lunes, 9 de agosto de 2010

LIBROS y CINE - Literatura para el cine: las sagas modernas


En su libro Textos y manifiestos del cine, Joaquim Romaguera y Homero Alsina Thevenet confirman que la adaptación cinematográfica de obras literarias comenzó casi con el invento mismo de los Lumière, reseñan diversos cálculos estadísticos que cifran ese intercambio entre el 20 y el 50% del material temático del cine. Una relación de mutua conveniencia, ya que no sólo el cine se beneficia del prestigio o la popularidad de la obra o autor adaptados, sino que cualquier obra literaria multiplica sus ventas de manera secuencial solamente con que su título aparezca proyectado en las pantallas. La variable económica es entonces el principal objeto de este cruce.
Pero si al principio era el cine quien buscaba argumentos en los libros, pronto fueron los escritores los que completaron el círculo. Ya en los años setenta, la industria editorial publicaba con esmero gran cantidad de material que fácilmente podría ser clasificado como carne de cañón cinematográfico, ese tipo de novela que casi obtiene su género a partir del lugar que ocupa en las grillas de los más vendidos (es decir, los best sellers). Un ejemplo claro de esta época se manifiesta en la obra de una camada de directores norteamericanos, cuyo hermano mayor es Stanley Kubrick (paradigma de director/adaptador), quienes renovaron el estilo narrativo del cine, encontrando inspiración en algunos libros que encajan con este perfil. El resultado, citando a Pío Baroja, sería “un mixto de mediana literatura y buena fotografía”. Se puede mencionar dentro de ese grupo a Steven Spielberg con Tiburón, a Sidney Lumet con Sérpico, a William Friedkin con El exorcista, a Brian De Palma con Carrie o a Francis Coppola con El Padrino. Todas películas que antes fueron libros. Y best sellers. No es casual dejar para el final de la lista a la épica mafiosa creada por Mario Puzo: las sagas de novelas trasmutadas en series cinematográficas se han convertido, a partir del éxito de Harry Potter, en un redituable clásico contemporáneo.
MAGOS, HACKERS, VAMPIROS. Fue tras el éxito de los siete tomos del niño hechicero facturado por la inglesa J. K. Rowling, que todas las editoriales salieron al mercado a intentar replicar la fórmula, aunque sea de manera parcial. Y es comprensible: en la Argentina, las ventas de sus libros ascendieron al millón de ejemplares, una cifra inaudita para el mercado local. Sus números globales son impactantes. La serie reportó ganacias por más de 15 mil millones de dólares. Rowling se convirtió en la primera escritora en la historia en llegar a los mil millones de ganancia por su trabajo, y las adaptaciones al cine llevan recaudados casi 5000. Todavía falta estrenarse la adaptación del último volumen, que ha sido dividido en dos películas para duplicar su rédito. Bingo.
El plan para clonar a Potter se construyó sobre el viejo postulado de “cambiar para que nada cambie”, el lema conservador por excelencia. Y si la Rowling había sido capaz de triunfar haciendo un pastiche básico con diversas mitologías, ahí estaba la historia completa de la literatura para meter dentro de la licuadora y tentar a la suerte. Claro que no había que olvidarse de que el cine debía formar parte del plan. Por eso no llama la atención que, de los muchos intentos que se han hecho para encontrarle un heredero a Harry, el más notable haya sido Crepúsculo: creada por la norteamericana Stephenie Meyer, una saga que toma como fondo dos elementos de eficacia probada. Aprovechando la fuerza de las historias de vampiros, último gran mito universal, más la superposición de una melodramática versión de Romeo y Julieta, la tragedia de amor adolescente por antonomasia, Crepúsculo no tardó en convertirse en epidemia entre las niñas de más de diez añitos. Haciendo centro en el amor imposible entre Bella Swan, una chica que se muda con su padre a un pueblito agreste, y el lánguido Edward Cullen, el menor de una familia de vampiros, las novelas de Meyer parecen diseñadas por especialistas de mercado, más que por la inspiración literaria. Cada uno de los elementos que compone la historia encaja en el imaginario juvenil con la precisión de un proyecto de ingeniería. Así, no olvida cumplir con la inclusión de algunos símbolos básicos, como el apellido de Bella, que en inglés significa cisne, y remite de modo directo al Patito Feo, de fácil identificación con esa etapa del crecimiento. En esa categoría también entra la eterna adolescencia de Edward: ¿alguien puede imaginar un peor castigo para un adolescente que negarle la fantasía de la madurez? Ya en el segundo libro de la saga (Luna Nueva), la pareja deviene ménage à trois, metiendo entre los enamorados a un indiecito descendiente de una tribu de hombres lobo.
