Parece que es verdad lo que se dice por ahí, que una editorial tiene al fantasma de Julio Cortázar encerrado en un sótano en algún lugar del universo entre Buenos Aires y París, escribiendo hasta que la eternidad quepa en un instante. No hay otra forma de explicar que el corpus de sus textos en lugar de mantenerse estable –como ocurre habitualmente cada vez que un escritor muere–, se multiplique como los peces del sermón de la montaña. Pero así era Cortázar, milagroso a la hora de sentarse a escribir, tanto en calidad como en cantidad.
Todas las hipérboles del párrafo anterior son pertinentes cuando se está frente a la nueva edición corregida y aumentada de la correspondencia del autor de Rayuela. Cinco volúmenes proyectados, de los que ya se han publicado tres, con más de 600 páginas cada uno, que incorporan un millar de cartas que se encontraban ausentes al momento de la publicación original, fechada en el año 2000. Un trabajo monumental al que sin embargo ninguno de sus responsables (Aurora Bernárdez, ex mujer, heredera y albacea universal del escritor, y el curador Carles Álvarez Garriga) se ha atrevido a titular como “Correspondencia completa”. Un escrúpulo que, a la vista de la experiencia previa, parece por completo justificado.
Ante la magnitud del material a compilar, Bernárdez y Álvarez Garriga eligieron organizar las cartas no por destinatario, sino por año. De esta manera se privilegia la línea temporal del relato, por sobre los detalles particulares de cada una de las muchas relaciones que componen la correspondencia de Julio Cortázar. Así,sus Cartas acaban por convertirse en una autobiografía espontánea, en la que sin proponérselo el escritor traza el relato de su vida a partir de la suma de todas sus confidencias. Entre los textos incluidos en esta edición, hay cartas enviadas a su madre y su hermana; una respuesta nunca enviada a su padre, quien abandonó a su madre siendo él muy pequeño; a infinidad de amigos de diferentes etapas de su vida; a escritores como Borges, Vargas Llosa, Pizarnik, Cabrera Infante, Octavio Paz y tantos otros.
En presencia de estos tres volúmenes, imaginando el tamaño de los dos que en breve completarán la colección, y sumando los gruesos tomos de su obra completa, más la colección de Papeles inesperados, hay preguntas que surgen sin necesidad de pensarlas. ¿Cuándo dormía Cortázar? ¿Tenía tiempo para almorzar? ¿Le quedaba espacio para el amor? Muchas de las cartas incluidas responden estos y otros interrogantes similares, confirmando que dormía, comía y amaba como cualquier otro. Sin embargo, ante el desborde de tanta tinta sobre papel, se puede concluir que en el acto de la escritura Cortázar también se jugaba sus sueños, sus mejores banquetes y sus amores imposibles. Estas Cartas no son sino la prueba de su necesidad de compartirlo todo con aquellos que formaban parte de su mundo privado. Una fiesta a la que hoy somos todos invitados.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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