Una constante de esta recopilación y tal vez de toda la obra de Gandolfo, es la forma en que cada texto manifiesta con equilibrio la pasión del autor por una gran variedad de géneros -los literarios, pero también el cine o la historieta-, para llegar a partir de ellos siempre más allá del límite que implica lo genérico. Así, en Llano de sol, un cuento cuyo escenario bien pudiera ser el de la ciencia ficción y la historieta fantástica de los años 50, en una Argentina dividida por guerras internas, una vieja central de energía solar en medio del desierto riojano es una excusa para que el abandono libere los fantasmas de un hombre solo, sus miedos y añoranzas, o la demora de ciertos deseos que son, quizá, un último rasgo de su humanidad (o su conciencia). En La yanqui y el polaco se permite utilizar nombres reales, como hiciera con Wells en el cuento Corta amistad en Londres: Susan Sontag y un hombre locuaz de español ferdydurkiano, son los personajes de un relato romántico con visos de erotismo intelectual. Fábula suburbana y lisérgica de ominosa candidez, El terrón disolvente profetiza la escena en que Morpheus le sirve a Neo la pastilla roja, para que el mundo se descubra con la violencia propia de la realidad. El policial se cruza con el costumbrismo en Estrategia, para aparecer de manera más contundente en Un error de Ludueña, mientras El bulto del casino desborda una fantasía netamente borgeana de soñadores y soñados.
Gandolfo es parte de una generación de cuentistas a la que ambiguamente puede reconocerse como la primera post- Borges, o bien la última bajo su influencia viva: su primer libro de relatos, La reina de las nieves, se editó en 1982, aunque él ya venía publicando poesía y trabajando en prosa desde mucho antes. Quienes todavía no conocen su trabajo, en estos Ferrocarriles Argentinos tendrán oportunidad de comprobar que en sus cuentos se continúa la genealogía fértil de la buena literatura fantástica argentina.
(Artículo publicado originalmente en el suplemento de cultura del diario Perfil)
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