
Lo más interesante de Te sigue son las características de la amenaza a la que estos adolecentes están expuestos. Tras salir un par de veces con un chico y luego de hacer el amor con él en su coche, Jay se despierta atada en un edificio abandonado. El chico todavía está ahí con ella y le explica que cuando tuvieron sexo él le pasó una especie de maldición que sólo es posible quitarse acostándose con alguien más. Pasárselo a otro, como si se tratara de una versión atroz del juego de la mancha. Le dice que a partir de ahora “eso” empezará a seguirla adoptando diferentes formas humanas, pero que sólo ella podrá verlo. Y que no debe dejarse alcanzar, porque si “eso” consigue matarla, volverá por él. Más allá de la clásica regla del cine de terror según la cuál el sexo entre adolescentes siempre es castigado con la muerte a manos del psicópata de turno o de la referencia fácil al VIH, detrás del monstruo poliforme de Te sigue hay una idea fatal, que lo hace el más temible. Porque no se trata de una figura concreta, como un zombie o un vampiro, pero tampoco de abstractas entidades de fantasía, sino de la conciencia misma de la propia muerte. El miedo humano por excelencia.
Cuando en la cola para entrar al cine Jay le propone a su amigovio un juego que consiste en elegir una persona desconocida con la cual le gustaría intercambiar lugares, él elige a un nene chiquito que va de la mano de su padre, porque a pesar de ser joven le parece atractiva la idea de volver a tener toda la vida por delante. En The Myth of the American Sleepover, un chico le dice a una chica un poco menor con la que se gustan, que el mito de la adolescencia consiste en dejar atrás la niñez con la promesa de “todas las aventuras que vivirás en la juventud”, pero que una vez que “entendés lo que perdiste, ya es tarde para recuperarlo”. Justo en esa encrucijada se encuentran los chicos de Te sigue. Al ordenar la serie que la película propone, conectando esa noción de pérdida asociada al crecimiento con la ausencia de adultos y la idea borgeana del sexo como transmisor del mal (“Los espejos y la cópula son abominables porque multiplican a los hombres” dice el escritor en su cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”), no es difícil ver en Jay y sus amigos apenas a un grupo de jóvenes en crisis, en el momento exacto en que descubren que volverse adultos no es lo que esperaban y que de ahora en más la vida se reducirá a correr para no ser alcanzados por la muerte.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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