domingo, 24 de marzo de 2019

LIBROS - "Fenómenos argentinos", de Juan José Becerra: Las máquinas parlantes del discurso corporativo

Como autor de innumerables novelas y libros de ensayo, Juan José Becerra ha demostrado ser un lúcido observador de la realidad, virtud que su último libro, Fenómenos argentinos, no hace más que confirmar. Se trata de una colección de ensayos breves en los que analiza a una serie de personajes públicos muy conocidos en el ámbito del periodismo o la comunicación contemporánea. Jorge Lanata, Mirtha Legrand, los marcelos Longobardi y Bonelli, Eduardo Feinmann, Alfredo Casero y el diputado Fernando Iglesias son algunos de los retratos que integran esta galería de fenómenos. ¿Pero fenómenos cómo? ¿De qué?
El título impone la necesidad de comprender la vastedad de una palabra de aspecto sencillo pero fondo complejo como fenómeno. Un término que en la Argentina está asociado a la valoración admirativa de ciertas cualidades de un individuo. Así Messi o Maradona son fenómenos del fútbol en el mismo sentido en que se aplicarían a ellos sustantivos como genios o maestros. Fenómeno es además lo que se responde para manifestar acuerdo o confirmar que algo está bien o es muy bueno. Pero también es habitual utilizarla para definir lo extraño de forma peyorativa. Fenómeno como el equivalente a los Freaks de Tod Browning, aquella película de 1932 cuyos protagonistas son una pandilla de personas deformes que integran una comunidad circense.
La acción deliberada de colocar a estas celebridades todas juntas dentro de un libro tiene dos efectos evidentes. Por un lado identificar una particular forma de abordar el objeto de la realidad, de modo que permita definirla y analizarla. Becerra lo hace a partir de una mirada lúcida y de un discurso donde el humor es una herramienta crítica que él maneja con precisión quirúrgica bajo la forma de la ironía. El otro efecto consiste en revelar la unidad del grupo, su carácter de avanzada al servicio de un poder ubicuo que se esfuma a sus espaldas, pero que es posible reconocer en la evidencia de los procedimientos que lo vuelven tangible. Fenómenos argentinos es revelador y permite pensar la palabra fenómeno desde una tercera opción. Porque del mismo modo en que el viento o la lluvia son fenómenos del clima o un eclipse un fenómeno de la naturaleza, tanto Lanata y Casero como Bonelli o Feinmann, a quien Becerra denomina “máquinas parlantes”, son las manifestaciones visibles de algo superior que les es común y los sostiene a todos ellos.
“Para mí son las voces tercerizadas de un poder que nunca es del todo de ellos”, amplía Becerra. “Un poder que no puede hablar desde un discurso corporativo y entonces lo hace a través individualidades sin soberanía. Eso forma un sistema de lenguaje público que en este momento es empleado contra la sociedad a altísima presión”, continúa.

-¿En qué consiste esa presión? ¿Es posible escapar a ella?
-Estoy hablando de lenguaje: no sentir esa alta presión significa resistirse a hablar ese idioma y hay poca gente de la clase media que lo hace. Es como un injerto verbal en un segmento de la sociedad compuesto por individuos que muchas veces te sorprendés al ver que hablan como la tele. Que una persona hable como la tele es un fenómeno monstruoso y muy extendido.  
-¿Podría decirse que el conjunto de estos personajes conforman un dispositivo que consigue que un grupo grande de la sociedad pierda su propia voz para reproducir un discurso único y digitado?
-Yo no hablaría tanto de penetración como de atravesamiento, en el sentido en el que un hilo atraviesa el ojo de la aguja. Esa situación borra el factor individual, que depende de muchas cosas. Primero de que no te llenen la cabeza. Después de cierta voluntad para sostener una individualidad. Y depende del tiempo que uno emplee en no dejarse engañar. Es decir, son gestiones costosas que no sé si la sociedad, o la clase media “informada”, está dispuesta a entregar de sí misma.  
-¿Pero alcanza con la mera voluntad para imponerse a ese aparato?
-No quiero ponerme schopenhaueriano, pero me parece que los actos de voluntad son decisiones que implican un determinado corte. Una determinada resistencia. Lo que pasa es que la resistencia individual frente al volumen de agresividad verbal con el que se relaciona determina que la competencia sea totalmente desleal. Es muy difícil que una persona sentada en su casa viendo a estas máquinas parlantes que constantemente le llenan la cabeza pueda resistirse de manera inteligente. Supongo que la decisión tiene que venir de un eslabón anterior, que es el acto de reaccionar, el equivalente a despertarse de un sueño pesado. Es decir: “¿qué está pasando que estoy hablando con un régimen verbal al que no puedo llamar propio?” Eso se da mucho en las discusiones entre partes que se relacionan a través del encono: cada cual discute con un dispositivo verbal que es un préstamo y que genera la ilusión de que es propio. Por ahí lo propio sería no hablar. Callarse por un momento, hasta que uno tenga algo que decir. Yo no estoy en contra de la señal de ajuste en el individuo cuando uno no tiene nada que decir.  
-Esa es una de las mecánicas que sostienen a este dispositivo: que el discurso nunca se corte. Qué no exista ese silencio que permitiría que el mecanismo del pensamiento vuelva a ponerse en acción.
-Creo que en general uno nunca tiene mucho para decir. Yo entiendo por decir una experiencia vinculada al sentido. Cualquier persona se da cuenta cuando otro habla con sentido. Ahora, no hay que confundir ese fenómeno con el de las máquinas parlantes, que son avatares de la lengua del amo. Lo que es triste es el efecto cultural que producen, que es muy dañino. Que las personas consideren que ya no es necesario hablar en términos individuales, en términos soberanos, románticos si querés, me parece que es una tristeza cultural.  
-Pero este encono que mencionás, al que algunos bautizaron como grieta, ¿es algo exclusivo de los argentinos o es una cuestión inherente a lo humano?
-Como habrás visto esa palabra no la escribí nunca en el libro, porque es una palabra que tengo proscripta de mi memoria verbal. Me parece que lo que pasa es que las discusiones públicas están montadas como teatros detrás de los cuales siempre hay alguien operando. Sobre todo cuando son tan apasionadas y duran tanto. Supongo que lo que hay en realidad es una disputa acerca de la identidad de un país que todavía no se termina de zanjar. Esto es muy antiguo y tiene momentos más intensos que otros. Este momento, atizado por estas máquinas parlantes, es mucho más intenso que en otros momentos, a los que tampoco podemos llamar de concordia pero sí de cierta tolerancia estándar. Ahora veo que hay una intransigencia mutua en la discusión, porque los bloques están muy identificados en el campo de la discusión pública, porque se identifican a sí mismos o porque el teatro de la discusión pública los obliga a identificarse, aún cuando pueden tener matices. De cualquier lado desde donde se comience una discusión, no la habrá si algo de las ideas de quién discute conmigo no filtra en mí. Esta situación es recíproca. No hay una discusión real cuando yo me levanto sin llevarme nada tuyo. Esto es otra cosa, como un choque de esferas blindadas donde no hay ninguna posibilidad de filtrar argumentos o ideas.  
-Es que en esa situación ni siquiera parece haber escucha.
-Yo creo que no, que la discusión pública de hoy es una discusión de sordos. Pero debajo de ella está la cuestión material que la sostiene, que es económica. Porque al margen de la razón que se pueda tener en la superficie de la discusión política hay elementos materiales que son más fáciles de percibir, porque no se borran ni se inventan con lenguaje. Cuando digo vida material me refiero a los daños extendidos en los segmentos sociales débiles, ¿no? La vida material se transformó en los últimos años y sin embargo hay mucha gente que está dispuesta a no admitirlo. Perdón; estoy hablando como un sociólogo, que en realidad no es lo mío.  
-¿Considerás que el lenguaje es el territorio en donde tiene lugar esta disputa y que nada queda fuera de su forma? Porque esa vida material tal como la describís parecería extenderse más allá de la lengua.
-Creo que en realidad el lenguaje del periodismo industrial que arreció durante estos años ha cumplido con una misión casi mágica, que es la de sustraer el objeto alrededor del cual el periodismo se puede justificar a sí mismo. Ese objeto es la actualidad, que generalmente es cultural pero también económica. Al quedarse sin objeto el periodismo industrial comenzó a hacer un deslizamiento hacia una relación interesada con la historia inmediata. Pasa que yo me resisto a hablar en términos de kirchnerismo/macrismo, porque esos dos campos son nombres de fantasía de tensiones más antiguas que hoy se manifiestan con estos “colores”. La discusión en la Argentina siempre fue la del poder establecido, conservador, contra el poder popular. Los nombres no solo cambiaron muchas veces, sino que algunas veces también se camuflaron, lo cual volvía más opaca a la discusión. Pero me da la sensación de que lo que ha hecho el periodismo desde que Macri es presidente es desentenderse de la actualidad. Eso convierte al periodismo en un campo muy vasto de personas que al desentenderse de la actualidad deben entenderse con otro régimen verbal, que yo creo es el de la adjetivación, la sobreindignación, el discurso sentimental. Es decir, cuadros dramáticos que no tienen por qué pertenecer al periodismo. Que yo sepa el periodismo encaja en el cuadro vinculado a la relación entre el periodista y los hechos, que de por sí son bastante difíciles de establecer. Me parece que esa tarea de desvincularse de la actualidad fue tan exitosa en estos años porque es mucho más fácil indignarse, adjetivar, establecer cuadros info-sentimentales para darle a la gente un teatro de entretenimiento capcioso, que dedicarse a trasladar lo que fuese posible de los elementos que componen un hecho a personas que están interesadas en él. Eso pasa tan pocas veces que cuando ocurre pasa desapercibido.  
-A partir de la lectura del libro pareciera que lo que reúne a todos estos personajes, más allá de una obvia lectura política, es su facilidad para transitar el odio.
-Sí, la alquimia es odio más superioridad moral. Un pack incompleto desde el punto de vista del acto, porque está probado que el acto de odiar se puede llevar a cabo sin grandes problema, pero el de la superioridad moral es más costoso. Te diría que es el imposible humano. Entonces lo que se espera de ese pack se escurre en su propia configuración. Si uno se pone a pensar en cómo se montan estos dispositivos, que se replican como si fueran clonados, hay un núcleo que para mí es Elisa Carrió. Ella es la que inspira al periodismo industrial que se hace hoy. La fórmula es: odiemos hacia atrás y seamos personas inmaculadas hacia adelante. Lo primero es facilísimo; lo segundo es imposible. Entre esos extremos se da esta actualidad cultural, donde cualquier persona parece que tiene derecho a sentirse superior a otra simplemente porque ella misma lo afirma.  
-¿Se puede decir que la combinación de esa facilidad hacia atrás y ese imposible hacia adelante lo que hace es generar una ficción?
-Te diría que el periodismo tiene que lidiar con los protocolos de la ficción desde que existe. El problema con el que se enfrenta el periodismo es el mismo que tiene el Poder Judicial: reconstruir un hecho. Y la reconstrucción de un hecho siempre tiene un factor literario. Lo que pasa es que acá las cosas fueron llevadas a un extremo y lo que se resquebraja es el principio de verosimilitud. El de la política siempre fue un discurso realista, pero ahora ese protocolo es abandonado por otro que es el de la literatura fantástica. Pasan cosas en la actualidad que según el periodismo industrial no tienen cabida en la vida real.  
-¿Ese escenario está vinculado a la aparición de un concepto tan extraño como el de la posverdad?
-A mí no me gusta ese concepto. No puedo pensar que el hombre tiene una relación franca con el acto de decir la verdad, pero si la voluntad. Siempre la ha tenido. Lo que esa palabra suprime es esa voluntad. Porque la relación con la verdad es muy compleja, incluso en aquel que tenga la voluntad de pronunciarla, de observarla o revelarla. Acá estamos hablando de otra cosa, de la negación de la verdad. Acá no hay ningún “pos”. En todo caso sería la antiverdad. O la No-verdad…  
-Pero ya existe una palabra para eso.
-¿Cuál?  
-Mentira.
-Claro (Risas). Por eso, no le demos tanta vuelta a este asunto. Hay una cosa que se llama Acto de Mentir y la persona que lo hace es muy consciente de él. Excepto que sea un mitómano. Imaginemos un periodista a quien se considere una gran personalidad en la redacción de un gran diario. Supongamos que ese gran periodista sea un mitómano. Bueno, para eso hay un editor, un jefe de redacción o el gabinete psiquiátrico del diario para controlarlo. Alguien que le diga: “che, me parece que estás mintiendo”. Es muy fácil advertir los canales utilizados para mentir o decir la verdad. Y si no lo sabe el que miente, porque padece una enfermedad llamada mitomanía, lo puede saber el tercero, el que contribuye al trabajo de ese personaje. ¿O me vas a decir que los dueños de los diarios, que saben perfectamente cuáles son los periodistas suyos que mienten, no son capaces de decirle: “me parece que se te fue la mano”. Es como explicar las cuestiones en términos de fábula. No es difícil entender lo que pasa, porque los términos están a la vista. Ahora, si bien están a la vista, hay una transparencia blindada que es la que impide tocar esos elementos que están a la vista. Y yo creo que es el discurso sostenido de ese periodismo industrial que está buscando hacer sistema. Una cultura.  
