Uno de los invitados más interesantes que llegaron a Buenos Aires para participar del primer Mercado de Industrias Culturales (MICA), es el cineasta Fernando Trueba. Con la excusa de presentar su nuevo trabajo, la película de animación Chico y Rita, el director español ofrecerá hoy a las 18 una conferencia en la que no sólo hablará sobre los detalles de esta producción, sino que ofrecerá su larga experiencia en el mundo del cine. “He rodado por todo el mundo, entonces cada vez que comienzo con una nueva película tengo la sensación de subirme a un barco con un montón de gente y de lanzarnos a una aventura que no sabemos dónde va a terminar”, dice Trueba cuando debe referirse a sus más de cuarenta años de carrera, desde que debutara con la comedia Ópera prima en 1980.
Pero tratándose de un evento dedicado a girar en torno al tema de las industrias de la cultura y de las diversas problemáticas que estas deben enfrentar -no sólo en el estado de permanente cambio que ofrecen los mercados modernos, sino también ante los sucesivos estados de crisis que vuelven inestables las condiciones de produción en todo el mundo-, Trueba también acepta dialogar al respecto. Habló del papel del Estado, de las inversiones privadas, del valor de la coproducción y hasta de la polémica Ley Sinde, que se propone castigar en España a quienes descarguen música o películas de Internet.
-Hay quienes piensan que en algunas cinematografías, como la Argentina, no existe una industria propiamente dicha, en los términos en que se entiende por ejemplo la industria norteamericana, sino una producción de cine subvencionada.
-Creo que no hay tanta diferencia. En EEUU normalmente un productor es un tipo que busca dinero para desarrollar un proyecto. Si le dan luz verde lo hace y si no, no lo hace. Y en Europa y aquí es lo mismo, sólo cambian las fuentes de financiación. En EEUU esas fuentes son los grandes estudios, porque controlan el mercado, no sólo el de allá, sino el de todas partes. En cambio en Europa y aquí tienes que recurrir a la televisión española, a un distribuidor argentino, a las ayudas estatales, para conseguir montar el proyecto.
-Lo que pasa, al menos en la Argentina, es que el estado a través del Instituto del Cine es el principal órgano productor de cine, en un porcentaje muy alto, al punto de que resulta casi imposible pensar en hacer cine sin ese apoyo.
- A mí no me parece mal. ¿Por qué no va a tener el Estado una participación en la cultura? ¿Por qué le vamos a dejar la cultura sólo en manos de las empresas? No creo que el dinero privado sea a priori mejor que el Estado. Al fin y al cabo el estado es un invento de los ciudadanos y las empresas privada una cosa extrañísima. En España le hemos entregado las televisiones privadas a Berlusconi y que ocurre, ¿son mejores? No: la televisión que puedes ver es la del Estado, porque es la única que tiene algún tipo de sensibilidad, de preocupación que tenga que ver con la realidad, con la vida y los intereses de los ciudadanos. La televisión de Berlusconi nunca va a financiar una película buena, si no es de forma excepcional. La participación pública en la cultura es necesaria, sobre todo cuando hemos permitido que las compañías norteamericanas se hagan con el control del mercado, de esta deformación del libre mercado.
-¿Cómo puede una industria como la europea, o las más periféricas como las sudamericanas, enfrentar semejante oposición?
-Con medidas de compensación. ¿Cómo compensar que el mercado no es libre y que hemos regalado las pantallas? El estado tiene una responsabilidad del cien por cien en ese tema y lo que debería hacer es crear un mercado de verdad libre, condiciones de una cierta igualdad para que puedan vivir el pez grande y el chico. Si le regalaron el mercado a los tiburones, ahora tienen la obligación de crear una reserva para las sardinas. Y sino sólo habrá tiburones. Yo soy un defensor del Estado, porque me siento parte de él y con derecho a reclamarle y exigirle cuando creo que algo no se está haciendo bien.
-En este panorama, ¿es posible pensar el cine moderno sin hablar de coproducción?
-Quizá no, sobre todo en estos países en los que tenemos industrias tan pequeñas. La coproducción te ayuda a completar, pero hay otras cosas. Fíjate que antes vivíamos en una sociedad más cerrada: hoy vas a Madrid y tienes que buscar un madrileño por la calle, porque no lo encuentras. Hay tanta gente de todas partes y eso es maravilloso. Eso hace que las historias que contamos ya no sean tan cerraditas. Si tú cuentas una historia que ocurre en Madrid con 15 personajes y todos son madrileños, te preguntas ¿pero de qué ciudad están hablando? Ya hay otra realidad que ya es parte de España. Eso que ocurre en la realidad afecta a las ficciones, pero también a las producciones. Antes las coproducciones adulteraban las películas, rejuntando un actor español, otro italiano y otro alemán: ahora la adulteración es hacer una película donde todos son españoles o franceses. Como será que las mejores películas francesas están hechas por emigrantes: Abdellatif Kechiche -director de Le graine et le mulet (aquí se estrenó como Cous Cous, la gran cena)- es un emigrante africano; o Agnès Jaoui o Tony Gatlif.
-Con la gran crisis que hay en Europa, sin duda la industria del cine se ha visto afectada. ¿Usted imagina por dónde puede estar la salida para esta situación?
-No lo sé y me angustia un poco, porque en España además tenemos el dudoso mérito de ser el país número uno en piratería de la Comunidad Europea. Lo cual multiplica la crisis.
-¿Cuál es su opinión respecto de eso y de la famosa Ley Sinde que hasta hace poco causó tanta polémica?
-Creo que es una ley demasiado tímida, porque en el fondo los políticos tienen miedo de que si sacan una ley defendiendo el derecho de autor y la propiedad de los artistas no los van a votar los jóvenes. Ante esta demagogia se cagan en los pantalones. Un gobierno tiene que hacer las leyes que sean justas, aunque sean anti populares. Además hay una gran confusión cuándo se dice que en Internet hay una gran libertad. Sí, absolutamente, pero yo en Internet quiero la misma libertad que en la calle. Quiero poder ir a donde quiera, libertad de movimientos, de expresión; pero si te roban llamas a la policía. Internet es la calle: tiene que haber libertad de todo, pero no libertad de robo. Porque si no, qué es lo que pasa, ¿sólo se protege a los banqueros? ¿Qué sólo te detienen si robas un banco y si robas a un músico no? Está bien visto robar a un escritor, a un músico, a un cineasta: los artistas tenemos el mismo derecho a ser protegidos por la justicia que el banquero. Cuándo hay un problema de pederastia o de terrorismo entonces entra la ley, pero no cuando hay un problema de derechos. Eso no tiene nada que ver con la libertad en Internet, ya es un problema de defender la cultura. Y quienes se están forrando con todo esto son las operadoras telefónicas, y nadie protesta contra ellas. Esas compañías que hacían publicidades diciendo “bájatelo todo gratis” son las que deberían indemnizar al cine y a la música. Yo estoy a favor de Internet, pero no del robo.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura del diario Tiempo Argentino.
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