
Skeeter es uno de esos tiernos y alegres perdedores que tanto parecen gustarle a Adam Sandler. Resulta que Skeeter trabaja en el área de mantenimiento de un enorme hotel, que está construido sobre el lote en donde su padre tenía hace años un motel familiar al que debió vender a causa de su escasa habilidad para la administración. Skeeter era un niño cuando oyó la promesa que el señor Nottingham le hacía a su padre para convencerlo de vender: sí tu hijo demuestra capacidad, cuando crezca lo nombraré gerente del hotel. Una promesa que nunca cumplió. Cuando a pedido de su hermana deba cuidar por unas noches de sus sobrinos, Skeeter descubrirá no sólo que es un buen contador de cuentos como su padre, sino que por algún mágico destino sus historias tienen la virtud de volverse reales, pero sólo si el final lo eligen los chicos. Al descubrir la mecánica del asunto, Skeeter se volverá ambicioso intentando obtener de ese don un provecho inmediato, parecido a lo que ya le sucediera a Sandler en Click, pero ahora con cuentos en lugar del control remoto. Querrá conseguir dinero fácil, regalos fabulosos o ganarse la que cree es la chica perfecta: Violet, la vanidosa hija de su jefe. Sin embargo, aunque los cuentos se van cumpliendo no siempre lo hacen de manera literal y las situaciones cómicas comienzan a multiplicarse.
Si en Corazón de Tinta el personaje de Brendan Fraser le cuenta historias a su hija, aquí Sandler debe hacerlo con sus sobrinos sin padres: una habitual puerta de entrada al universo Disney. En ese universo, como siempre, los buenos son simpáticos y menospreciados, pero en todos los casos serán recompensados; en cambio los malos, tan reconocibles como torpes, oportunamente recibirán el desprecio y la humillación que merecen y sólo uno será redimido: el de la billetera más gorda, claro. El campo de las actuaciones también se presenta ambivalente. Mientras Sandler hace lo suyo a conciencia, el resto del elenco, incluyendo hombres, mujeres y niños, pecan de la típica sobreactuación que es marca registrada de los productos televisivos de la marca. Aunque es cierto que el doblaje no ayuda para nada en ese sentido. A pesar de ese desequilibrio, que también se presiente en la carrera del director de la película Adam Shankman, quien pasa de un buen musical como Hairspray a bodrios importantes como Experta en Bodas, Cuentos que no son cuento no deja de ser una propuesta válida tanto para entretener livianamente a su franja de público ideal -chicos de cuatro a doce años-, como para conformar a Sandlerófilos con hijos.
Artículo publicado originalmente en el diario Página 12.
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