
Al momento de declararse la guerra tanto Argentina como Gran Bretaña atravesaban etapas de crisis y curiosamente esto dio a los eventuales enemigos una excusa para hacer exactamente lo mismo. Fue iniciada aquí, en completa ausencia del estado de derecho, por un gobierno monstruosamente opresor y asesino que ansiaba legitimarse por otros medios. En ese contexto no es ilógico que un pueblo brutalmente reprimido se agarrara de la primera válvula que prometiera aliviar los miedos y miserias acumulados durante seis años, y llenara la Plaza de Mayo intentando desligar en un culpable ajeno y lejano, los pecados y las culpas propias.

Argentina y el Reino, ahora enemigos irreconciliables, sin embargo se encontraban unidos por necesidades urgentes que debían ser resueltas en los frentes de sus propias políticas internas. La guerra resultaba una contingencia oportuna, una tapadera útil con la cual los gobiernos de Tatcher y Galttieri quisieron ocultar con un dedo el sol de de sus respectivas crisis.

Pero puestos a buscar intersecciones, hay dos películas que permiten encontrar una mirada en común mucho más esencial, partiendo desde lugares bien diversos. Se trata de Los chicos de la guerra, clásico del cine nacional dirigido por Bebe Kamín en 1984, con la herida todavía en carne viva, y la intensa This is England, de Shane Meadows. Ambas coinciden en intentar un retrato de las víctimas que en cada nación dejó aquella guerra, el eslabón más débil de la cadena: la juventud. Lo curioso es que en contextos tan diferentes, en ambos casos fueran los jóvenes los primeros y más afectados por la guerra. Cualquiera conoce el rol que entonces le tocó desempeñar a la juventud argentina: ser carne de cañón. La película de Kamín traza una representación posible de ese hecho. Carente de un ejército de formación profesional, la necesidad militar argentina de 1982 convirtió a conscriptos de apenas 18 años de edad en la improvisada primera línea en el frente de batalla. Ante el número de muertos y la alta tasa de suicidios ocurridos entre los veteranos de guerra en estos 30 años, no caben dudas que en la Argentina el daño más grande lo recibieron aquellos niños nacidos en 1962, 63 o 64, las generaciones de nuestros santos inocentes. La situación británica es por supuesto muy distinta. Imperio basado y sostenido por siglos de cultura bélica, Gran Bretaña realizó en Malvinas el movimiento de tropas más grande desde la Segunda Guerra Mundial. La diferencia fundamental es que esos ejércitos estaban integrados por soldados formados para actuar con eficiencia en esta clase de conflictos. Pero aunque esto obliga a buscar las víctimas en otra parte, el director Shane Meadows ha sabido dar con el lugar correcto en el cual encontrarlas.

Fin (de la inocencia). Lejos de profundizar las diferencias y sin proponérselo, como un acto fallido puesto en acción, el cine de uno y de otro lado ha sabido indagar en busca del verdadero horror de un conflicto al que aun hoy es difícil encontrarle explicación. Nada es más imperdonable que maltratar, mutilar (física y mentalmente) y hasta condenar a muerte a toda una generación de chicos. Mucho más cuando 30 años después podemos decir, ya sin dudas, que tanto dolor no fue sino una herramienta de manipulación política. Los chicos de la guerra y This is England dejan bien claro quiénes son las víctimas y quiénes los asesinos en este caso. Pero el crímen sigue sin resolver.
Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.