miércoles, 10 de octubre de 2007

CINE - El destino, de Miguel Pereira: Entre literatura y desierto

El paisaje árido de Jujuy, cerca de la frontera con Bolivia, es el escenario ideal para imaginar un western a la manera de Robert Rodríguez o Alex de la Iglesia, y un poco así comienza El destino. Pedro es un traficante español que llega al norte disfrazado de cura para cerrar una compra de cocaína pero, pez fuera del agua, es traicionado por la conexión local y abandonado en medio del desierto con Jesús, un alfarero indio que por salvarle la vida ha sido herido, y al fin muere. Creyendo que en el pueblo del muerto se oculta un gran tesoro, allá van Pedro y su ambición, pero el desierto se volverá un obstáculo insalvable. Moribundo, es socorrido por el pueblo, en donde lo creen cura y ven en él el apoyo espiritual que necesitan. Es que la comunidad se debate entre sus tradiciones y la construcción de una ruta que simboliza la llegada del mundo moderno. Pero Pedro tiene sus propios dilemas: ¿debe responder a la cándida confianza de esa gente, o entregarse a sus instintos, los carnales y los criminales?

El destino toma como excusa la novela de Héctor Tizón El hombre que llegó a un pueblo, y como toda película basada en un libro, se expone a ser comparada con él. Aunque inevitable, la analogía no es del todo justa. En primer lugar porque Tizón está lejos de la fantasía todo por $2 de Rowling o Dan Brown; luego porque Pereira ha optado por no ceñirse a la novela más que en la anécdota central y así la metáfora de El destino también es otra, mucho más a flor de texto. Gran parte de la complejidad ha sido moderada en el intento de una narración cinematográfica más fluida, limitando los riesgos de la adaptación pero dejando en el camino mucha riqueza literaria que se extraña. Dicho esto, es bueno destacar que no es poco lo que la película se propone decir (la insistencia sobre el vaciamiento de un continente o el menosprecio de su cultura, por ejemplo), y aun con metáforas simples (que el protagonista sea español, cura y ladrón o la lucha intestina de ese pueblito, son referencia muy básicas a la conquista o a la Argentina modelo ´90), lo hace con eficacia.

Aquel aire de western del comienzo se esfuma enseguida, para dejar paso a la fábula con moraleja y ese es un acierto. No porque no hubiera resultado más interesante el western, sino porque hubiera sido muy difícil mantenerse seriamente dentro del género con un elenco de labores desparejas, mezcla de profesionales con altibajos y actores de ocasión, que a la manera de las películas de Sorín, aquí aportan de manera esporádica un simpático color local, pero que también pueden provocar la desconexión del espectador. Es bueno el trabajo de cinematografía en escenarios que parecen haber sido hechos para ser fotografiados, aunque a veces peque de paisajista. El destino es una película que gana intensidad a medida que avanza y se concentra sobre su historia, y que pudiendo haber cedido a la tentación del final feliz, hace carne en la desesperanza de la buena novela de Tizón.

(Artículo publicado originalmente en Página 12)

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