viernes, 27 de marzo de 2009
CINE - Por sus propios ojos, de Liliana Paolinelli: Cine dentro del cine, dentro de la cárcel.
Desde que el cine argentino se volvió “nuevo”, algunos temas han devenido obsesión. Dentro de este conjunto de empeños la marginalidad ocupa un lugar eminente, tal vez porque la vida al margen permite el surgimiento del retrato extraño, de la sombra de lo otro pronunciándose sobre la improbable seguridad con que el cine mete una y otra vez su nariz pequeño-burguesa en los rincones oscuros y a la vez tentadores de lo marginal como objeto. Por sus propios ojos, de Liliana Paolinelli, intenta desde allí una mirada nueva, si es que esto todavía fuera posible.
Virginia y Alicia (sobre todo esta última) aparecen a priori como el sujeto dueño de esa mirada: dos alumnas de cine filmando su tesis final, un documental acerca de las mujeres de los presos. Madres, hermanas, esposas e hijas, que pasan cada día como si siempre fuera el mismo, sin otra expectativa aparente que la de conseguir uno de los números que se reparten en la puerta del penal, y que les permitirá ver, tocar, sentir al hombre arrancado. Junto con las dos alumnas, el público creerá verlo todo desde afuera, sin compromiso, como si en verdad compartiera con ellas ese lugar de fisgón tan libre de pecado como de arrojar la primera piedra. En medio del clima hostil que comienzan a percibir, la madre de un chico preso, Elsa, se acerca a ellas con voluntad de decir algunas cosas. Las cita en su casa el día después, donde finalmente desiste de hablar, pero esgrime una excusa para pedirle a Alicia que vuelva otro día. Sola. Objeto y sujeto comienzan a perder perspectiva: intercalados, algunos testimonios de mujeres narran las situaciones cotidianas de humillación que deben atravesar para ver a sus hombres.
Elsa le sugiere a Alicia que visite a su hijo Luis, porque su testimonio puede ser más importante que el de ella para el documental. La relación que comienza a crecer entre la mujer y la chica torna esa sugerencia en una velada imposición. La posibilidad de una voz interior resulta convulsiva para Alicia, que sólo pretendía y se conformaba con recoger el eco de las voces externas, todavía alejadas del margen definitivo que la separan de aquello otro, más allá de los propios límites. Ahora es el deseo en ciernes, silencioso, todavía sin carne, el que comienza a jugar: esa curiosidad por lo desconocido que mueve a Alicia, es lo que también ha empujado a Paolinelli a crearse este alter ego dispuesto a todo, para ver por sus propios ojos.
A partir del recurso de retratar al cine dentro del cine, Por sus propios ojos consigue poner una doble distancia con lo marginal, el objeto observado. La primera barrera es ese documental dentro de la película, que separa a las dos alumnas de las mujeres a quienes pretenden retratar y que son el manto superficial de lo que aún permanece semioculto. Luego está la película misma, construcción ideal que contiene tanto al objeto marginal como al pseudo sujeto observador (las alumnas), al fin dos hemisferios escindidos de un mismo mundo a los que se intentará reunir, tomando al espectador real como tercer vértice de un ménage à trois que lo convierte en el único sujeto observador válido: aquel que contempla la pieza completa.
En las notables escenas finales, vívidas en extremo, la estética casi documental de la película –que al fin cierra sobre sí mismo aquel juego de cine dentro del cine–, funde a los protagonistas con su paisaje, logrando empastarlo todo en una mancha única en donde puede intuirse uno de los perfiles posibles de la marginalidad, y aquello otro consigue salir a la luz como miedo, pero también como la resignación que se inclina por lo malo conocido. Sin embargo, lo hace sin haber encontrado un correlato durante la narración anterior, pródiga en largos planos contemplativos que más parecen estirarse para sumar metraje que para connotar. La película acumula algunas escenas que se intuyen como detonadores plantados para disparar empatías con el espectador –la revisación de Alicia para entrar al penal–, pero que sin embargo son transitadas como mero trámite, sin que lo que se supone es una recreación cruda de lo real consiga superar su condición de mecanismo de impacto, pensado para conmover. Revelado el artificio, el efecto buscado se diluye hasta acabar dándole a la escena un tono casi didáctico, muy lejos de convertir al espectador en voyeur de una cámara de horrores.
No sería justo concluir sin destacar el sólido trabajo de los cuatro protagonistas, capaces de manipular, de esconder, pero también de dejarse engañar, de mirar de reojo, como para no ver toda la evidencia que el film acumula hasta hacerla coincidir en ese final tan potente, tan humano. También es fundamental la fotografía de Martín Mohadeb, capaz de contagiar de gris cada fotograma. Con una interesante lista de premios obtenidos en festivales internacionales, Por sus propios ojos resulta un ejercicio cinematográfico eficiente, prolijo en todos los rubros técnicos, al que sus puntos bajos no consiguen debilitar demasiado.
Artículo publicado originalmente en el diario Página 12.
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