A esta altura puede decirse que Daniel Burman es el más prolífico de aquella generación de directores que explotó a finales de la década del ’90 con los cortos reunidos para la primera versión de Historias breves. De ese proyecto participaron varios de los directores que pocos años después se convertirían en los más importantes del cine nacional de los últimos 25 años, como Lucrecia Martel o Adrián Caetano, a quienes por diferentes motivos habría que sumar a Trapero, Campanella, Alonso y algún otro. Sin embargo, ninguno de ellos logró mantener la asombrosa constancia de estrenar un nuevo film cada dos años, con un estándar cualitativo alto y homogéneo. Siguiendo con esta tradición que comenzó en 1998 con su debut Un crisantemo estalla en cincoesquinas, Burman presenta La suerte en tus manos, film en el cual vuelve a insistir con ciertos temas que, extendiéndose a lo largo de su filmografía, ya pueden calificar como obsesión.
Interesado en retratar núcleos sociales cerrados, micromundos siempre vueltos sobre sí mismos, o en abordar la complejidad de las relaciones y los vínculos amorosos y de familia, Burman logra en cada título aportar un nuevo ángulo para observar sus objetos de interés. Si en la trilogía integrada por El abrazo partido (2004), Derecho de familia (2006) y El nido vacío (2008) intentaba (y conseguía) deconstruir y reconstruir la compleja red de lazos paterno-filiales, yendo de hijos a padres de ida y de vuelta, en Dos hermanos, su film de 2010, optó por salir de los sistemas de vínculos verticales para sumergirse en la relación horizontal de los hermanos del título, una vez que ellos se veían liberados del peso simbólico de la generación anterior, tras la muerte de la madre. En La suerte en tus manos todos estos tópicos regresan pero, además, con el propio director ya próximo a cantar sus 40, hace su aparición la crisis de la mediana edad.
Uriel (el cantautor uruguayo Jorge Drexler, en su debut como actor) es un cuarentón recién divorciado y padre de dos hijos preadolescentes, con una marcada tendencia a las obsesiones y las compulsiones. Dentro de las primeras se cuentan su firme decisión de practicarse una vasectomía y su fijación con los albergues transitorios y hoteles en general. Dentro del segundo grupo pueden mencionarse el poker y la mentira, dos costumbres que parecen llevarse bien entre sí. Aunque en apariencia menos neurótica, Gloria también tiene lo suyo. Con residencia en París, de novia desde hace años con un francés estreñido que ya ni le toca un pelo, y conmovida por la muerte de su papá, ella decide volver a Buenos Aires, donde la espera (es un decir) su madre, una intelectual pretenciosa, fría y dominante. Uriel y Gloria salieron juntos años atrás y ella lo dejó por aburrimiento, por lo que suponía una falta de compromiso de parte de él. Pero el destino vuelve a cruzarlos en Rosario, a donde él fue a matar dos pájaros de un tiro: hacerse la operación y jugar un torneo de cartas profesional. Como en una suerte de versión concentrada del díptico del norteamericano Richard Linklater Antes del atardecer / Antes del amanecer, Uriel y Gloria caminarán por Rosario, volverán a conectarse, pero él no querrá confesar que sigue trabajando en la financiera que heredó de su padre y se inventará el rol de promotor artístico a cargo de reunir a la trova rosarina, con Baglietto, Garré, Goldín y Abonizio. Todo marchará bien hasta que el juego de la mentira se le vuelva imposible.
Hay algo woodyallenesco en la metódica producción cinematográfica de Burman, pero esa familiaridad también se traslada a las historias, protagonistas y detalles que componen sus películas, mucho más allá de la permanente referencia al imaginario judío. De las criaturas de Burman, el Uriel compuesto por Drexler es sin dudas el que más se acerca al personaje estereotípico del director estadounidense. El uruguayo sale airoso en su debut como actor y parece evidente que para su composición por un lado se ha inspirado en los trabajos de Allen, pero también en los de su compatriota Daniel Hendler, “Chico Burman” de El abrazo partido y Derecho de familia. Hábil para hacer rendir cada recurso, Burman aprovecha la labor de Drexler que, junto al carisma natural de Valeria Bertuccelli (en otro papel a su medida), son la base para que la película resulte un cuento agradable aunque más lineal que otros de sus trabajos. Incluso en los últimos 20 minutos cede a los mecanismos del realismo mágico norteamericano, para recargar la felicidad de un happy ending casi a la Disney Channel. En el balance final y puestos a comparar, La suerte en tus manos se queda algo atrás de la trilogía integrada por sus películas de 2004, 2006 y 2008, que continúan siendo lo mejor de su filmografía.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
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