jueves, 5 de agosto de 2010

LIBROS - Cartas a los Jonquiéres, correspondencia de Julio Cortázar: La vida entera vía postal

¿Cuántos libros pueden leerse leyendo sólo un libro? No parece gratuito que la pregunta (compleja, misteriosa y hasta casi metafísica) irrumpa justo antes de que se hable de Julio Cortázar y de una nueva publicación de material inédito: en este caso, el volumen que reúne la correspondencia con su amigo Eduardo Jonquières, bajo el título de Cartas a los Jonquières. Fue justamente Cortázar quien a mediados de los años sesenta puso patas arriba el mundo de las letras con Rayuela, novela con la que confirmó de manera práctica el misterio de la santísima multiplicidad, dogma nodal de la fe literaria: un buen libro es siempre uno y tantos otros a la vez. ¿Cuántos libros pueden leerse, entonces, leyendo un sólo libro? La respuesta correcta es: todos.
Este epistolario, nueva golosina con que se mantiene a raya a los adictos a la prosa de Cortázar, no es sino un recorrido por un laberinto de más de 100 cartas, que cruzaron el mundo en distintas direcciones para dar testimonio de: a) la amistad del escritor con Eduardo Jonquières (a quien conoció en sus tiempos de maestro practicante en la Escuela Normal Mariano Acosta, a mediados de los años treinta); b) las diferentes circunstancias de su vida en el período que abarca del ’50 al ’83. Pero también reúne: c) un mapa de la evolución en la carrera literaria (y editorial) de Cortázar, d) un compendio de sus criterios estéticos, e) su colección de hastíos como empleado de la Unesco, f) el placer permanente de sus viajes y g) su pasión por los gatos, en particular por Teodoro, así bautizado en honor del filósofo T. W.-Adorno. En cada una de las páginas también está impresa la huella de las fidelidades de Cortázar. Hacia sus amigos, los Jonquières, en primer lugar; a los demás integrantes de un grupo de amigos en común, por carácter transitivo; y por sobre todo a su familia. El catalán Carles Álvarez Garriga, colaborador de Aurora Bernárdez (quien fue esposa, y es heredera universal y albacea de la obra de Julio Cortázar), junto a quien ha editado este libro y el anterior Papeles Inesperados, cree que en esa lealtad reside un empeño que define al hombre pero también al escritor compulsivo. “Su fidelidad familiar es algo admirable. Para suplir la ausencia física, que le era imprescindible, durante más de treinta años mandó a la madre y a la hermana, además de dinero y fotografías, una carta ¡a la semana! Uno de los temas recurrentes en su correspondencia es de hecho el lamento por no poder escribirles más seguido. ¿De dónde sacaba tanto tiempo? Creo que, clínicamente, a esa generosidad se la llama epistolomanía.” Es cierto. Esa suerte de correspondencia obsesiva también queda al descubierto en muchos de sus cuentos de esa época, que tienen en el correo un elemento definitivo, como −desde luego− son los casos de “Cartas de mamá” o “La salud de los enfermos”. Es fantástico el pedido que le hace a Eduardo, luego de comprarse su primer departamento en París: “No digas a mamá… porque le sonará a casa fatal y definitiva; no se gana nada con esas pequeñas crueldades y prefiero evitársela.” Cualquier superposición de la realidad con la literatura no es en este libro objeto de coincidencia.
Hace algunos días el escritor Alfredo Bryce Echenique dijo, hablando del famoso boom latinoamericano, que Julio Cortázar ha sido en ese contexto “el escritor puente”, por ser el más rupturista entre los escritores del boom y los ubicados en los márgenes. Álvarez Garriga agrega que “parece innegable que con la prosa de Cortázar se da un antes y un después al que no son inmunes ni siquiera aquellos escritores que no lo han leído directamente, porque es algo que –como cantaba David Bowie– ‘está en el aire’. La prosa de Cortázar es a nuestra literatura lo mismo que los Beatles a la historia de la música pop.” Como un espejo, en una de sus cartas de 1966, Cortázar comenta divertido a su amigo Jonquières su excursión al cinematógrafo para ver Help!, primera película de los cuatro de Liverpool. “Sociológicamente es un documento de primera sobre la ‘alienación’, tan celebrada y difundida en los salones de viejas sabihondas los viernes a las cinco. Ni los Beatles ni el director saben probablemente que han dejado un curioso testimonio del robotismo de los sixties.” También sin saberlo, mientras juega despreocupado entre las palabras con las que va componiendo Cartas a los Jonquières, Cortázar también dejaba un testimonio de su época.
