viernes, 27 de marzo de 2009

CINE - ¡Sí, señor! (Yes, Sir!), de Peyton Reed: El regreso a las fuentes.


Jim Carrey es realmente un caso único: hoy por hoy su nombre es más importante que cualquier película en la que participe. Con él, los textos de las noticias aparecen y parecen retorcidos, como si alguien hubiera alterado el orden que sería lógico para cualquier otro título. Así, hace un par de años la novedad no fue el estreno de Número 23, sino que Jim Carrey probaba suerte en un thriller. Igual sucedió antes con Eterno resplandor de una mente sin recuerdos: primero fue la película donde Carrey por fin brilló en el drama (porque The Truman show y El mundo de Andy no son puro drama y en El Majestic lo que sobra no es justamente brillo) y recién después todo lo demás, incluso un gran film. Este jueves lo importante no es el estreno de ¡Sí señor!, sino que Jim Carrey ha vuelto a la comedia, el género que lo convirtió en el producto a vender.

Alcanza con que alguien cuente la idea sobre la que gira la trama de ¡Sí señor! para hacerse la idea inmediata de que el buen Jim ya pasó alguna vez por esto –o al menos por situaciones parecidas–. Carl Allen es un hombre agobiado por sus propios fracasos privados: oficinista estancado en un escritorio que no puede recuperarse del final de su ya lejano matrimonio. Solitario y abandonado a sí mismo, se niega a todo. A Carl no le alcanzará consigo mismo para enfrentar la vida, sino que será necesaria la mediación de un poder superior que le haga las cosas fáciles. Decide asistir a un seminario en donde un moderno gurú alienta a los asistentes a despojarse de la negación para aceptarlo todo. Basándose en la idea de que decirle que sí a las cosas es aferrarse a las oportunidades y negarse no es sino un rechazo a la vida misma, el guía espiritual (un Terence Stamp simpáticamente pétreo; como siempre) consigue establecer un pacto con Carl: aceptará cualquier propuesta, por insólita o terrible que parezca.

¡Sí señor! no intenta hacer centro en el éxito laboral ni en el ascenso social, aunque ello no deje de estar presente, sino que se preocupa más por recuperar la condición humana de su protagonista, del individuo en relación a su entorno íntimo (su nueva novia y amigos; sus compañeros de trabajo) y al entorno social (los inmigrantes, los desclasados y hasta algún desahuciado con los que compartirá distintos momentos). Claro que no se trata de una película de los hermanos Dardenne y todo lo anterior está tratado con la usual levedad norteamericana. Tal vez alcance con regresar al principio: sí señor, Jim Carrey vuelve a la comedia. Y aunque menos desaforado, ofrece lo de siempre: histrionismo, algo de romance y unas cuantas morisquetas imposibles.


Artículo publicado originalmente en el diario Página 12.

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