PENSAR EN GRANDE. Una vez que el negocio volvió a funcionar con los chicos: ¿por qué no probar con adultos? Este razonamiento, no necesariamente validado por la lógica, lanzó a las editoriales en esa dirección casi por decantación, y así se llega hasta Stieg Larsson. Periodista de investigación sueco, Larsson aprovechó su experiencia en el terreno de movimientos neofascistas y redes de trata de personas en Europa para imaginar Millenium, un universo oscurísimo de asesinos, nazis, prostitución y abuso infantil. Las tres novelas que integran la serie Millenium llevan largos títulos con pretensión metafórica, que se han convertido en marca registrada. Ahí están Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire. Sus argumentos combinan de manera superficial los ambientes oscuros del policial negro con una colección completa de los miedos urbanos que todos los días multiplican su amenaza desde las páginas de los diarios y las noticias televisivas. Secuestros, violencia de género, racismo, asesinatos en serie y piratas informáticos dan forma al menú que ofrece Millenium. Aunque exitoso, su camino a la cima (de las listas de ventas) es más lento que el de otros casos. Debido a su origen sueco, las novelas de Larsson fueron superando diferentes etapas de ascenso: sus ventas en las naciones nórdicas las catapultaron primero a escala continental y de allí al mundo. En cuanto a sus versiones fílmicas, las posibilidades se ven multiplicadas: la película basada en el segundo libro, rodada en Suecia, acaba de estrenarse en Buenos Aires. Mientras tanto, en los Estados Unidos ya están realizando su propia trilogía, con el popular Daniel Craig a cargo del papel protagónico.
A pesar de las diferencias entre ellas, está claro que estas novelas comparten una misma estética verborrágica, basada en el culto al detalle, la excesiva explicación de las situaciones y la meticulosa descripción de cada escenario. Un criterio narrativo común que se confirma en el grosor de cada uno de los libros, cuya extensión promedio ronda las 600 páginas, en las que se intenta no dejar el más mínimo espacio para ambigüedades o relecturas. No hay resquicios para el lector en Harry Potter, tampoco en Crepúsculo o en Millenium. De este modo, su lectura no representa la audacia del salto al vacío que supone internarse en universos literarios más complejos, sino un dejarse llevar en brazos, destino mucho menos riesgoso. En ese carácter se explica también la facilidad para su adaptación al cine: el principal problema para guionar cualquiera de estas novelas no pasa por imaginar una recreación, sino por el descarte, al decidir qué se usa y qué se deja afuera.
A LEER QUE SE ACABA EL MUNDO. No vale la pena cuestionar a la literatura serial por pretensiones que no tiene. Como Harry Potter, es evidente que las sagas Millenium, Crepúsculo y la más reciente Percy Jackson (ver recuadros) no han sido escritas para reportarle prestigio a sus autores sino para engordar cuentas bancarias, brindando en el camino un ligero pero, para muchos, genuino entretenimiento. Y, en tren de polarizar la cosa ad absurdum, hasta se puede postular una dicotomía brutal, al estilo del ya clásico “Calle o Pepe” de Pepito Cibrián. Si la idea es fomentar la lectura y si las alternativas son que los chicos (y los mayores) lean literatura industrial o que directamente no lean nada, pues entonces bienvenida sea la literatura de masas. Al fin y al cabo, casi nadie empieza por los clásicos y cualquier puerta hacia el fantástico mundo de los libros es una entrada válida y, cada una a su modo, valiosa. Y eso desde el principio incluye al cine. La mirada crítica se construye en el camino.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura del diario Tiempo Argentino.

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