Carlos Ameglio, director y guionista de La cáscara, domina la escena en más de un sentido: él mismo ha hecho una carrera exitosa como publicitario y sabe retratar el infierno de la mente en blanco. Sin embargo su dibujo del mundo de la publicidad no es central para el relato sino un punto de partida, la excusa para hablar de la muerte y las relaciones humanas, verdaderos perfiles que se intuyen entre los trazos de esta comedia a la vez agobiante y emotiva, que con buen uso de la ambigüedad permite más de una hipótesis. Y si por un lado parece que Pedro no conseguirá involucrarse nunca con las necesidades y sufrimientos de quienes lo rodean –ni hacer pie en su propio dolor-, también se intuye que en la aceptación del papel de la muerte, un accidente inevitable al final de cada vida, puede estar la clave que le permita encontrar la salida de su propio laberinto. Y ya sin la presión de tener que correr detrás de vidas ajenas, ni la necesidad de satisfacer más deseos que los propios, Pedro quedará reducido sólo a su cáscara. Tal vez así hasta llegue a dar con la idea para la publicidad.
Se ha dicho que las raíces de Ameglio están en la publicidad. A partir de su oficio consigue darle a La cáscara una factura técnica elogiable, acertando en climas adecuados, y una sólida dirección de actores. Además ha sabido rodearse de profesionales que hicieron lo suyo con eficacia, como la fotografía de Juan Lenardi, o Gustavo Casenave, quien consigue aportar ambiente con la música sin convertirla en un subrayado vulgar. Entre las actuaciones se destaca Juan Manuel Alari, que ha logrado con su Pedro el equilibrio perfecto entre la desorientación, el desamparo y la estupidez, con una apatía a la que podría describirse como hendleriana, por los puntos de contacto con varios personajes del también uruguayo Daniel Hendler, a quien este Pedro parece deberle algunas cosas.
(Artículo publicado originalmente en Página 12)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario