libros muy bien escritos, por ejemplo El Manantial de Ayn Rand, que no tiene nada de terror, y sin embargo la tensión no decae un minuto.
-¿Por qué el terror encanta tanto a los chicos?
-¡Ah! Se lo estás preguntando a un chico. O por lo menos a un tipo que aunque tenga 70 años, se acuerda de todo lo que le pasaba cuando era pibe. Yo me cagaba de miedo, pero igual iba a escuchar a las viejas que había en mi pueblo que contaban historias de terror. Después no podía dormir, claro, con esas cosas de gente enterrada viva, ¡historias espantosas!
-¿Y de dónde viene tanta fascinación?
-Los chicos quieren crecer y les gusta. ¿Y por qué crecen? Porque saben que les están contando historias, que aunque suenen disparatadas, siempre tienen algo de verdadero. Los monstruos existen, flaco: existen las brujas, los dragones y el sapo de cinco metros que viene y te come. Existe todo. De una manera u otra. Los pibes tienen menos prejuicios que los adultos y por eso están en su salsa cuando les contás estas historias, porque saben que son verdaderas.
-¿El gusto por los relatos de terror será una forma de escapar de otra cosa?
-Escapar no. Yo diría identificar, aprender a vivir con el verdadero terror. Por eso yo me opongo a la tendencia de contarles a los chicos historias “flu”, donde “todos somos angelotes”. Después el pibe sale y lo violan en la esquina, ¿entendés? Los cuentos de terror, sirven de vacuna para los pibes. Tienen que saber que el horror y la maldad existen, para poder defenderse.
-¿Usted se da cuenta que hipnotiza a los que lo escuchan?
-¡No, no sé! Soy consciente de que les gusta y trato de lograr eso, sí.
-¿Qué siente cuando lo consigue?
-¡Alegría! Menos mal, para eso me rompo el culo, viejo lindo, para que a ustedes les guste. ¿O te creés que esto es espontáneo? ¡Semanas estoy estudiando los cuentos! Mirá: La máscara de la muerte roja lo leí por primera vez a los 17 años. Ahora tengo 70… ¿Cuántas veces leí ese cuento? ¡Montones! Pero nunca, nunca aprendés todo. Estos mismos cuentos que conté hoy, no soy capaz de contarlos dentro de 10 días, ¡a menos que los estudie de nuevo! Hay que estudiar y trabajar mucho.

La gente que ha venido a escuchar a Laiseca al cementerio no para de querer saludarlo, tocarlo o abrazarlo, como si se tratara de un médico brujo que acaba de contarle una historia a su tribu, reunida en torno a él. Como si con eso se llevaran para siempre un pedazo de esa noche. Cerca de él está su hija, que lo espera con orgullosa paciencia para irse juntos a casa en esa medianoche. Como yo mismo traje a mi hijo para que este brujo le contara historias, es lógico que se me ocurra querer saber qué cuentos le contaría a sus propios hijos a la hora de mandarlos a la cama. La posibilidad me amontona la curiosidad en la punta de la lengua. Cuando me ve ir hacia ella con el grabadorcito como un puñal, esa chica alta y rubia no puede disimular la vergüenza y me ruega que no lo haga. Pero los periodistas tenemos la genética de una vieja de barrio.

-Imagino que tu padre te contaba cuentos antes de dormir. ¿Cuál era tu favorito?
-No sé… había uno, ¿cómo era? Era sobre un pueblo de China, en un momento donde había mucha hambre… Pá, ¿cómo era el cuento del arroz gigante?

Cuando escucha la invocación de su hija, Laiseca aparece como salido de una lámpara persa recién frotada.

Padre-Ah… no me acuerdo de ese…
Hija-¿Ves?: me los inventaba y después se olvidaba. Eso es lo peor… Había mucha hambre…
P-Sí, mucha hambre y un mago pidió un arroz, un único grano de arroz. Lo tomó y lo hizo gigante y entonces le cortaban pedacitos…
H-Y así todos comieron y nunca murieron de hambre. Ese era mi favorito.
-Veo que ha tenido con quién practicar.
H-Sí, siempre me contaba cuentos. Y a mí me encantaba.
P-Cuentos egipcios. ¿Te acordás?
H- Es verdad: cuentos de faraones…
P-Y de momias…
H-¡Sí, eso! ¡Momias y cocodrilos embalsamados que luchaban para siempre, cierto! ¡Era buenísimo ese!
P-Luchan eternamente porque ninguno de los dos puede morir: ni las momias ni los cocodrilos embalsamados.
H-Sí. Pero también había dos magos…
P-Enemigos.
H-Sí, enemigos. Y uno hizo una momia y el otro un cocodrilo embalsamado. Y entonces los hicieron luchar, aunque la momia y el cocodrilo no querían luchar entre sí.
P-Pero no tenían más remedio.
H-Es cierto. No tenían remedio.
P-Y lucharon…
H-…por toda la eternidad.
P-Imaginate: ninguno podía morir.

Los Laiseca se ríen, se quieren en la risa y en el eco de esos cuentos, que ahora vivirán entre los ladrillos que encierran con su abrazo viejo al cementerio de Recoleta. Inmortales.
Esa noche, feliz, Dante se pasará a la cama de sus padres.


Entrevista publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

No hay comentarios.: