Aunque Arribeños, del argentino Marcos Rodríguez, es en términos estrictos un documental sobre la colectividad chino-taiwanesa asentada en el Bajo Belgrano, que con el tiempo acabó dando forma a lo que hoy todo el mundo conoce como el Barrio Chino de Buenos Aires, una mirada más amplia y detenida confirma que en realidad se trata de un documental sobre la Argentina. O sobre argentinos. Porque aunque parezca contradictorio que un retrato de la comunidad taiwanesa pueda en realidad ser un fresco de la esencia del ser argentino, en efecto lo es y la verdad que eso no debería sorprender a nadie. Pero, ¿cómo? ¿De qué manera se puede llegar de lo particular (los chinos de la calle Arribeños) a lo general (los argentinos)?
Pues bien, de la misma manera en que las comunidades italianas, árabes, alemanas, paraguayas y los cientos de otros colectivos inmigrantes que aportaron su flujo humano y cultural para construir lo que hoy representa este país al sur de todo, así Arribeños demuestra que en ese Barrio Chino tal vez ya no quede ningún chino, sino argentinos nacidos en Taiwán. Sobre esa idea maravillosa (aunque nunca enunciada de modo explícito) es que Rodríguez construyó ésta, su segunda película.
Sutilmente compleja, Arribeños se estructura desde lo formal a partir de una sucesión de planos fijos de diferentes espacios, reconocibles para quienes hayan estado alguna vez ahí, de ese Barrio Chino que ha tomado el tramo inicial de la calle Arribeños, a metros de la estación Belgrano C del ferrocarril Mitre, como espina dorsal en torno de la cual organiza su actividad económica y social. Son esos planos fijos los que permiten la mirada “amplia y detenida” a la que alude el párrafo anterior. Y no hace falta más. Ahora que algunos directores mexicanos parecen haber descubierto la pólvora del plano secuencia híper barroco, Rodríguez y la directora de fotografía y operadora de cámara Ada Frontini (directora del también extraordinario documental Escuela de sordos) demuestran, tal vez sin habérselo propuesto, que el plano fijo es una herramienta cinematográfica de una riqueza tanto o más formidable, capaz de transmitir justamente lo opuesto de lo que el propio nombre del recurso pareciera significar. Porque en los planos fijos de Arribeños lo único fijo es la cámara. Delante de ella se desenvuelve la vida misma. La vida a veces apacible y otras bulliciosa de ese organismo colectivo que es cualquier barrio, compuesta por el entramado de las miles de vidas de quienes lo habitan o visitan, de las actividades que ahí se desarrollan y las historias que en silencio tienen lugar sobre sus calles, día tras día. Para conseguirlo sólo hizo falta tener la inteligencia narrativa de elegir el lugar y el momento precisos en dónde fijar la cámara. Parece fácil; no lo es.
Sobre esos planos, las voces de distintos miembros de la colectividad taiwanesa, vecinos del Barrio Chino porteño, dan cuenta de lo que ese espacio representa. Aunque lo que cada una de las voces cuenta es una experiencia individual, el hecho de que los relatos se mantengan en un off estricto, sin revelar nunca el rostro de quienes los enuncian, permite aquello que se mencionó antes. Que lo particular se vuelva general y esa pluralidad de voces construya un discurso colectivo. Y todavía más: que cada una de esas historias que dan cuenta de las dificultades propias que debieron sortear los inmigrantes chinos y taiwaneses, no sólo puedan ser traspoladas a los inmigrantes de otras naciones orientales (japoneses, coreanos, etc.) sino, de la manera más amplia y universal, a cualquier hombre o mujer de buena voluntad que alguna vez haya tomado la decisión de habitar el suelo argentino.
Es así que en algunas de las historias podría obviarse el hecho de que son contadas por una voz con el característico castellano de los inmigrantes orientales e imaginarlas narradas con una tonada francesa o italiana para caer en la cuenta del carácter ampliamente argentino de dichos relatos. Arribeños no es, entonces, el retrato acotado de un barrio que no tiene más de cuatro o cinco manzanas, sino un relato universal de inmigración. Un cuento de inmigrantes, sencillo pero potente, que vuelve a contar desde el lugar menos pensado, la historia de un país compuesto por gente que, entre muchos otros orígenes posibles, desciende de los barcos.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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