A partir de la destacada selección de películas que integraron la Competencia Nacional de Largometrajes, responsabilidad de los programadores Pablo Mazzola y Roger Alan Koza –una suerte de Jano que combina en sus dos personas un alma única, que es también la del festival–, y de una organización impecable, puede decirse que esta edición que por primera vez se realizó en Bariloche, donde se trasladará de manera permanente, resultó un éxito completo. Empezando por los ganadores, que para sorpresa general fueron dos, merced a la sabia decisión del jurado integrado por Fernando Martín Peña y los directores Anahí Berneri y Miguel Pereira. Y con justicia: las elegidas fueron Orquesta roja, de Nicolás Herzog y Los labios, dirigida por el tándem compuesto por Iván Fund y Santiago Loza, dos de los más notables de un grupo de nueve títulos de un alto y parejo nivel cinematográfico. También es justo reconocer que el jurado no se hubiera equivocado eligiendo cualquiera de los otros siete largometrajes. Más allá de los ganadores (ver p. 29), los demás pueden sentirse orgullosos de haber sido parte de un festival que no tardará en encolumnarse, por calidad o relevancia, detrás del Bafici y del Internacional de Mar del Plata.
La variedad acentúa aun más la calidad de las propuestas. Ahí está Vikingo, última película de José Campusano (ganador aquí el año pasado con Vil romance), capaz de convertir su rusticidad técnica en una soberbia virtud narrativa. El réquiem poético de Los jóvenes muertos, de Leandro Listorti, es una oda compuesta de ausencias que no se detienen en aquellas que sólo (apenas) involucran a la muerte. O la nueva maravilla de Gustavo Fontán, Elegía de Abril, que como el resto de su sólida filmografía representa un desafío estético que todo cinéfilo que se precie no debería evitar. Puede destacarse la solidez de Rompecabezas, de Natalia Smirnoff, que a partir de fragmentos consigue construir una válvula de escape para el deseo contenido de su protagonista, pero dejando un par de piezas sueltas para que el espectador termine de completar el puzzle. Y la originalidad de Hacerme feriante, de Julián Dangiolillo, que intenta con bastante éxito encontrar un cosmos en el caótico mundo de la laberíntica feria La Salada. Para el final queda el silencio pleno de sentidos de La mirada invisible, de Diego Lerman, y la delicada potencia narrativa de Invernadero, de Gonzalo Castro, que cierran la lista de una selección de cine casi milagrosa.
La nieve no tardará en bajar la montaña convertida en agua. Del mismo modo, el espíritu del Festival de Cine y Video Río Negro Proyecta se quedará esperando entre los bosques de arrayanes hasta volver a encarnar, el año que viene, en una tercera edición que sólo tal vez consiga superar a esta que acaba de terminar.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura del diario Tiempo Argentino.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario