El feriado del Día del Trabajador evitó un hecho curioso: que las críticas correspondientes a dos películas escritas y producidas por Luc Besson aparecieran en estas páginas el mismo día. El día miércoles pasado fue el turno de la correspondiente al film Tres días para matar, dirigido por McG y protagonizado por Kevin Costner. Resulta evidente que muchos de los conceptos expresados en esa crítica, firmada por Ezequiel Boetti, bien pueden aplicarse a esta otra, dedicada a Brick Mansions, del debutante Camille Delamarre. No es comodidad ni un ejercicio de endogamia crítica, sino una forma de ampliar lo que aquí será dicho, valiéndose de conceptos que ya han sido expresados de un modo lo suficientemente efectivo como para evitar la redundancia. Frente a tanta coincidencia, si algo queda claro respecto de Besson -a quien el adjetivo “omnipresente” cada vez le cabe mejor; basta recordar que en enero se estrenó Familia peligrosa, su última película como director- es que su trabajo como guionista es de una coherencia abrumadora. Con lo malo y lo bueno que ello representa.
Una de sus grandes habilidades en el rol de productor es la de escoger a los protagonistas indicados. Lo es Jason Statham en El transportador; lo es Liam Neeson para la saga Búsqueda implacable; lo es Costner en la película mencionada. Y lo mismo ocurre con Brick Mansions, no tanto por el fallecido Paul Walker, que cumple con lo suyo a reglamento (como siempre), sino por el increíble David Belle. Francés como Besson, Belle es entre otras cosas uno de los creadores del parkour, actividad deportiva urbana surgida a comienzos de los 90, que consiste en elegir dos puntos de cualquier ciudad y unirlos sorteando los distintos accidentes arquitectónicos como si se tratara de obstáculos a superar. El resultado es una actividad vistosa que reúne destreza física y acrobática, y ha sido adoptada por el cine para coreografiar escenas de acción. Y sin dudas Belle es extraordinario, al punto de convertirse en uno de los puntos fuertes de una historia ambientada en un futuro muy cercano, en una Detroit devastada y dividida por el crimen (¿alguien dijo Robocop?), en la que el gobierno ha creado un ghetto en los edificios viejos de la ciudad, los Brick Mansions, para encapsular ahí pobres y delincuentes como si fueran lo mismo. Para Lino, un habitante honesto de esos barrios que intenta oponerse al poder de las bandas de narcos, no hay obstáculo imposible. Y Belle se encarga de dejarlo claro trepando, saltando y colgándose de cuanto caño, baranda o pared se le ponga a tiro. Por su parte Walker es el policía bueno que quiere vengar la muerte de su padre, también policía, a manos del capo mafia de Brick Mansions.
La película demuestra gran ingenio para todo lo que tenga que ver con la acción pura, el interrogante pasa por ver si es capaz de aplicar la misma habilidad en el desarrollo de la trama. La respuesta es no: la historia es básica, lo que no quiere decir torpe, mucho menos aburrida. Ocurre que los responsables parecen saber cuáles son sus virtudes y defectos y se dedican a hacer lo que mejor les sale. Pero otras películas ya han demostrado que es posible combinar soberbias escenas de acción con una trama atractiva. Basta recordar la subvalorada La traición, de Steven Soderbergh, con la increíble Gia Carano como protagonista, para saber que no se trata de una utopía. Eso es lo que podría haber sido Brick Mansions si no adoleciera de cierta pereza argumental, si no abusara de la cámara lenta y si no se empeñara en dejar a todos felices al final. O sea: lo peor de Luc Besson.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
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