viernes, 27 de marzo de 2009

CINE - Marley y yo (Marley and me), de David Frankel: Manipular ya desde el poster


Hace poco más de un año, Will Smith intentaba sobrevivir solo en un mundo vacío (o no tanto) contando apenas con la compañía de un perro -técnicamente era una perra- y la música de Bob Marley como apoyo emocional. Más afortunados, Owen Wilson y Jennifer Aniston consiguieron el combo 2 en 1: directamente tienen un perro que se llama Marley. Y no están sólos. Igual que Soy leyenda, que prometía una versión menos vergonzosa de la buena novela de Matheson y al final nada, Marley y yo también puede ser una película engañosa. Si bien su afiche parece ofrecer otra ligera comedia romántica, más que sorprender puede descolocar al espectador confiado que únicamente espere encontrar algunas payasadas de Owen, los desnudos siempre truculentos de la Aniston y al cachorro tierno y meloso de la foto de promoción. Es verdad que no falta ninguna de esas cosas, sólo que Marley y yo pretende más.

Suerte de comedia épica al estilo Forrest Gump pero sin la grandilocuencia (incluso algunos detalles del final parecen repetir otros del film de Zemeckis), Marley y yo se propone como un tour guiado por los lugares comunes de una familia pequeño burguesa a través del tiempo, desde la adopción de la mascota hasta su vejez. El perro, que de algún modo ocupa aquí el lugar de Tom Hanks (con todo respeto), es el denominador común alrededor del cual se organiza la narración y será vital en cada giro que den las vidas de los protagonistas. Así John y Jennifer Grogan comenzarán como jóvenes y enamorados recién casados, llenos de proyectos y ganas de crecer en sus carreras. Parecen estar siempre de acuerdo en todo, hasta que ella comienza a desear un hijo. Abrumado, John decide por consejo de un amigo regalarle a ella un perro, sólo para que pueda sublimar ese deseo y contener al instinto maternal por un tiempo. Aquí entra Marley: el cachorro es un completo arsenal de seducción vulgar. Sin ir más lejos parece entrenado por Mittens, la gata callejera que justamente le enseña a Bolt a ser un perro adorable en la película que Disney estrenó el jueves pasado. Que la cabecita de costado; que los ojos grandes y húmedos; que la cabeza fuera del auto y la lengua al viento, colgando del hocico. Nadie puede resistirse a él; frase ambigua que la película interpreta en todos sus sentidos. Es que Marley es un labrador, perros que sólo son chiquitos los primeros tres meses, capaces de destruir un departamento completo si les dan un par de horas. Claro que a pesar de eso acabará conquistando a sus dueños y se transformará en el compañero ideal para John, casi un confidente. Tras una tanda de lágrimas que no serán las únicas, al fin llegan los hijos: no uno, ni dos; tres. Y con ellos las primeras crisis: de pareja, de trabajo, de la mediana edad. La mudanza de Miami a Filadelfia en busca de mejores horizontes y, al fin, el equilibrio de la madurez.

Con sus diferencias, tanto la ovejero de Soy leyenda como el labrador de Marley y yo, y hasta Tom Hanks, son herramientas melodramáticas indispensables para intentar conmover al espectador medio en el momento oportuno. Y si John Grogan comienza la película como cualquier otro personaje de Owen Wilson, al final aparece casi transfigurado en Charles Ingalls, con drama, familia y casa en la pradera incluidas. E igual que ocurría con la serie, habrá que resignarse a llorar un rato más: se supone que eso dejará además una lección de vida. ¿Será, como diría Michael Landon, que en Hollywood todos los perros van camino al cielo?


Artículo aparecido originalmente en el diario Página 12.

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