viernes, 27 de marzo de 2009

CINE - Por siempre amigas (Bonneville), de Christopher Rowley: Receta adolescente para la tercera edad.

Cualquiera puede envejecer. Lo único que se necesita es vivir lo suficiente. La frase de Groucho parece burlarse de muchos productos de la industria del cine, que suelen caer en el trazo grueso y la grosería narrativa con una facilidad que apena (o disgusta) cuando se trata de encarar la vejez y la muerte. Por siempre amigas del novato director Christopher Rowley, un claro ejemplo en ese sentido, recurre por un lado a cruzar géneros a mansalva con el único objetivo de abarcar el mayor segmento posible de público, y por otro a un reduccionismo naïf que banaliza estos temas tan cargados de sentido. Extrañamente, la película llega a Buenos Aires con tres años de demora.
El mundo privado de Arvilla (Jessica Lange) parece derrumbarse al quedar viuda: su hijastra Francine, que casi tiene su misma edad, la emplaza a entregarle las cenizas de su padre a cambio de permitirle quedarse con la casa en que la pareja vivió por más de 20 años. Arvilla se debate entre ir contra el último deseo de su marido o quedar en la calle. Cuando sus dos amigas (Joan Allen y Kathy Bates) le insisten para que acepte la propuesta de la calculadora Francine, Arvilla decide entregar la urna fúnebre en persona y para ello deberá atravesar el largo camino de Idaho a California. En el trayecto, semejante a un documental del Travel Channel que va enhebrando famosos paisajes del oeste norteamericano, las tres chicas se toparán con un puñado de aventuras y personajes que parecen salidos de un manual de catequesis: un jovencito mulato y huérfano que busca a su padre marine, al cual nunca ha visto; un camionero viudo y extrañamente bien educado para lo que es el gremio; una pareja de ladronzuelos torpes; una noche en Las Vegas que terminará con suerte, y otros cuantos lugares comunes.
Es interesante recordar lo que puede resultar de estos mismos tópicos (soledad, muerte, vejez) cuando se los aborda con inteligencia. Alcanza con recurrir a Una historia sencilla de David Lynch o a Gran Torino de Clint Eastwood. Como la película de Lynch, Por siempre amigas responde en primer término al formato genérico del road movie; y su título original (Bonneville) refiere a un clásico modelo de automóvil, igual que la de Eastwood. Detalles. Pero también existen coincidencias de fondo: los tres filmes involucran protagonistas que en plena tercera edad deben aceptar la turbadora proximidad del final y de uno u otro modo, concientes o no, decidir de qué forma recorrerán el corto camino que les queda. Contrario a estos ejemplos, Por siempre amigas se parece más –y con seguridad se trata de un recurso buscado; en fin- al formato ligero de películas de rutas y universitarios idiotas al estilo de Viaje censurado, y hasta anticipa las ridículas situaciones adolescentes que dos años después aceptaron interpretar Meryl Streep y sus amiguitas en Mamma mía. Todo barnizado con una mano de poesía de todo por dos pesos y otra de libro de autoayuda de supermercado, con las que pretende revestirse a Por siempre amigas de una profundidad no apta para clavadistas. Por el camino se ha desperdiciado a tres buenas actrices.


Artículo publicado originalmente en el diario Página 12.

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