En primera plana es uno de los ocho títulos que este año están nominados para recibir el Oscar a la Mejor Película y uno de los cuatro cuyas historias están basadas en los siempre rendidores “Hechos Reales”. En esta oportunidad, la investigación que durante los primeros años del siglo XXI llevó adelante un grupo de periodistas del diario Boston Globe, que terminó destapando una red de abusos infantiles y encubrimientos dentro de la diócesis bostoniana de la iglesia católica. El caso fue seguido con atención en todo el mundo (en Argentina ocupó las páginas de casi todos los diarios importantes durante varias semanas) y sus revelaciones atroces provocaron una crisis en el seno de la iglesia que se extendió a escala global, llegando a involucrar a los niveles más altos del Vaticano. Nada de todo este escándalo de proporciones históricas habría ocurrido si aquellos periodistas del Globe de Boston no hubieran abierto la caja de Pandora.
El tratamiento que En primera plana le da al asunto y el tono elegido para contarlo son similares al de otras películas de periodistas. No es disparatado ver similitudes entre ésta y, sobre todo, Todos los hombres del presidente (Alan Pakula, 1976). A pesar de retratar dos contextos históricos separados por más de 30 años, tanto la textura fotográfica como el tinte narrativo y los detalles de ambientación en ambas parecen recrear un mismo espacio y tiempo. Puede decirse que las dos ponen en escena el paradigma con el que se representa al oficio del periodista dentro del imaginario del cine estadounidense. A tal punto que podría pensarse que los personajes de Mark Ruffalo, Michael Keaton, Rachel McAdams y Brian d’Arcy James comparten con aquellos dos, interpretados por Dustin Hoffman y Robert Redford, no sólo la misma metodología laboral y el mismo código ético, sino que hasta pudieran ser contemporáneos e incluso compañeros de redacción.
Esa precisión con que En primera plana se ajusta a los estereotipos tiene una razón de ser, vinculada directamente con el cartelito de los hechos reales del comienzo: subrayar el verosímil cinematográfico. El film reproduce lo que el espectador de cine promedio cree que es una redacción, lo que se supone que es un periodista, lo que se supone que es la realidad, aunque sólo se trate de sus versiones ficcionalizadas. Por eso el punto débil de En primera plana son las actuaciones, por ejemplo la de Ruffalo, nominado a Mejor Actor de Reparto. Habitualmente un actor sólido, capaz de calzarse con comodidad el traje del hombre común, esta vez pone en acción el kit completo de tics con que el cine representa a los periodistas: hiperkinético, pasional, proactivo, sensible, con conciencia social, civil y hasta de clase. Toda esa batería puesta en acción redunda en un compendio de excesos de gestos, de ademanes, de poses. Lo mismo se puede decir de buena parte del elenco que, cada uno en su rol, se encarga de dejar claro que se trata de actuaciones “serias”. Con excepción del gran Michael Keaton, que vuelve a demostrar que le pueden tirar con un Batman, con un Beetlejuice, con un Birdman y hasta con un periodista, que él siempre encontrará la manera de salir bien parado del desafío.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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