miércoles, 10 de octubre de 2007

CINE - Licencia para casarse (License to wed), de Ken Kwapis: Cuando un actor es todo (y sobra)


Sadie y Ben ya han superado todas las etapas por las que una pareja debe pasar durante el noviazgo. O eso creen. Porque cuando deciden casarse, después del primer beso y el primer te amo, después de atravesar las incomodidades de la convivencia e incluso de una difícil propuesta matrimonial, todavía queda el padre Frank. Él es el párroco que lleva adelante el curso prematrimonial, asistido por un niño regordete y sabelotodo que forma parte de un programa de formación de los curas del futuro, y sólo después de su aprobación estarán listos para el matrimonio. No es nueva la historia de la pareja perfecta que es puesta a prueba por un tercero entrometido, y de eso se encarga el padre Frank con su curso, de filtrarse para encontrar conflictos potenciales que puedan eventualmente hacer fracasar la pareja. El niño aspirante a cura es claro: la tasa de divorcios es del 50 por ciento en las parejas que conviven antes del sacramento, y la idea es no engrosar la estadística.
Es cierto que este tipo de películas dependen mucho de la fórmula, pero todavía más de la calidad de comediante de quien interpreta ese papel de tercero en discordia. Igual que ya sucediera, con resultados por cierto disímiles, en casos como los de De Niro en el Padre de la Novia, Owen Wilson en Tres son multitud, o Diane Keaton en ¡Porque yo lo digo!, la mayor responsabilidad de que esta película alcance o no con éxito algunos de los objetivos que se propone, queda en manos de Robin Williams y de los poco ortodoxos métodos de su padre Frank, que van del trabajo de grupos al modo de las terapias gestálticas, a las escuchas clandestinas dignas del personaje que interpretaba el fallecido Ulrich Mühe en La vida de los otros. Si algo se le debe agradecer a Licencia para casarse, es de haber recuperado algunas de las virtudes que este comediante había preferido dejar de lado hace tiempo, para dedicarse a papeles dramáticos en películas como Retratos de una obsesión o Noches blancas, que no aportaron mucho a su carrera. Sólo su personaje, sin ser nuevo ni de lo mejor de su repertorio, y sus contadas escenas junto al niño Josh Flitter (a quien pronto se verá en una versión infantil de Ace Ventura, el detective que hiciera famoso Jim Carrey), logran sacar a la película de su linealidad.
El resto se debate entre típicos actores de comedia norteamericana y caracteres que son una repetición de clichés ya desvastados por Hollywood, al extremo de que el personaje de Mandy Moore resulta una réplica de aquel otro que ella misma realizara para la mediocre y ya mencionada ¡Porque yo lo digo! Está claro entonces que lo mejor de Licencia para casarse pasa por la capacidad payasesca de Robin Williams en escenas como la sanación de Ben, en la que junto a Flitter parodian alguna secuencia de El exorcista y/o a los pastores de televisión, causando la ilusión de estar frente a un Mork viejo y disfrazado de cura. Pero claro, es sólo un truco.

(Artículo publicado originalmente en Página 12)

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