jueves, 11 de septiembre de 2008

LIBROS - Harmada, de Joao Gilberto Noll: Una excursión por el abismo


Saltar al vacío es un placer que difícilmente puedan entender quienes no han saltado y que raramente repiten los que sí: la angustia con que se llega a la altura; el segundo elástico anterior al salto, capaz de ocupar él sólo una eternidad; por fin la caída, incierta en la inmediatez de un mundo que se diluye a la velocidad de las leyes de la física. Y la neurótica sensación de que el deseo y el placer acaban siempre en frustración. Harmada, última novela del brasileño João Gilberto Noll, es un salto al vacío tejido sin pausa pero pleno de sentidos, en donde lo formal es exigido al límite en que una oración puede abarcar dos páginas, tal vez más, y la narración presentarse como un hueso comido de osteoporosis, en donde los agujeros, lo que falta, son tanto o más vitales que lo que ha quedado.
“Yo fui un artista, un actor de teatro. Desde que abandoné o fui abandonado por la profesión ya no logro hacer ninguna otra cosa, no es que no haya intentado, pero ya no intento más, te voy a explicar porque: todo lo que hago es como si yo estuviera representando. Tú y yo aquí…, todo esto que te estoy diciendo, no creas nada, es una mentira, no soy de confianza, no, no creas en mí”. Más o menos textual, el fragmento es testigo fiel del todo: el protagonista de Harmada vomita compulsivamente los parches de su historia, entre los que se alternan espacios de inconciencia que, lejos de transformarse en inmóviles abruman por la densidad de lo evitado. Noll recorre con su mirada un universo hecho de sombras, y apenas algún destello que enceguece.
Como dentro de un sueño en el que el mundo corre de modo tal que es imposible no extraviar algún detalle, siempre definitivo dentro de la figura completa, la narración avanza por un camino quebrado. A partir de sopesar con insistencia vida y muerte, de ver al agua mansa de un río tragarse un hombre y de abandonarse al tiempo en un asilo, el protagonista irá redescubriendo aquello que de vital hay en el arte. Mientras avanza, el actor encontrará que drama y locura pueden ser herramientas para ir contra la muerte; verá a la familia como una ficción construida, como todo pasado, a partir de memorias improvisadas; y sobre todo entenderá la vida como un ritual que sólo merece recorrerse a contrapelo, por fuera del camino pavimentado de rutina por el que más temprano que tarde se llega sin sobresaltos al cementerio de la comodidad.


(Reseña publicada originalmente en el suplemento Cultura del diario Perfil)

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