En ese futuro, la humanidad es dividida en castas de manera arbitraria a partir de un proceso de multiplicación en que cada embrión, cada uno dentro de su frasco, es manipulado genéticamente para adaptarse a la función social que le tocará en suerte, siguiendo para ello un patrón matemático: cuantos más embriones se obtengan de la división de un óvulo, menor será la categoría social de estos. De la misma manera, al nacer serán condicionados psicológicamente a partir de ejercicios de inducción pavloviana, que los volverá más eficaces de cara al destino irreductible y a la vez, a estar satisfechos con él. Todos son obligados a la felicidad.
En este mundo feliz, aquellos salvajes que siguen engendrándose entre sudor -y otras secreciones igualmente inmundas-, y pariendo a su cría con dolor, son reducidos a reservaciones mugrientas y apestadas, en donde continúan enfermando y envejeciendo, lejos de la confortable tecnológica de las grandes ciudades. Sin embargo, el choque entre los mundos se precipita cuando uno de estos salvajes, curiosamente sabio a partir de su conocimiento de la obra de Shakespeare -un autor prohibido-, es introducido en Londres como un fenómeno del viejo mundo, trazando una línea paralela que nos recuerda el viaje y la llegada de Pocahontas, muchos siglos antes, a esa misma ciudad.
A partir de un manejo inteligente de los argumentos y las situaciones novelescas, Huxley consigue en Un mundo feliz narrar una historia de complejas subtramas, y sin perder nunca su corrosivo buen humor, logra plantear con firmeza la paradoja de una tecnología que aleja cada vez más a la humanidad de su esencia humana.
Aldous Huxley creció en el seno de una de las más célebres familias de intelectuales de la Inglaterra victoriana. Hijo de un eminente biólogo del siglo XIX, y de una de las primeras alumnas de la universidad de Oxford, hermano de un futuro premio Nobel de medicina, pasó sus primeros años de formación dentro del laboratorio de su padre. Tal vez fue allí donde, sin saberlo, comenzó a gestar ese decadente universo tecnológico de Un mundo feliz, donde la máquina es puesta delante del hombre, y en el cual todo es pensado en términos de producción y consumo. Sin dudas crítico de un porvenir que sabía inmediato - el paso de unos pocos años le darían la razón-, en Un mundo feliz Huxley intentará rescatar a ese hombre perdido en su ilusoria y narcótica panacea, en el que la felicidad sin sentido es la contracara del arte, para demostrar que hay otros futuros posibles. Tal vez su ayuda llegó demasiado tarde.
(Artículo publicado originalmente en http://www.informereservado.net/cultura.php)
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