lunes, 16 de abril de 2012

CINE - 14 BAFICI, días 4 y 5: La luz y la noche

El cine argentino sigue siendo protagonista del Bafici. Esta vez la película destacada vuelve a ser una de las tres programadas dentro de la Competencia Internacional. Luego de las discusiones desatadas en torno a Los salvajes de Alejandro Fadel, elogiada y discutida en similares dosis, llegó el turno de Germania, primer largometraje escrito y dirigido por Maximiliano Schonfeld. En ella, este director entrerriano cuenta una historia ambientada en la colonia de alemanes del Volga ubicada en su provincia natal, que gira en tono a una familia integrada por una madre, un hijo y una hija que deben vender su propiedad incluyendo el criadero de aves de corral de cuya producción viven, para ir en busca de nuevos horizontes. Ya desde el comienzo la película acumula detalles que de a poco tejen una trama siniestra muy sutil en donde, con acierto, lo ominoso no termina de ser nombrado ni señalado con claridad. Una peste que va matando los animales de la granja; un embarazo oculto; un grupo de adolescentes y sus ritos de iniciación o despedida; la presencia del padre como un fantasma compuesto de palabras no dichas. Y esa partida inminente que es un nuevo exilio, deja vú de aquel que trajo a sus ancestros desde Europa. Como fuerzas opuestas que se tensan dentro del seno de una comunidad endogámica, la relación entre los hermanos, las que ellos entablan a su vez con el mundo exterior, y la sumisión verticalista a los designios maternos, construyen también una estructura que vuelve a rizar el riso de lo siniestro. Acaso la mejor forma de definir este trabajo de Schonfeld, auspicioso y extraño, es imaginar una posible cruza entre la seca claridad del Carlos Reygadas de Luz silenciosa con la opresiva oscuridad de La cinta blanca, de Michael Haneke, pero sin llegar a aquellos picos de intensidad y excelencia.
Como parte de un foco dedicado especialmente a su director se proyectó Nocturnos, la nueva película del escritor y director argentino Edgardo Cozarinsky, que él mismo anticipó para Tiempo Argentino en una entrevista publicada en 2011. El film propone una recorrida nocturna por Buenos Aires a través de sus personajes típicos, guiados por una letanía compuesta con fragmentos de poemas que evocan la noche. En ella aparecen las pasiones de su director: la literatura; el tango; Buenos Aires. Buenos Aires a la noche. El comienzo no puede ser mejor: un montaje que arranca con el sol cayendo detrás del horizonte del Río de la Plata y una serie de imágenes de la ciudad mientras el día va terminando. Sobre ellas, una voz en off cuenta la historia de un hombre que se quedó dormido leyendo un libro de poesía y que al despertar no sabe si continúa soñando o si ha entrado a un mundo de fantasmas. Lo que parece ser el inicio de una gran elegía cantada en honor a Buenos Aires, al estilo de lo que Terrence Davies hizo con Liverpool en Del tiempo y la ciudad, Nocturnos pronto se ve debilitada por la aparición de personajes que interrumpen el natural devenir de las imágenes realizadas por Cozarinsky. Más perjudicial aún resulta la intromisión de las voces de esos personajes, que nunca terminan de ser el soporte ideal para esos bellísimos textos tomados de Robert Frost, Kavafis, Borges y otros, y que enseguida hacen extrañar al narrador del comienzo. Cercana en algunos detalles a su anterior película -Apuntes para una biografía imaginaria (con la que eventualmente podría conformar una trilogía, según ha dicho el propio director)-, Nocturnos permite ver en sus mejores momentos la mano del autor que es Edgardo Cozarinsky, y eso vuelve más evidentes sus debilidades.


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Cobertura publicada originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

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