jueves, 11 de septiembre de 2008

LIBROS - ¡Petróleo!, de Upton Sinclair: ¿Narrar o describir?... esa es la cuestión

Huésped reciente de los suplementos y semanarios culturales más importantes de Buenos Aires -desde donde se promocionaba la aparición de Los libros de la guerra, volumen que recoge buena parte de su trabajo publicado en medios gráficos-, Fogwill ha sabido contar con gracia una anécdota significativa. La historia refiere los motivos que lo llevaron a escribir Sobre el arte de la novela, cuento incluido en Pájaros de la cabeza, uno de sus libros emblemáticos. "Ese cuento está escrito de un tirón, con una sola finalidad: competir en un concurso de cuentos en el que yo quería operar sobre Borges que estaba en el jurado. Tenía que llamar la atención, sobresalir. Pero me salió mal: Borges dijo que yo era el hombre que más sabía de automóviles y cigarrillos. Se lo comenté a [Enrique] Pezzoni que se rió y me dijo que si Borges me llamaba 'hombre' quería decir que no me consideraba un escritor." La cita es real, completa, textual, y forma parte de un diálogo contenido en el libro de Graciela Speranza, Primera persona. Partiendo de ese concepto, y en virtud de los largos párrafos de ¡Petróleo! en los que se describe con detalle el correcto procedimiento para perforar un campo petrolífero, bien puede decirse de Upton Sinclair que es el hombre que más sabe de extracción de hidrocarburos. Siendo más exactos, puede completarse ese concepto manco agregando que es el escritor que mejor retrató los inicios de la explotación petrolera en los Estados Unidos, su peso determinante en la formación de los primeros sindicatos y agrupaciones obreras en ese país, y la incidencia creciente de dicha industria en el panorama geopolítico a comienzos del siglo pasado. Su novela compromete suficientes elementos como para considerar estas afirmaciones enteramente justas.
La historia es la del magnate del petróleo J. Arnold Ross y su hijo Bun, a quien pretende convertir en su perfecto sucesor exponiéndolo a todas las etapas del negocio, desde la concesión de los terrenos a las negociaciones clandestinas con el poder político y los tironeos entre el capital y el trabajo. Pero Bun, verdadero protagonista de la novela, acabará simpatizando más con la revolución rusa, las organizaciones socialistas y los ideales igualitarios. Casi en plan documental, el libro no ahorrará detalles de ese momento de la historia norteamericana: la intervención en la Primera Guerra; el papel “rompehuelgas” del ejercito en la revolución rusa; la manipulación religiosa como opio del compromiso político; la complicidad de los medios de comunicación con el poder económico; el poder del cine como ariete cultural a escala global; la persecución del comunismo mucho antes de McCarthy y hasta la compra de un presidente
El análisis que hace Sinclair respecto del creciente poder del petróleo es sorprendente: si se tiene en cuenta que fue editada por primera vez en 1927, no se puede sino reconocer la certera visión que el escritor tenía del escenario económico y político no sólo de su época, sino de la forma y el plano en que aquel se desarrollaría en el futuro a nivel mundial. Muchas frases de ¡Petróleo! dan la impresión de ser el “entrelíneas” de algún discurso de Bush. “América tiene derecho a su parte en el petróleo del mundo, y no hay manera de conseguirlo de los rivales extranjeros sin echar sobre ellos la fuerza del gobierno”; “la diplomacia es una pelea en grande por las concesiones del petróleo”; o “el petróleo está muy por encima de la cultura”, son sólo algunos ejemplos.
Pero también, ya se ha dicho, la novela suele perderse en extensos pasajes en los que el autor se ocupa de enhebrar descripciones que llegan a ocupar páginas enteras. En la contratapa del libro se cita a Conan Doyle, quien desde allí considera a Sinclair con admiración como el Emile Zola de América. La comparación no es menor. En su texto ¿Narrar o describir?, Georg Lukacs cuestiona estos mismos excesos descriptivos a Zola, por considerar que al no operar dramáticamente en su obra, acaban por banalizarla, una crítica que extiende a todo el naturalismo. Y tal vez algo de esto ocurra con ¡Petróleo!: una novela de nobles intenciones sociales, envasada en un folletín no muy distinto a los culebrones petroleros modelo ´80, estilo Dallas o Dinastía; una obra crítica que parece compartir un mismo plano estético con el objeto criticado. Esto, que podría pasar por recurso de estilo o síntoma de su tiempo, contrasta sin embargo con el criterio diverso desde donde alguno de sus contemporáneos construyeron su propia obra, como Kafka -para entonces ya muerto- o el joven Faulkner, cuyos trabajos todavía es posible leer al margen de movimientos literarios o contextos sociales.


(Reseña publicada originalmente en el suplemento Cultura del diario Perfil)

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