viernes, 9 de marzo de 2012

CINE - Entrevista con Daniel Santoro, director de arte de "Zenitram": Jugar con el peronismo

Hay que mirar dos veces la dirección anotada en un papelito para convencerse de que esa es la puerta, una como cualquier otra del barrio de Congreso: sólida, con la pintura herida que desnuda la madera ahí detrás. Pero cuando esa puerta se cierra a espaldas del visitante, Buenos Aires desaparece y uno también teme estar perdido. No hay cartografía que registre ese páramo al que se accede por escaleras de pesadilla, por un túnel empinado entre paredes infestadas de imágenes de una realidad extraña. Los escalones terminan pero el mal sueño se prolonga en una sala angosta, con estanterías que ocupan paredes completas en donde libros prolijamente destartalados resisten el asedio de un millar de muñequitos de famosos personajes de ficción. También hay familias enteras de mariposas empaladas sobre telgopor y una colección de cangrejos gigantes que, estoy seguro, provocarían nausea al propio H. R. Giger. En cada rincón de ese infierno, el rodete de Evita se multiplica en infinitos retratos y parece controlar todo: ahora sé que de verdad estoy perdido.
Del fondo aparece un hombre de melena revuelta color ceniza y un gran bigote apenas domesticado. Viene rengueando y el detalle provoca en él un raro efecto; es como si un científico loco se hubiera fundido a su ayudante contrahecho, en un experimento fatal. Imagino que es un truco para espantar visitas indeseables, pero no me dejo asustar. Perdón: quise decir engañar. Es Daniel Santoro, artista plástico, hacedor de una obra que se obsesiona en distintos juegos deformantes con la iconografía clásica del peronismo. Con la excusa de charlar sobre su trabajo junto a Martín Oesterheld como director de arte en la película Zenitram – Hay un argentino que vuela, dirigida por Luis Barone sobre cuento original de Juan Sasturain, Santoro me ha invitado a su casa y ahora me ofrece asiento al lado de los cangrejos. Necesito decir algo… “Lindo bicho”, digo, y señalo con el mentón al crustáceo alienígena, pero enseguida me arrepiento. Santoro se ríe y toda la sala se pone a vibrar con malicia ante la orden de su carcajada. ¿Por qué habrán llamado a este loco para hacer una película?, pienso. “Porque estaban buscando para Zenitram una estética que tuviera una especie de identidad argentina”, dice Santoro en voz alta. La certeza de que este hombre me está leyendo la mente me invade como el dolor que produce pisar una chinche con el talón. Decido que lo mejor es seguirle la corriente, como si todo esto fuera lo más natural.

-Pero Zenitram transcurre en la Argentina, ¿por qué subrayarlo?

-La productora española quería que este tema del agua y del superhéroe tuviera un anclaje fuerte con lo argentino. Y el argumento más interesante que encontraban era el del peronismo como estética. Así caí yo en la producción, como posibilidad de expresar ese mundo.
-Trabajar sobre el peronismo desde la sátira no parece fácil.
-Lo que se me ocurrió fue crear un mundo contaminado por el peronismo. Lo que se ve en la película son sus restos ideológicos y urbanos: una ciudad de Buenos Aires trazada por una cantidad imprecisa de años de peronismo, que ha dejado ahí monumentos derruidos y desgastados.
-Para imaginar esos restos fue necesario partir de una estética que usted conoce bien.
- Si se quiere ponerle un nombre a eso, se lo puede entender como una especie de "Gótico Justicialista". Hay lugares de la ciudad que no existen y lugares que sí pero están transmutados, como el edificio de Obras Públicas, que se convierte en una suerte de puerta sur de la ciudad. Está el monumento al descamisado y eso convive con el Kavanagh y otros edificios; la villa 31, donde nace Zenitram, se extendió de una manera descontrolada. O sea que lejos de ser pintado como una Arcadia, ese mundo es más bien un lugar duro, un poco al estilo Blade Runner, si se quiere...
-Justamente, hay mucho de otras películas distópicas, como esa o Brazil, de Terry Gilliam...
-¡Claro! Esos desajustes en cuanto a la convivencia de ciertas estéticas: están los 60 o los 50 y el Art Decó de los 30. Una serie de décadas superpuestas que producen un efecto que tiene mucho que ver con la estética general del peronismo, que es una especie de Frankenstein de distintos estilos convivientes.
-¿Pero cuál es la línea del peronismo que sobrevive en ese futuro?
-El de la película no es un peronismo vigente: es un peronismo corrupto. El presidente es una especie de Menem, ¿no?; el papel de Fanego es el de un corrupto absoluto.
-¿La película se planteó desde un comienzo como retrato del peronismo o era algo más ampliamente argentino lo que se intentó aprehender?
-Te diría que el peronismo fue ganando la película... y yo hice mucha fuerza en ese sentido.

Santoro vuelve a reírse: hay algo del canto de las sirenas en esa risa de rota sonoridad que lo va contaminando todo. Como el peronismo. Pero Santoro no se detiene.

