Chuck y Larry son dos bomberos de New York muy amigos, aunque muy distintos. Chuck es un mujeriego sin límite, y Larry un viudo con dos chicos y dificultades para rehacer su vida. A partir de un accidente de trabajo, Larry querrá poner a sus hijos como beneficiarios de su seguro de vida, todavía a nombre de su esposa, pero la burocracia se la pondrá difícil. Tanto que le resultaría más fácil casarse otra vez y que su nueva pareja se convierta en el beneficiario de la póliza. Pero Larry no quiere casarse. Sin embargo se le ocurre proponerle a Chuck que simulen una unión civil (un matrimonio gay) para que sea él quien cobre el seguro y se haga cargo de sus hijos llegado el caso. Pero las cosas se complicarán cuando todo el mundo crea que Chuck y Larry son dos auténticos gay, y ellos deban persistir en su farsa para demostrar ante la justicia que no están intentando estafar al estado.
Es cierto que de ninguna de las anteriores comedias de Sandler puede decirse que eran cine de alto vuelo, y Yo los declaro marido y Larry no sólo no es la excepción, sino que a partir del tema elegido se permite recaer en bromas tan viejas como la del jabón en la ducha. Pero eso no alcanza para denostarla. En primer lugar porque en comparación con muchas otras comedias estrenadas recientemente (y en este caso muchas significa demasiadas), esta al menos cumple en su objetivo primario, que es hacer reír. Y en segundo lugar, porque sin tener las habilidades de Carrey, Black o Myers, Adam Sandler se las ingenia para encontrarse personajes y situaciones a su medida. Fuera de eso, y de la banda de sonido ochentosa (otra marca registrada del género Sandler), no se debe esperar ni exigir más a esta película.
(Artículo publicado originalmente en Página 12)
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