jueves, 11 de octubre de 2007

LIBRO - "Vudú urbano", de Edgardo Cozarinsky: La religión profana del exilado

Parte de aquellos años ´60 en los que Buenos Aires era un revuelto hiperactivo de contradicciones de todo tipo y magnitud, Edgardo Cozarinsky supo ser periodista, crítico de cine, ensayista. Cuando promediando los años ´70 decide radicarse en París, en parte por elección y otro poco por horror vacui, no tenía forma de saber que allí rodaría sus primeras películas, ni que su producción literaria ganaría intensidad, hasta convertirse en un cineasta y escritor de distribución confidencial, como acostumbra definirse.
A mediados de los años 80 publica en Europa Vudú Urbano, su primer libro de narraciones. Y no está mal hablar de narraciones y no de cuentos -no al menos de cuentos entendidos a la manera tradicional- al referirse a los textos que se agrupan en este libro de Cozarinsky. Y es que en la mayoría de ellos se elude constantemente la seguridad de las historias lineales, de personajes fijos y concretos, de estructuras convencionales, para dar al texto la utilidad que podría tener una herramienta para la reconstrucción de la memoria (tal vez una metáfora por oposición, una consecuencia natural del exilio, ese paradigma de las historias fragmentadas). Pero no sólo de la memoria como una simple progresión de recuerdos, semejantes a los fotogramas de una película familiar en Super 8; como tarjetas postales, según las caracteriza el mismo Cozarinsky; sino también de la memoria como un archivo palpitante y activo; un mecanismo vivo en el que cada camino desandado todavía lastima, y en donde la ley del deseo goza de buena salud. 
Vudú urbano se encuentra partido en dos con alevosía. La primera parte se compone de un único texto, titulado El viaje sentimental, en el cual su protagonista, cargando con una de las obsesiones del autor, encuentra mientras revuelve una de esas cajas en donde se amontonan papeles inútiles, cachivaches y recuerdos varios, un viejo pasaje de avión BSAS-Paris-BSAS con regreso abierto, cuyo último tramo aun no ha sido utilizado. A partir de ese hallazgo, que conjura la aparición de un bar nebuloso en una esquina, París turn into Buenos Aires. Así se desliza dentro de una trama que ni él mismo consigue saber si es sueño o realidad, esperanza o reminiscencia, porque tal vez no sea la diferencia lo que importa, sino los lazos que colocan a ambas circunstancias en un mismo plano textual.
Como pus en una herida vieja, una sucesión de personajes de pesadilla que el exilio había dejado atrás, comienzan a derramarse en esa Buenos Aires de tiempo indefinido. Sólo a partir de ellos el protagonista puede exorcizar algunas culpas, temores o deseos en pausa; partes de sí mismo que habían quedado, igual que astillas de hielo, suspendidas en Buenos Aires.
El descubrimiento de ese pasaje sin regreso -o peor todavía, con un regreso improbable-, opera como una rajadura en el débil tabique temporal que separa al presente del pasado y del futuro. La segunda parte del libro, compuesta por varios textos más breves que consiguen abroquelarse en la forma de un monstruo de muchas cabezas, aprovecha precisamente la brecha que aquel viaje sentimental ha logrado perforar en la realidad, para completar la catarsis.
Desde el prólogo del libro, la intelectual norteamericana Susan Sontag, muerta recientemente, define a Vudú urbano como un libro de exilio, de exilado, en el cual sólo la primera parte ha sido escrita en castellano, y la segunda en un inglés de extranjero, un recurso que potencia el extrañamiento de esas miradas íntimas y retrospectivas que resulta ser este libro. Tal vez porque Cozarinsky sabe, como escritor devenido cineasta (o quizá sea la viceversa), que lo importante no son los hechos, sino el surco que han cavado en aquel que se sienta a contar (o a leer), como quien trata por fin, desesperadamente, de entender.

(Artículo publicado originalmente en revista Inform Reservado)

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