“Irse no es nada, la cosa es darse cuenta que hay una mecánica de chicle, que te has quedado adherido y te vas estirando.” La frase define un poco el carácter de este volumen de cartas, en el cual el escritor da cuenta de su necesidad de mantenerse cerca no sólo de sus amigos, sino de su país, al que lo liga una relación bipolar de amor-odio. “Uno de los temas clave de la correspondencia con los Jonquières es la cuestión del viaje a Europa como huida necesaria para un intelectual avasallado por el país”, comenta Álvarez Garriga, y sigue. “En cierto modo estas cartas son la crónica de una liberación (familiar, nacional, incluso estética), y también el relato del coste emocional que supone llevarla a cabo, casi contra viento y marea.”
El curador menciona una liberación nacional y consigue poner en primer plano otro de los aspectos que va ganando relieve de manera silenciosa a lo largo de los más de 30 años que abarca esta correspondencia. Del Cortázar aventurero recién llegado a París en 1950 al viejo trotamundos de 1983, hay un camino que no sólo implica la confirmación de Cortázar como escritor fundamental del siglo XX, sino también el testimonio en primera persona de un cambio de paradigma en la mirada de la convulsionada época que le tocó en suerte. Manuel Antín, director de cine y amigo, quien realizó la adaptación de cuatro cuentos del escritor en sus películas La cifra impar, Circe e Intimidad de los parques, suele decir que hay dos Julios: uno lampiño y otro con barba, y que el segundo (como escritor) no le llega a los talones al primero, ya que perdió o, mejor dicho, dividió su pasión por la escritura con la militancia. Es difícil, sin embargo, reconstruir el progreso de ese cambio en el recorrido del libro, aunque pueden encontrarse puntos de referencia, con el marcado antiperonismo de sus primeras cartas en un extremo y su deslumbramiento con la Revolución Cubana por el otro. “Sí tuviera veinte años menos, te mandaría una despedida y me quedaría aquí. Pero volveré, ya no puedo salirme de mi cascarita”, escribe desde La Habana en 1963. Durante su segundo viaje a la India cinco años después, sin dejar de lado su pasión por la contemplación de las manifestaciones artísticas, Cortázar parece más atento a algunos detalles de la realidad que hasta entonces no lo ocupaban. “Mirando una India más pobre y más triste, y por mi parte con un extraño sentimiento de desapego que no conocía antes. Será porque de golpe me siento tan próximo a cosas junto a las cuales resbalé amablemente a lo largo de mi vida.” Conocedor de lo más oculto de la obra de Cortázar, Álvarez Garriga también cree que “ese viaje a la India en 1968 fue uno de los hitos de su compromiso socialista. Se junta con los decisivos viajes a Cuba de 1967 y de finales del ’68, y con los hechos de París de mayo del ’68, que tienden a olvidarse. Ahí empieza a mirar la realidad de otro modo, sin duda: basta leer la narración del acercamiento a la miseria india que relata en el estremecedor texto “Turismo aconsejable”, recogido en Último round.” En la misma línea está su referencia al Cordobazo. “Cuántos años hemos vivido sin la menor esperanza cuando se trataba de la Argentina ganadera y neutralista”, dice y no es el mismo que en las cartas de los ’50 denostaba todo en relación con los movimientos populares surgidos a partir del ascenso de Juan Domingo Perón, a cuyo gobierno llega a comparar con la dictadura de Francisco Franco en España.
Libro mamushka, biblioteca completa de un único volumen, Cartas a los Jonquières resulta a fin de cuentas una experiencia deliciosa. Cada lector podrá ir descubriendo cómo diferentes libros se van apilando sobre las mismas 550 páginas. Autobiografía; Bitácora / Road Movie; Tratado de Estética; Miscelánea; Breve Colección de Confidencias Venenosas, a la manera de Borges o Descanso de caminantes, de Bioy Casares; Diferentes Novelas: epistolar, sentimental, de aventuras; Cuaderno de Apuntes. Simple volumen de correspondencia (aunque hacerlo sólo desde esa faceta involucra un liso y llano desperdicio). “Novela de Aprendizaje”, se permite agregar Álvarez Garriga a la lista, “Bildungsroman, como lo llaman los alemanes. Aprender a convivir con los parisinos en los años ’50 debía de ser algo titánico.”
Por debajo de todo eso, la delicada prosa de Julio Cortázar. Y por encima, su inigualable sentido del humor. Puesto a hacer memoria, Álvarez Garriga se permite una digresión oportuna, y vuelve a un colega peruano. “Bryce Echenique recordaba una ocasión en que en una sobremesa con amigos, estos citaban malas definiciones de diccionarios. Claro está, ganó Cortázar, con esta definición asombrosa, quizá apócrifa: ‘Madre putativa: la que se reputa madre’”. Cartas a los Jonquières, todos los libros el libro... Parece que hay Cortázar para rato.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura del diario Tiempo Argentino.

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