“Me voy a Italia a escribir en italiano, porque el español no da para más.” J. Rodolfo Wilcock, escritor argentino.
En los últimos años, Iberoamérica se ha convertido para Hollywood en una cantera de preciadas materias primas y recursos no renovables: talento, ductilidad, eficiencia. Los directores Alex de la Iglesia, Cuarón, González Iñárritu, Meirelles y Guillermo del Toro, más Javier Bardem, Gael García Bernal o Penélope Cruz entre otros actores, lo confirman. Todos comenzaron haciendo cine en sus países, en su idioma, para después incursionar en la industria americana.
Pero hay dos nombres que parecen ir en contra de ese camino signado por cierta lógica de progresión: ellos son Pedro Almodóvar e Isabel Coixet. Sin dudas, Almodóvar es el director más popular surgido de esta región, no sólo a partir de sus premios sino de lo personal de su cine, aquello que desde lo particular de su propia interioridad y estética ha podido ser asimilado masivamente por culturas bien diversas. Lo notable de su caso es que para eso no necesitó dejar de filmar en España y en castellano. El de Coixet parece el caso opuesto: si bien sus primeras cinco películas pueden considerarse españolas, al menos relativamente (las necesidades de la industria del cine fuera de Hollywood han expandido los límites de la coproducción), en tres de ellas -Cosas que nunca te dije, Mi vida sin mí y La vida secreta de las palabras; las dos últimas producidas por El deseo, productora de los hermanos Almodóvar- esta directora catalana ha escogido como marco para sus historias no sólo escenarios y elencos casi por completo norteamericanos, sino que las ha rodado en inglés.
Después de haber rechazado dirigir Million dollar baby y Memorias de una Geisha, Coixet presentó Elegy en la última Berlinale, donde compitió por el Oso de Oro. Basado en la novela The dying animal, del norteamericano Philip Roth y aun sin distribución local asegurada, este es su primer film financiado por Hollywood.
Una cuestión de idioma.
Los casos de producción artística en lenguas ajenas son extraños y en general paradigmáticos. Cierto es que además del cine, las únicas ramas del arte en que este cambio puede verificarse es en la literatura, en la ópera, y en algunos géneros de la música popular. A partir de esto puede suponerse que, así como desde su origen la producción operística se mantuvo atada por años al italiano como lengua regente, la insistencia de Coixet de “filmar en inglés” pudiera conectarse a cierta aceptación de que ese es el lenguaje de rigor para el mainstream cinematográfico. En eso también puede parecerse al caso de algunas bandas de rock, que utilizan ese recurso comercial para intentar generar una conexión con los grandes mercados mundiales, en los que el inglés ocupa el lugar central y el resto es pasible de ser reducido a la arbitraria etiqueta de “World Music”.
Sin descartar lo anterior, el caso de Isabel Coixet quizá se asemeje más al de la literatura, en donde el idioma y las palabras son motor y fin de fondo y forma. En las letras el cambio de lengua materna es muy complejo, al punto de que implica casi la construcción de un artista nuevo y son contados los ejemplos en que esto ha ocurrido con éxito. Más afín al carácter bilingüe de las obras de Nabokov y Wilcock que a Conrad o Kafka, los saltos idiomáticos no deben ser considerados insignificantes dentro del trabajo de Coixet. Ella no sólo ha anclado el grueso de su filmografía en el inglés -con excepción de A los que aman y su ópera prima, la inhallable Demasiado viejo para morir joven-, sino en una producción alejada de su contorno socio cultural y geográfico de origen. Aún cuando varias escenas han sido rodadas en España, esto carece por completo de importancia en sus films, cuyos mundos ideales responden plenamente al modelo anglosajón como paradigma de la sociedad moderna.
Coixet se asume cosmopolita, elige al cine como su patria y afirma que ha dado a cada película el idioma que esta pedía. Tanto así, que es notable como Cosas que nunca te dije, Mi vida sin mí y La vida secreta de las palabras coinciden en el retrato de conflictos del individuo moderno, en escenarios contemporáneos que tienden a acentuar el realismo y a fortalecer la empatía del espectador con el drama de los personajes, y en los que el universo femenino ocupa el espacio central sobre el que se articulan sus ficciones. En cambio A los que aman, hablada en español (aunque sería más estricto decir que es la única en la que no se habla inglés, ya que incluye importantes diálogos en francés e italiano), involucra un cambio de registro, ya que también es su única película de época. Ambientada a mediados del siglo XIX, para nada casualmente en el apogeo del Romanticismo, tal vez en este dato pudiera leerse una imposibilidad de Coixet para empatar su visión del mundo actual con otro sonido que no fuera el de la lengua inglesa, ni con otro escenario que el de la decadente burguesía obrera del primer mundo. Y reservando al castellano, su propio idioma, el papel de darle voz al pasado, representado en aquel universo becqueriano que recrea en A los que aman, romántico hasta en el detalle de incluir aquellas escenas en francés e italiano, lenguas romances al fin. Aun cuando esto podría tomarse también como efecto colateral de la coproducción, a esta altura queda claro que para la catalana el idioma, como la música o la fotografía, es otro de los recursos puestos a disposición del realizador cinematográfico. Tanto que planea filmar su próxima película en Japón, arquetipo de sociedad futurista, ¡y en japonés!
De las cuatro películas mencionadas, A los que aman es además en la que Coixet parece haberse movido con menos comodidad, quedando muchas veces el preciosismo plástico y fotográfico por delante de lo dramático. Esto no hace más que enfatizar el hecho de que tal vez el castellano no es compatible ni con su visión acerca de la vida moderna ni, al menos por ahora, con su mejor cine. Porque es cierto que el inglés no ha sido un obstáculo para que sus conceptos estéticos quedaran plasmados con firmeza y claridad en ninguno de sus otros films, sobre todo en La vida secreta, que junto a Mi vida... son los únicos editados en la Argentina. Es que quizás para Coixet, como para Wilcock, el idioma español ya no da para más.
(Articulo publicado originalmente en revista GataFlora)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario