Con un tono delicadamente humorístico y a través de una prosa tan elegante como elaborada, el itinerario de Neuman a través de la geografía humana no deja paisaje por recorrer. Desde la piel hasta los pelos y de pies a cabeza, Anatomía sensible se detiene a descubrir la secreta belleza de parajes olvidados, como codos, axilas y talones, con la misma pasión con que visita los populares centros turísticos de las piernas, los ojos, la espalda o la boca. Y por supuesto, no desaprovecha la oportunidad de analizar en profundidad los vertiginosos desfiladeros de las nalgas, la vagina y el ano, o de recorrer los irregulares promontorios del pene y de las tetas, a las incluye en el apartado dedicado al pecho. Los títulos de cada capítulo no solo dan cuenta de las intenciones satíricas del autor, sino que son oportunos anzuelos para pescar la curiosidad del lector. “Barriga soberana”, “El hombro interrogante”, “Diez disyuntivas para la mano”, “Panfleto de la nalga” o “Matiz del ano” son algunos de los nombres que Neuman eligió para invitarnos a seguirlo en ese recorrido.
“Anatomía sensible es un libro que llama a la redistribución de la belleza”, proclama Neuman. “En el texto sobre el brazo, por ejemplo, al codo se lo denomina “paria de la belleza”, porque a nadie nunca le han dicho ‘¡pero qué lindo es tu codo!’ Ese es un elogio que no está previsto sensorialmente, porque no existe la codo filia y me parecía divertido pensar que pudiera existir”, continúa el autor. “En ese texto también se dice que ‘el codo en algún momento hará su pequeña revolución sensual’ y, fíjate cómo son las cosas, pocos meses después empezamos a saludarnos con el codo. Y ahora el codo se convirtió en el único punto de contacto físico legalmente permitido y de pronto el codo se convirtió en un bastión. Porque a nadie nunca le importó un carajo el codo, pero de pronto nos dicen que nos tenemos que saludar con el codo y entonces de repente el saludo con el codo, que solo lleva tres meses entre los miles de años de historia universal, se convierte en una necesidad emocional. El libro juega a creer que esa descentralización del cuerpo es posible y solo en ese sentido tendría un cierto valor entre utópico y jodón”, arriesga Neuman.
-Como tu libro anterior, Barbarismos, qué es un diccionario, Anatomía sensible revive ese juego infantil en el que lo primero que hacíamos cuando agarrábamos un diccionario era ver qué decía del culo, de las tetas o del pito. Y Anatomía sensible reconecta al lector con ese goce de la niñez.
-Hay algo radical en la infancia que siempre fue muy útil para cualquier disciplina creativa. Podemos pensar en cómo las vanguardias plásticas hacen un intento sofisticadísimo para infantilizar su trazo y romper la norma adulta del dibujo. Y la poesía tiene algo de juego de redescubrimiento con la palabra que remite en última instancia a la cuestión casi filosófica de las preguntas “¿qué es que es esto?” y “¿cómo se llama?” Ahí están casi todas las preguntas de la literatura y un diccionario se encarga de hacer esas dos preguntas palabra por palabra. No hay nada más radical que un diccionario y toda la infancia es la lenta conquista de nuestro diccionario individual. En ese sentido, así como Barbarismos era una sátira del diccionario académico y una crítica al corpus del lenguaje, Anatomía sensible vendría a ser una sátira de la anatomía ortodoxa y una crítica al lenguaje sobre el cuerpo.
-¿Y por qué escribir un libro sobre el cuerpo justo en una época en la que se pondera la virtualidad?
-Quizás porque el cuerpo se está volviendo fantasmagórico y existe una especie de neo-platonización que en los últimos tiempos se agudizó por distintos factores. Uno de ellos tiene que ver con el mercado de la cosmética, con la forma en que el capitalismo reproduce los cuerpos. Y a eso hay que agregarle las redes sociales y la pandemia. En las redes tiene lugar un simulacro de mostración del cuerpo que implica en realidad un verdadero ocultamiento. Es decir, parece que estuviéramos mostrándonos todo el tiempo, pero en realidad lo que hacemos es omitir interesadamente sin parar, porque mostramos sólo lo que queremos proyectar de nuestra imagen. Y me parece que ese simulacro adquiere en relación al cuerpo una inflexión opresiva. Hay una obligación por mostrarse más lindo o más linda, utilizando los filtros y los instrumentos técnicos disponibles, no tanto para trabajar con una idea de belleza sino para reproducirla mecánicamente. Creo que eso no sólo le genera un enorme sufrimiento íntimo a quienes participan de ese simulacro, sino también patologías serias.
-¿Y de qué manera esa conducta fue afectada por la pandemia?
-El problema con la pandemia es que encima de todo eso, ahora ese medio virtual es la única forma que tenemos de relacionarnos con el cuerpo. Se acabó la alternativa analógica, eso de recordar de vez en cuando los matices imperfectos que tiene todo cuerpo. Ahora sólo hay filtro. De manera que creo que, entre otros muchos daños, de esta pandemia vamos a salir con una especie de desacostumbramiento de la riqueza de la realidad de los cuerpos.
-¿Qué papel puede tener la literatura frente a ese panorama?
