sábado, 31 de marzo de 2012

CINE - Guerra de Malvinas y el cine: En busca de las verdaderas víctimas

Guerra, arte y el inconsciente colectivo. Malvinas 1982 sigue siendo un momento fundamental de la historia Argentina por motivos más próximos al horror que a la gloria, y por eso arrastra un peso simbólico que difícilmente pueda ser vaciado de sentidos. A pesar de semejante valor, el cine nacional no ha abordado el tema con asiduidad ni el nivel de calidad que el mismo exige –y que debe entenderse antes en términos narrativos que técnicos-, y no son muchos los títulos que se destacan. Sin embargo cabe preguntarse si es ese (o sólo ese) el verdadero motivo por el cual Malvinas es un tópico cinematográfico infrecuente, o si hay alguna otra cuestión que excede lo artístico y que tal vez tenga que ver con el trauma colectivo que convierte a la cuestión en un tabú, suerte de bolsa sin fondo de cuestiones aun por resolver.
Al momento de declararse la guerra tanto Argentina como Gran Bretaña atravesaban etapas de crisis y curiosamente esto dio a los eventuales enemigos una excusa para hacer exactamente lo mismo. Fue iniciada aquí, en completa ausencia del estado de derecho, por un gobierno monstruosamente opresor y asesino que ansiaba legitimarse por otros medios. En ese contexto no es ilógico que un pueblo brutalmente reprimido se agarrara de la primera válvula que prometiera aliviar los miedos y miserias acumulados durante seis años, y llenara la Plaza de Mayo intentando desligar en un culpable ajeno y lejano, los pecados y las culpas propias.

En el Reino Unido la crisis era larga y venía deteriorando la estabilidad económica y social en el centro mismo del Imperio. Basta recordar hechos habitualmente limitados al rubro de la cultura joven, pero que rsultan un indicador muy claro. Desde los años 70 diferentes movimientos juveniles como Punks o Skinheads venían canalizando a través de diversas manifestaciones, el enorme descontento y la falta de expectativas de los adolescentes que crecían sin opciones frente las enormes tasas de pobreza y desocupación. Alcanza con ver cualquier documental rockero para saber que esa coyuntura social, política y económica fue el caldo de cultivo de esos movimientos, que no por casualidad hicieron suya la consigna del “No Future”. Entre ellos puede mencionarse Joe Strummer: The Future Is Unwritten, donde el gran Julien Temple narra los orígenes de los míticos The Clash, o Joy Division, del director Grant Gee sobre la conocida banda de Manchester.
Argentina y el Reino, ahora enemigos irreconciliables, sin embargo se encontraban unidos por necesidades urgentes que debían ser resueltas en los frentes de sus propias políticas internas. La guerra resultaba una contingencia oportuna, una tapadera útil con la cual los gobiernos de Tatcher y Galttieri quisieron ocultar con un dedo el sol de de sus respectivas crisis.

La juventud perdida: the paradise lost. Partiendo de esa coincidencia, es curioso ver como el cine argentino y el británico también repiten los temas elegidos para representar el trauma que ambos pueblos comparten, cada uno con sus motivaciones. Aunque en ningún caso la producción es abundante, es cierto que ha habido diferentes maneras de retratar los hechos en torno al conflicto del Atlántico Sur. Se lo ha hecho desde el campo de batalla en la reciente Iluminados por el fuego (2005, Tristán Bauer) o la inconseguible Resurrected (1989, Paul Greengrass), o con la realización de documentales como Hundan al Belgrano (1996, Federico Urioste) o Return to the Falklands (2012, Ruth Gray), que intentan echar luz sobre diversos aspectos surgidos a ambos lados del enfrentamiento, desde la explicación de los motivos a la aceptación de las consecuencias.
Pero puestos a buscar intersecciones, hay dos películas que permiten encontrar una mirada en común mucho más esencial, partiendo desde lugares bien diversos. Se trata de Los chicos de la guerra, clásico del cine nacional dirigido por Bebe Kamín en 1984, con la herida todavía en carne viva, y la intensa This is England, de Shane Meadows. Ambas coinciden en intentar un retrato de las víctimas que en cada nación dejó aquella guerra, el eslabón más débil de la cadena: la juventud. Lo curioso es que en contextos tan diferentes, en ambos casos fueran los jóvenes los primeros y más afectados por la guerra. Cualquiera conoce el rol que entonces le tocó desempeñar a la juventud argentina: ser carne de cañón. La película de Kamín traza una representación posible de ese hecho. Carente de un ejército de formación profesional, la necesidad militar argentina de 1982 convirtió a conscriptos de apenas 18 años de edad en la improvisada primera línea en el frente de batalla. Ante el número de muertos y la alta tasa de suicidios ocurridos entre los veteranos de guerra en estos 30 años, no caben dudas que en la Argentina el daño más grande lo recibieron aquellos niños nacidos en 1962, 63 o 64, las generaciones de nuestros santos inocentes. La situación británica es por supuesto muy distinta. Imperio basado y sostenido por siglos de cultura bélica, Gran Bretaña realizó en Malvinas el movimiento de tropas más grande desde la Segunda Guerra Mundial. La diferencia fundamental es que esos ejércitos estaban integrados por soldados formados para actuar con eficiencia en esta clase de conflictos. Pero aunque esto obliga a buscar las víctimas en otra parte, el director Shane Meadows ha sabido dar con el lugar correcto en el cual encontrarlas.

La acción de This is England transcurre en un barrio obrero de Inglaterra durante 1983 y cuenta la historia de Shaun, un chico de 12 años con padre muerto en Malvinas, hecho que lo convierte en blanco de las burlas de sus compañeros de escuela. El pequeño comienza a ser apañado por una banda de skinheads que le permite ir encontrando un espacio de pertenencia. Pero Shaun será cooptado por el discurso violento y nacionalista del ala más radical del movimiento, aquella que actuó como fuerza de choque del ultraderechista National Front, y acabará siendo arrastrado a una espiral de violencia creciente. This is England pone en actos la esencia detrás del “No hay futuro” que recitaban como un mantra los jóvenes ingleses de aquel tiempo, condenados a representar la violencia a la que eran empujados por la falta de oportunidades y por una guerra incomprensible que, al otro lado del mundo, lejos de casa, los dejaba sin padres.
Fin (de la inocencia). Lejos de profundizar las diferencias y sin proponérselo, como un acto fallido puesto en acción, el cine de uno y de otro lado ha sabido indagar en busca del verdadero horror de un conflicto al que aun hoy es difícil encontrarle explicación. Nada es más imperdonable que maltratar, mutilar (física y mentalmente) y hasta condenar a muerte a toda una generación de chicos. Mucho más cuando 30 años después podemos decir, ya sin dudas, que tanto dolor no fue sino una herramienta de manipulación política. Los chicos de la guerra y This is England dejan bien claro quiénes son las víctimas y quiénes los asesinos en este caso. Pero el crímen sigue sin resolver.


Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

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