Puede sonar algo cascarrabias preguntarse cómo es posible que una historia acerca de tres ardillas que cantan como si sus voces salieran de un vinilo girando a 78 RPM, haya sumado cuatro películas. Por increíble que parezca, a ese número llegó la franquicia de Alvin y las ardillas, desde que a alguien se le ocurriera en 2007 relanzar a esos personajes. Nacido a fines de los 50 en los EE.UU., este trío de roedores cantantes con muchos discos de oro y programa propio en la tele, resulta un producto típico de esos años en los que la Guerra Fría y el macarthismo podían convivir sin problemas con expresiones culturales como esta, de una inocencia supina. Tan notorios llegaron a ser Alvin & the Chipmunks (tal el nombre original de esta banda virtual, sin dudas el primer antecedente de los Gorillaz de Damon Albarn), que el director Cameron Crowe no dudó en abrir el notable soundtrack de su película Casi famosos (2000) con una de sus canciones originales. Quizás en ese carácter transgeneracional y popular resida parte del éxito actual.
Otra explicación posible tal vez se encuentre en la capacidad de sus actuales impulsores para rodear a Alvin, Simon y Teodoro de expresiones también surgidas de la cultura popular contemporánea, que sirven para aceitar los engranajes empáticos con los chicos de la actualidad que, en definitiva, son el objetivo del film. Así, a lo largo del relato van apareciendo una serie de gags que funcionan como hipervínculos para conectar con fenómenos globales provenientes de la web. Chistes que, por ejemplo, remiten a hitos de la cultura youtuber, como las series de videos virales conocidas como “Turn down for what” o “Thug Life”, cameos de artistas que se han hecho famosos a través de esa misma plataforma, como el cantante Redfoo, o la inclusión de una versión ardillada de “Uptown Funk”, sin dudas LA canción del 2015. Claro que entender esos chistes será difícil si no se cuenta con la asistencia de un chico de 10 años. Pero no hay de qué preocuparse: se sobrentiende que quienes paguen una entrada para ver Alvin y las ardillas 4 tendrán a mano un ser de esas características que les explique por qué todos los niños de la sala se ríen, mientras los adultos se miran sin comprender. Por supuesto, nada de eso garantiza que, una vez esclarecidos, esos chisten causen alguna gracia: la grieta generacional.
Más allá de los detalles desalentadores, en Alvin y las ardillas 4 es posible registrar la presencia de un espíritu cinéfilo de una sensibilidad muy distinta, que consigue traficar de manera inesperada referencias a otro cine. Tal vez no desde lo estrictamente estético, porque el film apenas pretende (y consigue) mantenerse dentro de los estándares de la industria en tanto productora de eventos de marketing. Pero así y todo alcanzan a filtrarse algunas citas llamativas que remiten a El resplandor, de Stanley Kubrick, o, mucho más literalmente, a John Waters, rey del kitsch, y a Pink Flamingos, su obra más distintiva. El tipo de sorpresas que es grato recibir en el cine.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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