
El limerick representa un gran exponente del nonsense (sinsentido), uno de los puntos altos de la literatura del absurdo, una de las más representativas de las letras victorianas, en la que desde recursos bien distintos también abrevaron otros autores mucho más reconocidos que Lear y cuya máxima expresión es Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll. Hay dos elementos importantes que lo definen, comunes a toda construcción del arte, que son los famosos hermanos forma y fondo. Es decir, su particular estructura y versificación, y el contenido o alma poética que en ella habita.
Para definir ambas cosas de manera sucinta, alcanza con recurrir a la primera página del ensayo que César Aira le dedicó a su admirado Edward Lear, en el libro homónimo editado por Beatriz Viterbo Editores. “El ‘limerick’, que recibió este nombre cuando ya había concluido su ciclo en la literatura inglesa del sigo XIX, es el poema de cinco versos de ritmo anapéstico, con un esquema de rima aabba, que presenta alguna característica o hazaña de un personaje, casi siempre habitante de una ciudad o lugar que se menciona en el primer verso”. Por lo general las acciones descriptas producen la idea de que sus protagonistas se encuentran sobre el límite que separa a la cordura de la locura. Por último, el limerick en su versión leariana (si es que hubiera alguna otra) siempre es acompañado por un dibujo cuyos trazos, de simpleza casi infantil, ilustran con gracia aquello que el breve poema narra. Podría pensarse que hay en ello una redundancia, sin embargo lo que hacen los dibujos, como un antecedente del humor gráfico o la historieta, es completar al texto y son fundamentales para alcanzar el éxito en la búsqueda del (sin)sentido. Así, por un lado plasman lo absurdo del relato y por el otro, terminan de ubicar al limerick en la conjunción exacta de lo humorístico con lo infantil, condiciones ineludibles del nonsense.
Por su parte los dibujos de Cané recuperan el espíritu de los que el propio Lear trazaba para sus limericks. Incluso muchas veces hasta respeta la moda victoriana que caracteriza a los personajes del inglés. Dibujos que parecen hechos por un chico: es que Lear, extraordinario dibujante de animales (oficio con el que se ganaba la vida), jamás consiguió representar con igual eficiencia la forma humana. Estos dibujos también le sirven a Cané para acentuar en algunos casos el color local que proponen los textos de Zaidenwerg. Así nos encontramos con el caso de un profesor de Fuerte Apache que exageraba la pronunciar la h. “Un día, el pedagogo,/ al grito de ‘¡Me ajogo!’,/ murió en su bañera en Fuerte Apache”, completan los últimos tres versos de limerick en cuestión. En el dibujo, detrás de la bañera en la que el docente se ahoga de manera irremediable y absurda (sin sentido), aparecen sobre un estante un retrato de Carlitos Tévez, junto a una vela encendida y una virgencita, probablemente la de Luján, poniéndole con gracia al típico limerick inglés un inconfundible acento argentino.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.
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