jueves, 11 de septiembre de 2008

CINE - Misión Babilonia (Babylon A.D.), de Mathieu Kassovitz: Distópica, acelerada y vacía versión del futuro


No muy lejos en un futuro en que la barbarie ha cercado a la civilización hasta volverla una isla, un hombre sabe que tiene que tomar la decisión más importante de su vida… lástima que tenga que ser el día de su muerte. Distópica desde el comienzo, Misión Babilonia es una película de acción en un contexto de apocalíptica ficción científica, aunque en el fondo se trate, otra vez, de una inocente reversión evangélica en la que la humanidad vuelve a depender del sacrificio de un hombre, de una mujer iluminada, y en la que todos los pecados de una raza empujada por sí misma al límite de la extinción, pueden redimirse en un sólo acto de fe. Nada más injusto, nada más cómodo para una cultura que prioriza el propio confort por encima de la vida ajena.
En ese escenario, Toorop no parece tener el perfil del héroe dispuesto a ir más allá de sus propios intereses. Mercenario en una zona de permanente conflicto -circunscripta al enorme bloque euroasiático de naciones de la vieja Unión Soviética-, en la que el único gobierno es el de la ley del más fuerte, sin embargo la película permite distinguir en él, desde el comienzo, restos de humanidad: un gesto cariñoso con un chico; el hábito hogareño de prepararse la cena en casa; y por sobre todo un código ético, en un mundo en el que la ética no vale ni el tiempo que se pierde en apretar el gatillo. Será Gorsky, desagradable hombre fuerte en ese infierno, quien le encomendará a Toorop, sin más detalles, la misión de transportar a través del caos a una chica (que al fin resultan ser dos monjas) hasta Nueva York, oasis tecnológico, la Babilonia prometida. El trabajo le reportará una bolsa suculenta y sobre todo, un pasaporte liberado para volver a casa.
En su ensayo Borges y Einstein en la fantasía y en la ciencia, publicado hace diez años por Página 12 en conjunto con la Biblioteca Nacional, Mario Bunge arriesgaba que el contacto permanente con lo inabarcable vuelve a los matemáticos hombres más crédulos, mientras muchos grandes nombres de la literatura fantástica han sido escépticos tal vez porque, creadores de sus propios mitos, fueron incapaces de tomar en serio los ajenos. El cine del nuevo milenio abunda en fantasías que van contra esa idea: de El quinto elemento a Niños del hombre -dos a las que esta Misión Babilonia les debe algunos porotos-, la esperanza siempre desborda del molde religioso, asociando la salvación humana a una cuestión de fe pasible de ser relacionada con algunos símbolos cristianos. Claro que la película de Besson abjura de todo realismo y la de Cuarón hace gala de un nivel de cinematografía que no es el de esta Babilonia, película hecha a puro corte y confección de acrobacias marciales, que son su punto fuerte. Dentro de un elenco importante por acumulación de nombres, Mélanie Thierry es casi un clon de la Jovovich y Vin Diesel no será ni Bruce Willis ni Clive Owen pero, como dicen dos viejitas en La vida secreta de las palabras, de Isabel Coixet, es mucho mejor actor que Van Damme.


(Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página 12)

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