-Antes hablamos de facciones históricas. ¿Dirías que estos mecanismos de los que hablás sólo se aplican a esa facción?
-No. Pero ocurre que en el libro se aplica a la facción más estable y más poderosa, la que tiene la tradición más antigua en la Argentina, que es la del poder conservador en todas sus variantes y modalidades. Pero hay y hubo otras facciones. Por ejemplo a mí 678 siempre me pareció un programa malogrado, en el sentido de que nunca me gustaron las estructuras de todos contra uno. Es algo que se vio con mucha transparencia cuando la invitaron a Beatriz Sarlo. Y ella se defendió de ese todos contra uno a partir de su inteligencia y de su valor personal. Pero al día siguiente, al no estar ella, ese todos contra uno regresó en una forma todavía peor: todos contra ninguno.
-¿Todos contra el ausente sería más preciso?
-Exacto. Y esas situaciones son muy desleales y todavía me pregunto por qué razón 678 no produjo un blend en sus discusiones, que era lo que se necesitaba en la Televisión Pública. Es decir: vas vos, voy yo, va el que piensa al revés de los dos. Porque eso es lo que crea relaciones. Por supuesto que esa facción nunca tuvo ni va a tener jamás el poder que tiene la facción anterior. Estamos hablando de otro porte de poder e incluso de un poder intermitente. No es un poder estable. Acá y en la mayoría de los países del mundo el poder estable es el poder conservador. Ese es el mapa. Lo que no quita que la facción más débil tenga una arrogancia que parece inspirarse en lo peor de los poderes conservadores.  
-Como un torturado que aceptara que las reglas el torturador son las mejores.
-Algo que es inexplicable. Y nombro a 678 porque fue un emblema de esos años. Ahora, si me vas a invitar a que discuta con cinco personas y todos van a cerrar el orto para hacerme mierda mañana cuando yo esté en mi casa, bueno… no sé cómo llamar a eso. Periodismo no lo llamaría.  
-En toda esta charla planteaste un escenario muy macro.
-Es que no hablamos de los personajes.  
-Pero en el libro te concentrás en personajes y situaciones muy específicas, como si fueras un médico hablando de síntomas para transmitir nociones acerca de la enfermedad.
-Es que la trama es tan grande, tan extendida y tan naturalizada, en los discursos más potentes de la discusión pública, que si no entrás a través de particularidades, es decir de sus representantes más notorios, la relación con el fenómeno es de pérdida total, porque no sabés por dónde agarrarlo. Yo creo que la unidad periodística es el sujeto que hace periodismo. Todas estas personas de las que hablo se podrían negar a hacer lo que hacen, si quisieran. Por ahí no vivirían de manera tan holgada, porque el periodismo industrial tiene un mercado muy grande, que un poco es la razón por la cual Lanata cruza el río. Es decir, agotó el mercado del periodismo progresista (o le quedó chico), entonces se tomó la balsa, cruzó el río y se encontró con una vastedad material que de este lado no tenía. Para mí los personajes son necesarios sobre todo para saber quiénes son aquellos en los que la industria del periodismo delega sus asuntos. Son como las bocas de expendio más grandes que tiene ese universo. Y también para hacer una especie de estudio comparativo entre lenguajes: el de la máquina, que no tiene identidad, y el lenguaje individual que los representa, porque me parece en esa transferencia siempre hay algo del orden de lo canallesco.  
-¿Poner a todos estos personajes en línea para darle forma a un cuerpo tan homogéneo funciona como prueba material de eso que está detrás de ellos pero es tan difícil de identificar?
-Mi hipótesis es que ninguna de todas estas personas sería nadie si no fuera por la máquina infernal que las sostiene. Al margen de aquel odio más la superioridad moral. Nosotros seríamos grandes personajes públicos si estuviéramos ocupando sus lugares. Es decir que ahí el talento personal, que no lo niego en algunos casos, es un factor secundario. Depende más que nada de la plataforma en la que te deposite tu… siempre me veo tentado de usar la palabra “amo”…  
-¿“Patrocinador” te parece más apropiado?
-Sí, digámosle patrocinador.

No hay comentarios.: