jueves, 3 de marzo de 2011

CINE - Fase 7, de Nicolás Goldbart: El regreso del cine de género

Que una película argentina como Fase 7 llegue a los cines con el apoyo con el que lo hace, es un hecho extraño. Extraño y bienvenido. Porque la película de Nicolás Goldbart es un eficiente juego cinematográfico. La sorpresa es mayor cuando se cae en la cuenta de que se trata de una ópera prima: Fase 7 es la primera película de Goldbart como director y la supuesta inexperiencia no se nota para nada. Resulta que Goldbart antes que director es montajista y como tal ha sido responsable de la edición de varias de las más destacadas películas de los últimos diez años de cine argentino. La lista incluye los primeros trabajos de Pablo Trapero; El custodio, de Rodrigo Moreno y los exitosos bautismos cinematográficos de Damián Szifrón (El fondo del mar, 2003) y Gabriel Medina (Los paranoicos, 2008). En el camino, Goldbart parece haber encontrado la entrada secreta para pasar con éxito de la soledad en la isla al transitado set y su logro es una buena noticia para el cine argentino. Sin ser ni el primero ni el único, el director aparece como emergente de una camada de cineastas interesados en explorar los géneros como herramienta narrativa y no caben dudas de que Fase 7 es un paso muy firme.
Tanto, que si hasta hace dos semanas era difícil imaginar un film nacional que se atreviera a presentar una paranoica historia de fin del mundo, con suspenso, acción, buenas dosis de violencia y que apelara al gore como recurso válido, para narrar todo con un humor de reconocible raíz argentina, con el estreno de Fase 7 habrá que revisar la lista de prejuicios. Es posible que frente a una sinopsis del film se caiga en la cuenta de que lo que se verá ya se ha contado antes (y varias veces. Quizá ese sea su mayor déficit), aunque Goldbart se las ha ingeniado para imprimirle a la historia sus propios giros. Pero es cierto: la historia de la parejita joven encerrada en un edificio en cuarentena a causa de una pandemia global, junto a un grupo de vecinos que comienza a ponerse cada vez más agresivos y sicóticos, puede exhumar de la memoria una larga lista de antecedentes. Desde títulos recientes que cuentan con algunos de esos elementos, como las españolas Rec y La comunidad, las clásicas películas de zombies (incluyendo La noche de los muertos vivos, de George Romero, piedra fundamental del género) y, más tangencialmente, hasta filmes de culto como ¿Quién puede matar a un niño?, de Narciso Ibáñez Serrador, El enigma de otro mundo, de John Carpenter, o La amenaza de Andrómeda, de Robert Wise. Pero el éxito de Fase 7 consiste en contar la historia otra vez con convincente color local.
En ese sentido el gran acierto es el elenco. No hay mucho que decir de Daniel Hendler, ese actor uruguayo que se ha convertido en uno de los más importantes del cine argentino. El papel de Coco, el desganado joven de clase media que se ve envuelto sin aviso en una aventura llena de peligros reales, que inconscientemente parece haber estado esperando para eludir la apatía de su vida cotidiana (la escena de la afeitada frente al espejo es una clara manifestación de ese deseo), sin dudas ha sido escrito para él. Pero no sólo por eso es bueno su trabajo: Hendler consigue que el resto de los personajes gire en torno a él, permitiendo que sus compañeros de reparto también se luzcan. Jazmín Stuart (con quien ya compartió cartel en la mencionada Los Paranóicos) interpreta a Pipi, la mujer de Coco, embarazada, cargosa y siempre al borde de un ataque de nervios. Abian Vainstein y Carlos Bermejo se destacan en sus roles secundarios de vecinos peligrosos. El eterno Federico Luppi pone una vez más a prueba su versatilidad, en la piel de Zanutto, un viejo que vive sólo con su perrito y en quien algunos creen reconocer algunos de los señas de la enfermedad. Pero la enorme sorpresa del reparto resulta Yayo, ex Tinelli boy, que un poco a la manera de Daniel Aráoz en la exitosa El hombre de al lado, consigue que su conspiranoico Horacio sea tan cómico como intimidante.
Todo suma en Fase 7: desde el chiste inspirado en una famosa placa roja de Crónica TV, el fabuloso timing para la puteada que tiene todo el elenco, los ambientes asfixiantes que imprimen a la vida de esa vecindad los síntomas de la sofocante enfermedad que da pie al relato, y hasta la música, que vuelve a remitir deliberadamente a Carpenter y Wise. Goldbart resuelve de manera satisfactoria su acercamiento a la dirección y a los géneros. Sería saludable que su experiencia deje huellas: tal vez en un tiempo se hable del Nuevo Cine Argentino de Género.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos e Página/12.

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