Para bien o para mal, es imposible disponerse a la contemplación de cualquier manifestación artística (dando por descontado que el cine muchas veces lo es) obviando la experiencia previa, las simpatías estéticas o las afinidades ideológicas. Por eso la cosa se pone difícil cuando se trata de decir algo sobre un trabajo del que participan tantos amigos de la casa. Y sobre todo si “la casa” es apenas uno y “amigos” sólo involucra diferentes clases y grados de cariño por tipos con los que no se tiene relación alguna, más que la que surge entre artista y espectador. Si algo puede decirse a priori de Pájaros volando, segunda película del trío Diego Capusotto–Luis Luque–Néstor Montalbano, siete años después de Soy tu aventura, es que quien elija verla irá al cine como yendo a juntarse con amigos. Y no sólo por la presencia ineludible de un Capusotto que goza del sostenido ascenso de su popularidad, a partir del éxito de su programa televisivo, sino por el largo listado de personas que intervinieron en el rodaje con papeles secundarios y pequeños cameos. El Ruso Verea, Juan Carlos Mesa, Víctor Hugo Morales o los músicos Miguel Zavaleta, Claudia Puyó y Miguel Cantilo son algunos nombres destacados, que con su participación siembran el terreno de lo inesperado. (Falta en la lista un nombre muy importante, dueño de la mejor y más sorpresiva de todas las apariciones en la película, que no conviene arruinar desde aquí.) Hecha esta enumeración, habría que ser invitado del palco de la Rural para que Pájaros volando no caiga simpática, aun sin haberla visto. Tan cierto como que todo lo anterior se iría directo al tacho si la película no lo respaldara con sustancia, con carne.
El asado, en este caso, corre por cuenta del guión de Damián Dreizik, actor formado en el caldo nutritivo del under porteño de los años ’80, cuando junto a Carlos Belloso integraban el dúo Los Melli. Del mismo recetario salen las Gambas al Ajillo, inolvidable troupe de chicas comediantes que aporta a la película la presencia de Verónica Llinás y Alejandra Flechner. Y Oski Guzmán, surgido de los Match de Improvisación de Mosquito Sancineto. Pájaros volando rezuma un tono de oda al humor (y al imaginario) de esa época, que luego explotó en los ’90 con el colectivo De la cabeza (después Cha cha cha) donde aparecieron Capusotto y Montalbano. De esa estética vintage es subsidiaria la película, que comienza con la cabezota de Víctor Hugo flotando en el espacio –emulando a los anfitriones de esos programas de la televisión norteamericana que en los ’50 desbordaban ciencia ficción y clase B–, para avisarle al público lo que ya todos saben: que “no estamos solos en el universo”. Frente a esa apertura cabe esperar cualquier cosa y Pájaros volando cumple en entregar cuatro o cinco gemas de lo impensado y lo absurdo, que devuelven con creces el valor de la entrada.
Es por eso que no es urgente decir que José es músico –violero– y que junto a su primo Miguel tuvieron una banda con la que metieron un hit (cuándo no) en los ’80; ni que Miguel se fue mal de la banda y con problemas de drogas, para radicarse en un pueblito hippón de las sierras cordobesas (igual que Luca Prodan recién llegado de Europa, antes de transmutar en líder carismático de Sumo); o que en la actualidad José sobrevive atendiendo el teléfono en una remisería. Como tampoco importa que Miguel regrese a la ciudad para convencer al primo de que se vaya con él, so pretexto de participar de un místico encuentro cercano de cuarto tipo. Todo eso queda en segundo plano cuando un gorila entra en escena sin aviso y con una tonada cheta que recuerda a cierto jefe de Gobierno bosteño pregunta: “¿Cómo salió Boca?”; o si un payador “de las cosas nuestras” despotrica en una peña parroquial contra el avance de los chilenos y los putos, y pide con sus rimas que los chinos se vuelvan con el sushi a su país. No interesa si el film se tiñe de berretismo, porque se entiende que ahí se juega desde la ironía con el estereotipo de un cine que en los ’70 reducía a los hippies a simples nenes de mamá encaprichados. Tampoco importa mucho si tras una andanada de gags que atraviesan todo el arco de humores posibles –desde lo inteligente hasta lo tonto, pasando por lo político, lo inocente y lo grosero–, la película cae en algunos baches o llega a un desenlace unos escalones por debajo de lo anterior. Ya no importa nada, porque habemus risa. Y porque tras tantos bañeros taquilleros pero empobrecedores, la comedia es, al fin, otro espacio recuperado para la causa. Entonces, ¡viva Perón! y nada más.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos del diario Página 12.
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