
En Desde el ojo del pez pueden notarse de forma embrionaria algunos de los rasgos que se han vuelto recurrentes en los trabajos de De Santis, desde su insistencia por el uso de la primera persona, a la facilidad para imponer a cualquier argumento las señas del policial; incluso a esta novela para chicos. Es que Max, su protagonista, es un adolescente recién salido de la secundaria que cambia Córdoba por Buenos Aires, y aunque sus padres creen que lo hace para estudiar Geografía, su verdadero motivo es encontrar a una pelirroja a la que no vio más de dos veces. De ella sólo sabe su nombre y que se ha mudado aquí para seguir Arquitectura. Caprichosas como ese amor serán las vueltas que Max dará en su investigación, y aunque él ordene los hechos para el relato, prefiere no olvidar que los ha vivido en confusión. El camino será kafkiano e incluirá un trabajo idem, un par de escaramuzas en recitales de rock pesado, la Facultad de Filosofía y Letras, ámbito caótico que parece encantar a De Santis (una de sus novelas se titula justamente Filosofía y Letras y sí, es un policial), y una habitación destartalada en el último piso de un edificio a punto de ser demolido.
Ahí, desde una ventana redonda -el ojo del pez- el chico empezará a ver, sin notarlo demasiado, como un mundo desaparece fundiéndose al que de a poco va ocupando su lugar. Es que Max, como Salvatrio en El enigma de París, o Esteban Miró en Filosofía y Letras, son ante todo adolescentes a los que el mundo adulto les revelará las posibilidades de otra realidad no menos fantástica que la pubertad.
Artículo realizado para el suplemento Cultura del diario Perfil.
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