-Y, bueno: sacar el filtro, apagar un poco Photoshop. No me refiero solamente a cómo posteamos nuestra fotito linda, sino que me parece que necesitamos entre todos y todas generar y construir colectivamente otros paradigmas de corporalidad y de belleza. Ensanchar los referentes poéticos. Y eso se consigue con otro tipo de aproximación fotográfica al cuerpo, otro tipo de encuentros sexuales en las películas y, por supuesto, otro tipo de descripciones físicas en la literatura. Lo cual no deja de ser gracioso, porque estamos rodeados de cuerpos diversos, pero la representación artística de esos cuerpos está ausente y esa es una tara de nuestra época.
-¿Se puede decir que hoy el cuerpo es el primer campo de batalla de la política?
-No me atrevería a decir que es el primero, pero sí que es un campo de batalla político muy claro que tendemos a omitir demasiado a menudo. Está claro que el feminismo nos recordó ese costado, porque el cuerpo es un campo de batalla en tanto defensa de los derechos de las mujeres. Pero me parece que ese principio se podría expandir, que el cuerpo de las personas ancianas también es un campo de batalla político. Y ni que hablar ahora con la Covid, en esta especie de eugenesia monstruosa que hubo, por lo menos en España, en donde murieron 15 mil ancianos en las residencias porque las autoridades de las regiones decidieron no trasladarlas a los hospitales. Es decir, decidieron que esas vidas valían menos que otras a priori y las sacrificaron. Entonces ya no es la vulnerabilidad de la vejez en sí, sino la gestión que la administración hace del cuerpo anciano.
-Una de las consignas del feminismo dice que “todo cuerpo es político”.
-Fijate: vos hablabas del cuerpo y lo político y yo pienso que en Argentina, por su historia, la ausencia del cuerpo está en la primera línea política. Pero podríamos trazar una línea de continuidad en esa batalla política, porque los cuerpos presentes también están sometidos a toda clase de tensión relacionada con su memoria histórica. Es ahí donde el filtro y el Photoshop se enlazan con la memoria histórica de los cuerpos, porque me parece que este borrado sistemático de las cicatrices, las estrías y las arrugas tiene que ver con la educación en el olvido. Porque una estría de embarazo te está contando una genealogía muy importante y demonizar eso es demonizar nada menos que tu historia familiar. No es inocente que creamos que una arruga o una estría son feas. Esas categorías de lo bello y de lo feo llevan implícitas varias negaciones peligrosas, como la negación de la memoria personal y colectiva, la incapacidad para asumir el paso del tiempo y por lo tanto de comprender la propia mortalidad. Por eso considero que Anatomía sensible es una especie de declaración literaria contra Photoshop.
-En esa mirada también hay implícito un escalafón meritocrático según el cual algunas partes del cuerpo son más útiles y valen más que otras.
-El libro intenta abordar de forma lúdica y humorística esa preocupación. Porque en esta charla estamos expresando una solemnidad casi sociológica, cuando en realidad el libro es medio para cagarse de risa. Entonces para hacerle justicia diría que en el libro hay una sátira de todo esto. Que el fondo es serio, pero el tono es cómico. Y no sé si soy capaz de decirte por qué sucede esto, pero en Anatomía sensible traté de subvertirlo, de jugar a concederle una importancia desmesurada a la periferia del cuerpo y a des-dramatizar los genitales, las nalgas, el pecho. No porque no nos gusten, sino porque no podemos reducir el cuerpo siempre a los mismos lugares y, sobre todo, no podemos mirarlo siempre de la misma manera. Si no es como si el cuerpo fuera un libro del que siempre leemos las mismas dos o tres páginas.
-Anatomía sensible es un libro relativamente breve, pero escribirlo te llevó casi siete años.
-Es que creo en la escritura lenta. Había un poeta argentino que vivió la mitad de su vida exiliado, José Viñals, qué tiene un verso del que me acuerdo con frecuencia. Dice: “Con lenta prisa escribo mi epitafio”. Hay que tener cuidado con apurarse, porque a veces llegamos más rápido al lugar que no queríamos. Creo más en la constancia que en la velocidad. Yo mismo a veces miro los libros que publiqué y su número parecería implicar velocidad, aunque es raro el día que escribo más de una página. Creo mucho en la constancia y en que el tono es fruto de la insistencia, más que de un rapto de inspiración esotérico. Digamos, una lentitud insistente. Por otro lado, vos señaladas lo que aparentemente sería una contradicción entre la brevedad y esa tardanza, pero si lo pensamos dos veces, creo que eso pertenece al reino de la lógica de la propia escritura. La prosa que más me atrae no procede por acumulación sino por síntesis, por despojamiento, por descarte. De manera que podemos también acordarnos de otra cita, no precisamente de un poeta, sino de una carta entre Engels y Marx en la que el uno le dice al otro: “Discúlpame por escribirte una carta tan larga, pero no tuve tiempo de hacerla más corta”. Mi idea de la prosa es que no se trata de capas una encima de la otra, sino de una especie de excavación hasta encontrar lo que querías decir. Algo que a veces hasta uno mismo desconoce hasta que se topa con ese mineral enterrado que puede ser el adjetivo que buscabas, el ritmo que intuías o el fraseo que necesitabas. Y todo lo demás es tachar. O dudar. Siempre siento un poco de desconfianza cuando escucho la idea de que la escritura expresa lo que sentimos o pensamos, porque me parece que más bien uno lo inventa o lo descubre mientras escribe. No sabemos lo que pensamos hasta que activamos el lenguaje y lo ponemos por escrito. Y todo eso rara vez es el fruto de la acumulación, sino de la reescritura. Y eso lleva tiempo.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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