
Tanto la figura de MacKaye como la de su banda ocupan el centro de este relato que escribió y dirigió Scott Crawford. Los Minor Threat porque, junto con Bad Brains, son los emergentes más populares de aquella escena. Y MacKaye porque, además de ser el fundador de Dischord Records, sello independiente aún activo que, sin proponérselo, se encargó de llevar un registro amplio y vívido de su propia época, es sobre todo el cantante que por un rato le prestó su voz y convicciones a sus compañeros de generación.
Aunque no se trató de un fenómeno único dentro de los Estados Unidos –tanto en Los Angeles y San Francisco como en Nueva York se dieron movimientos análogos, aunque con menor nivel de cohesión–, la escena del DC tiene la plusvalía de haber tenido lugar en la ciudad que es el corazón político de un imperio que se encaminaba a la hegemonía global. Contemporáneo del triunfo y apogeo del reaganismo, y nacido en la ciudad cuya principal industria son las instituciones de la nación, la movida del DC hardcore en parte es una consecuencia de las durísimas políticas económicas, bélicas, sociales y culturales que Ronald Reagan sostuvo a lo largo de sus ocho años de gobierno, del mismo modo en que la aparición del punk en Londres, en 1977, también representó una reacción cultural al férreo liberalismo impulsado por Margaret Thatcher. El surgimiento del DC hardcore es, entonces, uno de los fenómenos políticos más interesantes que se hayan dado dentro del gran cambalache del rock. Y Crawford parece tenerlo bien claro.
Ya en la secuencia inicial de títulos, entre las reproducciones facsimilares de fanzines, tapas de discos y fotografías de las bandas tocando en vivo, se intercalan las imágenes televisivas del intento de asesinato del que fue víctima el entonces presidente y los retratos de figuras como el coronel Oliver North, pieza clave y chivo expiatorio en el escándalo Irán-Contras, o Marion Barry, el alcalde negro de la ciudad al que en 1990 el FBI encontró en un hotelucho fumando crack con una prostituta.
Aunque el relato avanza a partir del clásico dispositivo de cabezas parlantes, lo valioso de Salad Days son, por un lado, esos testimonios de algunos próceres de aquella movida, de MacKaye al testosterónico Henry Rollins. Pero también la palabra de Thurston Moore, guitarrista de Sonic Youth, o la del ubicuo Dave Grohl, que vienen a certificar el vínculo y enorme influencia que el DC hardcore tuvo en movidas posteriores y mucho más masivas, como la del rock indie primero o el grunge, poco después. Otro hallazgo son las imágenes obtenidas por el fotógrafo Jim Saah, por entonces también un adolescente, que registran la poderosa sinergia que se daba entre las bandas y el público en los shows de Minor Threat, SOA, The Faith, Bad Brains, Void, Government Issue, Gray Matter o Fugazi, entre otras. Asimismo es posible destacar la elección de una estética de diseño y montaje que remite a la de los fanzines punk típicos de la época, gentileza del propio Saah, responsable de la fotografía y la edición de este potente retrato generacional que es además un valioso documento de época.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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