domingo, 15 de abril de 2012

CINE - 14 BAFICI, días 3 y 4: La poesía brutal

Durante el fin de semana el cine argentino desbordó los compartimientos internos del Bafici, saliendo de lo estricto de la competencia argentina para reproducirse por toda la grilla de programación. Sin dudas lo mejor de este sábado y domingo ha ocurrido fuera de esos límites.
En primer lugar debe mencionarse a Los Salvajes, ópera prima en solitario de Alejandro Fadel y una de las películas argentinas incluidas en la Competencia Internacional. Un grupo de jóvenes que escapan de un reformatorio, intentan regresar al hogar huyendo a través de la agreste serranía cordobesa. Western de médula mística antes que religiosa, pero también incisivamente carnal, Los salvajes resulta un trabajo notable en su concepción técnica y estética. En su fotografía, encuadres, locaciones, ritmo narrativo y un conjunto de actuaciones sorprendentes, sin dudas hay que reconocer el mérito de su director. La dificultad de la película (y hablar de dificultad no es lo mismo que hablar de problema) reside en otra parte. Ante la imposibilidad de discutir su forma, su fondo es el que acaba generando miradas encontradas, y no sólo entre quienes la defienden o la atacan, sino en la evaluación que uno mismo puede hacer de ella. Por un lado el salvajismo del título puede encontrarse en la conducta criminal de estos chicos que huyen; o en la idea de manada y la forma en que ellos resuelven los conflictos internos del grupo; en su integración al nuevo entorno al que los empuja su escape. Pero lo salvaje también puede sentirse en aquello que se alude, la fantasía idealizada de la ciudad y el consumo, paraíso moderno del que estos niños han sido y seguirán siendo expulsados. No es casual que el western sea el género elegido, tan anclado en la estética del siglo XIX, cuando en nuestro país (y el mundo) se discutía la oposición entre civilización y barbarie. Los salvajes sugiere con fuerza que esa discusión todavía no se ha resuelto y su final arriesga que tal vez una de las partes del díptico sarmientino esté condenada (acaso por la otra parte) a arder en su propio fuego.
La competencia Cine del Futuro marca el regreso de Gustavo Fontán al Bafici. Se trata del film La casa, que viene a cerrar una trilogía compuesta por las películas El árbol (2006,) y Elegía de abril (2010), ambientadas todas ellas en la casa familiar del director, en el barrio de Banfield. Si en la primera había un pulso vital que ordenaba las actividades familiares en torno al árbol del título y la segunda tenía como disparador un libro de poesía olvidado por décadas en los altos de un placard, aquí el protagonista es el edifico mismo. Con la habilidad y sutileza acostumbrada, la cámara de Fontán recorre las habitaciones de esa vieja casa a punto de ser abandonada, deteniéndose en detalles que no serían perceptibles más allá de la mirada cinematográfica del director, cargada de una potente poesía visual escrita de luces y sombras, de sonidos y de silencios. La falsa simpleza de un travelling sobre una ventana, del plano fijo de dos personas vistas a lo lejos a través de un vidrio roto, o un mantel desinflándose con sensualidad sobre una mesa, consiguen que ante cada escena uno deba preguntarse con asombro: ¿cómo se filma esto? Valiéndose del montaje, Fontán acumula en esa casa de familia capas imagen y sonido, pero también capas de tiempo, superponiendo al presente distintos pasados, una colección de los fantasmas de quienes allí habitaron. La casa es la obra de un autor antes que de un cineasta, y de un poeta antes que un director. Poesía que merece ser vista.


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Cobertura publicada originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

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