miércoles, 10 de octubre de 2007

LIBROS - El enigma de París, de Pablo De Santis: De Santis y sus precursores


Nadie, ni quien cumple el rol de artista, ni el que tiene por obligación sostener una mirada crítica y en teoría objetiva, está libre de influjos, simpatías, prejuicios y escuelas. En ese sentido, la figura de Pablo De Santis, autor de El enigma de París, novela policial con la que ha obtenido el premio Planeta- Casamérica de narrativa Iberoamericana 2007, predispone positivamente a la lectura. Un currículum que incluye otras cinco novelas y un premio Konex por sus libros para adolescentes, su labor como guionista de historieta, pero sobre todo el placer con que hablan de su obra sus colegas escritores y periodistas, forman el prontuario cordial que invita a dar vuelta la primera hoja sobre seguro. En El enigma de París, De Santis se encarga de refrendar página a página todas esas sugestiones, pródigo en frases ingeniosas que funcionan a la vez como escalones; a través de ellos guiará al lector con la claridad de lo no evidente, en el descenso hacia la resolución de un enigma cuya materia, por fortuna, no sólo es el ingenio.
Joven amante de rompecabezas e historias de detectives, Sigmundo Salvatrio es el narrador de El enigma de París, aunque no siempre está claro si también es o no el protagonista. Llevado por el deseo y la curiosidad, Salvatrio responde a un aviso en el diario en el que Renato Craig, único y famoso detective de Buenos Aires, anuncia que expondrá los secretos de su oficio ante un grupo pequeño de aprendices. Favorecido por la selección, Salvatrio asiste fascinado a las lecciones, y pronto discute con sus compañeros quién de ellos será elegido asistente del maestro. Es que Craig, miembro fundador del club de los Doce Detectives, legendaria asociación que reúne a los más destacados investigadores del mundo, es uno de los dos únicos dentro del grupo que trabaja sin un adlátere. Craig tiene un favorito entre sus alumnos, que no es Salvatrio, pero el destino no acostumbra ser obvio: el preferido desaparece durante la investigación de una serie de asesinatos, y Craig se obsesionará tanto con el caso que en su resolución no perderá sólo el método, sino el equilibrio. Salvatrio será el único que persistirá junto Craig en la caída, y a quien este hará un último encargo: deberá llevar un mensaje a París, donde se ha organizado una reunión de los Doce como parte de las actividades de la Exposición Universal de 1889, y a la que asistirán por primera vez todos sus miembros.
De Santis parece haber pensado El enigma de París en función del genero policial, como una suerte de enciclopedia sinóptica que busca abarcar desde los orígenes, en el período entre Poe y Chesterton, y de allí a la literatura nacional; a Borges, cuya obra tan abundante en influencias como en cifras que se ocultan bajo máscaras fantásticas incluye La muerte y la brújula, tal vez el mejor cuento del género en idioma castellano, pero también (y no son una mención menor) el trabajo de Julio Cortázar -incluida su traducción de la prosa completa de Poe -, el de Saer, o las aventuras de Isidro Parodi, narradas por ese Jano conocido como Bustos Domecq. De Santis se muestra hábil para incluir a simple vista pero con mano sutil, de Poe a Eco, certeras referencias a los clásicos. De manera intencionada, su novela resulta en sí misma un homenaje al género, y el enigma no es sino la excusa para conjurar al más habitual de los móviles criminales: la belleza.
El trabajo realizado por De Santis implica un amplio conocimiento bibliográfico, que le ha permitido cumplir con las líneas primordiales y a la vez ejecutar, siempre en beneficio del relato, algunos de los apuntes que sus precursores se han encargado de señalar en la teoría. Así como sus Doce Detectives huelen a Dupin, Poirot, Holmes o el padre Brown, sus adláteres respetan el paradigma del personaje secundario, de fidelidad garantida y recursos más bien limitados, que es el encargado de narrar aquellos sucesos en los que su mentor consigue reducir a prosaicos mecanismos humanos, determinados hechos de apariencia sobrenatural. Un recurso que según Borges adquiere carácter de ley fija ya a partir de Poe, y cuyo modelo más notable es el dúo Watson- Holmes. Un poco más allá, el relato detectivesco como metáfora de la literatura, en lo que Craig llama la ceguera del detective, esa capacidad de mirar lo evidente para ver lo esencial y desde ahí, construir y reconstruir sobre el papel vacío.
Al final del camino del héroe, Sigmundo Salvatrio encontrará el destino imposible. Tal vez allí entienda lo que antes supo Chesterton: en toda historia detectivesca, como en el cristianismo, el último será el primero, y el primero, el último.(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura, del diario Perfil)

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