-Cuando buscas una identidad, buscas un valor diferenciado. Se trata de una película de superhéroes, que comparte sus códigos y por lo tanto sucede más o menos lo mismo que en todas ellas. En un contexto urbano es muy difícil salir del modelo de Ciudad Gótica o la Metrópolis de Súperman. Estas en una encerrona desde el comienzo y nosotros queríamos salir de algún modo. Y el peronismo es un buen argumento. Es decir, hay edificios emblemáticos del peronismo que son sólo del peronismo. El peronismo fue una excusa para fortalecer una idea de identidad estética.
-Pero el peronismo también es política.
-Pero en Zenitram el asunto está lejos de la politización, porque la película habla políticamente de otras cosas. Pero lo que sí tiene por detrás, como una especie de bajo continuo, es la presencia de ese testimonio peronista que está en todos lados, y creo que eso es lo que le otorga una identidad de película hecha en Argentina.
-¿Puede hablarse de un peronismo post capusottiano para definir este futuro?
-Sí, algo del juego que propone Capusotto hay en esto. Es que es muy difícil no ser peronista o no tener algo que ver con el peronismo por defecto, digamos, o por adhesión. El peronismo te abarca... es como radiactivo, ¿no?
-Detrás de la sátira de Capusotto hay más que mera exaltación.
-Por supuesto. Pedro Saborido dice que el peronismo es como un parque de diversiones: hay de todo... y también tenés el tren fantasma. Uno puede encontrar dentro de ese parque a los antiperonistas. La contaminación tiene tal efecto que aquello que le es opuesto también forma parte de él: el gorila es un personaje del peronismo, no puede sobrevivir fuera de él y tiene sentido sólo si está ahí dentro. De esas paradojas se nutre Zenitram.
-Ese presidente casi como alter ego de Carlos Menem, la miseria gigantizada; eso habla de escenas de nuestra historia a partir de sus consecuencias...
-Es por eso que no se plantea al peronismo como una solución política ni mucho menos. Todo lo contrario: es parte del desbarrancamiento.
-Pero los superhéroes por lo general representan, para quien quiere ser salvado, la esperanza de la salvación. En esa Argentina, ¿qué esperanza representa Zenitram?
-Y, no... yo lo veo más bien como un héroe melancólico ¿no?; hay muy poca esperanza, porque hasta la lluvia, que en principio parece una bendición, termina formando parte del ciclo de la desgracia. En realidad la de Zenitram es una visión pesimista.
-¿Entonces?
-Creo que es más una especie de Maradona y ahí se sale de la película de superhéroes normal. Cuando el tipo vuelve lo hace convertido en una parodia de lo que era ¿no?, un poco como Elvis. Es una crítica a las películas de superhéroes, una visión desde la posibilidad del Tercer Mundo de tener ese tipo recursos, porque los superhéroes son recursos del Primer Mundo.
-El personaje de Luque además oficia de narrador y recuerda las narraciones de las adaptaciones al cine del policial negro.
-Ahí está la mano de Juan Sasturain, eso es muy de él. Esos textos ayudan mucho a la comprensión de la película y le dan el clima...
-Terminan de completar esa estética gótica.
-Sí. Lo mismo que el hecho de que el relato se haga a través de una historieta. Se supone que de alguna manera es el dibujante el que relata, en la voz de Luque. Aparece varias veces la presencia del cómic para darnos mensajes secretos.
-¿Y cree que Zenitram consigue retratar un paradigma de argentinidad?
-Sí, en cierto modo es una película que nos pinta; por supuesto también es una parodia, pero tomada con seriedad, no de forma boba. Tiene carne: una trama que sin salir del tono un poco burlón, cuidando el código elegido, se interna un poco más, mete el cuchillo ahí.
-Siendo tan distópica y desesperanzadora, ¿cuál sería el aporte de Zenitram para intentar encontrar esa salida que en la película no existe?
-(Risas) No sé, la verdad. Ahí me mataste. La historia termina ahí... no es moralizante como otras películas de superhéroes, obligadas a tener esa moraleja final pesada.
-O sea que además de peronista, es tanguera.
-Sí, por eso es melancólica. Y termina con un tangazo como el día que me quieras. Es el amor perdido, viste.
-Estamos condenados a ser argentinos.
-Es la argentinidad al palo, sí (risas). Parecía que estaba todo bien y está todo mal: esa es un poco la metáfora de Zenitram.

Santoro me acompaña a la salida, otra vez a la puerta. De regreso a Buenos Aires. Baja los escalones de a uno: insiste con la renguera, como queriendo llevar su personaje hasta las últimas consecuencias. Le preguntó con desconfianza qué le pasó: necesito desenmascararlo. “Me caí de rodillas en la vereda, bajando estás escaleras”. La respuesta me sorprende. Entonces quiero volver a mirar para arriba, como los chicos que espían entre los dedos para ver a Drácula salir del féretro, pero Santoro ya cerró la puerta. Me despide con un beso y me da un abrazo. Después se va caminando para el lado de la plaza. Renguea.
Me vuelvo a la redacción.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

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