
Mañana se cumplirán 35 años del asesinato y desaparición de Rodolfo Walsh que, sí, fue un activista comprometido con su causa, un hombre de principios que lo llevaron a combatir al fuego con el fuego. Pero mucho antes que eso fue escritor, uno de los más grandes que haya dado el siglo XX en la Argentina, lo cual no es poco. Por eso, sin olvidarnos del todo, aquí preferimos recordarlo por su obra literaria, la parte. Que es cierto, tiene muchas encrucijadas con su obra política –un libro como Operación Masacre alcanza para comprobarlo-, pero es más que sólo ese aspecto. Capaz de escribir enormes relatos policiales o un texto soberbio como Nota al pie, Walsh era un narrador sin par. Relatos como Los oficios terrestres o Irlandeses detrás de un gato, donde retoma sus días de alumno pupilo en una escuela de curas irlandeses -el Instituto Fahy en Moreno-, no sólo son un retrato exquisito de la infancia salvaje, sino que cuentan con exactitud la vida en un internado. Doy fe de ello, porque fui pupilo en ese mismo colegio y no puedo sacarme de la cabeza la posibilidad de haberme sentado tantas veces, en las aulas o el comedor, muy cerca de su fantasma; de mear los mismos mingitorios o descansar en la misma cama que él pudo haber usado 50 años antes. Un fantasma que todavía debe estar leyendo (novelas policiales, ¿qué otra cosa va a leer?) en la biblioteca del colegio que desde hace algunos años lleva su nombre.
Por todos esos cuentos, memoria escrita para ser releída eternamente, su muerte le suma al 24 de marzo otro motivo para ser el día más triste de nuestra historia: además de todo, es la víspera de la desaparición de Rodolfo Walsh. Dolores que nunca más.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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